20 de diciembre de 2007

17 de marzo de 1883: Engels despide a su amigo

Como teoría, el materialismo histórico se inscribe en la historia de la producción de conocimientos científicos como un hito fundamental, pero con una especificidad decisiva, ya que realiza un análisis teórico e histórico de las leyes generales del funcionamiento de las sociedades -particularmente la capitalista-, asi como las de su quiebra y superación histórica.
El filósofo argentino Oscar Landi (1939-2003), explicó en la introducción de "El materialismo histórico" (1973) que "la fundación del materialismo histó­rico sería un momento específico de la práctica revolucionaria de dos hombres que, asumiendo el punto de vista proletario, otorgaron un fundamento científico a su ideología. Este hecho marcaría totalmente sus vidas y en este caso no nos encontraremos sólo con las vicisitu­des de los sabios sumidos en la pobreza y la marginacíón social, pues su producto no es mercancía rentable para el capitalismo, sino, ade­más y decisivamente, con la participación y el apoyo de ambos a las luchas obreras, con las persecuciones y destierros a que se vieron sometidos a causa de ellos".
A partir de abril de 1845, cuando, en Bruselas, Friedrich Engels (1820-1895) se encontró con Karl Marx (1818-1883), se estrechó entre am­bos una relación de colaboración y de amistad que terminó sólo con la muerte de Marx.
Como dijo uno de los principales biógrafos de Marx, el historiador alemán Franz Mehring (1846-1919): "La imagen de esta amistad no tiene par en la historia. Nunca falta­ron, ni faltan tampoco en la historia alemana, esos amigos célebres, tan identificados, que entre ellos no hay mío y tuyo, pero siempre queda en el fondo un residuo arisco de obstinación o de independen­cia, aunque no sea más que una secreta y recatada repugnancia a renunciar a esa personalidad que es, según las palabras del poeta, la suprema dicha de los hijos de la tierra. Así, un Lutero no veía en Melanchton, en resumidas cuentas más que al erudito flaco de ánimo, y éste en aquél al rudo labrador, y no hace falta tener gran agudeza de percepción para penetrar, en las cartas cruzadas entre Goethe y Schiller, en la secreta disonancia que reinaba entre el gran consejero de la corte de Weimar y el modesto poeta. La amistad que unía a Marx y Engels estaba libre de este fondo de miseria humana; cuanto más se entretejían sus ideas y su obra, más resaltaba la personali­dad propia de cada uno de ellos. Engels reconoció siempre en Marx la superioridad del genio; a su lado, no quiere destacarse nunca en primer plano. Pero, en realidad, jamás fue mero intérprete o auxi­liar suyo, sino que fue siempre su colaborador autónomo, pues su talento, si bien no se confundía con el de Marx, no era inferior a él".
El entrelazamiento indisociable de esta amistad fue bosquejado por el mismo Engels, cuando en su discurso ante la tumba de Marx del 17 de marzo de 1883, pronunció estas palabras:
"El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suave­mente en su sillón, pero para siempre.
Es desde todo punto imposible calcular lo que el proletariado mili­tante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurí­dicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad bur­guesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones ante­riores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críti­cos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un solo campo que Marx no sometiese a investigación -y estos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno solo-, incluyendo las matemáti­cas, en que no hiciese descubrimientos originales.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el goce que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier cien­cia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse aún en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influen­cia revolucionarla en la industria y en el desarrollo histórico en gene­ral.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o de otro modo, en el derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la concien­cia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera mi­sión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera "Gaceta del Rin", 1842; "Vorwarts" de París, 1844; "Gaceta Alemana" de Bruselas, 1847; "Nueva Gaceta del Rin", 1848-1849; "New York Tribune", 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por últi­mo, nació como remate de todo la gran Asociación Internacional de los Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiese creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republica­nos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían en lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y Amé­rica, desde las minas de Siberia hasta California. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra".