2 de marzo de 2008

Modos de producción (IV). Feudalismo

En esta etapa, el principal medio de producción era la tierra, cuya mayor parte era propiedad de los señores feudales. La fuerza de trabajo la formaban mayormente los campesi­nos, a quienes el señor feudal daba una parte de tierra para su sustento. En esas parcelas el cam­pesino realizaba el trabajo necesario para susten­tarse. El trabajo adicional lo hacía en las tierras del señor feudal u otras asignadas por él, y se entregaba en forma de producto o dinero.
En toda situación, el campesino dependía de la voluntad del señor feudal y éste de su rey. La renta de la tierra podía ser en forma de trabajo del campesino en las tierras del señor; de especies o productos que el campesino producía en las tie­rras entregadas a él y con sus propios instrumen­tos; o de dinero que obtenía de vender sus produc­tos. Bajo la forma de trabajo, no existía un interés objetivo del campesino en la productividad. Por eso el señor feudal elevaba el tiempo de labor del campesino para aumentar su producción.Esta forma, más frecuente al inicio, dio paso a la renta en especies e incrementó la parcelación de tierras. La renta en especies significó más explotación pues el señor feudal im­ponía una carga creciente, lo que obligaba a más miembros de la familia campesina a participar de la producción. La renta en dinero es propia del perío­do final y con ella el señor recibía el plusproducto no solo del campesino y la tierra sino de casi toda su familia, que además trabajaba en otras tareas destinadas al intercambio: tejidos, alfarería, sastre­ría, herrería, carpintería.Hasta ese momento la economía feudal era una economía natural: se producía para el consumo interno. La renta en dinero y el aumento de productos impulsaron el avance del mercado. "El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al escla­vista, del mismo modo que el buey no vende su tra­bajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de trabajo, a su due­ño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercan­cía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya -decía Marx en 'Lohnarbeit und kapital' (Trabajo asalariado y capital, 1849)-. El siervo de la gleba sólo vende una parte de su fuerza de trabajo. No es él quien obtiene un salario del propietario del suelo; por el contrario, es éste, el propietario del suelo, quien percibe de él un tributo".
La característica central del feudalismo es la apro­piación, por el señor feudal y como renta de la tie­rra, del plustrabajo de los campesinos avasallados. "Había dos clases sociales fundamentales: los señores feu­dales y los campesinos siervos -dice el economista Gerardo Vera-. Los señores eran la clase dominante y constituían 'la nobleza', parte del Estado feudal. No era una clase homogénea: los más poderosos obligaban a los menos poderosos, mediante el vasallaje, a cumplir obligaciones econó­micas y militares. Había una jerarquía según tuvie­ran más o menos favores del rey. El clero era tam­bién parte de la nobleza; asimismo poseía tierras extensas y se servía del trabajo de los siervos. Los campesinos eran la gran base sobre la que descan­saba la producción material. Sus condiciones eran cualitativamente superiores al esclavo, que carecía de todo derecho y era considerado una mercancía. Aunque carecía de derechos ciudadanos y estaba ligado a la tierra, el siervo era dueño de parte de su fuerza de trabajo y reconocido como individuo"."En la gran mayoría de los países, la esclavitud, en el curso de su desarrollo, evolucionó hacia la ser­vidumbre. La división fundamental de la sociedad era: los terratenientes propietarios de siervos y los campesinos siervos. Cambió la forma de las relacio­nes entre los hombres. Los poseedores de esclavos consideraban a los esclavos como su propiedad; la ley confirmaba este concepto y consideraba al es­clavo como un objeto que pertenecía íntegramente al propietario de esclavos -dice Lenin en 1919 en 'Sobre el Estado'-. Por lo que se refiere al campesino siervo, subsistía la opresión de clase y la dependencia, pero no se consideraba que los campesinos fueran un objeto de propiedad del te­rrateniente propietario de siervos; éste sólo tenía derecho a apropiarse de su trabajo, a obligarlos a ejecutar ciertos servicios. En la práctica, como to­dos ustedes saben, la servidumbre, sobre todo en Rusia, donde subsistió durante más tiempo y revis­tió las formas más brutales, no se diferenciaba en nada de la esclavitud".En la época posterior del feudalismo, junto al de­sarrollo de los oficios y el comercio, las ciudades fueron ganando importancia. Allí se concentraron nuevos grupos sociales surgidos con las nuevas actividades: los maestros artesanos enriquecidos y comerciantes por un lado, y los oficiales y aprendi­ces de los talleres y gente pobre de la ciudad por otro. Las oposiciones entre ambos sectores, en la ciudad y el campo, terminaron fundiéndose en las luchas entre dominadores y dominados.Durante el feudalismo las fuerzas productivas ad­quirieron mayor desarrollo que en el esclavismo. El uso del hierro y los aperos elevó la producción agrí­cola en cantidad, calidad y diversidad: prosperaron la viticultura, la horticultura y la ganadería. El mejo­ramiento de las técnicas en el uso de los metales, principalmente el hierro, y la invención del molino como fuerza motriz, permitieron perfeccionar los instrumentos de trabajo.
