20 de diciembre de 2020

1913-1943. Los prolegómenos del peronismo

XVI. Un castillo de naipes

En “Mañana es San Perón” el historiador argentino Mariano Plotkin (1961) se explayó sobre el tema: “El fuerte nacionalismo, el ultra catolicismo y el ferviente anticomunismo fueron los lineamientos generales para que la logia captara en un primer momento las adhesiones de los sectores más conservadores de la sociedad argentina. Como bien fue manifestado en su primer documento, muchas de las directivas del GOU estaban en sintonía con la posibilidad de una situación de guerra. En este sentido, los militares -autoproclamados protectores de la política de defensa nacional- interpretaron lo estatal sobre la base de esa lógica de conmoción”. Y en otro apartado explicó que, para los miembros del GOU, “los enemigos podían llegar a ser los Estados Unidos, los comunistas, los socialistas, los conservadores, como así también la masonería ‘creación judía apoyada por las fuerzas de extraordinaria importancia. Es una temible organización secreta de carácter internacional y por lo tanto enemiga del Estado y del Ejército por antonomasia’. También bajo esta idea muy amplia entraba el Rotary Club, una ‘institución similar y verdadera red de espionaje y propaganda internacional judía al servicio de Estados Unidos’”.
“Para ellos -dice Plotkin-, el sindicalismo argentino estaba contaminado por el germen del comunismo internacional, mientras que la problemática de las desigualdades sociales y sus derivaciones en la vida económica perturbaban la paz social de la República. Del mismo modo, para el GOU la posible democratización del sistema político luego de la experiencia conservadora era un tema de principal importancia. Desde un primer momento los miembros del grupo consideraban que ‘el pueblo no será tampoco quien elija su propio destino, sino que será llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo. La ley ha pasado a ser el instrumento que los políticos ponen en acción para servir sus propios intereses personales en perjuicio del Estado. Algunos desean que el ejército se haga cargo de la situación, otros encaran el asunto por el lado nacionalista, otros por el comunismo y los demás se desentienden de todo mientras puedan vivir’”.
Al respecto, en otro de los documentos del GOU puede leerse: “En tanto los capitalistas hacen su agosto, los intermediarios explotan al productor y al consumidor. El gobernante se cruza de brazos ante el aparente panorama de bienestar; los pobres no comen ni se calzan ni visten conforme a sus necesidades. Las ciudades y los campos están poblados de lamentaciones que nadie oye; el productor estrangulado por el acaparador, el obrero explotado por el patrón y el consumidor literalmente robado por el comerciante. Tal es el panorama. El político al servicio del acaparador, de las compañías extranjeras y del comerciante judío y explotador desconsiderado mediante la paga correspondiente. La solución está precisamente en la supresión del intermediario político, social y económico. Para lo cual es necesario que el Estado se convierta en órgano regulador de la riqueza, director de la política y armonizador social. Ello implica la desaparición del político profesional, la anulación del negociante acaparador y la extirpación del agitador social”.


El politólogo uruguayo Alberto Spektorowoski (1952) analizó en su ensayo “Argentina 1930-1940. Nacionalismo integral, justicia social y clase obrera” las ideas imperantes en la Argentina de entonces. Dentro de las distintas variables del nacionalismo, los temas de la justicia social y del desarrollo industrial eran temas centrales, y a esas cuestiones no fue ajeno Perón. “Puede decirse que sus pensamientos de esta hora reflejan el clima de ideas que se vivía en el país y en el mundo en esos años y que él, en su intuición, las ponderó para orientar su praxis inicial: estas ideas básicamente tenían que ver sobre el nuevo rol del Estado y la relación con las masas, centradas en la cuestión social y el industrialismo, ideas en discusión en la sociedad argentina durante las décadas anteriores y que Perón percibió desde su cultura militar de la ‘Nación en armas’. Hay algunos temas centrales en su pensamiento: Un primer punto es el de la ‘organización’ tema que lo impresionó en sus experiencias de Alemania e Italia. ‘La organización es, sin duda, un imperativo importante de estos tiempos. No hay nada sin organización’. Librada a sí misma, a su espontaneidad, la sociedad es desordenada y amenaza a la integridad del cuerpo social y la unidad nacional. Sin organización, la sociedad se precipita en la disolución y anarquía. Los trabajadores, la ‘masa trabajadora’, son un dato inherente a la sociedad moderna que el Estado debe integrar. Libradas a sí mismas, sin organización, son un hecho amenazador: ‘las masas inorgánicas son siempre más peligrosas para el Estado y para sí mismas. Una masa trabajadora inorgánica como la que querrían algunas personas, es un fácil caldo de cultivo para las más extrañas concepciones políticas e ideológicas’”.
El clima socio-político imperante en el mes de mayo de aquel año era por demás efervescente. Pese a las continuas advertencias de sus asesores, el presidente Castillo desestimó toda posibilidad de un golpe de Estado. Incluso el dirigente de la FORJA Arturo Jauretche le había alertado a Castillo: “Si usted otorga mayor importancia a sus compromisos con los políticos conservadores que al Ejército, éste dejará de apoyarlo”. A pesar de esto, el pronunciamiento era inminente y no sólo el que promovían los integrantes del GOU. El ya mencionado general Arturo Rawson, sin vinculaciones con la logia, también realizaba sus maniobras para derrocar al gobierno. Rawson era un ferviente católico, miembro del conservador Partido Demócrata Nacional y de una tradicional familia de la aristocracia argentina que mantenía contactos con el sector más conservador del radicalismo. Dirigía un grupo de conspiradores que simpatizaban con los aliados que sería conocido como “los generales del Jousten”, dado que el lugar donde se reunían era el restaurante del hotel Jousten ubicado en la avenida Corrientes y 25 de Mayo, el mismo en el que espías alemanes e ingleses se daban cita con nombres supuestos, pasaportes falsos y profesiones aparentes.


