Dice su biógrafo Bernard Crick (1929-2008), que Orwell "decidió escribir con estillo sencillo porque pensaba que era el mejor modo de llegar al lector común y transmitirle verdades. Percibía que el lector común era en potencia el idealizado 'hombre común' de Thomas Jefferson e Immanuel Kant (quizá también con un toque Jean Jacques Rousseau): una criatura de sentido común y decencia, ni servil ni necesitado de sirvientes, capaz de hacer casi todas las cosas con sus propias manos y que llevaba sin darle importancia cualquier conocimiento formal". De manera que intentó seguir las huellas de Charles Dickens (1812-1870) y H.G. Wells (1866-1946), y se dedicó a escribir por motivos literarios y políticos, para aquellos cuya única universidad había sido la biblioteca pública. El propio Orwell decía que su estilo literario se aproximaba bastante al de William Somerset Maugham (1874-1965), aunque también son notables la influencias de Jonathan Swift (1667-1745), Herman Melville (1819-1891) o Jack London (1876-1916), autores a los que por cierto admiraba.
"Un ensayista natural como Orwell -explica Crick en 'George Orwell. A life' (George Orwell. Una vida, 1980)-, incluso cuando se propone escribir una polémica, dirá como observa él mismo muchas cosas que son irrelevantes. Se detiene a explorar cuestiones secundarias y disfruta con el juego entre la imaginación y el acto real de escribir siempre demasiado para ser un polemista solvente o un sociólogo plenamente objetivo. El estilo sencillo y la gran habilidad de Orwell en su utilización del ensayo como modo de expresión son parte de su culto de lo corriente, su fe en el sentido común y el hombre común. Esto me parece muy atractivo. La idea de Orwell de una sociedad igualitaria no era una sociedad donde sólo se discutieran los grandes temas, sino donde hubiera tiempo para sentarse y mirar, disfrutar de la naturaleza y el ocio; semejantes ideales no deben olvidarse, sobre todo en tiempos de profunda crisis".
En ese sentido, ya en 1936 emitió en "In defence of the novel" (En defensa de la novela) un severo juicio sobre los medios de comunicación y su antojadiza manipulación de la crítica: "El robo a mano armada que suponen los libros es sencillamente una estafa de lo más cínica. Z escribe un libro que publica Y, y que reseña X en el Semanario W. Si la reseña es negativa, Y retirará el anuncio que ha incluido, por lo cual X tiene que calificar la novela de 'obra maestra inolvidable' si no quiere que lo despidan. En esencia, ésta es la situación, y la reseña de novelas, o la crítica de novelas, si se quiere, se ha hundido a la profundidad a la que hoy se encuentra sobre todo porque los críticos sin excepción tienen a un editor o a varios apretándoles las tuercas por persona interpuesta".Poco a poco fue descubriendo la necesidad de recurrir al ensayo como modo de difundir sus ideas. En 1946, en un pasaje de "Why I write" (Por qué escribo), dijo: "Lo que más he deseado hacer a lo largo de los diez últimos años es convertir el escrito político en arte. Mi punto de partida es siempre un sentimiento partidista, una sensación de injusticia. Cuando me siento a escribir un libro, no me digo: 'Voy a producir una obra de arte'. Lo escribo porque hay una mentira que quiero desenmascarar, algún hecho sobre el que quiero llamar la atención, y mi preocupación inicial es conseguir un público. De todos modos, no conseguiría hacer el trabajo de escribir un libro, ni siquiera un artículo largo para una revista, si no fuera también una experiencia estética".
Más allá de su notable preocupación por la política y las cuestiones sociales de su tiempo, y su enfática crítica a las guerras, las sociedades totalitarias y el imperialismo, Orwell también se ocupó de escribir sobre literatura. En esa dirección escribió los ensayos "Charles Dickens", "In defence of P.G. Wodehouse" (En defensa de P.G. Wodehouse), "Politics vs literature. An examination of Gulliver's travels" (Política vs literatura. Una revisión de los viajes de Gulliver), "Mark Twain. The licensed jester" (Mark Twain. El bufón autorizado), "Books vs cigarettes" (Libros vs cigarrillos), "W.B. Yeats", "Rudyard Kipling", "Confessions of a book reviewer" (Confesiones de un crítico literario), "Why I write" (Por qué escribo) y "Politics and the english language" (La política y el idioma inglés).
