IX. Embustes y adhesiones
A pesar de
este atolladero, lo cierto es que a la economía argentina, lentamente,
comenzaron a incorporarse capitales extranjeros. Esas inversiones se destinaron
fundamentalmente a la instalación de plantas fabriles de armado final,
garantizando la demanda de equipos y partes a las casas matrices, residentes en
los países de origen. Se generaron, así, clientes cautivos en países que, como
la Argentina, se encontraban imposibilitados de cubrir sus necesidades
industriales localmente y que por carencia de divisas debían abandonar la
importación de productos terminados como modo preponderante de satisfacción de
sus necesidades. Las ramas cuyo desarrollo fue más importante para la
sustitución de importaciones fueron la textil, la del cemento y la alimentaria,
las cuales, beneficiadas por los bajos precios de la materia prima nacional,
crecieron rápidamente, logrando el autoabastecimiento en algunos rubros.
Otras ramas que se desarrollaron notablemente durante el período fueron las de maquinarias y artefactos eléctricos, automóviles, refinación del petróleo y derivados del caucho (relacionados ambos con la expansión del automotor) y la de equipos industriales. Además de la notable afluencia de capitales norteamericanos en este período, se verificó también un fuerte avance de capitales europeos, especialmente de empresas alemanas, en rubros tales como la industria metálica, de la construcción y eléctrica. Y también, dada la disminución de los elevados beneficios de los que gozaban en años anteriores los sectores agrarios, éstos comenzaron a buscar actividades sustitutivas para sus negocios. De este modo, se originaron importantes transferencias de capital desde el agro hacia la industria. Todo este proceso, sin embargo, no implicó una modificación profunda de las estructuras económicas vigentes. En gran medida, la industrialización del período fue llevada a cabo por empresas oligopólicas, tanto nacionales como extranjeras.
Cabe señalar que esta industrialización se vio beneficiada por una abundante oferta de mano de obra conformada en su mayoría por trabajadores del campo que, debido a la contracción de las actividades agrícolas, habían perdido su empleo y emigraron hacia las ciudades impulsados por la apertura de nuevas oportunidades laborales. Ese proceso migratorio alteraría profundamente la estructura demográfica y social argentina. Sin experiencia en cuanto al trabajo industrial, los migrantes internos se incorporaron al proceso industrializador como mano de obra no calificada, contribuyendo con su ingreso en la vida urbana a la formación de una estructura social más compleja y cercana a la sociedad de masas. Con su llegada, debido al déficit habitacional y a la falta de una estructura adecuada para su recepción, nacieron en Buenos Aires los primeros asentamientos llamados “villas miseria” conformadas por precarias casas de chapa y cartón. Sus ocupantes prácticamente no se relacionaron con el resto de la sociedad debido a la segregación de la que eran objeto, lo que generaría un fuerte problema de desarraigo cultural originado por ese medio social hostil. Los sectores medios y altos expresaron una actitud de desconfianza y una fuerte tendencia a la estereotipación. El color de la piel y algunos rasgos faciales característicos dieron origen al mote de “cabecita negra”, y sus relaciones con estos sectores serían casi exclusivamente a través de vínculos laborales en las fábricas, en el servicio doméstico o en servicios varios.
Otras ramas que se desarrollaron notablemente durante el período fueron las de maquinarias y artefactos eléctricos, automóviles, refinación del petróleo y derivados del caucho (relacionados ambos con la expansión del automotor) y la de equipos industriales. Además de la notable afluencia de capitales norteamericanos en este período, se verificó también un fuerte avance de capitales europeos, especialmente de empresas alemanas, en rubros tales como la industria metálica, de la construcción y eléctrica. Y también, dada la disminución de los elevados beneficios de los que gozaban en años anteriores los sectores agrarios, éstos comenzaron a buscar actividades sustitutivas para sus negocios. De este modo, se originaron importantes transferencias de capital desde el agro hacia la industria. Todo este proceso, sin embargo, no implicó una modificación profunda de las estructuras económicas vigentes. En gran medida, la industrialización del período fue llevada a cabo por empresas oligopólicas, tanto nacionales como extranjeras.
