Stephen
Jay Gould, en el capítulo llamado "Posture maketh the man" (La
postura hizo al hombre) del volumen de ensayos antes mencionado, hizo un
recorrido por las diversas teorías relacionadas con la cuestión de la adopción
del bipedismo por los homínidos. Desde el naturalista y embriólogo ruso Karl
Ernst von Baer (1792-1876) o el anatomista y arqueólogo australiano Grafton
Elliot Smith (1871-1937), hasta el naturalista alemán Lorenz
Oken (1779-1851) o el biólogo y filósofo también alemán Ernst
Haeckel (1834- 1919). Pero lo llamativo fue su detenimiento en la obra
"Anteil der arbeit an der menschwerdung des affen"
(El papel del trabajo en la transición del mono
en hombre) de Friedrich Engels (1820-1895), escrito por el filósofo
materialista alemán en 1876 y publicado póstumamente veinte años más tarde en
el nº 44 de la revista "Die Neue Zeit".
Gould
siempre respetó las llamadas leyes de la dialéctica, reformuladas por Engels a
partir de la filosofía de Georg W.F. Hegel (1770-1831), las que
son explícitamente puntuales. "Hablan por ejemplo de la transformación de
la cantidad en cualidad -dice el paleontólogo estadounidense en 'The
panda's thumb' (El pulgar del panda)-. Esto puede sonar a bobadas esotéricas,
pero sugiere que el cambio se produce a grandes saltos tras una lenta
acumulación de tensiones que un sistema resiste hasta llegar a su punto de
fractura. Calentemos agua y finalmente hervirá". Valorizaba así al
materialismo dialéctico como un método general para el estudio de la
naturaleza, la sociedad y el pensamiento; una concepción general del mundo que
afirma que nada es eterno, que todo se encuentra en constante flujo y
movimiento, que los cambios graduales provocan, tarde o temprano, cambios
cualitativos y que el desarrollo tiende a la complejidad progresiva. Una idea,
por cierto, que Engels ya había desarrollado nutridamente en "Dialektik
der natur" (Dialéctica de la naturaleza) en 1873.
"Es
de notar -escribió Engels- que casi al mismo tiempo que Kant atacaba la
doctrina de la eternidad del sistema solar, C.F. Wolff desencadenaba, en 1759,
el primer ataque contra la teoría de la constancia de las especies y proclamaba
la teoría de la evolución. Pero lo que en él sólo era una anticipación
brillante tomó una forma concreta en manos de Oken, Lamarck y Baer y fue
victoriosamente implantado en la ciencia por Darwin, en 1859, exactamente cien
años después". Las grandes revoluciones científicas del siglo XX no
hicieron más que confirmar aquella visión del mundo: la mecánica cuántica de
Max Planck (1858-1947), la teoría de la relatividad de Albert
Einstein (1879-1955) y hasta la teoría del equilibrio puntuado que
Niles Eldredge (1943) y el propio Gould propusieron en 1972, señalan un
mundo con saltos dialécticos. Saltos del orden al caos, de unidad del caos y el
orden, de la dialéctica entre necesidad y accidente, de saltos bruscos en la
evolución, de vinculación entre materia, espacio y tiempo, de unidad entre masa
y energía, de las contradicciones inherentes a las partículas materiales, etc.
Stephen
Jay Gould, gran historiador de la ciencia y uno de los más influyentes y
leídos divulgadores científicos de su generación, en "La postura hizo al
hombre" no defendió tanto la certeza con la que Engels reivindicaba
el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, sino la
explicación que el autor de "Der ursprung der familie, des privateigenthums
und des Staats" (El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado) dio acerca de por qué los científicos más destacados preferían la tesis
contraria, la de la primacía del desarrollo del cerebro: en una sociedad donde
los que ostentan el poder dominante no trabajan, adjudicar al trabajo semejante
capacidad creadora podría resultar perturbador y hasta pernicioso.
LA
POSTURA HIZO AL HOMBRE
Ningún evento hizo más por la fama y el
prestigio del Museo de Historia Natural que las expediciones al Desierto de
Gobi en los años '20. Los descubrimientos, incluyendo el primer huevo de
dinosaurio, fueron excitantes y abundantes y se adecuaban perfectamente a las
aventuras heroicas del más puro estilo holliwoodense. Es todavía difícil
encontrar una mejor historia de aventuras que el libro de Roy Chapman (con su
título chauvinista): "The new conquest of Central Asia" (La nueva conquista de Asia Central). Sin embargo, la
expedición fracasó por completo en cumplir el propósito original: encontrar en
Asia Central los ancestros del hombre. Y fracasaron por la más elemental de las
razones -nosotros evolucionamos en Africa, como Darwin lo supuso cincuenta años
antes.
