Sí, yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno estético.
Es que yo no lo veo violento y cruel. A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble, como decías ahora. Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces, más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla. Por otra parte, lo que sucede es que a mí no me interesan los deportes colectivos. Esto pareciera que va en contra de mi ideología pero creo que no es así. El fútbol, por ejemplo, me es totalmente indiferente. Sé que decir esto, en boca de un argentino, es algo grave..., capaz de desatar muchas iras... Pero me es tan indiferente como el rugby o el béisbol. Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro. En el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien puede haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas.
¿Qué boxeador te ha provocado esa emoción digamos "estética" que puede dar una especial mezcla de armonía física, técnica, fuerza...
Estéticamente es muy hermoso ver enfrentarse a dos grandes boxeadores. Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, era una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento.
Con frecuencia utilizas en tu literatura elementos del jazz o del boxeo, haces comparaciones...
Me parece interesante que me preguntes esto. En América Latina hay todavía una tendencia romántica a buscar metáforas que respondan a imágenes consideradas "nobles". Yo desde muy joven sentí que debía desacralizar, quitarle a la literatura esa imagen "noble"; siempre pensé que había en la vida cotidiana elementos llenos de belleza, que era necesario incorporarlos a la literatura. Desde el comienzo hay en mis libros referencias del tipo que señalas. Un buen match de box -como decíamos antes- puede ser tan hermoso como la metáfora más "noble".
Aparte de los que ya mencionaste, ¿qué otros boxeadores has admirado?
Muchos, sobre todo, los de la época de oro. Y me gustaba mucho Cassius Clay. Su descaro, sus bravuconadas, ese estilo de desafío permanente. El decía que era "el más grande" y quizás lo haya sido. Lo que es seguro es que ha sido, sin duda, uno de los más grandes de la historia del boxeo. Y de la Argentina, admiré al "Intocable", Nicolino Locche.
¿No te gustaba Carlos Monzón?
Sí, sí, me gustaba mucho. Era un boxeador cerebral, que usaba la cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Bouttier, que yo vi por televisión. A propósito, ¿sabes que en los años veinte, Ho Chi Minh era cronista de boxeo en París? En una ocasión, comentando para una revista francesa, un combate entre dos boxeadores norteamericanos, uno negro y otro blanco, él escribió un extraordinario alegato contra el racismo, desde luego sin utilizar ni una sola vez esa palabra... Recordé ahora ese alegato, porque cuando vi la transmisión de la pelea Bouttier-Monzón me indignaron los comentarios racistas que hacía el relator.
Hablando de Monzón, hay otro cuento tuuyo, "La noche de Mantequilla", donde también el boxeo está presente...
Ah, sí, es la historia de la pelea de Carlos Monzón y "Mantequilla" Nápoles en París, una pelea que me dejó un recuerdo muy especial. Así que cuando se me ocurrió la idea del cuento, que es una historia que tiene que ver con la política, la situé en aquella noche en el estadio.
Si no te molesta, podemos pasar al jazzz, otra de tus pasiones... ¿Sigues tocando la trompeta?
Cada vez menos. En un tiempo la tocaba pésimamente, para tortura de mis vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París... vivo en los aviones. Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otra parte, no estoy en las mejores condiciones físicas ahora para tocar la trompeta, pero me divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesarte que yo soy un músico frustrado.
¿Tocabas algún instrumento de niño?
Sí, el piano. Me obligaron a tocarlo desde los ocho hasta los trece y un día cerré el piano y no quise tocarlo más. Una tía mía, fanática de Bach y de Chopin, fue la que hizo de mí un melómano.
¿Desde cuándo te interesó el jazz?
No lo sé exactamente, pero creo que no tengo casi recuerdos sin jazz. Yo nací en 1914 así que, cuando era chico, asistí al nacimiento de la radio... no había discos de jazz todavía. En esa época se escuchaba en la radio, en Argentina, tangos, música clásica o música popular hasta que un día -yo tendría diez años- escuché por primera vez un foxtrot y fue mágico para mí. Dos o tres años después, descubrí a Jelly Roll Morton y más tarde, a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Durante mucho tiempo ellos fueron mis músicos de jazz preferidos.
¿Ya no lo son? ¿Qué discos salvarías del diluvio?
Sí, sí, lo siguen siendo. Es más, si tuviera que elegir algunos discos para salvar del diluvio, -como dices- me llevaría discos de los tres, sobre todo algunos del viejo Armstrong y del Duke Ellington de los años veinte al treinta. Como ves no he evolucionado mucho...
¿No te llevarías ningún disco de música clásica?
Bueno, quizás no me expliqué bien. El jazz es maravilloso pero la música clásica es como la gran literatura y mi amor por el jazz es algo que corre paralelo a mi amor por la música clásica... Si oyes la música medieval, la música de cámara de Mozart o los últimos cuartetos de Beethoven, sabes que es todo lo que se puede conseguir en música. Si tuviera que elegir discos para salvar del diluvio entre jazz y música clásica -cosa que no querría-, aún con mucho dolor escogería algunos de música clásica, entre los que te he dicho e incluiría también a Béla Bartók.
Tú escribiste "El perseguidor" como un cierto homenaje a Charlie Parker. ¿Cuándo descubriste su música?
Fue antes de irme de la Argentina. Cuatro o cinco años antes, un día compré "Lover man", sin conocerlo. Al principio mi reacción fue negativa hasta que un día la cabeza me hizo clic y desde entonces, muchas cosas que había oído hasta ese momento perdieron sentido. Su música fue muy importante para mí.
De los que vinieron después, ¿quiénes te impresionaron como Parker?
Dizzy Gillespie, Miles y después, Coltrane. Esos son discos que también me llevaría conmigo. Y sin duda, no podría olvidarme de Earl Hines, que es un pianista al que adoro. Toca como un dios. ¿Sabías que Dizzy y Charlie Parker tocaron en 1943, juntos, en la banda de Hines? Earl es un músico maravilloso, lleno de alegría y humor. Los movimientos de su mano derecha suenan como una transposición de la trompeta de Armstrong...
¿Escuchas jazz a diario? ¿Escuchas mientras trabajas?
Sí, escucho dos o tres discos de jazz por día y bastante más música clásica. Pero jamás pongo música mientras hago otra cosa. Los que compusieron esa música no lo hicieron para que fuera un "fondo musical" sino para que lo oyéramos con la misma atención con la que leemos un libro.
Una última pregunta: ¿crees que el jazz ha influido en tu obra?
Sí, mucho. Me enseñó cierto "swing" que está en mi estilo e intento escribir mis cuentos un poco como el músico de jazz enfrenta un "take", con la misma espontaneidad de la improvisación.