Entre los siglos XVI y XVII el uso del torno de hilar se extendió por Europa. En 1600 se inventó el telar de cintas. La utilización de la pólvora desarrolló la artillería. La invención de la brújula estimuló la navegación. Con todo, el progre­so de las fuerzas productivas era lento y rutinario: las relaciones de producción las frenaban. El alto peso de las cargas tributarias y las limitaciones sociales, políticas y jurídicas desincentivaban su progreso. El avance de los oficios y el comercio en las ciudades se veía limitado por los impuestos y trabas que im­ponía la nobleza. Pese a ello, a fines del feudalismo el poder económico se había concentrado en una nueva capa social surgida en los oficios urbanos: los dueños de los talleres o maestros burgueses. Se engendraba un nuevo modo de producción.
Junto a los avances y descubrimientos se desarro­llaron los oficios artesanales, que se concentraron en las ciudades. Esta producción de bienes esta­ba destinada al intercambio e impulsó el comercio. Los artesanos del campo llevaban sus productos al mercado de las ciudades y crecía la producción artesanal en los talleres urbanos. Esta producción de mercancías basada en el trabajo personal se denomina producción mercantil simple.
El auge del mercado en las ciudades fomentó el surgimiento del mercado nacional, el que a su vez sentó las ba­ses económicas de la centralización de los poderes del Estado. Los reyes, aliados a señores feudales empobre­cidos, mercaderes y productores enriquecidos aseguraron su continuidad en el poder político, cons­tituyendo las monarquías absolutas. Este tipo de Estado centralizado sentó nuevas bases para el de­sarrollo de los Estados nacionales y un nuevo modo de producción basado en grandes talleres: el modo de producción capitalista. Junto a él se amplió el mercado mundial.
"El desarrollo del comercio, el desarrollo del inter­cambio de mercancías, condujeron a la formación de una nueva clase, la de los capitalistas. El capi­tal se conformó como tal al final de la Edad Media, cuando, después del descubrimiento de América, el comercio mundial adquirió un desarrollo enorme, cuando aumentó la cantidad de metales preciosos, cuando la plata y el oro se convirtieron en medios de cambio, cuando la circulación monetaria permi­tió a ciertos individuos acumular enormes riquezas -continúa Lenin en la conferencia citada-. La plata y el oro fueron reconocidos como riqueza en todo el mundo. Declinó el poder económico de la clase terrateniente y creció el poder de la nueva clase, los representantes del capital. La sociedad se reorganizó de tal modo, que todos los ciudada­nos parecían ser iguales, desapareció la vieja divi­sión en propietarios de esclavos y esclavos, y todos los individuos fueron considerados iguales ante la ley, independientemente del capital que poseye­ran; propietarios de tierras o pobres hombres sin más propiedad que su fuerza de trabajo, todos eran iguales ante la ley. La ley protege a todos por igual; protege la propiedad de los que la tienen, contra los ataques de las masas que, al no poseer ninguna propiedad, al no poseer más que su fuerza de tra­bajo, se empobrecen y arruinan poco a poco y se convierten en proletarios. Tal es la sociedad capitalista".