En este último -que aunque publicado en 1946 posee una indiscutible vigencia- Orwell estableció las reglas que consideraba más eficaces para la utilización del lenguaje inglés, pero que, sin dudas, pueden ser utilizadas para el nuestro. En ese breve ensayo razonaba lo siguiente: "La mayoría de las personas que de algún modo se preocupan por el tema admitiría que el lenguaje va por mal camino, pero por lo general suponen que no podemos hacer nada para remediarlo mediante la acción consciente. Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje -así se argumenta- debe compartir inevitablemente el derrumbe general. De esto se desprende que toda lucha contra el abuso del lenguaje es un arcaísmo sentimental, así como cuando se prefieren las velas a la luz eléctrica o los cabriolés a los aeroplanos. Esto lleva implícita la creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no un instrumento al que damos forma para nuestros propios fines. Ahora bien, es claro que la decadencia de un lenguaje ha de tener, en última instancia, causas políticas y económicas: no se debe simplemente a la mala influencia de éste o aquél escritor. Pero un efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente. Un hombre puede beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo debido a que bebe. Algo semejante está sucediendo con el idioma inglés. Se ha vuelto tosco e impreciso porque nuestros pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos disparates. El meollo está en que el proceso es reversible".
Haciendo hincapié en su idioma, Orwell especificaba: "El inglés moderno, en especial el inglés escrito, está plagado de malos hábitos que se difunden por imitación, y que podemos evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales". A continuación reproducía algunos textos tomados de distintos medios, tanto de Inglaterra como de Estados Unidos, aclarando: "No elegí estos pasajes porque fueran especialmente malos -podría haber citado otros mucho peores si lo hubiera querido-, sino porque ilustran algunos de los vicios mentales que hoy padecemos. Están un poco por debajo del promedio, pero son ejemplos bastante representativos".A los autores de dichos pasajes les reprochaba la proclividad a la utilización de imágenes trilladas y su falta de precisión. "El escritor -decía- tiene un significado y no puede expresarlo, o dice inadvertidamente otra cosa, o le es casi indiferente que sus palabras tengan o no significado. Esta mezcla de vaguedad y clara incompetencia es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna, y en particular de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del idioma que no sean trillados: la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado, y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado".
A continuación enumeraba algunos "trucos mediante los que se acostumbra evadir la tarea de componer la prosa". En primer lugar, las metáforas moribundas: "Una metáfora que se acaba de inventar ayuda al pensamiento evocando una imagen visual, mientras que una metáfora técnicamente 'muerta' se ha convertido en un giro ordinario y por lo general se puede usar sin pérdida de vivacidad. Pero entre estas dos clases hay un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema de inventar sus propias frases. Ejemplos: doblar las campanas por, blandir el garrote, mantener a raya, pisotear los derechos ajenos, marchar hombro con hombro, hacerle el juego a, pescar en río revuelto, a la orden del día, el talón de Aquiles, el canto del cisne. Muchas de ellas se usan sin saber su significado y muchas veces se mezclan metáforas incompatibles, signo seguro de que el escritor no está interesado en lo que dice. Algunas metáforas que hoy son comunes se han alejado de su significado original sin que quienes las usan sean conscientes de ese hecho, como ocurre con el ejemplo del martillo y el yunque, que hoy siempre se usa con la implicación de que el yunque recibe la peor parte. En la vida real es siempre el yunque el que rompe el martillo, nunca al contrario: un escritor que se detuviera a pensar en lo que está diciendo evitaría pervertir la expresión original".
