28 de junio de 2008

Pessoa, un artista del desasosiego

Fernando Antonio Nogueira Pessoa nació en Lisboa el 13 de junio de 1888 -día del santo más querido en la ciudad, San Antonio- y murió, con sólo 47 años, en 1935. Hijastro de un diplomático portugués en Sudáfrica, vivió allí entre 1896 y 1905, año en que regresó a Lisboa, aunque no empezó a publicar sus poemas hasta una década después.
Los trabajos de Pessoa, de aire modernista, estaban escritos tanto en inglés como en portugués y se destacaron por el empleo de heterónimos y diferentes perspectivas y estilos. En vida, publicó el libro de poemas "Mensagem" (Mensaje, 1934), aunque su obra más popular y reconocida fue, "Livro do desassossego" (El libro del desasosiego), una novela inacabada, escrita con estilo de diario y que se editó años después de que falleciese el 30 de noviembre de 1935 en Lisboa.

LLUEVE
Llueve. Hay silencio, porque la misma lluvia
no hace ruido sino con sosiego. Llueve.
El cielo duerme. Cuando el alma está viuda
de lo que no sabe, el sentimiento es ciego.
Llueve. Mi ser (de lo que soy) reniego...

Tan calma es la lluvia que se suelta en el aire
(ni parece de nubes) que parece
que no es lluvia, sino un susurrar,
que de sí misma, al susurrar, se olvida.
Llueve. Nada me apetece...

No aletea viento, no hay cielo que yo sienta.
Llueve distante e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un gran deseo que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...

LO QUE SE HA PERDIDO
Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido,
lo que se ha conseguido y se ha satisfecho por error,
lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos,
amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado;
lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos;
lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción;
y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco,
del gran fondo de toda la noche, a agitarse fino en la playa,
en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla del mar.

SUBITA MANOSúbita mano de algún fantasma oculto
entre los pliegues de la noche y de mi sueño
me sacude y yo despierto y en el abandono
de la noche no distingo gesto o rostro.

Pero un terror antiguo, que insepulto
traigo en el corazón, como de un trono
desciende y se afirma mi señor y dueño
sin orden, sin meneo y sin insulto.

Y yo siento mi vida de repente
presa por una cuerda del inconsciente
a cualquier mano nocturna que me guía.

Siento que soy nadie salvo una sombra

de un rostro que no veo y que me asombra,
y en nada existo como en la tiniebla fría.

"No me indigno -decía el poeta-, porque la indignación es para los fuertes. No me resigno, porque la resignación es para los nobles. No me callo, porque el silencio es para los grandes. Yo no me quejo del mundo. No protesto en nombre del universo. No soy pesimista. Sufro y me quejo, pero no sé si lo que hay de malo es el sufrimiento, ni sé si es humano sufrir. Qué me importa saber si eso es cierto o no? Sufro, y no sé si merecidamente. Yo no soy pesismista. Soy triste".