Vicente Battista (1940) es una de las voces más sólidas y originales de la literatura argentina. En 1967, con su primer libro de cuentos, "Los muertos", obtuvo una mención en el Premio Literario Casa de las Américas. Desde entonces ha publicado cinco novelas y varios volúmenes de cuentos, entre ellos "El mundo de los otros" editado en 2006 justamente por
Casa de las Américas en La Habana (Cuba). Ese mismo año fue miembro del jurado del Premio Casa 2006 para el género cuento. En esa ocasión -durante un receso de la copiosa lectura que junto a otros jurados realizaba en la ciudad de Cienfuegos- Battista conversó con Deny Extremera de "La Ventana", el portal informativo de la prestigiosísima institución cultural cubana, una de las más respetadas y fecundas de América Latina, responsable de la notable fuerza de cohesión insuflada en la creación artística y el despliegue intelectual de la región. La charla se complementa con otra que sostuvo con Javier García Crocco de "La Máquina del Tiempo", la revista virtual de literatura que dirige Hernán Isnardi. En la compilación editada de ambas entrevistas, Battista habló sobre su historia, sus juicios acerca de la literatura y sus proyectos. A continuación la primera parte de esos diálogos.
En los años '60 integró la redacción de la revista literaria "El Escarabajo de Oro", y más tarde fundó y dirigió, junto a Mario Goloboff, la revista de ficción y pensamiento crítico "Nuevos Aires". ¿Qué inquietudes tenía por entonces y cuál fue el aprendizaje en aquellos años?
Los sesentas fueron muy importantes para nosotros, entre otras cosas porque estábamos por los veinte años… Teníamos la Revolución Cubana como referente inmediato, la realidad de un gobierno socialista en América Latina, una cosa impensada, siempre soñada pero nunca concretada hasta entonces. Entonces era una revolución triunfante, hablada en español, y a pocas millas de la casa del gran enemigo. Todo eso era una llamarada de esperanza muy especial para aquellos años, un mazazo. Tal es así que una de las frases que circulaba entonces era que la cordillera de los Andes iba a ser la Sierra Maestra de la América; lamentablemente no pasó así, aunque ahora se están revisando algunos temas. Hay un péndulo a la izquierda, en algunos casos no tan revolucionarios como hubiéramos deseado, pero después del espanto de las experiencias neoliberales que sufrimos, es bastante… Volvamos a los sesentas: había una necesidad de recuperar el ser latinoamericano y con ese ímpetu empezamos a fundar revistas. Ya éramos escritores y eran revistas literarias, pero marcadamente políticas aunque no partidarias sino de una clara inclinación a la izquierda. La primera experiencia la tuve con "El Escarabajo de Oro"; cuando me integro a ella ya era una revista fundada, la dirigía Abelardo Castillo. Desde entonces hasta hoy somos grandes amigos, nos seguimos entendiendo y queriendo con la misma pasión de los años mozos. Yo tenía veinte o veintiún años, y para mí fue muy importante, era un escritor incipiente y estar en permanente contacto con una revista que llevaba no sólo a compartir la mesa de discusión de material, sino también compartir alegrías y pesares. Sacar una revista por aquellos años no era altamente peligroso como fue después con la última dictadura, pero eran gobiernos militares que te prohibían de alguna u otra manera… "El Escarabajo...", por ejemplo, nace de una revista anterior, "El Grillo de Papel", de la que salieron seis números hasta su clausura. Lo que se hacía era, tras la clausura, sacar otra, esencialmente la misma y con el mismo diseño, pero con el nombre cambiado. Luego, más en los setentas, busqué fundar otra revista con otro amigo, Mario Goloboff, que se llamó "Nuevos Aires", una revista que catalogamos de ficción y pensamiento crítico y que, debido a la época política y social en que aparece, va dejando de lado la ficción para ponerse más en el hecho político. Recuerdo que en el primer número publicamos una nota de un obispo o cura cubano, que se llamaba Arce Martínez, y explicaba la Revolución desde el cristianismo. Eso molestó mucho a algunos en Argentina, sobre todo a los grupos católicos más reaccionarios. También publicamos materiales de Coco e Inti Peredo, que estaban entonces en la lucha, y bueno, la seguimos haciendo hasta que, por diferentes circunstancias, Mario por una parte y yo por la otra, pero con una semana de diferencia, salimos a Europa… El se fue a la Universidad de Tolousse y yo a Barcelona. Y estuvimos varios años en Europa, hasta que volvimos con la democracia. Para mí la experiencia de las revistas literarias fue esencial, sobre todo en "El Escarabajo de Oro", porque en "Nuevos Aires" ya, digamos, era mayor, andaba por los treinta y tenía un par de libros publicados. Pero en "El Escarabajo..." el grupo humano fue muy rico, muy convocador, muy provocador en el sentido de provocar a escribir, sin por eso ser contrincante de nadie. No postulamos el éxito sino la calidad, cosa que ahora cambia con los valores de algunos, con la obsesión por el éxito de ventas y la publicidad; a nosotros nos importaba más, cuando sacábamos un libro, la crítica de una revista literaria, de una revista política o cultural, que la crítica de un diario como "La Nación". Estaban tan marcadas las pautas que si "La Nación" de pronto nos elogiaba, nos preguntábamos: "¿Qué estaremos haciendo mal?". Ahora los tiempos cambiaron, ahora quieren que los elogie "La Nación" y el resto les importa poco.