Nuestros ancestros africanos (o por lo menos nuestros primos más cercanos)
fueron descubiertos en depósitos cavernarios durante los años '20. Pero estos
australopitecos fracasaron en dar el tipo de lo que las nociones preconcebidas
suponían que el "eslabón perdido" debía ser, y muchos científicos se
negaron a aceptarlos como miembros de buena fe de nuestro linaje. La mayoría de
los antropólogos había imaginado una relativamente armoniosa transformación
desde el mono al humano, impulsada por el crecimiento de la inteligencia. Un
eslabón perdido debía ser intermediario tanto en el cuerpo como en el cerebro
-Alley Oop o las viejas (y falsas) representaciones de los encorvados
Neanderthals. Pero los australopitecos se rehusaban a adecuarse. Ciertamente,
sus cerebros eran más grandes que los de los monos con tamaños corporales
similares, pero no mucho mayores. La mayoría de nuestro incremento evolutivo en
el tamaño del cerebro ocurrió después que alcanzamos el nivel australopiteco.
Sin embargo, estos australopitecos con pequeños cerebros caminaron tan erectos
como usted o yo. ¿Cómo podía ser? Si nuestra evolución fue propulsada por el
crecimiento cerebral, ¿cómo podría la postura erecta (otra "clave de la
hominización" no un tema secundario) haberse originado primero? En un
ensayo de 1963, George Gaylord Sympson se sirvió de este dilema para ilustrar
el a veces espectacular fracaso para predecir descubrimientos aún cuando hay
una importante base para esa predicción. Un ejemplo evolutivo es el fracaso
para predecir el descubrimiento de un "eslabón perdido", hoy conocido (el australopiteco), que caminó erecto y fabricó herramientas pero tenía la
fisonomía y la capacidad craneal de un mono. Debemos adscribir este "espectacular fracaso" principalmente a un
prejuicio subterráneo que conduce a la siguiente extrapolación inválida: nosotros dominamos a otros animales por el poder del cerebro (y poco más); en
consecuencia el crecimiento del cerebro debe haber propulsado nuestra evolución
en todos los estadios.
La tradición que subordina la postura erecta al
crecimiento del cerebro puede ser seguida a través de toda la historia de la
antropología. Karl Ernst von Baer, el mayor embriólogo del siglo XIX (y segundo
sólo después de Darwin en mi panteón personal de héroes de la ciencia) escribió
en 1828: "La postura erecta es sólo la consecuencia del más alto
desarrollo del cerebro. Toda la diferencia entre el hombre y los demás
animales depende de la construcción del cerebro". Cien años más tarde, el
antropólogo inglés G.E. Smith escribió: "No fue la adopción de la postura
erecta o la invención de un lenguaje articulado lo que separó al hombre del
mono, sino el gradual perfeccionamiento del cerebro y la lenta construcción de
la estructura mental, de lo cual la postura erecta y el lenguaje son algunas de
sus manifestaciones incidentales".
Contra este coro que enfatiza en el cerebro, unos muy pocos científicos
sostuvieron la primacía de la postura erecta. Sigmund Freud basó mucho de su
altamente idiosincrática teoría del origen de la civilización sobre esto.
Comenzando con sus cartas a Wilhelm Fliess en los '90 y culminando en su ensayo
de 1930 "Civilization and its discontents" [publicado previamente en Alemania como "Das unbehagen in der
kultur" (El malestar en la cultura)]-, Freud argumentó que nuestra
adopción de la postura erecta había reorientado nuestra sensación primaria desde
el olfato a la visión. Esta devaluación del olfato cambió el objeto de
estimulación sexual en los machos desde el cíclico olor menstrual a la continua
visibilidad de los genitales femeninos. El deseo permanente de los machos
conduce a la continua receptividad de las hembras. La mayoría de los mamíferos
copulan sólo alrededor de los períodos de ovulación; los seres humanos son
activos sexualmente todo el tiempo (un tema favorito de los escritores sobre
sexualidad). La sexualidad permanente colocó en el centro a la familia humana e
hizo posible la civilización; los animales con copulación fuertemente cíclica
no tienen ímpetu para una estructura familiar estable. "El fatal proceso
de civilización -Freud concluye- podría haber comenzado con la
adopción de la postura erecta por el hombre".
