Nacido en Ljubljana,
capital de Eslovenia, en la época en que ésta formaba parte de la República
Federativa Socialista de Yugoslavia, el controvertido filósofo y psicoanalista Slavoj
Žižek (1949) pasó la mayor parte de su infancia en la ciudad de Portorož sobre
el mar Adriático esloveno. En su adolescencia, ya en su ciudad natal, cursó sus
estudios secundarios en la escuela Gimnazija Bežigrad y luego estudió filosofía y
sociología en la Univerza v Ljubljani y psicoanálisis en la Université Paris 8
Vincennes Saint-Denis. Fue profesor invitado en diversas instituciones como la
New School for Social Research y la Columbia University de Nueva York, la Princeton
University de Nueva Jersey y la University of Michigan de Ann Arbor.
Actualmente es director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities
de la University of London. Considerado como uno de los pensadores críticos más
importantes de su generación, Žižek es autor de numerosísimos artículos para la prensa
escrita y de una cuarentena de ensayos entre los que pueden mencionarse “The sublime
object of ideology” (El sublime objeto de la ideología), “For a
theologico-political suspension of the ethical” (Para una suspensión
teológico-política de lo ético), “In defense of lost causes” (En defensa de las
causas perdidas) y “Living in the end times” (Viviendo el final de los tiempos).
Caracterizado como “celebridad filosófica” por algunos y como “el filósofo más
peligroso de Europa” por otros, Žižek es uno de los más ardientes críticos del
sistema capitalista y de las ideologías sobre las que se apuntala. En “Against
the populist temptation” (Contra la tentación populista), por ejemplo, asegura
que el capitalismo “se ve lanzado a una dinámica constante, a una suerte de
estado de excepción permanente a fin de evitar el enfrentamiento con su
antagonismo básico, su desequilibrio estructural”. Y en “Tarrying with the negative”
(La permanencia en lo negativo) se pregunta: “¿En qué clase de universo vivimos
que celebramos ser una sociedad que elige pero la única opción disponible para
un consenso democrático forzado es una representación ciega? La ideología
predominante actual no es una visión positiva de algún futuro utópico, sino una
cínica resignación, una aceptación de cómo es ‘el mundo de la realidad’,
acompañada de la advertencia de que, si queremos cambiarlo (demasiado), lo
único que nos espera es el horror totalitario”. En su más reciente trabajo, “Pandemic.
Covid-19 shakes the world” (Pandemia. La covid-19 estremece al mundo), apunta a
que el coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que
infecta a la sociedad: el capitalismo. Mientras que muchas personas mueren, la
gran preocupación de los estadistas y empresarios es el golpe a la economía, la
recesión, y la falta de crecimiento del producto bruto interno. Este colapso
económico se debe, dice
Žižek, a que la
economía está basada fundamentalmente en valores propugnados por el capitalismo
como el consumo y la persecución de la riqueza material. El filósofo esloveno sugiere
que la actual pandemia de coronavirus presenta la oportunidad de tomar
conciencia de los otros virus que se esparcen por la sociedad desde hace mucho
tiempo y reinventar la misma. Y no sólo ha estado atento a la pandemia, sino
también a los estallidos sociales que se producen alrededor del mundo, a los
que entiende como “dolores de parto” de una sociedad ya agotada en sus propias
contradicciones: “Nuestra vieja sociedad ya está muerta, simplemente hay
quienes no lo saben”. Lo que sigue es un extracto editado de las entrevistas
publicadas en el diario digital argentino “Infobae” (facilitada por Ediciones
Godot) y en el periódico chileno “La Tercera” (a cargo de Constanza Michelson)
los días 15 de julio y 26 de octubre del corriente año respectivamente.
En distintas partes del mundo han ocurrido
estallidos sociales, se han dicho muchas cosas al respecto, pero hay algo muy
concreto y que coincide en varios de ellos, y es que la palabra que surge
espontáneamente es “dignidad”. ¿Cómo lee eso?
Creo que
este punto es crucial. A pesar de la pobreza, el hambre y la violencia, a pesar
de la explotación económica, las protestas que estallan ahora evocan
regularmente la dignidad. Creo que la dignidad es la respuesta popular al
cinismo abierto de los que están en el poder. Como señaló Peter Sloterdijk hace
casi medio siglo, la fórmula de la ideología actual no es “no saben lo que
están haciendo” sino: “saben lo que están haciendo, y no obstante, lo siguen
haciendo”.
¿Le parece que la crisis tiene que ver con que
las democracias liberales se han topado con su propia contradicción?