Respecto a los "best-sellers" y la mercadotecnia en la industria editorial, ¿qué está sucediendo con la literatura y los lectores?
Le están haciendo mucho daño. Fíjate que el lector es un personaje muy especial, que le da sentido a la literatura. Lo que vos escribas o yo escriba no tiene sentido si no hay lector. Uno escribe para el otro. Eso no significa -y ahí entramos en el campo del "best-seller"- hacer concesiones para el lector. Cuando Joyce estaba escribiendo "Ulysses" (Ulises), y más aún en "Finnegan's wake" (El despertar de Finnegan), estaba escribiendo con el lector, no estaba haciendo ninguna concesión, pues no son libros de fácil lectura. El lector, en sí, se ha transformado por aquello de la cadena de éxitos y que todo se mide por éxitos y fracasos: tantos libros vendiste, tanto vales. En los sesentas, vos publicabas un libro y te preguntaban y decías: "Bien, salió una crítica muy buena allá, otra acá…". Ahora responden: "Uff, ya voy por la segunda edición". Ojo, "best-sellers" hubo siempre. Allá por los fines del XIX y principios del XX había en Italia una señora que escribía novelas a raudales, Carolina Invernizio, nombre que no te dice nada en el campo de la literatura pero que en ese momento era una escritora de mucho éxito. Claro, el mundo sabía que era una pésima escritora; por consiguiente, los lectores de verdad no le daban bola y los editores publicaban grandes novelas, grandes cuentos y, además, los escritos de Invernizio para ganar algún dinero. Esas aguas estaban separadas, pero con el correr del tiempo lamentablemente se unieron.
¿Podemos buscar puntas de por qué se unieron?
Recuerdo que hace unos años, una escritora española del tipo de la Invernizio, Corín Tellado, publicó cientos de libros, todos malos, con miles y miles de lectores, sobre todo lectoras, y no hay nada de machista en el comentario. En cierta oportunidad, dos personajes que son bastante interesantes para tomar en cuenta en este análisis, grandes escritores, Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante, levantaron la figura de Corín Tellado no por la calidad de su obra sino por la cantidad de libros vendidos. Es decir, pusieron a Corín Tellado, la sacaron del campo del "best-seller" y demás, y la pusieron en el campo de la gran literatura, donde no pertenecía. Y ahí se empiezan a juntar las cosas. Por ejemplo, si vos estás viendo una telenovela, que sabes es mala, y en otro momento una película de Fellini, Bergman… Imagínate que eso se mezcle, y en un festival internacional de cine, al lado de "Citizen Kane" (El ciudadano) pongan "Mamita querida" o cualquiera de esas telenovelas. Se inventan nuevas fórmulas, lo categorizan, a veces catalogándolo como producto "kitsch", para intentar ubicar ese producto en el mercado. Una vez que se consigue, ya se empiezan a mezclar los tantos. Aparece "Cien años de soledad", novela insuperable, y se convierte en "best-seller", y se mezcla "Cien años de soledad" con cualquiera de los "best-sellers" comunes, porque en ambos casos venden mucho, pero en uno es la calidad y en el otro porquería, y aparece "Il nome della rosa" (El nombre de la rosa) y vende mucho, y últimamente aparecen muchas novelas como "The Da Vinci code" (El código Da Vinci), que está mal escrita, que es malísima, y la gente la compra por millones. El mismo caso de "Harry Potter" es una estafa, y te mezclan "Harry Potter" con "The lord of the rings" (El señor de los anillos). No, "El señor de los anillos" es una obra inmortal, y "Harry Potter" es una tontería puramente capitalista. De pronto, el "best-seller" copa las grandes editoriales y devora las grandes obras. Ahora, atención, los editores actuales tienen un concepto de ganancia inmediata. Una de las características que tenían las grandes editoriales era el catálogo. Vos tenías un autor y a lo largo de la vida editorial ese autor iba a seguir siendo gustado y publicado, cuando sabías que tenías a un clásico contemporáneo. El editor de Dan Brown o de la autora de "Harry Potter" debe estar contentísimo, gana