Cabe señalar que esta industrialización se vio beneficiada por una abundante oferta de mano de obra conformada en su mayoría por trabajadores del campo que, debido a la contracción de las actividades agrícolas, habían perdido su empleo y emigraron hacia las ciudades impulsados por la apertura de nuevas oportunidades laborales. Ese proceso migratorio alteraría profundamente la estructura demográfica y social argentina. Sin experiencia en cuanto al trabajo industrial, los migrantes internos se incorporaron al proceso industrializador como mano de obra no calificada, contribuyendo con su ingreso en la vida urbana a la formación de una estructura social más compleja y cercana a la sociedad de masas. Con su llegada, debido al déficit habitacional y a la falta de una estructura adecuada para su recepción, nacieron en Buenos Aires los primeros asentamientos llamados “villas miseria” conformadas por precarias casas de chapa y cartón. Sus ocupantes prácticamente no se relacionaron con el resto de la sociedad debido a la segregación de la que eran objeto, lo que generaría un fuerte problema de desarraigo cultural originado por ese medio social hostil. Los sectores medios y altos expresaron una actitud de desconfianza y una fuerte tendencia a la estereotipación. El color de la piel y algunos rasgos faciales característicos dieron origen al mote de “cabecita negra”, y sus relaciones con estos sectores serían casi exclusivamente a través de vínculos laborales en las fábricas, en el servicio doméstico o en servicios varios.
Surgía así un nuevo rango en la actividad económica del país, tanto en el sector empresarial como en la clase trabajadora. La creciente ola de establecimientos fabriles fue sostenida de alguna manera por la circunstancia de que, tal como opinaba en un documento interno el agregado comercial de la embajada británica Stanley Irving (1886-1970), “existe en la Argentina mano de obra buena y barata, y que no está echada a perder y es complaciente y voluntaria”. Eran obreros fabriles de escasa experiencia gremial que habían abandonado las condiciones primitivas de las provincias del interior para concentrarse en Buenos Aires y que eran muy diferentes a los jornaleros de oficios que habían fortalecido al anarquismo, y a los de servicios que habían hecho lo propio con el socialismo. No por nada el agregado comercial británico exaltaba su rendimiento y su mansedumbre.
Eran los tiempos en que el aludido Scalabrini Ortiz lanzaba “Señales”, un tomo en el que compiló artículos periodísticos que había escrito para el periódico del mismo nombre; Leónidas Barletta (1902-1975) publicaba el libro de cuentos “Vigilia por una pasión”, Eduardo Mallea (1903-1982) hacía lo propio con el ensayo “Conocimiento y expresión de la Argentina”, Horacio Quiroga (1879-1937) lanzaba sus últimos cuentos en “Más allá” y Jorge Luis Borges (1899-1986) reunía en “Historia universal de la infamia” los cuentos que había publicado en el diario “Crítica” entre 1933 y 1934, dando comienzo al movimiento literario conocido como “realismo mágico”. Por otro lado, en el ámbito cinematográfico, los directores Manuel Romero (1891-1954) y Mario Soffici (1900-1977) estrenaban respectivamente “Noches de Buenos Aires” y “El alma del bandoneón”, películas en las que actuaron Tita Merello (1904-2002) -en la primera de ellas- y Libertad Lamarque (1908-2000) -en la segunda-, dos actrices que con el correr de los años alcanzarían prestigio internacional.
En tanto, en un accidente aéreo en la ciudad colombiana de Medellín, fallecía Carlos Gardel (1890-1935), el “zorzal criollo” tal como popularmente se lo conocía. La muerte de quien había jugado un papel esencial en el desarrollo y difusión del tango causó una gran conmoción y dolor en miles de argentinos. El poeta y periodista Raúl González Tuñón (1905-1974) describió así el suceso: “El pueblo lo lloraba, y cuando el pueblo llora, que nadie diga nada porque está todo dicho”.
Un mes después de esta tragedia, en el recinto de la Cámara de Senadores era asesinado el senador Enzo Bordabehere (1889-1935). Durante una de las sesiones de interpelación a los ministros Pinedo y Duhau por el escándalo del comercio de la carne con Gran Bretaña, De la Torre se dirigió a la mesa donde estaban sentados los dos ministros. Duhau lo empujó y el denunciante cayó de espaldas. Cuando Bordabehere se dirigió a asistir a su colega se interpuso en el camino de las balas que uno de los guardaespaldas ministeriales había disparado contra De la Torre. El crimen de Bordabehere generó una gran conmoción en el país en general, y particularmente en De la Torre, quien en 1937 renunciaría a su banca en el Senado y dos años después terminaría suicidándose. En ese entonces el Senado Nacional estaba controlado por los conservadores del Partido Demócrata Nacional (PDN), los mismos que tiempo antes habían rechazado el proyecto de ley de sufragio femenino presentado y aprobado en la Cámara de Diputados por la militante socialista e incansable luchadora por los derechos de la mujer Alicia Moreau de Justo (1885-1986), proyecto que, años más tarde, sería reflotado por Perón y resultaría fundamental para su triunfo en las elecciones de 1951.
