30 de agosto de 2011

Annie Leonard: "No nos faltan cosas, lo que nos falta es compartirlas" (2)

En "La historia de las cosas", Annie Leonard llama la atención sobre los peligros del consumo inmoderado para el medio ambiente. El libro está organizado en cinco secciones: "Extraction"
(Extracción), "Production" (Producción), "Distribution" (Distribución), "Consumption"
(Consumo) y "Disposal" (Desecho). La ambientalista comienza contando su infancia en los bosques del estado de Washington y su preocupación al ver que, a medida que crecía, los árboles se alejaban más y más de las ciudades, como retrocediendo ante una fuerza imparable. Contrasta este daño estético con otro mucho más cruel como lo es la pérdida del hogar o del trabajo que la deforestación causa en los países en desarrollo ya que 300 millones de personas viven en los bosques, de las cuales 60 millones son indígenas. Además, 1.000
millones de personas en situación de extrema pobreza encuentran en los bosques y las selvas su principal fuente de vida. Los bosques naturales son reemplazados por plantaciones de árboles cuya madera se utiliza para hacer casas, muebles o pulpa de celulosa. En términos de biodiversidad, las diferencias son notables: en apenas diez hectáreas de la selva de Borneo hay más de setecientas especies de árboles, la misma cantidad que en toda América del Norte. Tras ampliar el arco a otros seres vivos, Leonard advierte que, de la exuberante biodiversidad de las selvas tropicales, sólo conocemos el 1% de las especies benéficas. Barrer esa pluralidad para dar paso a incontables pinos o eucaliptos es como apostar un inmenso capital a un billete de lotería. Pero la maquinaria de consumo es difícil de parar: sólo los estadounidenses usan una cantidad de papel que permitiría levantar una pared de tres metros de altura de Nueva York a Tokio. A nivel mundial, el consumo de papel se ha sextuplicado en los últimos cincuenta años. El panorama de la minería no es menos grave. Por el agotamiento de las vetas, la industria hace estallar las montañas y las disuelve en enormes piletones con agua y cianuro. Así, por ejemplo, para hacer una alianza de matrimonio se producen veinte toneladas de residuos peligrosos. Otros objetos terribles son los celulares, los reproductores de audio portátiles, los videojuegos y los controles remoto, aparatos que requieren tantalio, una de las mayores riquezas de la República Democrática del Congo. En el año 2000, por citar un caso, el lanzamiento de la consola de juegos PlayStation 2 hizo disparar el precio del tantalio y desató un conflicto bélico que se ha cobrado la vida de 4 millones de personas. Para la extracción del mineral, en los yacimientos se emplea tanto a prisioneros de guerra como a pobladores locales, principalmente niños, que son reducidos a la esclavitud y se enfrentan al hambre, las enfermedades y el abuso sexual. De esta manera, los niños del Congo son enviados a morir en las minas para que los niños estadounidenses y europeos puedan matar alienígenas imaginarios en el living de sus casas. En el capítulo "Producción", Leonard informa sobre los cien mil compuestos sintéticos que se usan hoy en la producción industrial. La historia de una lata de aluminio muestra que las inequidades entre países desarrollados y subdesarrollados favorecen el derroche: el traslado de esta industria desde los primeros a los segundos, con energía barata, esconde su verdadero costo. Una simple remera ilustra un camino de transformaciones que van del consumo de agua (el del algodón es uno de los cultivos más irrigados) a los agroquímicos (aunque ocupa el 2,5% de las tierras del mundo, consume el 10% de los fertilizantes y el 25% de los insecticidas); al cloro, las tinturas, el formaldehído, la soda cáustica para tratar las telas. Muchas de las sustancias utilizadas en el acabado de la prenda están vinculadas a dermatitis, problemas respiratorios, ardor en los ojos y hasta cáncer. Los impactos ambientales, analizados en el capítulo "Distribución", dejan de manifiesto desventajas claras del libre mercado en un mundo globalizado: por barco se mueven más de 1.500 millones de toneladas anuales de mercaderías. Eso supone 140 millones de toneladas anuales de combustibles: casi un cuarto de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, responsable del cambio climático. La sección "Consumo" pone el acento en los Estados Unidos criticando su cultura de "más es mejor", y cita al Happy Planet Index (Indice del Planeta Feliz) -que realiza la New Economics Foundation- que lo coloca en el puesto 114 entre 143 naciones. "Fuera de la vista, fuera del sitio, fuera de la mente" es donde va a parar el vasto conjunto que integra el apartado "Desecho". Esa relativa invisibilidad de la basura es gran parte del problema. Reutilizar y reciclar es clave, pero no alcanza con controlar la basura hogareña: los desechos industriales representan entre cuarenta y setenta veces más que los domiciliarios. La siguiente entrevista a la autora de "La historia de las cosas" fue realizada por Marina Aizen y apareció publicada en la revista "Viva" del 31 de octubre de 2010.