Yanis
Varoufakis señaló una señal clave de lo que vendrá: la reacción de las bolsas
de valores. Cuando se anunció la mayor recesión en Reino Unido y Estados Unidos,
el mercado de valores registró un récord. Aunque parte de esto puede explicarse
por hechos simples (la mayoría de los máximos del mercado de valores pertenecen
a unas pocas empresas que prosperan ahora, desde Google hasta Tesla), lo que
vemos es una disociación entre la circulación y especulación financiera con la
producción y las ganancias. La verdadera elección es entonces: ¿en qué tipo de
poscapitalismo nos encontraremos?
Hannah Arendt escribía, a propósito de las
protestas estudiantiles de principios de los ‘70, que los estallidos violentos eran
los dolores de parto de una sociedad que ya se encontraba en transición.
Arendt decía
esto en su polémica contra Mao, quien dijo que “el poder surge del cañón de un
arma”. Arendt calificó esto como una convicción “completamente no marxista” y
afirmó que, para Marx, los estallidos violentos eran como “los dolores de parto
que preceden, pero por supuesto que no causan, el nacimiento orgánico del
evento”. Básicamente estoy de acuerdo con ella, pero agregaría dos cosas.
Primero, recuerda la clásica escena de dibujos animados de un gato que
simplemente continúa caminando por el borde del precipicio, ignorando que ya no
tiene tierra bajo sus pies; se cae solo cuando mira hacia abajo y se da cuenta
de que está colgando en el abismo. Nuestra vieja sociedad ya está muerta,
simplemente no lo saben y tenemos que recordárselo, hacer que miren hacia abajo
y vean el abismo bajo sus pies, pero ¿cómo? No creo que sea posible hacer ver,
a los que están en el poder, que “ya están muertos”: en nuestro universo
cínico, en cierto sentido ya lo saben, pero siguen como de costumbre. Así es
cómo funciona la ideología en nuestra era cínica: no tenemos que creer en ella.
Nadie se toma en serio la democracia o la justicia, todos somos conscientes de
su corrupción, pero la practicamos, demostramos nuestra fe en ellas, porque
suponemos que funcionan aunque no creemos en ellas. Lo que esto significa en
nuestro caso es que nunca se producirá un traspaso del poder “democrático”
plenamente pacífico sin los “dolores de parto” de la violencia: siempre habrá
momentos de tensión en los que se suspendan las reglas del diálogo democrático
y los cambios.
La violencia en las protestas es justamente lo
que genera un problema para la izquierda, que tiene un pie en la calle y otro
en la política institucional. No logran tomar posición.
Por lo que
entiendo de la situación, creo que en este momento el foco debería estar en el
“apruebo”, que es un procedimiento institucional de votación. El objetivo no es
asustar a la “mayoría silenciosa”, sino conseguir que el mayor número posible
de ellos esté de nuestro lado. La violencia de nuestro lado debe ser
estrictamente reactiva (autodefensa) para que se vea que claramente es el otro
lado el que está perdiendo los nervios y actúa con violencia. Hay que evitar
que surja el cliché de que hay extremistas violentos en ambos lados. Los que
están en el poder provocaron la crisis y la inestabilidad, mientras que “apruebo”
está a favor de la paz y la estabilidad ciudadana. La violencia que preferiría
es la violencia pasiva de abstenerse y boicotear, de no hacer cosas donde se
espera que uno haga algo. Como escribí al final de mi libro sobre la violencia,
a veces lo más auténticamente violento es no hacer nada.
Ha sido muy crítico con la culturalización de la
política, también con las militancias anti-representación. ¿Cómo piensa la
política del siglo XXI?
El siglo
XXI comenzó con los atentados del 11 de septiembre que marcan el fin de la
visión de Fukuyama: ahora sabemos que el sueño de una expansión universal del
capitalismo liberal-democrático ha terminado. Pero estoy dispuesto a dar un
paso más aquí. Lo que hoy debería volverse problemático es precisamente un
rasgo que Marx, Lenin y sus oponentes anarquistas tenían en común: destrozar
los aparatos estatales existentes y reemplazarlos con algún tipo de auto-organización
transparente de la sociedad que excluya la alienación y la re-presentación
política. Por el contrario, pienso que hay que finalmente abandonar el mito de
la inocencia perdida de la “Comuna de París”, como si los comunistas fueran
comunistas antes del terror comunista “totalitario” del siglo XX, como si en la
“Comuna” un sueño se hiciera realidad incluso si la gente efectivamente comiera
ratas ¿Qué pasaría si, en contraste con la gran obsesión por superar la
alienación de las instituciones estatales y lograr una sociedad
auto-transparente, nuestra tarea hoy fuera, casi la opuesta? Es decir,
promulgar una “buena alienación” ¿Qué pasa si necesitamos un conjunto de
instituciones “alienadas”? Que, precisamente como “alienadas”, sustentan el
espacio de nuestra libertad, de la misma manera que podemos pensar y hablar
libremente solo a través del lenguaje, que no es sino una sustancia no
transparente de nuestra vida mental.
