América
Latina rara vez fue objeto de atención por parte de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich
Engels (1820-1895). Para la conciencia europea del siglo XIX, esta región del
mundo era casi una tierra desconocida, y sólo grandes acontecimientos como la
lucha por la independencia hispanoamericana, la guerra de México o la
intervención anglo-franco-española contra ese mismo país, obligaron a algunos
estudiosos y políticos del Viejo Mundo a recordar que el término América no
siempre era un sinónimo de Estados Unidos.
Pese a su
talento y a sus intereses poco menos que enciclopédicos, Marx y Engels no
fueron en ese aspecto una excepción. Los textos suyos referidos directa o indirectamente
a América Latina, aunque más abundantes de lo que generalmente se supone, representan
una parte muy pequeña de su obra total. La filosofía alemana, la economía
política inglesa y el socialismo francés, vale decir lo que el principal
dirigente de la Revolución de Octubre Vladimir Lenin (1870-1924) llamó con
acierto las “tres fuentes del marxismo”, se fusionaron en lo que a América se
refiere, menos felizmente, más conflictiva y trabajosamente que en otras
esferas del ideario de Marx.
En 1975,
el investigador uruguayo Pedro Scarón (1941) reunió una cantidad de textos y
fragmentos de la obra de Karl Marx y Friedrich Engels en “Materiales para la
historia de América Latina”, en el que es posible reconocer varias etapas en el
desarrollo del pensamiento de los filósofos alemanes sobre el problema nacional,
y en particular sobre la expansión de los grandes países del Occidente europeo
a expensas del mundo extraeuropeo.
Una primera, con fecha de comienzo
aproximada en 1847 y que se cierra con el término de la guerra de Crimea en
1856, se caracterizó por el repudio moral a las atrocidades del colonialismo
combinado con la más o menos velada justificación teórica del mismo. Los famosos
artículos sobre la dominación británica en la India enunciaban notablemente
esta posición, reseñada así por el propio Marx en una carta del 14 de junio de
1853 a Engels: “He proseguido esta guerra oculta (a favor de la centralización)
en mi primer artículo sobre la India, en el que se presenta como revolucionaria
la destrucción de la industria vernácula por Inglaterra. Esto les resultará muy
chocante (a los editorialistas de ‘The New York Daily Tribune’, el periódico
norteamericano en el que colaboraba Marx). Por lo demás, la administración
británica en la India, en su conjunto, era cochina y sigue siéndolo hasta el
presente”. A juicio de Marx y Engels el capitalismo desarrollado de países como
Inglaterra ejercía una influencia civilizadora sobre los países bárbaros, aún
no capitalistas; los sacaba de su quietud para arrojarlos violentamente a la
senda del progreso histórico. Las consecuencias devastadoras de la libre competencia
a escala mundial eran tan positivas como las que resultaban de aquélla en el
interior de un país capitalista cualquiera. La libertad comercial aceleraba la
revolución social.
Era
natural, entonces, que Marx, “solamente en ese sentido revolucionario”, se
pronunciara en esa época a favor del libre cambio. Todavía a fines del decenio
de 1850 Marx se burlaba del proteccionista norteamericano Henry Carey (1793-1879)
porque éste, aunque consideraba armónico el aniquilamiento de la producción
patriarcal por la industrial dentro de un país determinado, tenía por inarmónico
el que la gran industria inglesa disolviera las formas patriarcales o
pequeñoburguesas de la producción nacional de otros países.
Dentro de
la misma Europa, determinadas naciones eran para Marx y Engels las portadoras
del progreso histórico, mientras que las demás no tenían otra misión que la de
dejarse absorber por sus vecinos más poderosos. A la pregunta de si esta
postura no contradecía la exigencia internacionalista formulada en el “Manifest
der Kommunistischen Partei” (Manifiesto del Partido Comunista), aquella consigna que
demandaba la unidad de los proletarios de todos los países, excluyendo implícitamente
las rivalidades nacionales entre ellos, Marx y Engels, muy posiblemente,
habrían respondido que la pregunta estaba mal planteada: aquella consigna sólo
podía tener validez para las relaciones entre países donde hubiera proletarios.
