La ambientalista Annie Leonard (1964) nació en Seattle, Washington, cursó sus estudios universitarios sobre comercio internacional en el Barnard College de la Columbia University y realizó su tesis sobre planificación urbana y regional en la Cornell University, ambas en Nueva York. Luego de haber trabajado en distintas organizaciones ecologistas como
Greenpeace Internacional, Essential Action o Global Greengrants Fund, Leonard se hizo sumamente popular cuando, en diciembre de 2007, realizó "The story of stuff" (La historia de las cosas), un video dinámico y repleto de datos que muestra los ocultos costos ambientales y sociales del actual sistema de producción y consumo. La película de 20 minutos de duración -que ha sido vista por millones de personas a través de internet-, es el producto de dos décadas de investigación realizada en centenares de fábricas, minas y basurales de más de cuarenta países. Luego del éxito obtenido con su primer documental, realizó "The story of cap and trade" (La historia de los límites y comercio de derechos de emisión) en 2009; "The story of bottled water" (La historia del agua embotellada"), "The story of cosmetics" (La historia de los cosméticos) y "The story of electronics" (Historia de los equipos electrónicos) en 2010; y el reciente "The story of citizens united vs FEC" (La historia de los ciudadanos unidos contra la Comisión Electoral Federal) en 2011. El año pasado, "La historia de las cosas" fue publicado en formato de libro. En él, la ecologista estadounidense profundiza el tema desarrollado en el documental alertando sobre la catástrofe ambiental que genera el consumismo irracional y desaforado. Para Leonard, que los objetos -especialmente los tecnológicos- estén diseñados para tener una vida efímera no es casual, y este fenómeno se encuadra perfectamente en lo que los economistas marxistas denominan la "obsolescencia acelerada de los bienes de producción". Es decir, un ciclo vicioso y perverso de extracción de materias primas, producción, distribución, consumo y la ulterior disposición de los desechos industriales que producen la contaminación que está destruyendo el planeta. La preocupación por esta problemática registra algunos antecedentes entre los que merecen mencionarse "Silent spring" (Primavera silenciosa), el libro que la bióloga estadounidense Rachel Carson (1907-1964) publicó en 1962 para advertir sobre los efectos nocivos de los pesticidas sobre el medio ambiente y la salud; o los más recientes "No logo" (El poder de las marcas) de la economista canadiense Naomi Klein (1970) y "Consuming life" (Vida de consumo) del sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925). Leonard -que recorre las escuelas de Estados Unidos con el fin de concientizar a los jóvenes sobre cómo ellos pueden cuidar y dejar de perjudicar el medio ambiente- hace hincapié en mostrar aquello que las corporaciones, las marcas, los publicistas, los medios y los demás
integrantes del ecosistema capitalista intentan ocultar detrás de cada cajita feliz, detrás de cada afiche protagonizado por hombres y mujeres sonrientes que, tras la simpática fachada, esconden la tácita consigna de lograr la felicidad mediante el consumo desenfrenado. En su libro no ahorra críticas a su país, cuya cultura de "más es mejor" y su mercantilismo extremo no impiden que se ubique en el último lugar entre los países industrializados según el Indice de Pobreza Humana que elabora el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) mientras su gasto militar representa el 42% del gasto mundial. Naturalmente, criticar el tan mentado "american way of life" despertó la ira de algunos nostálgicos del macartismo ultraconservador, acusándosela de "adoctrinar a los niños en el antiamericanismo". Aunque se plantea mantenerse al margen de cualquier ideología política, resulta claro que el capitalismo no le parece a Leonard el mejor de los sistemas. "Necesitamos comprender el verdadero valor de nuestras cosas, mucho más allá del precio de venta y mucho más allá del estatus social que confiere su posesión -escribe-. Una sociedad basada en la reciprocidad generalizada es más eficiente que una sociedad donde se negocia cada interacción. No nos faltan cosas, lo que nos falta es compartirlas". "Los libros de texto dicen que las cosas simplemente se mueven a través de un sistema que comienza con la extracción, sigue con la producción, la distribución, el consumo y la disposición de los desechos. A esta suma de etapas se le llama la 'economía de los materiales'. Yo indagué un poco más -dice Leonard-. De hecho, pasé diez años viajando por el mundo para rastrear de dónde provienen nuestras cosas y adónde van, y descubrí que ésta no es toda la historia, que hay muchos huecos en esta explicación. A primera vista, este sistema parece funcionar bien. Sin ningún problema. Pero la verdad es que es un sistema en crisis. Y la razón por la que está en crisis es que se trata de un sistema lineal y nosotros vivimos en un planeta finito". Lo que sigue es una de las entrevistas que le fueran realizadas con motivo de la publicación de "La historia de las cosas". En este caso se trata de la lograda por Martina Gallo para la revista "Quid" nº 32 de febrero/marzo de 2011.