En ese mismo año muchas cosas ocurrieron en Europa. Charles Chaplin (1889-1977) estrenaba en Londres su inolvidable película “Modern times” (Tiempos modernos), una ocurrente crítica de la mecanización industrial y la robotización del hombre; un sistema que, en definitiva, en vez de simplificar la labor del trabajador la había complicado, sobre todo desde lo existencial: ya no era sólo la explotación del hombre por el hombre, ahora también era la del hombre por la máquina, a la que siempre creyó poder dominar. En la misma ciudad, el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), influido notoriamente por las ideas del economista polaco Michał Kalecki (1899-1970), publicaba su obra más emblemática: “The general theory of employment, interest and money” (Teoría general del empleo, el interés y el dinero), ensayo en el que se ocupó de los postulados de la teoría clásica y de sus aplicaciones prácticas sosteniendo que sólo eran aplicables a casos especiales y no en general. Mientras tanto, en Alemania, entraban en vigencia las “Leyes de Núremberg”, leyes de “purificación racial” que establecían, entre muchas otras cosas, la eutanasia como política oficial y normas que prohibían a los judíos el ejercicio del comercio, de la banca, de las editoriales, de la administración de justicia y de la medicina. Perdían todos sus derechos como ciudadanos: no podían acceder a cargos públicos, no tenían derecho a voto y se les prohibía izar la bandera del Reich. Wilhelm Frick (1877-1946), Ministro del Interior del Tercer Reich, decretó que las instituciones sanitarias y asistenciales llevasen a cabo un “inventario racial biológico” con el fin de concientizar a las masas alemanas que el judío era una lacra social insertada en el pueblo alemán y que debía ser “extirpada como un tumor cancerígeno”.
A su vez, en Roma, el 9 de mayo Mussolini proclamaba el “Imperio italiano” tras la conquista de los territorios de Libia y Etiopía en África. Un par de meses más tarde comenzaba en España la Guerra Civil cuando el general Franco inició una sublevación para derrocar a la República elegida democráticamente. Fue un conflicto bélico que duró prácticamente tres años y causó unos 540.000 muertos entre los que se contabilizan no sólo a los caídos en combate o en las represalias, sino también a quienes perecieron por las malas condiciones de vida, la mala salud o la desnutrición, las víctimas en diferido del horror fratricida. Poco después, en agosto, en la Unión Soviética comenzaban los Juicios de Moscú, las “grandes purgas” como serían conocidas con el paso del tiempo, por medio de las cuales la camarilla gobernante en defensa de sus privilegios juzgó, declaró culpables y ejecutó a casi todos los bolcheviques que en su día participaron en Revolución de Octubre, en la Internacional Comunista y en la Oposición de Izquierdas. Además, bajo las órdenes de Iósif Stalin (1878-1953), cientos de miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y opositores fueron perseguidos, juzgados y, finalmente, desterrados, encarcelados o ejecutados en los campos de concentración. El viejo partido revolucionario, aquel que proponía que todos los funcionarios debían ser elegidos y estar sujetos a revocabilidad en cualquier momento, que no debían cobrar más que el salario medio de un trabajador cualificado y que debía haber una rotación de responsabilidades para tareas administrativas a cargo de toda la sociedad, había muerto. Otro había tomado su lugar: el partido de la burocracia. La acción destructiva del estalinismo no hizo más que abrir una crisis histórica y socavar las posibles alternativas al capitalismo.