Pero da la impresión de que la idea de que no
somos transparentes a nosotros mismos es poco popular, más bien son tiempos de
extrema confianza en la voluntad y el “yo”. Supongo que esa es la parte en que
incorpora el psicoanálisis y a Hegel en sus análisis.
Hago esto
en un movimiento crítico contra el marxismo tradicional que también se basa en
el progreso histórico general que conduciría al comunismo. Entonces los
comunistas pueden así permitirse confiar en la Historia, actuar de acuerdo con
sus leyes y saber lo que hacen. Pero creo que deberíamos darle la vuelta a la
fórmula propuesta por Robert Brandom, el gran hegeliano liberal de hoy: “el
espíritu de confianza”. ¿No es el rasgo más profundo de un verdadero enfoque
hegeliano un espíritu de desconfianza? Es decir, el axioma básico de Hegel no
es la premisa teleológica de que, por terrible que sea un evento, al final
resultará ser un momento subordinado que contribuirá a la armonía general; su
axioma es que no importa lo bien planificada y pensada que sea una idea o un
proyecto, de alguna manera saldrá mal: la comunidad orgánica griega de una
polis se convierte en una guerra fraterna, la fidelidad medieval basada en el
honor se convierte en un halago vacío, el revolucionario luchar por la libertad
universal se convierte en terror. El punto de Hegel no es que este mal giro de
las cosas, podría haberse evitado, sino que tenemos que aceptar que no hay un
camino directo hacia la libertad concreta, la “reconciliación” reside solo en
el hecho de que nos resignamos a la amenaza permanente de destrucción que es
una condición positiva de nuestra libertad.
¿Es feminista?
Sí lo soy.
A lo que me opongo es sólo a cierto tipo de teoría de género que ve la
diferencia sexual como una construcción social impuesta por el orden patriarcal
opresivo, sobre una sexualidad fluida previa. Más bien pienso la diferencia
sexual desde Lacan, que no es binaria en el sentido de una oposición simbólica
fija: es una diferencia “imposible”, una brecha traumática que diferentes
identidades sexuales intentan ofuscar. Otro problema adicional que veo con el
feminismo contemporáneo en los países occidentales desarrollados es que, como
ha demostrado Nancy Fraser, la forma predominante del feminismo estadounidense
fue básicamente cooptada por la política neoliberal: debería haber más mujeres
en posiciones de poder, pero la estructura de poder en sí no debería cambiar;
debemos ayudar a los pobres, pero debemos seguir siendo ricos; no se debe
abusar de una posición de poder en una universidad para obtener favores
sexuales de aquellos que están subordinados a nosotros, pero el poder que no se
sexualiza está bien.
A propósito de la hegemonía que va tomando la
racionalidad de la técnica, y que, como decía Heidegger, la ciencia no piensa
en consecuencias, ¿qué exigencia tiene el pensamiento en el tiempo que nos
toca?
Lo que se
necesita es simplemente un pensamiento filosófico verdadero, un pensamiento que
reflexione sobre los presupuestos e implicaciones de lo que estamos haciendo.
Tendremos que aprender a plantear cuestiones tan básicas. Creo que está
llegando una nueva era de la filosofía.
En un contexto sociopolítico en el cual, como
afirma en “Contra la tentación populista”, se ha perdido la capacidad de
distinguir la izquierda de la derecha, ¿es posible pensar hoy en la posibilidad
de construir un sujeto revolucionario? En ese caso, ¿cómo podría describirse?
Mi postura
es mucho más paradójica. Primero, sobre el populismo: no creo que esos
activistas políticos que se denominan populistas sean realmente de izquierda.
Cuando encontramos populismo en la izquierda es simplemente un signo de que
algo no es verdaderamente radical, de que hay algo falso en ese populismo. Por
eso no creo en el populismo. Especialmente, y ahora voy a la segunda parte de
la pregunta, en relación con la crisis actual (me refiero a la crisis
pandémica), que está explotando en diversas dimensiones. No sé cómo fue en
América Latina, pero en Europa (Italia, Francia, Inglaterra), la primera
reacción fue pensar que los populistas de derecha usarían la crisis para
desembocar en un nuevo movimiento anti-inmigratorio y nacionalista… ¡No! Lo que
efectivamente sucedió es que los tres países más afectados por el coronavirus:
Estados Unidos, Brasil, Rusia (cuatro si sumamos a Inglaterra), tuvieron una
respuesta populista frente al coronavirus. En resumen, no, no es un momento del
populismo. Creo que hay un deseo de que el populismo sea el gran perdedor. ¿Por
qué? Porque el populismo, el populismo actual, no es simplemente un viejo
fascismo. Los populistas juegan un juego en el que aparentan ser radicales,
pero continúan sometidos a las coacciones del capitalismo. Tienen cierta
retórica de pelear contra el enemigo, contra los inmigrantes, pero son solo
juegos de palabras, retórica vacía. Ahora, que debería proveer resultados, el
populismo ha perdido completamente. Por lo tanto, el populismo será la víctima.
