XIII. Contiendas y camaradería
En la Argentina,
mientras tanto, en febrero de 1940 la UCR ganó las elecciones legislativas en
Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, consolidando así su poderío en
la Cámara Baja. Poco después, el 3 de julio, el presidente Ortiz solicitaba
licencia ante el Poder Ejecutivo debido al serio agravamiento de su diabetes,
enfermedad que lo tenía a mal traer desde su asunción y lo había dejado
prácticamente ciego. Fue entonces reemplazado interinamente por el vicepresidente
Castillo, quien procuró infructuosamente otorgar cierta coherencia a su gestión
en medio de las profundas transformaciones económicas y sociales que se estaban
produciendo. De buenas a primeras, quien había pasado casi en el anonimato y
excluido del poder los dos primeros años de gobierno concordancista se encontró
en el ejercicio de la presidencia. El “saneamiento” electoral que proponía
Ortiz se desmoronó claramente en las elecciones en la provincia de Buenos Aires
que se llevaron a cabo a fin de año. En ellas, el conservador Rodolfo Moreno (1879-1953)
ganó la gobernación tras unas violentas elecciones en las que el fraude, una
vez más, fue un factor determinante avalado por Castillo. En tanto, entre sus
primeras medidas estuvo la designación de Federico Pinedo (1895-1971) como ministro
de Hacienda, quien propuso el llamado “Plan de Reactivación Económica”, un
proyecto que planteaba la necesidad de incentivar la industria y una creciente
intervención del Estado. Él mismo se reunió con Alvear en busca del apoyo
radical para su plan, pero el líder de la UCR se opuso ante la negativa del gobierno
de eliminar las prácticas de fraude electoral.
A la par del comienzo de la guerra, en la Argentina el crecimiento industrial había puesto en evidencia el final del modelo “granero del mundo”, concepto surgido medio siglo antes cuando era una de las mayores abastecedoras de maíz, trigo y avena del mundo, la principal exportadora de lino, de harina, de carnes enfriadas, en conserva y congeladas. Mientras el modelo agroexportador se agotaba y Estados Unidos pasaba a liderar al mundo capitalista en reemplazo de Gran Bretaña, Castillo creó la Flota Mercante Nacional y la Dirección de Fabricaciones Militares, nacionalizó el puerto de Rosario y, ante las denuncias de corrupción que involucraban a ministros de la Nación y a otros funcionarios, determinó la disolución del Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires. También mantuvo la política de obras públicas, característica de los gobiernos conservadores, aprobando la construcción de un aeropuerto en las costas del Río de la Plata e inaugurando la avenida General Paz que limita la Capital Federal con la provincia de Buenos Aires, la primera autovía de calzadas separadas del país que fuera proyectada y supervisada por el ingeniero argentino Pascual Palazzo (1890-1980).
A la par del comienzo de la guerra, en la Argentina el crecimiento industrial había puesto en evidencia el final del modelo “granero del mundo”, concepto surgido medio siglo antes cuando era una de las mayores abastecedoras de maíz, trigo y avena del mundo, la principal exportadora de lino, de harina, de carnes enfriadas, en conserva y congeladas. Mientras el modelo agroexportador se agotaba y Estados Unidos pasaba a liderar al mundo capitalista en reemplazo de Gran Bretaña, Castillo creó la Flota Mercante Nacional y la Dirección de Fabricaciones Militares, nacionalizó el puerto de Rosario y, ante las denuncias de corrupción que involucraban a ministros de la Nación y a otros funcionarios, determinó la disolución del Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires. También mantuvo la política de obras públicas, característica de los gobiernos conservadores, aprobando la construcción de un aeropuerto en las costas del Río de la Plata e inaugurando la avenida General Paz que limita la Capital Federal con la provincia de Buenos Aires, la primera autovía de calzadas separadas del país que fuera proyectada y supervisada por el ingeniero argentino Pascual Palazzo (1890-1980).