A pesar de que las ideas de Freud no ganaron seguidores entre los antropólogos,
otra tradición menor surgió para fortalecer la primacía de la postura erecta. Esta es, por otra parte, la explicación que nosotros tendemos a aceptar hoy
para explicar la morfología de los australopitecos y el camino de la evolución
humana. El cerebro no puede comenzar a crecer en el vacío. Un ímpetu primario
debe haber sido provisto por algún modo de vida alterado que diera lugar a un
poderoso, selectivo estímulo a la inteligencia. La postura erecta libera las
manos de la locomoción y para la manipulación (literalmente, de "manus"="mano").
En principio, las armas y herramientas pueden ser
confeccionadas y usadas con facilidad. El crecimiento de la inteligencia es,
claramente, una respuesta al enorme potencial en las manos liberadas para
manufacturar -de nuevo, literalmente- (es necesario decir, que ningún
antropólogo ha sido tan ingenuo alguna vez como para argumentar que el cerebro
y la postura han evolucionado en forma completamente independiente, que uno
alcanzó su completo estatus humano antes que el otro comenzara a cambiar de
alguna manera). Nosotros preferimos la interacción y el reforzamiento mutuo.
Sin embargo, nuestra temprana evolución consistió en un cambio más rápido en la
postura que en el tamaño del cerebro; la liberación completa de nuestras manos
para usar herramientas precedió la mayor parte del crecimiento evolutivo de
nuestro cerebro.
En otra prueba de que la sobriedad no necesariamente evita los errores, el
místico y oracular colega de Von Baer, Lorenz Oken dio con el argumento
correcto en 1890, mientras Von Baer seguía por mal camino unos pocos años
después. "El hombre mediante el caminar erguido obtiene su carácter -escribió Oken-, las manos se volvieron libres y pudieron alcanzar otras
habilidades. Con la libertad del cuerpo se garantizó la libertad de la
mente". Pero el campeón de la postura erecta durante el siglo XIX fue el
perro de presa alemán de Darwin, Ernst Haeckel. Sin el menor rastro de
evidencia directa, Haeckel reconstruyó nuestro ancestro y, aún más, le dio un
nombre científico: Pithecanthropus, probablemente, el único nombre científico
dado a un animal antes de ser descubierto. Cuando Du Bois descubrió el Hombre de
Java, en los '90 del siglo pasado, adoptó el nombre genérico de Haeckel, pero
le designó una nueva especie Pitecantropus erectus. Nosotros ahora usualmente
incluimos esta criatura en nuestro propio género como Homo erectus.
Pero, ¿por qué, a pesar de la importancia de Haeckel, la idea de la primacía
del cerebro se afirmó tan poderosamente? Una cosa es segura: no tenía que ver
con la evidencia directa (no la había para ninguna posición). Con la excepción
del Neanderthal (una variante geográfica de nuestra propia especie, de acuerdo
a la mayoría de los antropólogos) ningún fósil humano fue descubierto antes de
los últimos años del siglo XIX, mucho después que el dogma de la primacía
cerebral fue establecido. Pero los debates no basados en evidencias se cuentan
entre los más reveladores en la historia de la ciencia porque, en ausencia de
constricciones factuales, los prejuicios culturales que afectan todo
pensamiento (y que los científicos tratan tan asiduamente de negar) se exponen
en forma desnuda.
En efecto, el siglo XIX produjo un brillante resultado de una fuente que sin
duda sorprenderá a la mayoría de los lectores: Friedrich Engels. Un poco de
reflexión debería disminuir el impacto. Engels tuvo un profundo interés en las
ciencias naturales y trató de basar su filosofía general de la dialéctica del
materialismo en un fundamento "positivo". No vivió lo suficiente como
para completar su "Dialéctica de la naturaleza" pero incluyó largos comentarios
sobre la ciencia en tratados como el "Anti-Dühring". En 1876, Engels escribió un
ensayo titulado "El papel del trabajo en la transición del mono en hombre". Fue
publicado post-mortem, en 1896 y, desafortunadamente, no tuvo impacto visible
en la ciencia occidental.
Engels considera tres puntos esenciales en la evolución humana: el habla, un
cerebro grande y la postura erecta. Arguye que el primer paso debe haber sido
el descenso de los árboles, con la subsecuente evolución de la postura erecta
por nuestros ancestros terrestres. "Estos monos cuando se movían a nivel
del suelo comenzaron a adquirir el hábito de usar sus manos y adoptar una
postura más y más erecta. Este fue un paso decisivo en la transición del mono
al hombre". La postura erecta libera las manos para fabricar herramientas
(trabajo, en la terminología de Engels). El crecimiento de la inteligencia y el
habla vinieron después. Entonces, las manos no son sólo un órgano de trabajo, son también un producto
del trabajo. Sólo por el trabajo, por adaptación a cada nueva operación... por
el siempre renovado empleo de estas mejoras heredadas en nuevas, más y más
complicadas operaciones, alcanzó la mano humana el alto grado de perfección que
la ha capacitado para hacer realidad las pinturas de Rafael, las estatuas de
Thorwaldsen, la música de Paganini.