Una de las características del capitalismo es la necesidad de crecer sin fin. Cuanto más, mejor. ¿Cómo se sale de esta trampa?

Esa es, quizá, la pregunta más importante de nuestro tiempo porque va justo al corazón del asunto. Hay muchas maneras en las que podemos liberarnos de esta trampa. Una de ellas es tener una medida diferente de progreso. Ahora, los gobiernos solo miden el progreso cuantificando el dinero que cambia de manos. Es una medida defectuosa, porque abarca muchas cosas que no tienen nada que ver con el progreso; por ejemplo, un derrame de petróleo o la construcción de una nueva prisión. Se miden las cosas equivocadas. Y porque les prestamos atención a las cosas que medimos, estamos creando políticas que apoyan las cosas equivocadas. En vez de investigar cuánto dinero cambia de manos, deberíamos medir cuán saludables son nuestros niños, cuán limpia es el agua, si tenemos trabajos dignos y seguros... Esas son las cosas que realmente significan progreso.

Parece que los gobiernos pueden aceptar la discusión de tener fuentes de energías renovables, pero ningún país que yo conozca promovería el consumo de menos cachivaches. ¿Por qué será así?

Esto está conectado a la idea de poner en cuestión lo que hoy se entiende por crecimiento económico, porque se puede discutir sobre energías limpias sin cuestionar nuestro paradigma económico.

No conozco ningún político que diga que necesitamos consumir menos. Ni siquiera los más progresistas...

Es cierto. Pero la verdad es que alguna gente necesita menos cosas y otra gente necesita más cosas. Cuando hablamos de consumo es importante decir que muchos de nosotros, como la gente de mi país, Estados Unidos, necesita menos cosas, porque consumimos mucho. Pero también hay mucha gente en el mundo que necesita más cosas para sobrevivir. Eso es inmoral.

¿Por qué piensa que la gente asocia las cosas al progreso?

Por varias razones. Una, que nuestros gobiernos miden el progreso por PBI, pero también porque hay una gran comercialización de nuestras vidas. Estamos bombardeados constantemente con mensajes que nos dicen que si tenemos más cosas que sean lindas, más nuevas, mejores, somos más felices. A veces me pregunto cómo sería el mundo si nos mandaran mensajes diciendo que estamos bien como estamos, que es mejor compartir que acumular.

La industrialización nos alejó del ciclo de vida de las cosas. No sabemos cómo empiezan y como terminan. Denunciar este proceso, ¿es suficiente para transformar la cultura consumista?

No. Es sólo el primer paso, porque no podemos hablar de algo hasta que sabemos que existe. Luego, lo que debemos hacer es transformar esa conciencia en acción.

¿Quién es más responsable por el medio ambiente? ¿El consumidor o el fabricante?

Creo que el fabricante tiene más responsabilidad porque sus decisiones tienen un impacto más grande. Por ejemplo, cuando yo voy a un negocio, puedo intentar hacer la mejor elección posible, pero las elecciones que yo puedo hacer están predeterminadas por fuerzas que están fuera de ese negocio: por el industrial y por el gobierno. Si querés provocar cambios no es cuando estás en un comercio. Por supuesto que podés comprar el producto ambientalmente más sano, pero las responsabilidades más grandes las tienen los que hacen los productos, decidiendo qué químicos usan o si un producto debe estar diseñado para que se le pueda hacer una mejora o para ser reciclable. La gente que está a cargo del diseño de estos productos es la que tienen las decisiones.

Y hablando de diseño, justo le iba a preguntar por mi iPod. A mí me encanta el mío, pero hace un año que me lo compré y ya parece un aparato obsoleto. Es frustrante. Pero, ¿se puede producir la innovación si no es a través de la corta vida de los productos?