Hacia fines de ese mismo año Perón fue designado agregado militar de la Embajada Argentina en Chile. Su misión consistía en obtener información estratégica acerca de la organización militar del país trasandino. Durante los primeros meses de 1937 se destacó como un personaje cordial y sociable en los círculos diplomáticos y oficiales chilenos, al punto de ser invitado a las ceremonias del presidente Arturo Alessandri (1868-1950), el mismo que, en el marco de la cuestión de la definición de límites entre Chile y Argentina, en un suceso que sería conocido como la “Masacre de Ránquil”, había reprimido ferozmente a campesinos e indígenas mapuches de la antigua provincia de Malleco que reclamaban la posesión de sus tierras que el gobierno había entregado a militares. Según cuenta el periodista Adrián Pignatelli (1962), autor de “El espía Juan Domingo Perón”, éste era conocido en Santiago como “Che Panimávida” (Che por ser un vocablo bien porteño y Panimávida por una bebida gaseosa que consumía asiduamente). “Ocupaba un despacho en la embajada argentina, donde estaba a cargo de las agregadurías de ejército y aeronáutica. Había fijado su vivienda al lado de la del embajador argentino, con quien trabaría una cálida amistad. Por su carácter extrovertido y carisma, enseguida comenzó a hacer buenas migas con sus pares chilenos. Participaba de recepciones, lo invitaban a actos oficiales y lo convocaban a dictar conferencias sobre cuestiones militares”.
Así, participó en actividades protocolares, presenció desfiles, recorrió instalaciones militares y confraternizó con efectivos de las fuerzas armadas, ocasiones todas ellas en las que preguntaba, escuchaba y averiguaba. A partir de cada información que pudo recoger, elaboró informes que eran enviados a sus superiores en Buenos Aires. En una de ellos analizó un artículo publicado por el diario conservador “La Aurora” sobre supuestas intenciones expansionistas argentinas. Leído el artículo elaboró un informe en el cual señaló que era “evidente que esta campaña anti-argentina está orientada a obtener diversos objetivos, algunos políticos, otros regionales y algunos militares o navales. Chile siempre ha necesitado tener un problema pendiente con la Argentina para levantar como bandera política o para mantener un acicate sobre el pueblo, de manera que éste no pierda su natural inclinación contra nuestro país y mantenga en este sentido absoluta cohesión”.
Mientras tanto, del otro lado de la Cordillera de los Andes, más precisamente en Buenos Aires, ya cercano al fin de su mandato el presidente Justo comenzó a organizar la sucesión. Sustentado por el Ejército y la coalición de los partidos Demócrata Nacional, Unión Cívica Radical Antipersonalista y Socialista Independiente -la llamada “Concordancia”- sobre los cuales mantenía suficiente influencia como para que apoyasen su fraude electoral, eligió al abogado Roberto Ortiz (1886-1942), un hombre que había sido su ministro de Hacienda y asesor del capital extranjero, especialmente de las empresas ferroviarias británicas. No fue casual que el 12 de junio de 1937 fuese homenajeado en la Cámara de Comercio Británica, donde su presidente literalmente lo lanzó como candidato a la primera magistratura: “La Argentina se encuentra en vísperas de elegir a los hombres que han de regir sus destinos en el nuevo período presidencial y el nombre de nuestro huésped de honor, Dr. Roberto Ortiz, ha sido pronunciado repetida y favorablemente con tal motivo”. El candidato agradeció con una claudicante definición política: “La Argentina tiene, con vuestra patria, enlaces financieros y obligaciones tan importantes como muchas de las obligaciones que existen entre la metrópoli y diversas partes del Imperio”. El 5 de setiembre de 1937, la fórmula conformada por Ortiz y el abogado Ramón Castillo (1873-1944) ganó las fraudulentas elecciones y el 20 de febrero de 1938 asumiría el poder prometiendo sanear el sistema electoral y eliminar las ya arraigadas prácticas de fraude.
Poco después se produjo el llamado “Escándalo de las tierras del Palomar", una operación fraudulenta que permitió la compra de terrenos para el Ejército a un precio sobrevaluado, para luego repartirse comisiones entre los legisladores. El cohecho llegó al Congreso de la Nación pero, como era de esperarse, la pesquisa quedó en la nada. La comisión investigadora estuvo presidida por el abogado y ex diputado socialista Alfredo Palacios (1878-1965), quien determinó la participación de los diputados involucrados y solicitó la formación de un juicio político al Ministro de Guerra general Carlos Márquez (1885-1950). La denuncia ponía en tela de juicio la política moralizadora de Ortiz, pues éste había firmado el decreto autorizando a concretar la operación de compra de las tierras. Sólo parte de la prensa implicó al vicepresidente Castillo como uno de los responsables.