millones, y sabe que de aquí a tres, cinco o no más de diez años, todo eso desaparece. No obstante, tienen que seguir editando a los grandes, porque eso es lo que le va a dar categoría a la editorial. Cuando quiebra Losada, el único valor real que tenía era el catálogo, en el que estaban Neruda, León Felipe, Alberti, toda la poesía española del exilio, y Sartre, Camus… Eso era el catálogo, nombres que no mueren. Si nos encontramos dentro de cuatro años, vas a ver que Dan Brown ya no existe. Ese lector que lo único que le interesa es la lectura ligera para entretenerse, para pasar el rato, para no pensar, bueno, está en todo su derecho, pero al escribir uno no apuesta a eso.
Con Abelardo Castillo tuvo la experiencia de todo joven escritor que se acerca a otro reconocido para llevarle su obra y que la considere, exponiéndose a ese trauma que puede ser el rechazo…
Yo era muy joven. Abelardo no era mucho más viejo, sólo me lleva cinco años. Pero él tenía un libro publicado y un premio ganado con una obra de teatro, "El otro judas". En la primera reunión de "El Escarabajo..." a la que fui, en un café tradicional de Buenos Aires, llevé un cuento, "Arriba en el altillo". Estaba convencido de que había escrito uno de los cuentos más importantes de mi vida. Yo siempre digo a los alumnos: "Cuando escriban, tienen que pensar que están escribiendo lo mejor que se ha escrito hasta el momento. Lo terrible es que lo sigan pensando después". En ese momento, yo lo seguía pensando después. Leí el cuento -en "El Escarabajo..." eran muy poco clementes, no había elogios sino críticas, y muy fuertes. Y se hace un silencio total, y Abelardo, sentado frente a mí, me dice, literalmente: "este cuento es una mierda". Y agregó: "sin embargo, aquí hay un cuentista". Y empezó a marcar detalles, y yo, que era un chico orgulloso, le dije: "bueno, lo voy a corregir", y me pasé seis meses corrigiéndolo. Lo volvió a leer y lo publicó en "El Escarabajo...". Fue mi primera experiencia. Más tarde, ya amigos, le dije a Abelardo: "vos no podés reaccionar así con todo el mundo, porque te encontrás con un tipo medio decaído y le dices eso y no te digo que lo lleves al suicidio pero termina en la filatelia y era buen escritor".
¿Qué cualidades valora al leer un texto?
Esencialmente, su escritura.
Y de esa escritura, ¿qué es lo que rescata o qué es lo que resulta de su agrado?
Bueno, mirá, hay como cierta magia interior en todo texto. Vamos a tomar un ejemplo. No, mejor dos. Uno puede ser Borges. ¿Qué es lo que nos fascina de Borges? Su escritura, además su temática. Borges puede proponer todo un sistema filosófico en un cuento de seis, siete páginas. Y todo eso lo consigue porque esencialmente tiene una manera de llevarte a través del texto con sus palabras, que son sus palabras, nunca mejor dicho. Borges no deja alumnos. A Borges o lo imitás -y entonces sos un pobre imitador- o lo empezás a entender desde la interioridad de su escritura y entonces sí pueden surgir alumnos. Miguel Briante, lamentablemente hoy no del todo recordado, sí supo leer a Borges y articular una escritura de enorme calidad, donde se advierte lo borgiano sin ser copia. Vayamos al otro ejemplo: Roberto Arlt, del que no se puede decir que era un exquisito de la lengua o del idioma. Pero Roberto Arlt tenía una fuerza, una furia interior, que hacía que también, mágicamente, aquellos momentos más fuertes de sus novelas y cuentos estuviesen perfectamente escritos. Después, en los costados, podía tener alguna deficiencia, pero fue un gran escritor. Me pasa cuando leo originales para un concurso, de pronto encuentro un texto que tiene defectos técnicos, pero por la manera de ofrecerlo, de darle fuerza -algo que está más allá de las enseñanzas académicas- me doy cuenta de que ahí hay un escritor. Y quizás otro que aparece correctamente escrito, como yo digo: sujeto, verbo y predicado, está muy bien, pero falta literatura. La síntesis de todo eso puede ser, a mi criterio, un Juan Rulfo. No sé si estoy respondiendo tu pregunta.