El ejemplo del iPod es perfecto, porque la gente que los diseña es obviamente brillante. Los que trabajan en el diseño de aparatos electrónicos son genios en la innovación, pero el problema es que no se han fijado en el impacto en la salud y el medio ambiente de la misma manera que han mirado otras innovaciones. Los hacen más lindos, más rápidos, pero, ¿por qué no les sacan los químicos tóxicos? Tendrían que usar esa capacidad genial de innovar para hacerlos más seguros para los trabajadores que los fabrican y para los consumidores, para hacerlos más durables. Si tu computadora o tu iPod se pueden mejorar, ¿por qué tenés que tirar los viejos modelos? ¿Por qué no se pueden abrir y cambiar las partes que es preciso cambiar? Nosotros los llamamos "diseños para tirar"; están diseñados para que sean difíciles de reparar y difíciles de reciclar.

¿La innovación fue mala para el medio ambiente?

La innovación es mala para el medio ambiente si alienta a que la gente tire cosas que están en perfecto estado. Cuando el iPhone 4 salió, había millones de personas que tenían un iPhone 3 y que los tiraron sólo para tener uno nuevo porque tiene más onda. Muchas veces la gente tira cosas porque hay importantes innovaciones. ¿Te acordás del teléfono que tenía el tamaño de un portafolio? Es maravilloso que lo hayan podido innovar. Pero muchas veces la innovación es sólo cuestión de estilo. Están haciéndonos creer que la innovación equivale a estatus social. Eso me preocupa. Y cuando algo tiene una real innovación, ¿por qué tenemos que tirar todo el aparato viejo? Los iPods, las computadoras y los teléfonos son difíciles de reciclar porque tienen diferentes tipos de tornillos y de plástico. Si los fabricantes usaran los mismos materiales sería más fácil...

Entonces, deberían cambiar el foco de la innovación para ser más amigables con el medio ambiente...

Deberían hacer las dos cosas: innovar para un producto mejor, pero también innovar para hacer un producto más saludable, tanto para el planeta como para los que los fabrican. Muchos de los trabajadores que hacen estos productos están expuestos a contaminantes peligrosos y no está bien que haya gente que se enferme de cáncer para que podamos comprarnos teléfonos nuevos.

Cuénteme como es un día en su vida. ¿Compra cosas? ¿Qué es lo que evita comprar? ¿Qué consume?

Lo más importante que hago es compartir mucho. Soy amiga de mis vecinos y conozco a todos los de mi cuadra, así que compartimos las cosas. Compartir es una estrategia tan importante para luchar contra el consumo, porque cuando vivís en una sociedad individualista todo el mundo tiene que poseer lo que necesita, lo que provoca daño al medio ambiente y hace que nuestras casas estén llenas de cachivaches. Mi hija quería tomar lecciones de tenis y necesitaba una raqueta; en vez de comprarla, primero le pregunté a un vecino si tenía una.

¿Qué cosa no compra de ninguna manera?

Evito plásticos hechos con PVC y cosas nuevas. Compro usado para no crear basura. También me gusta comprar cosas hechas o producidas localmente.

En Estados Unidos finalmente tienen un presidente que entiende lo que es el calentamiento climático. Pero lo primero que hizo es reproducir la misma lógica de crecimiento y consumo. Si Estados Unidos no cambia, ¿cómo podemos esperar que cambie el mundo?

Los Estados Unidos tienen que cambiar. Estamos fuera de escala: tenemos el 5% de la población mundial y consumimos el 30% de los recursos. Pero los otros países no deben esperar que cambiemos. Somos un mal ejemplo. No deben copiarnos. Conserven las cosas de sus culturas que son más saludables para el planeta y la economía.

Su libro menciona varias veces la palabra "esperanza". Pero, ¿tiene realmente esperanza?

Si, y por un montón de razones. Entre ellas, en todos los lados a donde voy encuentro gente que quiere vivir de manera diferente. Ahora estamos usando globalmente un planeta y medio en término de recursos, cada año. No se puede seguir así indefinidamente. Tenemos que cambiar. La pregunta es cómo vamos a cambiar; no si vamos a cambiar. Y tenemos que cambiar todo, desde la manera de ir al baño hasta lo que comprarnos... Si. Pero el cambio no significa miseria o volver a las cavernas. Si aprendemos a hacer las cosas con menos tóxicos, si aprendemos a compartirlas y a reducir la emisión de basura, podemos tener largas y felices vidas sostenibles.