En segundo lugar se refería a las extensiones verbales falsas: "Estas evitan el problema de elegir los verbos y sustantivos apropiados, y al mismo tiempo atiborran cada oración con sílabas adicionales que le dan una apariencia de simetría. Algunas expresiones características son: volver no operativo, militar contra, hacer contacto con, estar sujeto a, dar lugar a, tener el efecto de, cumplir un papel principal en, hacerse sentir, surtir efecto, exhibir la tendencia a, servir al propósito de, etcétera. El principio básico es eliminar los verbos simples. En vez de una sola palabra, como romper, detener, despojar, remendar, matar, un verbo se convierte en una frase, formada por un sustantivo o un adjetivo unido a un verbo de propósito general, como resultar, servir, formar, desempeñar, volver. Además, dondequiera que es posible, se prefiere usar la voz pasiva a la voz activa, y construcciones sustantivadas en vez de gerundios (mediante el examen en vez de examinando). Las conjunciones y preposiciones simples se sustituyen por expresiones tales como: con respecto a, teniendo en cuenta que, el hecho de que, a fuerza de, en vista de, de acuerdo con la hipótesis según la cual; y se evita terminar las oraciones con un anticlímax mediante lugares comunes tan resonantes como: tan deseado, no se puede dejar de tener en cuenta, un desarrollo que se espera en el futuro cercano, merecedor de seria consideración, llevado a una conclusión satisfactoria, etcétera".
En tercer lugar aludía a la dicción pretenciosa: "Palabras como fenómeno, elemento, individual (como sustantivo), objetivo, categórico, efectivo, virtual, básico, primario, promover, constituir, exhibir, explotar, utilizar, eliminar, liquidar, se usan para adornar una afirmación simple y dar un tono de imparcialidad científica a juicios sesgados. Adjetivos como contemporáneo, épico, histórico, inolvidable, triunfante, antiguo, inevitable, inexorable, verdadero, se usan para dignificar el sórdido proceso de la política internacional, mientras que los escritos que glorifican la guerra adoptan un tono arcaico, y sus palabras características son: dominio, trono, carroza, mano armada, tridente, espada, escudo, coraza, bota militar, clarín. Se usan palabras y expresiones extranjeras para dar un aire de cultura y elegancia. Salvo las abreviaturas útiles, no hay ninguna necesidad real de tantos centenares de locuciones extranjeras que hoy son corrientes en el idioma inglés. Los malos escritores, en especial los escritores científicos, políticos y sociológicos, casi siempre están obsesionados por la idea de que las palabras latinas o griegas son más grandiosas que las sajonas, y palabras innecesarias como expedito, mejorar, predecir, extrínseco, desarraigado, clandestino, subacuático y otros cientos más ganan terreno sobre las anglosajonas. En general, el resultado es un aumento de la dejadez y la vaguedad".
Por último, apuntaba a los escritores que utilizan palabras sin sentido: "En ciertos escritos, en particular los de crítica de arte y de crítica literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi totalmente de significado. Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental, natural, vitalidad, tal como se usan en la crítica de arte, son estrictamente un sinsentido, por cuanto no sólo no señalan un objeto que se pueda descubrir, sino que ni siquiera se espera que el lector lo descubra. Se abusa asimismo de muchos términos políticos. El término fascismo hoy no tiene ningún significado excepto en cuanto a que significa algo no deseable. Las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia, tienen varios significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí. En el caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición aceptada sino que el esfuerzo por encontrarle una, choca con la oposición de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado. A menudo se emplean palabras de este tipo en forma deliberadamente deshonesta. Es decir, la persona que las usa tiene su propia definición privada, pero permite que su oyente piense que quiere decir algo bastante diferente".Orwell definió a estos defectos como un "catálogo de estafas y perversiones", admitiendo que "la tendencia general de la prosa moderna es alejarse de la concreción". "No quiero exagerar -decía-. Este tipo de escritura no es aún universal; sin embargo los brotes de simplicidad aparecen aquí y allá en la página peor escrita".