El comercio y el mercado mundial ampliaron la de­manda y la producción mercantil simple no llegaba a satisfacerla. La productividad creciente de los ta­lleres transformó en no rentable la artesanía perso­nal. En esos talleres se concentraron los antiguos productores individuales, que ahora trabajaban para los burgueses con sus propios medios de pro­ducción. De a poco, los mercaderes pasaron de ser intermediarios de productos a comprometer la pro­ducción mediante el pago adelantado o el suminis­tro de materias primas. Se volvieron distribuidores de mercancías al por mayor. Los grandes producto­res y los comerciantes mayoristas fueron concen­trando el poder económico, y se adueñaron de los medios de producción. A su vez, los antiguos ar­tesanos empobrecidos y los pequeños mercadera se vieron despojados de esa propiedad y obligados a vender su única posesión, su fuerza de trabajo, a los dueños de los medios de producción.
El avance del mercado mundial acentuó también la competencia y, en el último período del feudalismo, la eficiencia productiva. Ésta aumentó por dos vías: primero en cantidad, al concentrar grandes masas de fuerzas y medios de producción, y luego, al in­tensificar el trabajo mediante el perfeccionamiento técnico y la prolongación de la jornada. En los ta­lleres se impuso la división del trabajo. El antiguo artesano se desligó de su producto, que antes fa­bricaba de inicio a fin: ahora solo era un apéndice en un proceso de producción. Las tareas se simplificaban y los requerimientos eran menores, con lo que se incorporó a mujeres y niños por ser mano de obra más barata. Los trabajadores, ahora libres jurídicamente y libres de propiedad, debían vender su fuerza de trabajo en el mercado. Así surgieron el proletariado moderno y la moderna producción capitalista. Los burgueses y los trabajadores libres o proletarios nacían en las entrañas del sistema feudal y estaban destinados a destruirlo. Fue el mo­mento histórico en que la burguesía jugó un papel revolucionario.
"El estamento burgués, inicialmente tributario de la nobleza feudal, compuesto de vasallos y siervos de todas clases, ha conquistado una posición de po­der tras otra a lo largo de una duradera lucha con­tra la nobleza, y en los países más desarrollados ha acabado por tomar el poder en vez de ésta; en Francia lo hizo derribando a la nobleza de un modo directo; en Inglaterra, aburguesándola progresiva­mente y asimilándola como encaje ornamental de la burguesía misma -dice Engels en 'Anti-Dühring' (1878)-. Mas ¿cómo ha conseguido eso la burguesía? Simplemente, transformando la situación económica de tal modo que esa transfor­mación acarreó antes o después, voluntariamente o mediante lucha, una modificación de la situación política. La lucha de la burguesía contra la nobleza feudal es la lucha de la ciudad contra la tierra, de la industria contra la propiedad rural, de la economía dineraria contra la natural, y las armas decisivas de los burgueses en esa lucha fueron sus medios eco­nómicos en continuo aumento, por el desarrollo de la industria, que empezó artesanálmente para pro­gresar luego hasta la manufactura, y por la exten­sión del comercio. Durante toda esta lucha el poder político estuvo de la parte de la nobleza, con la ex­cepción de un período en el cual el poder real utilizó a la burguesía contra la nobleza para mantener en jaque a un estamento por medio del otro; pero a partir del momento en que la burguesía, aún impo­tente políticamente, empezó a hacerse peligrosa a causa de su creciente poder económico, la monar­quía volvió a aliarse con la nobleza y provocó así, primero en Inglaterra y luego en Francia, la revolu­ción de la burguesía".
Durante todo el feudalismo hubo luchas campesi­nas contra los señores feudales, que al final de la época co­braron mayor magnitud. Entre los años 1358 y 1360, durante la Guerra de los Cien Años, se dio en Francia una revuelta popular (la Jacquerie) conocida con ese nombre a causa del líder de los campesinos Guillaume Caillet cuyo seudónimo era Jacques Bonhomme. La chispa que provocó la rebelión fue un enfrentamiento entre los campesinos de una comarca limítrofe del Beauvais y una banda de caballeros saqueadores, conflicto que se saldó con la degollación de cuatro caballeros y cinco escuderos. Así pues, el origen del conflicto fue una reacción defensiva de los labriegos. Pero a los pocos días la revuelta ya tenía varios focos. Desde el Beauvais la insurrección se propagó hacia la Beauce y la Brie, así como hacia Picardía, Normandía, Champagne y las proximidades de Lorena, si bien en estas últimas regiones el movimiento tuvo muchos menos bríos. Los testimonios que se han conservado de dicha sublevación campesina pintan un cuadro ciertamente terrible, insistiendo, una y otra vez, en la violencia y la crueldad de que dieron muestras los labriegos. El principal cronista de la época, el monje carmelita Jean de Venette (1308-1369), dijo: "Esas gentes, reunidas sin jefes, quemaban y robaban todo y mataban gentilhombres y nobles damas y sus hijos, y violaban mujeres y doncellas sin misericordia".