No, sí. Me gustaría que me diga si en un texto le agradan o desagradan los adverbios por ejemplo, o la rima, etcétera.
Eso tiene que ver la mecánica de la escritura y también con los estilos, con los géneros. Yo soy un admirador de Faulkner pero leo con más agrado a Hemingway, por poner dos norteamericanos, dos premios Nobel, dos grandes escritores. ¿Por qué me sucede esto? Porque mi escritura se parece más a la de Hemingway. Yo no soy un lector de Proust, uno de los grandes autores del siglo XX. Sin embargo, las novelas que constituyen "A la recherche du temps perdu" (En busca del tiempo perdido) me apasionan menos que el "Ulises" de Joyce. La gran literatura barroca, como ya habrás comprendido, no es una de mis devociones. Recuerdo que cuando Cortázar habló maravillas de Lezama Lima y de "Paradiso", corrí a las librerías a comprarlo. Lo había editado Daniel Divinsky, lo tengo todavía ahí. Confieso haber leído sólo un poco más que medio centenar de páginas. Borges me justificó, el decía que si un texto no te entra, no te esfuerces. No es culpa de Lezama Lima, sin duda es un escritor enorme.
Estamos hablando de gustos literarios. ¿Cómo sería la novela que le gustaría escribir?
Normalmente, la que estoy escribiendo es la que me gusta escribir. Suelo decirle a los participantes de los talleres que escriban con la seguridad de que están produciendo la obra más importante en toda la historia de la literatura. Lo terrible es que luego del punto final te lo sigas creyendo. Al menos, es lo que me sucede a mí. Aquello que me había parecido perfecto, comienza a dejar de serlo no bien comienzo a corregirlo. En realidad, siempre pensé que escribir es corregir. Corregir es cortar. Y así llego al texto que no es perfecto, porque no existe el texto perfecto. Si lo fuera, sería la escritura de Dios y para eso tendríamos que aceptar su existencia y ahí ya entraríamos en otro terreno.
Es conocido su gusto o inclinación por el género policial.
Sí, me han rotulado y yo me dejo rotular. Pero sí es un género que me gusta y, creo, conozco bien. Sobre todo la llamada literatura Negra. Las novelas de Agatha Christie o los cuentos de Conan Doyle me gustan, pero como mero entretenimiento. En cambio, cuando entro en Hammett, en Chandler, en Jim Thompson, para apenas dar tres ejemplos, ya estamos frente a un verdadero trabajo de escritura. Ahí la violencia está dada por el texto. Entre los cultores del género enigma y el género negro, hay un escritor que admiro y envidio: Georges Simenon. No solamente por Maigret sino por sus novelas en general. Maigret es la síntesis de la novela policial de enigma y del policial negro: el comisario tiene la caballerosidad y la ética de los detectives privados, de Poirot o de Sherlock Holmes, cuenta con la astucia para resolver casos de enigma y, por otro lado, maneja los códigos de los detectives de la novela negra: conoce los códigos de los bajos fondos, sabe cómo llegar al delincuente siguiendo los pasos que articulara el fundador del género. Me refiero a Edgar Poe, por supuesto. Recordemos "The purloined letter" (La carta robada). ¿Qué es lo que hace Dupin? Muy simple: se pone en el lugar del otro, primero lo estudia a fondo y de inmediato piensa de qué modo habrá procedido, así llega a la resolución del caso. El comisario Maigret es un genuino heredero del caballero Dupin; en definitiva, ambos actúan en París.