Si bien la guerra provocó una disminución de las exportaciones de granos, por otro lado originó un aumento en las ventas de carnes a Inglaterra. Esto, sumado a una reducción de las importaciones también producto del conflicto bélico, implicó que las relaciones comerciales con los británicos arrojaron saldos favorables. Esta circunstancia generó un aceleramiento del proceso de sustitución de importaciones con productos manufacturados en Argentina, que a su vez comenzó a colocar parte de su producción industrial en los países vecinos. En medio de esta coyuntura, se hizo cada vez más visible el distanciamiento ideológico entre Ortiz y Castillo. Radical antipersonalista uno, acérrimo conservador el otro, luego de una reunión entre ambos, el 26 de agosto se anunció la renuncia del gabinete nacional. Castillo, consciente de su debilidad política, conformó un nuevo elenco ministerial variopinto e intentó imponer una dirección propia a las políticas a aplicar lo que, en lo electoral, significó una vuelta a las prácticas fraudulentas, un proceder que se exteriorizó en las elecciones para gobernador en Santa Fe y en Mendoza en diciembre de 1940.
A raíz de esto, un grupo de radicales encabezados por Alvear realizó un acto multitudinario de protesta frente al monumento a Leandro N. Alem (1842-1896), el fundador de la Unión Cívica Radical en 1891, ubicado en la plaza San Martín del barrio de Retiro. En su arenga, Alvear le pide a Castillo que defina si estaba a favor o en contra del fraude. Luego del acto, una columna de manifestantes se dirigió a la residencia presidencial, entonces situada en la calle Suipacha esquina Santa Fe, con el fin de expresar su apoyo a Ortiz: “¡El país quiere a Ortiz!”, “¡Qué vuelva!”, fueron algunas de las consignas que se escucharon en medio de la confusión y algunas corridas. Sabedor de que esa sucesión de hechos era el preanuncio de una crisis en ciernes, Castillo intentó reunirse con Alvear en su residencia de Mar del Plata con la idea de establecer una tregua entre radicales y conservadores, pero la gestión fracasó. Alvear, definitivamente enfrentado a Castillo, se negó a concretar dicha reunión.
Por otro lado, el hecho de que Castillo continuase la política exterior de Ortiz manteniendo la neutralidad argentina en la guerra que se desarrollaba en Europa, provocó numerosas reacciones airadas desde sectores doctrinariamente antagónicos. Intelectuales y políticos, profesores y estudiantes, tanto radicales y conservadores como estalinistas y socialistas criticaron el neutralismo tildándolo de “nazifascista”. Sólo los militantes de FORJA y pequeños grupos trotskistas persistieron en la postura de que Argentina se mantuviese ajena al conflicto. En tanto Ortiz seguía interviniendo con declaraciones públicas sobre el desarrollo de los acontecimientos políticos más trascendentales, lo que llevó a Castillo a buscar el apoyo más de los sectores nacionalistas del Ejército que de la corporación conservadora, asignándole a las Fuerzas Armadas funciones que no eran originalmente de su competencia, lo que contribuyó a convertirlas en un actor político imbuido de ideas nacionalistas.
Los primeros días de enero de 1941, Perón emprendió el regreso a la Argentina desde Lisboa en el buque Serpa Pinto, propiedad de la Companhia Colonial de Navegacão portuguesa, previo paso por Burdeos, Francia, donde presenció la entrada del ejército alemán, y por Madrid, donde se conmovió por la destrucción que había dejado en España la Guerra Civil. Desde lo personal, Perón quería quedarse el mayor tiempo posible en Europa, pero desde Buenos Aires había llegado la orden de que todos los oficiales argentinos en misión de estudio en los países en guerra volvieran al país. Ya en la Argentina, Perón dictó una serie de conferencias sobre el estado de la situación bélica en Europa, fue ascendido al grado de coronel y nombrado profesor técnico del Centro de Instrucción de Montaña del Regimiento de Infantería Cazadores de Los Andes, el que fuera creado en 1939 en Mendoza por el general Edelmiro Farrell (1887-1980). “He regresado de Europa y solo he tenido tiempo de arreglar mis valijas para trasladarme a Mendoza, donde me esperaba la Dirección del Centro de Instrucción de Montaña, por largo tiempo acéfala. Ahora soy montañés, actividad por la que siempre he sentido una natural inclinación. Nacido en la montaña y pasado en ella mis años juveniles, vuelvo, casi viejo, a darle lo mejor de mis energías y de mi corta experiencia militar. Por eso estoy contento aquí y gano horas a los días para mi trabajo”, escribió en una carta que le envió al general Alexis von Schwarz (1874-1946) quien había sido su docente de Fortificaciones Militares en su paso por la Escuela Superior de Guerra y le había prestado un libro en idioma italiano sobre la batalla de Cannae librada en el año 216 a.C. entre el ejército cartaginés y las tropas romanas, el cual, diría Perón “me lo devoré en una sola noche”.
Asimismo, cumpliendo funciones Farrell y Perón viajaron a Covunco, en el Departamento Zapala de la provincia de Neuquén. Allí trabaron amistad con el teniente coronel Domingo Mercante (1898-1976), quien había estado destinado con Perón en la Escuela de Suboficiales en la década del ’20. Durante esta etapa Perón consolidó los conocimientos adquiridos en sus misiones anteriores e inició la síntesis de un pensamiento estratégico que penetraría en la política y ocuparía la historia de las ideas del país de la segunda mitad del siglo XX. Para algunos historiadores, en ese primer encuentro entre Perón, Farrell y Mercante se sentaron las bases del llamado Grupo de Oficiales Unidos (más conocido por la sigla GOU), una logia secreta de tendencia nacionalista que nacería formalmente dos años después conformada por jefes y oficiales de todo el país. En diciembre de ese año se les sumaría el coronel José Humberto Sosa Molina (1893-1960), comandante del Destacamento de Montaña Cuyo.
Paralelamente, en Buenos Aires, una comisión parlamentaria dedicada a la investigación de actividades antiargentinas informaba sobre el activismo cada vez más fervoroso de los grupos nazis locales apoyados desde la embajada alemana. Denunciaba también al embajador Edmund von Thermann (1884-1951) por su campaña propagandística por medio de la financiación de medios de prensa pro-nazis, entre ellos los diarios “El Pampero” y “La Mazorca” y la agencia de noticias “Transocean”. Tras la denuncia y el escándalo por el espionaje alemán el embajador von Thermann fue declarado persona “non grata” por el gobierno argentino, lo que le valió la salida del país. Ello no impidió que los grupos de extrema derecha, ultranacionalistas, católicos y antisemitas siguieran actuando intransigentemente. Entre ellos se destacó la Alianza Libertadora Nacionalista, una agrupación fundada en junio de 1938 sobre la base de la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios (UNES) por Juan Queraltó (1912-1987) con el nombre de Alianza de la Juventud Nacionalista. Con una composición predominantemente juvenil, la Alianza movilizó a muchos militantes, puso en circulación sus propios periódicos y folletos y extendió su red de adhesiones a muchas ciudades del interior. Con abiertas simpatías hacia el nazismo, el fascismo y el falangismo, promovían el establecimiento de un estado corporativo autoritario.
A comienzos de la década del ’40 había en la Argentina ciento setenta y seis establecimientos educativos alemanes con una población escolar de trece mil doscientos estudiantes que eran adoctrinados en el racismo más exacerbado y la simbología nazi sin que el estado reaccionara. En la antes mentada obra “1943”, María Sáenz Quesada -su autora- expresa que la enseñanza era impartida sólo por docentes arios bajo la directiva de preservar la cultura alemana y evitar que los germanos “se integraran al crisol de razas del proyecto argentino sin la autoconciencia y el instinto de raza que debían caracterizar a todo alemán”. Así, “sin tapujos, los símbolos del nazismo y la propaganda del régimen se introdujeron en las escuelas”. Salvo unas pocas excepciones -sólo siete escuelas-, los emblemas más conocidos del régimen establecido en Alemania -la cruz gamada, el himno “Horst Wessel Lied” y los retratos de Hitler- fueron utilizados en los colegios alemanes sin que las autoridades argentinas actuaran para prohibirlos. Incluso al cantar el himno nacional argentino, los estudiantes tenían que mantener el brazo levantado tal como el característico saludo impuesto por Hitler en Alemania. Esta metodología también se difundía a través de periódicos y revistas como “Mitteilungsblattes”, “Deutsehe La Plata Zeitung”, “Der Tromniler” y “Die Watch”, medios todos ellos fervorosos propagandistas del régimen nazi. Sólo el “Argentinisches Tageblatt” atacaba desde sus editoriales al nacionalsocialismo.