En el mismo siglo, el campesino Walter "Wat" Tyler (1320-1381), encabezó una insurrección campesina en Inglaterra y en 1524, el reformador protestante Thomas Münzer (1489-1525) dirigió una sublevación campesina con apoyo de capas urbanas en Alemania. El recla­mo era la comunidad de bienes: la tierra. A finales de esta época surgieron los socialistas utópi­cos. Tomás Moro (1478-1535) escribió en 1516 la obra "De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia" (Sobre el estado óptimo de la República de la Nueva Isla de Utopía) y el italiano Tommaso Campanella (1568-1639) en 1602 escribió "La cittá del sole" (La ciu­dad del sol). Ambos denunciaban la propiedad priva­da como causa de la desigualdad social y postulan una sociedad libre de ella. Esto causó gran influen­cia en el pensamiento de la época, aunque las condiciones objetivas del desarrollo económico-social hicieron imposible la existencia de tales sociedades.
La burguesía, aunque minoritaria, logró aprovechar las luchas campesinas y encauzarlas en su propio beneficio. El fin del feudalismo llegó con las revo­luciones burguesas, abriendo paso al capitalismo y poniendo a la nueva clase propietaria en el lugar que antes ocupaban los feudales. Los campesinos y trabajadores libres no tenían una organización suficiente que les permitiera capitalizar sus luchas. Así pasó en la Sublevación de los Países Bajos (1566/1567), en la Revolución Inglesa (1642/1689) y en la Revolución Francesa (1789/1799).
"La abolición del feudalismo, expresada de un modo positivo, significa el establecimiento del régimen burgués. A medida que desaparecen los privi­legios de la nobleza, la legislación se va haciendo más burguesa. Y aquí llegamos a la médula de las relaciones entre la burguesía y el Gobierno. Ya he­mos visto que el Gobierno tiene forzosamente que introducir estas reformas lentas y mezquinas. Pero cada una de estas míseras concesiones la presen­ta a los ojos de la burguesía como un sacrificio que hace por ella, como una concesión arrancada a la corona con gran esfuerzo, y a cambio de la cual los burgueses deben hacer a su vez concesiones al Gobierno. Y los burgueses aceptan el engaño, aun­que saben perfectamente de qué se trata. Este es el origen del acuerdo tácito que preside en Berlín todos los debates del Reichstag y de la Cámara de Prusia: por una parte, el Gobierno, a paso de tor­tuga, reforma las leyes en interés de la burguesía, elimina las trabas feudales y los obstáculos creados por el particularismo de los pequeños Estados, que impiden el desarrollo de la industria; introduce la unidad de moneda, de pesas y medidas; establece la libertad de industria, etc.; implanta la libertad de residencia, poniendo así a disposición del capital y en forma ilimitada la mano de obra de Alemania; fo­menta el comercio y la especulación; por otra parte, la burguesía cede al Gobierno todo el poder políti­co efectivo, aprueba los impuestos, los empréstitos y la recluta de soldados y ayuda a formular todas las nuevas leyes de reforma de modo que el viejo poder policíaco sobre los elementos indeseables conserve toda su fuerza. La burguesía compra su paulatina emancipación social al precio de su re­nuncia inmediata a un poder político propio. El prin­cipal motivo que hace aceptable para la burguesía semejante acuerdo no es, naturalmente, su miedo al Gobierno, sino su miedo al proletariado". Un detallado análisis de Friedrich En­gels en "Zur urgeschichte der Deutschen" (La guerra campesina en Alemania, 1882).