¿Cómo se relaciona el concepto psicoanalítico de
la histeria con la necesidad de consumo que parece crecer año tras año, cada
vez con mayor velocidad?
No creo
que el consumo capitalista sea realmente histérico, porque un consumo histérico
implicaría que estemos todo el tiempo disconformes: comprás un producto, que es
una promesa de que será la cosa, el objeto que estás buscando. Pero después
tenés que comprar otro producto, entonces siempre estás disconforme. Yo creo
que el consumismo de hoy es perverso, es la histeria incluida en la perversión,
en el sentido de que un pervertido sabe. Nosotros somos conscientes cuando
compramos una nueva cámara de fotos, una computadora, ropa. Sabemos de antemano
que en cualquier momento vamos a necesitar comprar más cosas, y no nos fastidia
en absoluto. Somos conscientes de esta eterna repetición, y la disfrutamos. No
estamos disconformes. Creo que la verdad sobre el consumismo de hoy es
exactamente opuesta: si comprás una cosa que funciona bien, la podés guardar y
durante uno o dos años probablemente no necesites comprar otra. El consumismo
de hoy no es histérico, exhibe una falsa histeria, subordinada a la economía de
la perversión.
¿Qué piensa hoy del concepto de “intelectual
orgánico” de Gramsci? ¿Cómo lo caracterizaría? ¿Cómo lo actualizaría a la luz
de lo que está pasando hoy en día? ¿Cuál es el rol de los intelectuales hoy?
No quiero
meterme en detalles teóricos, en qué sentido podría utilizarse el concepto de
Gramsci. “Intelectual orgánico”, ¿orgánico de quién? Del movimiento de los
trabajadores. ¿Qué movimiento? Una gran parte de la izquierda de Europa
occidental y de América piensan que lo que queda de la clase trabajadora del
Occidente desarrollado es lo que Lenin denominaba “aristocracia trabajadora”,
que lo único que quieren es mantener sus privilegios, que ya no son, en ningún
sentido, sujetos revolucionarios. Para ellos, entonces, son los inmigrantes del
tercer mundo, tal vez algunos trabajadores precarios e intelectuales. No estoy
de acuerdo con estas afirmaciones. Que ahora estemos en un estado de emergencia
no implica que tengamos que olvidarnos de la política y la ideología. Tenemos
problemas empíricos reales. Es necesario que nos movilicemos, estamos en una
compleja situación de salud y el problema es qué hacer con la economía, etc.
Creo que ahora nuestra realidad nos pone frente a frente con problemas
filosóficos: ¿cuál es el significado de nuestra vida? ¿Cómo debemos reorganizar
nuestra vida? Para Hegel, la filosofía entra en escena cuando aparece lo que él
llama “desesperación”, cuando cierta forma de vida empieza a desaparecer. Y
ahora esto está sucediendo. Queda claro que incluso si la situación mejorara,
no seríamos capaces de volver a la normalidad anterior. Vemos lo que está
sucediendo, la crisis del coronavirus explota en una crisis económica, hay
perspectivas reales de hambre a nivel mundial. El problema es qué nuevo mundo
reemplazará al viejo. No es meramente un problema empírico, político, técnico,
en el sentido de qué debe cambiar. Es una pregunta más fundamental, porque el
capitalismo no es solamente una cuestión económica. El capitalismo es un modo
de vida dirigido hacia la expansión constante, la autorreproducción expandida,
el consumismo, etc. ¿Podemos seguir viviendo de este modo? Son preguntas
filosóficas. Está claro que el tan mentado “American way of life” no va a
sobrevivir. O al menos sobrevivirá, pero de un modo mucho más salvaje. Esta
crisis va a dar un nuevo impulso a intelectuales públicos, gente que está
refiriéndose a cuestiones sociales y existenciales, no solamente en un sentido
técnico sino también en un sentido filosófico serio. Vivimos un momento de
confusión total. Este es el momento de la filosofía. No podemos ni siquiera
pensar qué va a pasar dentro de un año. ¿Va a haber una segunda ola de
coronavirus? ¿Cómo se va a organizar nuestra vida? Y esto no es simplemente una
pregunta empírica de qué podemos hacer para pelear contra el virus. Acá está la
cuestión de cómo reorganizar nuestras sociedades. La dimensión en juego es una
dimensión filosófica. ¿De qué se trata la vida humana? ¿Dónde reside su
libertad, su decencia, etc.?