“En todos los países civilizados el movimiento democrático aspira en última
instancia a la dominación política por el proletariado. Presupone, por ende que
exista un proletariado; que exista una burguesía dominante; que exista una
industria que produzca al proletariado y que haya vuelto dominante a la
burguesía. De todo esto no encontramos nada en Noruega ni en la Suiza de los
primitivos cantones”. En principio, entonces, pretender aplicar a la guerra
entre Estados Unidos y México los principios de lo que después se llamó
internacionalismo proletario, habría sido visto por Marx y Engels como el colmo
de la desubicación histórica.
Hacia 1856
se abrió una nueva etapa en el pensamiento de Marx y Engels sobre el problema
nacional y colonial, la que duró aproximadamente hasta la fundación en Londres
de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o Primera
Internacional en 1864. Se trató de una fase de transición en la que Marx y
Engels no revisaron claramente sus concepciones teóricas sobre la relación
entre las grandes potencias europeas y el mundo colonial o semicolonial, aunque
en sus escritos acerca del tema, el aspecto que prevalece -en la mayor parte de
los casos- es la denuncia de los atropellos de aquellas potencias y la
reivindicación del derecho que asistía a chinos, indios, etc., de resistir
contra los agresores u ocupantes extranjeros.
Los
límites del tercer período se pueden fijar entre 1864 y la muerte de Marx. Si
desde cierto punto de vista es exacto que Marx fue uno de los principales
fundadores de la Internacional, no menos cierto es que ésta contribuyó a
desarrollar el internacionalismo de Marx, a liberarlo de elementos
contradictorios de ese internacionalismo. Es notable, en este período, el
cambio de posición de Marx con respecto a la cuestión irlandesa. Mientras que
en 1848 Marx hacía suya la ambigua consigna de establecer una firme alianza
entre los pueblos de Irlanda y Gran Bretaña, en cartas de noviembre de 1867 le
escribió a Engels: “Antes consideraba imposible la separación entre Irlanda e
Inglaterra. Ahora la considero inevitable, si bien después de la separación
puede establecerse una federación”. La unión de 1801 entre Inglaterra e
Irlanda, al dejar sin efecto las tarifas protectoras establecidas por el
parlamento irlandés, destruyó toda vida industrial en Irlanda. El librecambista
de 1848, en 1867 era un lúcido expositor de la necesidad de que países como
Irlanda defendieran de la competencia británica -erigiendo barreras
protectoras- sus incipientes industrias.
No menos
profunda es la evolución del pensamiento de Marx, durante el período, con
respecto a la India, momento en el cual, el autor de “Das kapital” (El capital)
se aproximó a la noción del subdesarrollo. Muy lejos quedó la tesis según la
cual el capitalismo inglés engendraría la industria moderna en su inmensa
colonia asiática: “Más que la historia de cualquier otro pueblo, la
administración inglesa en la India ofrece una serie de experimentos económicos
fallidos y realmente descabellados (en la práctica, infames). En Bengala crearon
una caricatura de la gran propiedad rural inglesa; en la India Sudoriental, una
caricatura de la propiedad parcelaria; en el Noroeste, en la medida en que les
fue posible, transformaron la comunidad económica india, con su propiedad
comunal de la tierra, en una caricatura de sí misma”.
El apoyo
de Marx a la rebelión de los indios ya no fue, en esos años, de índole
fundamentalmente moral. Diversos textos sugieren que Marx se persuadió de la
incapacidad de Inglaterra para cumplir en la India con la segunda fase de la
doble misión que le había asignado en los artículos de 1853, aquellos de “sentar
los fundamentos materiales de la sociedad occidental en Asia”.