El investigador argentino Julio Mutti (1978) cuenta en su ensayoGolpe de 1943: causas y papel real del GOU”: “La situación finalmente eclosionó a finales del mes de mayo de 1943. El aroma a golpe podía olerse en el aire porteño. Los radicales, con Juan Cook a la cabeza, no tuvieron mejor idea que ofrecer la candidatura presidencial al ministro Ramírez, quien en un principio parecía bastante entusiasmado. Pero Castillo se anotició de la jugada de su ministro nacionalista y pronto entraron en conflicto”. Efectivamente, al enterarse Castillo de la componenda, echó por decreto a Ramírez, le impuso un arresto que debía cumplir en las oficinas del Ministerio de Guerra y nombró al almirante Mario Fincati (1865-1962) en su lugar. “Entonces Ramírez -continúa Mutti- comenzó a moverse en las sombras. El coronel Enrique P. González, del GOU, como en tantas otras oportunidades, tomó la iniciativa. Ramírez dio libertad a la logia y les recomendó que hallaran a un general con mando de tropa que les permitiera montar la revolución. Pronto hallaron dispuesto al general Arturo Rawson, quien siempre dijo que tenía a su propio grupo de insurrectos. La noche del 3 de junio, todos los conjurados más importantes se reunieron en Campo de Mayo para ultimar detalles y coordinar el golpe que al día siguiente derrocaría a Castillo. Pronto se unieron los comandantes de tropas. Esa fría noche había catorce líderes militares; solo tres eran oficiales del GOU. Perón estaba citado a Campo de Mayo, pero no apareció en todo el día o esa noche. Y el día 4 sólo hizo su aparición cuando era un hecho que la revolución había triunfado”.
En la citada reunión en Campo de Mayo, Ramírez expuso los postulados que justificaban el movimiento: la eliminación de la candidatura de Patrón Costas a la presidencia de la República, la disolución o depuración de los partidos políticos y el llamamiento a elecciones basadas en comicios limpios en reemplazo de la baja politiquería de los comités utilizada hasta entonces. Aunque no contaba con muchas fuerzas militares, Rawson aceptó hacerse cargo del alzamiento, sobre todo gracias al apoyo que obtuvo del comandante de la Brigada de Caballería de Campo de Mayo, el coronel Elbio Anaya (1889-1986), y del director de la Escuela de Caballería, el coronel Leopoldo Ornstein (1898-1973). Entre los militares a quienes Rawson invitó a sumarse al levantamiento figuraba el coronel Perón, quién se excusó y manifestó que invitaría a su viejo amigo el general Farrell, pero éste se excusó igualmente y no quiso intervenir. Sin embargo, esa misma noche, desde el Comité Nacional de la UCR se lanzaba un comunicado interno que decía: “Hay oficiales radicales en la conspiración y también anda un coronel, no muy radical pero bastante culto para ser militar, un tal Juan Perón”.


