Me ha pasado lo siguiente. Yo creía que las mujeres iban a ser el elemento animador de mis memorias. Leídos mis diarios, veo que son casi la monotonía. Si pongo toda la tripulación de mujeres, el barco se hunde.
¿Cuándo piensa acabar ese libro?
Siempre me propongo terminar lo que escribo en el año que corre y lo termino tres años después. Nunca he escrito una novela en menos de tres años.
¿Mientras escribe las memorias va haciendo una revisión crítica de su obra?
No. Uno ya está demasiado preocupado por sus libros como para llevarles esas preocupaciones a los demás. Voy a hablar mucho de los libros que me acompañaron a lo largo de la vida. Cada cinco años he descubierto a un buen escritor, como lector nunca me sentí desamparado. El último es Leonardo Sciascia, lo leo como si estuviera hablando con un amigo. De los míos voy a contar, en un apéndice, aquello que pueda ser útil para un profesor de literatura y voy a tratar, al mismo tiempo, que el lector corriente no se abrume.
¿Seguirá escribiendo ficción?
Claro, casi me muero cuando en Madrid una persona me preguntó: "¿Y ahora que ha sacado el Cervantes va a seguir escribiendo?". Como respuesta, lo primero que hice cuando llegué a París fue encerrarme en un hotel y escribir un cuento breve, de tres páginas, que se llama "El navegante vuelve a la patria". Lo hice nada más que para decirme a mí mismo que voy a seguir escribiendo.
¿Podría sintetizar cuál ha sido y es su elección estética ante la literatura?
Sí, tal vez... Lo que pasa es que nunca tuve una elección deliberada. Lo peor que le puede pasar a un escritor es pensarse dentro de la historia de la literatura, tratar de ser original, apartándose de sus antecedentes. Hay que escribir ingenuamente, pensar una historia y tratar de ver qué forma le corresponde a esa historia. Esa es la única retórica o teoría literaria que uno debe tener. Lo mío es inventar historias fantásticas, he creado un músculo mental que me lleva hacia allí. Si me fuera dada la suerte de tener muchas vidas escribiría de muchas maneras.
¿Extraña a su compinche?
Mucho. A veces me pasa que tengo una idea para un cuento o que alguien me cuenta una buena historia y me digo: esto se lo que tengo que contar a Borges. Antes de terminar la frase, en mi cabeza la realidad me dice que él está muerto. Nos hablábamos todos los días; aunque fuese una llamada por teléfono, todos los días.
Usted ubica su primer encuentro con Borges en 1932, ¿cuál era su equipaje literario hasta ese entonces?
Conocía bastante la literatura francesa y la española y algo de la inglesa y desde luego la nuestra. Lo que indujo a Borges a tener simpatía por mí fue creer que yo era un escritor que leía. Nunca son muchos los escritores que leen y a mí me gustaba contar los argumentos de los cuentos y de las novelas, algo que también le gustaba a Borges. La primera afinidad fue por ese lado. En esa época yo tenía una retórica equivocada, quería escribir con palabras del español antiguo y mezclarlas con los vocablos del lunfardo que había en los tangos. El resultado fue desagradable. A veces me asombro de que Borges haya tenido simpatía por mí cuando yo escribía tan mal.
¿Borges señaló esos defectos?
Con silencios me hizo comprender que lo que yo estaba escribiendo no era lo mejor del mundo y con generosidad elogiaba lo que con mucho esfuerzo encontraba elogiable.
Usted ha hablado mucho de la deuda literaria que tiene hacia Borges, pero supongo que Borges hoy también hablaría de una deuda de gratitud hacia usted.
Sin poner mucho énfasis en esa supuesta deuda creo que me definí muy pronto por un estilo llano, transparente, contra un estilo adornado y visiblemente sabio, digamos. "Ya está bien de Quevedo -le decía a Borges- pensá en Lope de Vega". Borges, de todos modos, igual hubiera llegado a simplificar su estilo.
La primera colaboración que hicieron juntos fue un texto publicitario.
Sí, un folleto sobre yogur.
¿Se lo tomaron en serio?
Nos divertimos haciéndolo, pero tratamos de escribirlo lo mejor posible. Y con cierta sorpresa al verlo ahora descubro que entonces para nosotros escribir bien era escribir pomposamente.
Ser pomposo con el yogur debe haber sido toda una tarea.
Bueno, pero el yogur es una bebida que según se dice alarga la vida, entonces nos pusimos a compararlo con elixires mágicos y a hacer frases sobre la brevedad de la vida; literatura al fin. Haciendo esa tarea Borges propuso que escribiéramos un cuento juntos y salieron las primeras seis o siete páginas.
Pero finalmente el yogur cuajó, terminaron escribiendo cuentos policiales, "Los seis problemas para don Isidro Parodi".
Nos propusimos escribir cuentos policiales con un estilo terso, claro, con un enigma bien resuelto. Pero el vicio que tienen esos cuentos es que están atravesados por la broma.
"En "Los seis problemas..." hay una exasperación del género policial. Es cierto que el modelo decía entonces que el investigador se apoyaba en la inteligencia y no en la acción. Ustedes llevaron esa situación al máximo posible: don Isidro Parodi estaba preso y descubría los enigmas tomando mate en la celda. ¿Es demasiado, no?
El escritor, finalmente, siempre hace lo que quiere, así que debe dejarse de embromar. El estilo lo arrastra a uno a escribir de tal modo. Y bien, en ese caso el estilo nos arrastró.
Volviendo al plano sentimental, ¿lo vio feliz afectivamente a Borges en alguna etapa de su vida?
No. Borges se enamoraba perdidamente de las mujeres y por la manera de enamorarse las inducía a maltratarlo afectivamente. Era como si se entregara demasiado. Es cierto que el ideal de la vida es que dos personas se vean y corran el uno hacia el otro y se abracen y se quieran, pero no siempre se da eso. Desgraciadamente. Borges siempre procedía como si corriera a abrazarse y sufrió por eso; han ejercido una tiranía sobre él. Era demasiado cariñoso y eso las estimulaba a ser duras. En mi vida sentimental yo creí mucho en eso de que todo el amor es recíproco y me entregaba totalmente a las mujeres que me hicieron sufrir mucho al principio. Tuve que preguntarme si me importaba la felicidad y concluí que sí, que me importaba mucho, tanto como las mujeres. Si quería seguir con ellas tenía que conseguir que no me hicieran sufrir. Y entonces empecé a mentirles, a declararles mi amor pero a engañarlas con otras. Inmediatamente me fue bien. Un día estaba en la cama con una amiga que me dijo: "Has tenido una vida muy buena, pero has dejado un tendal de mujeres. ¿No sientes remordimiento?". Pensé que tenía razón pero que al mismo tiempo había evitado que me hicieran sufrir. Mi proceder en esos años me dio seguridad, ahora no me importa tanto que alguna me maltrate y otras me quieran. Sé que no soy deforme o antipático, que es lógico que alguna me pueda rechazar sin que eso sea un menoscabo. Pero Borges nunca procedió así y tal vez las mujeres se sentían con él como tigres cebados y lo maltrataron.