Ernest Hemingway (1899-1961) sabía perfectamente, y así lo escribió en el "Transatlantic Review", que "para descansar de la literatura impostada, nada mejor que recurrir a los libros de Conrad". Más acá, en el tiempo y en el espacio, un joven Jorge Luis Borges (1899-1986) se hacía releer su prosa para recordar, ya ciego, que "El corazón de las tinieblas" era "el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado". Años más tarde, sentenciaba que, por encima de Franz Kafka (1883-1924), de Marcel Proust (1871-1922) y de James Joyce (1882-1941), las novelas de Conrad eran el único caso que justificaba la existencia del género.
Hijo de un revolucionario polaco, Joseph Conrad nació en Ucrania en 1857. Marino mercante de la flota francesa desde muy joven, recorrió los puertos contrabandeando armas e intentando suicidarse por penas de amor. Más tarde, trabajando en buques ingleses, aprendió en su travesía por los mares de Oriente el idioma inglés. En 1890 remontó el Congo belga al mando de un vapor fluvial hasta Stanley Falls y entre selvas y soledades conjuró sus miedos en "Heart of darkness", la novela que inspiró algunos pasajes del magnífico filme "Apocalipisis now" que realizó Francis Ford Coppola en 1979. Abandonó el mar definitivamente en 1895, para dedicar el resto de su vida a escribir obras tales como "The nigger of the Narcisus" (El negro del Narcisus, 1897), "Lord Jim" (1900), "Typhoon" (Tifón, 1902), "Nostromo" (1904), "The shadow line" (La línea de sombra, 1917) y muchos otros más, que le valieron el reconocimiento popular.Paradójicamente, casi toda la obra de Conrad tiene como eje "el condenado mar", cuando "odiaba el mar como quien odia a una amante de la que uno quisiera zafarse", según cuenta en sus memorias su amigo Ford Madox Ford (1873-1939), coescritor con Conrad de las novelas "The inheritors" (Los herederos, 1901) y "Romance" (1903).
H.G. Wells (1866-1946), que no se caracterizaba por sus críticas benévolas, recordó que "detrás de su torpe inglés oral se esconde la maestría del escritor. En todos los textos de Conrad asoman resabios de una épica individual narrada en tono íntimo y testamentario, donde sólo el acto solitario de la escritura puede, de alguna manera, revestirla de credibilidad".
En su libro de memorias "Notes on life and letters" (Notas de vida y letras, 1921), Conrad dejó algunos conceptos por demás interesantes:
"Nunca he pretendido ser mejor que los vecinos de la otra calle, ni tan siquiera de la misma".
"Acertado o no, sólo el instinto es invariable; hecho que tan sólo añade un matiz más oscuro a su inherente misterio".
"Lo imposible posee a veces la gracia de ocurrir, para mayor confusión de mentes y, a menudo, aniquilación de ánimos".
"El poseer el don de la palabra no es tan importante. Un hombre provisto de un arma de largo alcance no se convierte automáticamente en cazador o guerrero; muchas otras cualidades de temperamento y carácter son para ello necesarias".
"Dondequiera que se halle, al principio o al final de las cosas, el hombre ha de sacrificar sus dioses a sus pasiones o éstas a aquéllos. Ese es el problema".
"Nadie ha logrado jamás el aplauso del gentío por la exposición sencilla y clara de los hechos de la vida. Palabras y sólo palabras hilvanadas de manera convencional nos han fascinado, al igual que lo han hecho con nuestros hermanos los simples salvajes de las islas, las cuentas y baratijas ensartadas en un hilo".
Tras la muerte de Conrad en Kent, el 3 de agosto de 1924, Hemingway escribió nuevamente, esta vez en su columna del "Ontario Review". Dijo sencillamente: "ahora los críticos se fascinan con Eliot y aseguran que Conrad escribía malos relatos. Si alguien me dijera que triturando al señor Eliot hasta reducirlo a polvo fino y seco, y espolvoreando con él la tumba de Conrad éste se levantaría y volvería a escribir, correría ya mismo hacia Londres, con una máquina de picar carne".