Daniel Muchnik (1941), periodista e historiador argentino, cuenta en su obra “La Revolución del 43. Los primeros pasos del peronismo” los pormenores de aquella jornada: “En la madrugada del 4 de junio de 1943 el movimiento militar dirigido por el GOU depuso al presidente Castillo. El diario ‘La Nación’ publicó en la tapa de su edición la fotografía del general Arturo Rawson, aparente jefe del movimiento (así lo afirmaba), quien asumió la condición principal con bastón de mando, en los balcones de la Casa Rosada. Hasta Plaza de Mayo una columna militar que salió de Campo de Mayo, al desfilar ante el edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada, en lo que es hoy la Av. del Libertador, mantuvo un fiero tiroteo con la gente de la Marina que no se había plegado a la toma del poder. Se registraron más de 80 muertos. El desconcierto ganó las calles. Algunos despistados creían que era un rescate de la imagen de Yrigoyen, fallecido hacía una década. Pero los ultras y pronazis proclamaron a los gritos que el golpe militar servía para ‘salvar a la patria de la demagogia radical, la corrupción parlamentaria y, sobre todo, del avance del comunismo’”.
En un primer momento Castillo intentó preservar su gobierno refugiándose en el buque “Drummond”, un rastreador de la Marina de Guerra con el que viajó hasta La Plata donde finalmente firmó su renuncia. A su regreso fue detenido por unas semanas y, tras su liberación, viajó al Uruguay y allí se exilió un tiempo hasta que regresó a una casa familiar en la provincia de Buenos Aires, totalmente retirado de la actividad política. Quince meses después de su derrocamiento falleció teniendo en su cuenta corriente únicamente 47 pesos con 25 centavos. El costo del sepelio ascendía a 290 pesos. Sus amigos tuvieron que pagarlo. Con el paso de los años se lo recordaría como un abogado que fue durante muchos años profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde llegó a ocupar el decanato; por su paso como gobernador de facto de la provincia de Tucumán tras el golpe de 1930; por sus puestos de ministro de Justicia e Instrucción Pública y del Interior durante el gobierno de Justo; por haber llegado a la vicepresidencia tras las fraudulentas elecciones de 1937 integrando la fórmula con Ortiz; por haber sido el 23º presidente constitucional de la Argentina tras la muerte de aquél; y por haber mantenido la neutralidad argentina en la 2º Guerra Mundial a pesar de las presiones diplomáticas de los Estados Unidos. Desde un punto de vista humorístico, también se lo recuerda por evitar firmar los documentos abreviando su segundo nombre -Antonio- con una “S” en vez de la “A” ya que podía leerse como “Ramona”, y por el complejo que tenía con su baja estatura física, lo que lo llevó a ponerse en puntas de pie durante los actos protocolares.
Entre el 26 y el 29 de marzo de 1970, el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez (1934-2010) entrevistó a Perón en Madrid. Parte de la grabación de esa charla fue publicada en la revista “Panorama” y años más tarde publicadas íntegramente en el libro “Las memorias del general”. Así relató Perón los sucesos de junio de 1943: “A mi regreso de Europa, en una reunión secreta, informé lo que había visto. El ministro de Guerra me encontró razón, pero los otros generales cavernícolas, que pretendían convertir al Ejército en una guardia pretoriana, me acusaron de comunista. Se resolvió sacarme de circulación: fui a parar a Mendoza, como director del Centro de Instrucción de Montaña. Allí pasé ocho meses, hasta que me nombraron en la Inspección de Tropas de Montaña. Fue entonces cuando se presentaron ante mí ocho o diez coroneles jóvenes, que habían escuchado mi conferencia secreta y me ofrecían su adhesión. ‘No hemos perdido el tiempo’, me dijeron. ‘Hemos organizado en el Ejército una fuerza con la cual podemos tomar el poder en veinticuatro horas’. Era el GOU, Grupo de Oficiales Unidos. En aquel momento estaba por elegirse a Robustiano Patrón Costas como presidente, en uno de esos ‘fraudes patrióticos’ que preparaban los conservadores en nuestro país. Los coroneles me dieron un susto de la ‘madonna’: era el destino el que se me ponía por delante. Les dije: ‘Muchachos, espérense. Tomar el gobierno es algo demasiado serio. Con eso no se puede jugar. Dénme diez días para pensarlo’”.


“Lo primero que hice -continuó Perón- fue llamar a Patrón Costas, con quien teníamos amigos comunes. Lo invité a pasar por casa. Allí se quedó cinco horas hablando conmigo. Era un hombre inteligente. Comprendió mis explicaciones sobre el nuevo giro que tomaban las cosas en el mundo con gran penetración y rapidez. Le dije que no aceptara la candidatura presidencial porque no llegaría a la elección. O en el caso de que llegara, lo iban a sacar del puesto enseguida. Tan convencido quedó el hombre luego de hablar conmigo, que hasta me dio la impresión de que quería acompañarme. Llamé entonces a los radicales. Cuando vi que el apoyo era grande, llamé al grupo de coroneles y les dije que en efecto algo se podía hacer. Toda revolución implica dos hechos: el primero es la preparación humana, el segundo la preparación técnica. De la preparación humana se encargan un realizador y cien mil predicadores, pero para la otra hay que formar un organismo de estudio que fijará los objetivos ideológicos y políticos de la revolución y preparará los planes para realizarla. Luego de esta reunión, los muchachos dijeron: ‘Está bien, tomaremos el gobierno’”.
No hay uniformidad de criterios entre los historiadores en cuanto a si fue o no Perón quién redactó el manifiesto público tras el golpe de Estado. Como quiera que fuese, la proclama de los militares rebeldes decía que “se ha defraudado a los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado, y la corrupción” y “se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública, explotándolo en beneficio de siniestros personajes movidos por las más viles pasiones”. Por esta razón “las Fuerzas Armadas, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de la patria, como asimismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo argentino deciden cumplir el deber de esta hora” y propugnan “la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes malhabidos”. Se comprometen a luchar por “mantener una real e integral soberanía de la nación, por cumplir firmemente el imperativo de su tradición histórica, por hacer efectiva una absoluta, verdadera y real unión y colaboración americana y cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales”.