A fines de
este período, meses antes de la muerte de Marx, Engels realizó una
importantísima contribución teórica al definir, respondiendo a consultas del
líder socialdemócrata alemán Karl Kautsky (1854-1938), la política que a su
juicio debía mantener, en sus relaciones con el mundo colonial, el proletariado
victorioso. Partiendo de la tesis de que la revolución socialista sería llevada
a cabo por la clase obrera de los países europeos más adelantados (y por la de
los Estados Unidos), Engels estableció que el proletariado se haría cargo provisionalmente
de las colonias pobladas por indígenas, a las que habría de conducir, lo más rápidamente
posible, a la independencia.
Sin
embargo en 1866, en una serie de artículos escritos a solicitud de Marx, Engels
seguía negando a los -por él denominados- residuos de pueblos (servios, checos
y rumanos) el derecho a una existencia nacional independiente, a la que sí eran
acreedores los grandes pueblos dotados de “fuerza vital”. En los años
siguientes, la militancia en la Internacional y en el movimiento socialista europeo
hizo que pronunciamientos de este tipo se volviesen cada vez menos publicables,
por lo que se los relegó a lo que Marx denominaba el “lenguaje brutal de las
cartas”. Todavía en 1882, en correspondencia con el socialdemócrata
revisionista alemán Eduard Bernstein (1850-1932), Engels reiteró su actitud de
1849 respecto a los eslavos de los Balcanes, “doscientos nobles pueblos de
bandoleros”, “pintorescas nacioncitas” aliadas del zar y a las cuales únicamente
después de la caída de éste se les podría conceder la independencia, aunque
nunca, por ejemplo, el derecho de que impidieran “la extensión de la red
ferroviaria europea hasta Constantinopla”.
La cuarta
etapa la constituyen los años que van de la muerte de Marx a la de Engels.
Aunque en aspectos particulares éste desarrolla con acierto conceptos suyos o de
Marx sobre el problema nacional, en general fue ésta una fase de estancamiento,
cuando no de involución. El mundo que quedaba más allá de Europa y de los
Estados Unidos despertaba cada vez menos el interés del viejo militante y su
actitud ante los problemas europeos presentó notorias afinidades con la
posición “patriótica” que, ante la Primera Guerra Mundial, adoptó la
socialdemocracia alemana.
En 1891,
cuando parecía inminente el estallido de una contienda bélica entre Alemania,
por un lado, y Rusia y Francia por el otro, Engels aseguró al fundador del
Partido Socialdemócrata alemán August Bebel (1840-1913) que si Alemania era
atacada “todo medio de defensa es bueno”: ellos deben “lanzarse contra los
rusos y sus aliados, sean quienes sean”. Podría ocurrir, incluso, sostiene
Engels, que en ese caso “nosotros seamos el único partido belicista verdadero y
decidido”.
Los cuatro
períodos descriptos se ajustan -en líneas generales- a los textos de Marx y
Engels sobre América Latina, y particularmente en lo tocante a las dos primeras
etapas. Los textos clásicos del marxismo pasaron de un respaldo categórico y
entusiasta a la expansión norteamericana en la etapa entre 1847 y 1856, a la
crítica de la misma en el período que va, más o menos, de 1856 a 1864. En 1861
y años siguientes Marx se opuso resueltamente a la intervención
anglo-franco-española en México, pero no dejó de ser significativo que el
fundamento exclusivo de sus críticas a los intervencionistas fuera tan poco “marxista”.
Los interesantes artículos de Marx en defensa de México podrían haber sido
firmados por más de un burgués honesto, hostil a la política pirata del
Ministro de Guerra británico Henry Temple de Palmerston (1784-1865) o a la del
Emperador francés Carlos Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873).
