Hay una diferencia central entre dibujar y escribir. Uno empieza a dibujar porque está frente al objeto y dice: "quiero dibujar, allí voy". Algunas veces, mientras uno dibuja, aquello que está dibujando empieza a presentarse ante uno de la manera en que él mismo quiere aparecer. Pero esto no es algo que sucede desde el comienzo, se da durante el proceso. A veces ocurre rápidamente, a veces toma más tiempo. Y a veces no sucede nunca, y entonces son esos dibujos muertos, quizá muy elegantes pero sin vida, que uno suele ver en los museos.
¿Y cómo ocurre al escribir?
Tomemos la novela "King". Un día vi de pronto que había un espacio, un silencio, que necesitaba ser llenado. Ese silencio tenía que ver con la vida de los desposeídos. Y supe que ese silencio no me permitiría quedarme quieto, que tenía que hacer algo al respecto. Entonces viajé mucho, fui a diferentes ciudades, suburbios, barrios bajos, hablé con mucha gente de la calle. No como un sociólogo, sino como un observador, durante casi un año. Ahí estuve escuchando, observando, tomando notas. No era una investigación, sino que quizá se trataba de hacer espacio dentro de mi mente, o de mi alma, para que las cosas pudieran entrar en ella. No quería caer en la compasión barata. De pronto un día tuve la visión de estos dos personajes: Vico y Vica, que empezaron a demandar reconocimiento. Y el tema entonces fue encontrar la voz que esa historia necesitaba. La voz que funciona en una novela es la que interfiere en la historia lo menos posible. Pues busqué esa voz durante meses. Mientras, escribía. Pero era todo muy malo: usaba a estas personas como instrumentos para mi argumento político. Hasta que un día, de la forma más trivial, estando en París, vi a estas personas durmiendo en la calle, tirados junto con sus perros y me dije: "¡Por supuesto! Esta historia debe ser contada por un perro. La voz debe ser la voz de un perro". Ahí realmente empecé a escribir.
¿Le pasó alguna vez decirse: "Tengo que hacer algo con este tema; no sé si pintar o escribir"?
Bueno, hay escritores que siguen un programa muy severo de varias horas de trabajo por día. Yo trato de hacer eso, pero no lo logro. Siempre suceden cosas de todos los días que no puedo ignorar. Puede ser simplemente ir a comprar papas, o cuidar a un amigo. Las demandas ordinarias de la vida cotidiana. Yo tengo que hacer eso primero. Recién después puedo sentarme a escribir. Cuando escribí todo lo que puedo por ese día, pueden ser cuatro o cinco horas, me detengo. Y sólo ahí, algunos días, puedo comenzar a dibujar. Para mí, dibujar es algo que hago después de escribir. Por eso no me pregunto: "¿Debo escribir o dibujar?". Porque no tienen la misma prioridad.
En el artículo "A man with tousled hair" (Un hombre desgreñado), dice que la compasión, el olvido de sí, no tiene que ver con el orden natural de las cosas, porque desafía la necesidad. Quizá para usted escribir es más "natural" que dibujar.
Sí, algunas veces pienso que en un mundo más justo, sólo dibujaría o pintaría. Hoy eso es imposible para mí, aunque puede cambiar. Pero quizás la clave es ésta: hasta los treinta años yo era pintor. En ese momento decidí dejar de pintar. ¿Por qué? No porque no me gustara pintar, ni porque pensara que no tenía talento. Pero estábamos a fines de los '50 y lo que estaba pasando en el mundo era tan urgente -la Guerra Fría, la amenaza de una tercera guerra mundial- que sentí que debía hacer algo más directo para intervenir. Así empecé a escribir para los diarios. Con el correr del tiempo, escribir se transformó en algo más para mí, no sólo una urgencia política, pero no volví a pintar y mantuve el dibujo como actividad muy secundaria. Quizás en los últimos años dibujé más que antes, pero eso fue porque mi hijo, que ahora tiene treinta años, es un gran pintor. Entonces dibujo porque es una forma de estar en su compañía.
Políticamente hablando, las cosas no han mejorado mucho.
¿Hoy? Claro que no. Es un momento tan urgente como entonces, sobre todo después de las últimas elecciones en los Estados Unidos. Yo intuía que Bush iba a ganar. Entonces traté de escribir algo. No sobre las elecciones, sino sobre los efectos reales de cierta política en los seres humanos. Sobre los horrores de esta época, la fragmentación, la falta de futuro. Sobre esos seres que están presentes pero ausentes, porque nadie repara en ellos y son tratados como desechos del sistema. Y hoy, cuando miro para atrás, observo que siempre me sentí atraído por personajes, no necesariamente marginales, pero que están excluidos de los ámbitos que frecuentan los poderosos, tanto políticos como académicos. Y ojo: no lo hago por caridad, lo hago por mí. Disfruto con ellos.
Comentaba que tiene listo un nuevo libro, ¿de qué trata?
Le cuento una anécdota: hace un tiempo estaba en Florencia. Era en enero y hacía muchísimo frío. En un momento, casi solamente para entrar en calor, entré a un museo. De pronto me di cuenta de algo: cuando vemos algo o a alguien bello, la primera idea que nos surge es que es un placer mirar a esa persona o ese objeto. Y sin embargo no es así: el placer reside en ser mirado por esa persona. Si lo pensamos bien, cuando decimos: "ah, qué bello", en esa expresión está la esperanza o el deseo de ser mirado por ese objeto. Por eso la belleza compulsiva es tan desagradable. Hay un elemento del deseo del que no suele hablarse. Hay una relación entre el deseo y la herida: el deseo supone dar y también recibir. Supone un alejamiento -temporario, por supuesto- del dolor natural de vivir y ser lastimado. Esa es la trama secreta del deseo: alejarnos por un tiempo del dolor. Si esto es así, y creo que en algún punto lo es -entre paréntesis, creo que es algo que resulta más fácil de entender para alguien que proviene de su cultura que para un anglosajón-, entonces la belleza perfecta es al mismo tiempo algo que no se puede amar ni desear, porque en su perfección intacta, sin heridas, no existe la posibilidad de dar ni de recibir. Es como dice Andrea Dworkin: "No tengo paciencia con los invulnerables, con aquellos que no han sido tocados por un temporal, esos que nunca se han derrumbado. Grandes puntadas, desgarros mal cosidos, nada muy lindo. Entonces algo sale y reluce. Pero a los lustrosos, a esos no los soporto".