Recientemente se publicó "La historia de las cosas". ¿Con qué se encuentra el lector en ese libro?
Comparto las historias que recopilé pero en forma más profunda que en la película. Quise develar los impactos ocultos de toda nuestra producción y los patrones de consumo. Pero lo más importante es que doy señales de esperanza y ejemplos de cómo podemos hacer las cosas de otra forma para vivir en un mundo más sustentable y más justo.
Usted habla de un círculo vicioso: trabajar-mirar-gastar. ¿De qué se trata?
El norteamericano medio está trabajando más horas, mirando más TV y gastando más tiempo y dinero comprando que en décadas anteriores. Los analistas dicen que tenemos menos tiempo de ocio que años atrás y que en el poco tiempo de ocio que tenemos ¡miramos TV y compramos! Pasamos menos tiempo con nuestros hijos, con la comunidad o comprometidos en actividades civiles-sociales que generaciones anteriores. Estamos metidos en esta ridícula rueda de trabajar-mirar-gastar, donde tenemos que trabajar como perros para mantener lo que compramos. Estamos exhaustos, estresados y sin tener toda la diversión que podríamos. Ya no nos comprometemos con la comunidad en la que vivimos por lo cual no podemos abastecemos de las cosas tradicionales que aporta el vivir en comunidad como el cuidado de los chicos, ayuda para mudarse, una charla con un amigo cuando estás bajoneado, compartir el auto para ir a algún lado, entretenerse y sociabilizar. Todas estas cosas, que la comunidad solía dar gratis, se está volviendo una mercancía y salimos a buscarlas al mercado de consumo. Irónicamente, esto significa que tenemos que trabajar más duro para obtener el dinero para pagar por ello. Es una rueda que implica moverse más y más rápido para estar siempre en el mismo lugar.
¿Cuál sería la solución?
Desenchufarse de la TV e invitar a nuestros vecinos a cenar, descender el nivel de consumo, divorciarnos de esa idea de que somos mejores cuanto más tenemos y repensar nuestras prioridades para invertir más en las cosas que nos dan satisfacción verdadera: familia, amigos, comunidad.
¿Qué cambios realizó en su vida desde que conoció los problemas que produce el consumo desmedido?
Reduje el consumo de plástico al mínimo porque es uno de los productos más tóxicos que existen. Compro verdura orgánica, llevo una bolsa de tela al supermercado, evito los productos con demasiado envoltorio y comparto cosas en vez de comprar todo lo que necesito. En términos de reducir los desperdicios a nivel doméstico, utilizo un compuesto para todo lo orgánico. Mantener los desperdicios orgánicos fuera de los vertederos de basura reduce el volumen de basura y el metano, un gas muy potente que ayuda al efecto invernadero. Camino o uso mi bicicleta y no uso secarropas, cuelgo en una cuerda en el jardín. Pero lo más sustentable que hago es vivir en comunidad. Conozco a mis vecinos y me preocupo por ellos. Nos turnamos para cuidar a nuestros hijos. Compartimos las herramientas de jardinería, nos intercambiamos libros, ropa, nos pasamos las bicicletas de los chicos a medida que van creciendo, repartimos los huevos que nos sobran y nos regalamos tortas calientes. Nos prestamos atención y estamos cerca cuando alguien necesita una mano. Pertenecer a una comunidad bien constituida me permite acudir a mis amigos y vecinos, en vez de al mercado, para muchas de las cosas que necesito.