Como
quiera que haya sido, vale la aclaración hecha por el investigador argentino
Juan Dal
Maso (1977) en “Marx y el problema de la periferia”: “Marx no defiende el orden
colonial. Sí piensa que la penetración británica introduce los elementos de
producción capitalista, como una premisa necesaria para la futura emancipación
de las masas, pero al mismo tiempo denuncia el orden colonial británico como un
sistema de expoliación y defiende el derecho de los indios a expulsar a los
británicos”.
Insuficientemente
representada, en cambio, está la etapa ubicada entre la fundación de la
Internacional y la muerte de Marx. No hubo análisis de la claridad y contundencia
alcanzados por algunos de los que en esa misma época Marx dedicó a Irlanda y a
la India. Los textos “latinoamericanos” escritos por el viejo Engels en sus
doce últimos años de vida, aunque interesantes, tampoco caracterizaron suficientemente
la evolución experimentada, en ese período, por sus ideas sobre el problema
nacional.
Párrafo
aparte merece el artículo sobre Bolívar escrito por Marx en 1858. El más grande
de los teóricos europeos del siglo XIX compuso una biografía de la más
relevante figura latinoamericana de esa centuria, pero el resultado no fue todo
lo importante que pudo ser. Aunque por esa fecha Marx evolucionó hacia
posiciones diferentes, compartía aún el juicio pesimista de su maestro Hegel
sobre América Latina, además de otros elementos que gravitaron también en
sentido negativo. La afición de Simón Bolívar (1783-1830) por la pompa, los
arcos triunfales, las proclamas, así como el naciente culto a la personalidad
del libertador de gran parte de América del Sur, pudieron haber inducido a Marx
a ver en aquél una especie de Napoleón III anticipado, esto es, alarmantes
similitudes con un personaje que despertaba en Marx el más abismal y
justificado de los desprecios.
Aunque no
consta que alguna vez haya comparado a Luis Bonaparte con el general y político
sudamericano, se sabe en cambio que los comparó -por separado- al despótico,
cruel y megalómano emperador haitiano Faustin Élie Soulouque (1782-1873). Lo curioso
es que Marx -cuya información sobre Bolívar era insuficiente, pero no tan pobre
como suele creerse- en su ensayo biográfico dejó de lado temas que, de no
encontrarse tan entregado a la tarea de demoler la figura del Libertador, tendrían
que haberle interesado vivamente.
En las “Memories
of general Miller in the service of the Republic of Peru” (Memorias del general
Miller al servicio de la República del Perú) escritas por el general
emancipacionista William Miller (1795-1861), sin duda la mejor de las fuentes
por él consultadas, aparecen escasas pero sugerentes referencias a la actitud
de las clases sociales latinoamericanas ante la guerra independentista, a la
situación de los indios y el alcance de la abolición bolivariana del pongo
(esclavitud en las haciendas) y de la mita (trabajo obligatorio en las minas),
y al proyecto de Bolívar de vender las minas del Bajo y el Alto Perú a capitalistas
ingleses (proyecto resistido por las clases altas, partidarias de que las minas
se cedieran gratuitamente). Pero de esos y otros temas, cuyo tratamiento por
Marx hubiese podido ser muy valioso, no se encuentran huellas en la biografía
de Bolívar, centrada en la historia militar y política del prócer venezolano. De
todas maneras, el extenso artículo tiene relevancia, más que como biografía
bolivariana, como documento para el estudio de Marx.
“A Marx,
como pensador -decía Ernesto Che Guevara (1928-1967) en sus ‘Notas para el
estudio de la ideología de la Revolución Cubana’-, como investigador de las
doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, pueden,
evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los
latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su
interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los
mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades
inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas,
viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para
demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores,
aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del
pensamiento”.
Resulta
evidente que el legado teórico y político de Marx genera amores y odios, pero
nunca indiferencia. Más allá de las objeciones que se le hacen en cuanto a
haber sido eurocentrista, economicista y obrerista -basadas muchas veces en reduccionismos
y academicismos-, su influencia resulta incuestionable.