Engels presenta sus conclusiones como si se siguieran deductivamente de las
premisas de su filosofía materialista, pero yo estoy seguro de que las robó de
Haeckel. Las dos formulaciones son casi idénticas y Engels cita páginas
relevantes del trabajo de Haeckel para otros propósitos en un temprano ensayo
escrito en 1874. Pero no interesa. La importancia del ensayo de Engels yace no
en su conclusión sustantiva sino en su incisivo análisis político de por qué la
ciencia occidental está tan comprometida con la afirmación apriorística de la
primacía cerebral.
Cuando los humanos aprendieron a manejar su propio entorno material, dice
Engels, otras habilidades fueron añadidas a la primitiva caza-agricultura,
hilado, alfarería, navegación, artes y ciencia, ley y política, y por último
"la reflexión fantástica de las cosas humanas en la mente humana: la
religión". Cuando la riqueza se acumuló, pequeños grupos de hombres
alcanzaron poder y forzaron a otros a trabajar para ellos. El trabajo, la
fuente de toda riqueza y la fuerza motriz de la evolución humana, asumió el
mismo devaluado estatus de aquellos que trabajaban para los gobernantes. Desde
que los poderosos gobernaban a su voluntad (esto es, por las proezas de la
mente), las acciones del cerebro aparecían como si tuvieran poder por sí
mismas. La filosofía profesional persiguió un inmaculado ideal de verdad. Los
filósofos descansaron en un patronazgo estatal-religioso.
Aun si Platón no
trabajó conscientemente para reforzar los privilegios de los gobernantes con
una filosofía supuestamente abstracta, su propia clase dio vida a un énfasis en
el pensamiento como lo primario, lo dominante y, más que nada, más importante
que el trabajo por él supervisado. Esta tradición idealista dominó la filosofía
hasta los días de Darwin. Su influencia fue tan subterránea y persuasiva que
incluso científicos tan apolíticos y materialistas como Darwin cayeron bajo su
influjo. Un prejuicio debe ser reconocido antes de poder ser combatido. La
primacía cerebral parecía tan obvia y natural que era aceptada como dada, más
que reconocerla como un prejuicio social profundamente asentado, relativo a la
posición de clase de los pensadores profesionales y sus patrones.
Engels
escribe: "Todo el mérito por el veloz avance de la civilización fue adscripto a la mente,
el desarrollo y la actividad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a
explicar sus acciones desde sus pensamientos, en lugar que desde sus
necesidades... Y así fue que fue ganando importancia en el curso del tiempo
esta mirada idealista sobre el mundo que, especialmente desde la caída del
mundo antiguo, ha dominado las mentes de los hombres. Todavía las gobierna
hasta tal punto que aún los más materialistas de los científicos naturalistas
de la escuela darwiniana son todavía incapaces de formarse una clara idea del
origen del hombre, porque bajo esta influencia ideológica ellos no reconocen el
papel que en él le toca al trabajo...".
La importancia del ensayo de Engels no radica en el feliz resultado de que el
Australopithecus confirmó una teoría específica sostenida por él -vía Haeckel-
sino en su perceptivo análisis del rol político de la ciencia y de los
prejuicios sociales que deben afectar todo pensamiento. En efecto, el tema engelsiano de la separación de la cabeza y la mano ha hecho
más por aclarar y delimitar el curso de la ciencia a través de la historia. La
ciencia académica, en particular, ha sido constreñida por una idea de
"investigación pura", la que en otros tiempos alejaron a los
científicos de la experimentación y la contrastación empírica. La antigua
ciencia griega trabajó bajo la restricción que los pensadores patricios
impusieron a los artistas plebeyos. Los barberos-cirujanos medievales que
tuvieron que enfrentarse con la casuística de los campos de batalla, hicieron
más por el avance de la práctica médica que físicos académicos que raramente
examinaban pacientes y que basaban sus tratamientos en el conocimiento de los
textos de Galeno y otros manuales.
Aún hoy, los investigadores
"puros" tienden a despreciar la práctica y términos como "aggie
school" y "cow school" son oídos con desagradable frecuencia en
los círculos académicos. Si nos tomáramos en serio el mensaje de Engels y
reconociéramos que nuestra creencia en la superioridad inherente de la
investigación pura es lo que es -un prejuicio social- entonces podríamos forjar
entre los científicos la unión entre teoría y práctica que un mundo que se
balancea peligrosamente cerca del abismo tan desesperadamente necesita.