En 1858, Karl Marx habló de otro modo de producción (que no puede ubicarse ni en el esclavismo ni en el feudalismo) en el Prólogo de "Grundrisse der kritik der politischen ökonomie" (Contribución a la crítica de la economía política): el modo de producción asiático.
Este modo de producción, denominado también despotismo oriental o tributario, aparece sobre todo en la China, India, Egipto, la Mesopotamia y también en América (por ejemplo en los imperios Inca, Maya y Azteca).
Surgió con una gran revolución en las fuerzas productivas: el descubrimiento del riego, lo que permitió un crecimiento de la producción y la creación de excedentes. En este modo de producción, el florecimiento de la agricultura dependía del uso del agua. Por eso este sistema económico se desarrolló cerca de ríos y lagos.
La irrigación y la distribución del agua exigía canales y obras hidráulicas, que solo una administración central como el Estado podía lograr, acopiando tributos y trabajos de las comunidades. Así, por primera vez se produjo una diferenciación entre los que trabajaban y producían, y los que administraban el trabajo y la producción ajena. No existían las clases sociales, ya que la propiedad seguía siendo comunal, pero se originó una casta privilegiada (sacerdotal o militar) que administraba el Estado.
Apareció hace unos 5000 años en los valles del río Nilo en Egipto, en el de los ríos Tigris y Eufrates de la antigua Sumeria y en el del río Indo en la India, provocando la mayor revolución en las fuerzas productivas previa al capitalismo.
Fue un despotismo económico surgido en pueblos que -para enfrentar a la naturaleza, por ejemplo, las inundaciones-, estuvieron forzados a una gran cooperación y disciplina regidas por el Estado. Surgió una protoclase dominante que controlaba al Estado pero no poseía la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Por un lado, explotaba el trabajo de las comunidades, en el seno de las cuales no había mayores desigualdades porque la propiedad privada apenas existía; y por otro lado, aseguraba la coordinación y la dirección de los trabajos públicos (como los canales de irrigación) y otros aspectos necesarios al funcionamiento de la economía agrícola (el calendario, por ejemplo).
Con la separación del trabajo físico o manual y el intelectual, se originaron las castas sacerdotales y las militares que actuaron como explotadoras. El producto excedente quedaba en manos del Faraón o del Inca y del templo del dios, vale decir, de los sacerdotes y los altos funcionarios.
Se trató de una formación de tránsito entre la fase patriarcal dominante hacia finales del neolítico y las sociedades de clases posteriores, aunque todavía existió durante parte del siglo XX en la Unión Soviética bajo el régimen estalinista.
Para Marx, la comunidad misma representó la primera gran fuerza productiva. Las condiciones objetivas impusieron la unidad de las comunidades para empresas comunes como las canalizaciones de agua, las vías de comunicación e intercambio o la guerra para asegurar un territorio para la subsistencia. Esta unidad, en la medida que se perpetuó y se hizo indispensable, apareció distinta y por encima de las muchas comunidades, convirtiéndose como tal en la verdadera propietaria de todo. La unidad suprema terminó encarnada en el déspota (faraón, emperador, zar, inca, rey) como gran padre de numerosas comunidades, al que se lo ligaba de una u otra manera a la divinidad. De este modo, esa unidad suprema sistematizó la apropiación del pluspruducto, que tomó la forma de tributo o de trabajos colectivos para el déspota y la élite.
Este sistema llegó a su perfección y expansión instaurado por centros soberanos tras sucesivas guerras y conquistas, tanto en Asia, como en el antiguo Egipto, en México y en Perú.
El antropólogo ucraniano John V. Murra (1916-2006) en su obra "The economic organization of the Inca State" (La organización económica del Estado Inca, 1956) estudió la organización económica de los incas, como un caso desarrollado y eficiente de despotismo comunal, anotando no solamente la relación con las formas asiáticas, sino con las economías y estructuras de poder africanas ashanti, ruanda, dahomey, yoruba y aun con las hawaianas.
Para referirse a este modo de producción, el teórico alemán Karl A. Wittfogel (1896-1988) en su obra "Oriental despotism: a comparative study of total power" (Despotismo oriental: un estudio del totalitarismo, 1957), habló de despotismo hidráulico, definiéndolo como un sistema mantenido a través del control de un recurso único y necesario: el agua. Lo ubicó, naturalmente, en el antiguo Egipto y en Babilonia, y por extensión Wittfogel agregó a la Unión Soviética y a la República Popular China, en donde los gobiernos controlaban los canales de irrigación.
Los antropólogos franceses Maurice Godelier ("Economía, fetichismo y religión en las sociedades primitivas", 1974) y Jean Chesneaux ("El modo de producción asiático", 1975) y el mexicano Roger Bartra ("El modo de producción asiático : problemas de la historia de los países coloniales", 1978), se han encargado de sistematizar la teoría al respecto, dentro del concepto de modo de producción asiático, que para universalizar algunos han llamado despotismo comunal. También el profesor colombiano Hermes Tovar en "Notas sobre el modo de producción precolombino"
(1974), a partir del estudio de la sociedad muisca desarrolló para determinadas formaciones sociales indígenas americanas el concepto de modo de producción precolombino.
Sistematizadamente, este sistema económico, contemporáneo del esclavismo europeo, consistía en que un pueblo tenía que entregar un pago o tributo a su soberano o a un pueblo conquistador, tributo que consistía comúnmente en bienes agrícolas, y en algunos casos, materiales de construcción.