¿Cuál es el más grande mito en materia de conservación del medio ambiente?
Creer que las cosas pueden cambiar siendo responsables individualmente. Claro que eso ayuda, pero aunque convenzamos a cada persona sobre la tierra para que sea responsable -lo cual es imposible- no sería suficiente. Debemos involucrarnos con organizaciones y pedir políticas que realmente se comprometan en crear un sistema de cambio.
¿Qué ocurre con el reciclado? ¿No es esa una solución?
Reciclar es un arma de doble filo porque devuelve los materiales al ciclo de producción para que las industrias lo reutilicen. Lo bueno es que reduce la cantidad de desperdicios en los vertederos e incineradores y la necesidad de extraer de las minas o de los bosques. Pero reciclar, por sí sólo, nunca será suficiente; incluso puede convertirse en un problema: si los productos consumidos contienen químicos tóxicos, como casi siempre ocurre, entonces el reciclado perpetúa el uso de tóxicos. Reciclar PVC, por ejemplo, expone a los trabajadores a gases tóxicos y crea otro producto tóxico que cualquiera puede adquirir. Y ni hablar de los tóxicos que contienen los productos electrónicos que son tan difíciles y peligrosos de reciclar que las leyes prohiben hacerlo en Estados Unidos. Entonces, todo eso se exporta a Asia para ser procesado en instalaciones que no tienen en cuenta los daños ambientales ni la protection del trabajador. Tiramos el problema para otro lado. El reciclado es siempre la tercera opción: reducir-reutilizar-reciclar.
¿Cómo cree que se producirá el cambio de mentalidad?
No lo sé, pero no tenemos mucho tiempo para decidirnos. Estamos a un paso de provocar el colapso de varios sistemas biológicos; nos estamos quedando sin pescado; muchas comunidades en todo el mundo se están por quedar sin reservas de agua. Los bebés llegan al mundo polucionados con químicos agrícolas y otros químicos. Muchos científicos aseguran que sólo quedan menos de diez años para actuar seriamente si queremos que la vida en el planeta siga siendo tal como la conocemos. Otros científicos dicen que ya es tarde para detener estos drásticos cambios ecológicos y que tenemos que enfocarnos en adaptarnos a la vida en un planeta que será totalmente distinto. Cada dia que pasamos sin tomar cartas en el asunto se lleva un pedacito de esperanza.
¿Hay alguna conexión entre las cosas materiales que obtenemos y la felicidad?
La hay y generalmente la entendemos mal. La publicidad nos bombardea con mensajes que dicen "más es mejor". En un punto es verdad. La mitad de la población mundial vive con menos de 2 dólares por día. Mucha gente necesita más comida, más ropa, más refugio, más educación, más energía, más salud. Pero la conexión "más es mejor" no se extiende indefinidamente. Después de un punto, cuando las necesidades básicas materiales están cubiertas, más no es igual a mejor. Hay estudios psicológicos que documentan que los niveles de felicidad han ido decayendo a través de las décadas a pesar del incremento del consumo. De hecho, muchos estudios demuestran que los grandes consumidores de cosas materiales sufren de más ansiedad, inseguridad y tristeza. Llega un punto en que tener más cosas, es tóxico: literal y espiritualmente. No digo que tener algo nuevo nunca nos haga felices. Pero a veces esa felicidad es efímera y luego sólo nos quedamos con algo más para mantener y con las ganas de ir por un objeto más nuevo.