29 de diciembre de 2012

Siete hombres de Praga (7). Franz Kafka, la soledad, el hastío y la desesperanza


El primer documento escrito conocido sobre la ciudad de Praga y las costumbres de los pueblos eslavos data de fines del siglo X. Se originó en el viaje que, entre los años 960 y 970 un comerciante judío natural de Tortosa, España, realizara a la región por orden del califa de Córdoba Al-Hakam (915-976), quien lo había enviado a entrevistarse con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Otto Liudolfinger (912-973) -Otón el Grande- para acordar el comercio de esclavos. Si bien del escrito original solo quedan algunos fragmentos, el historiador árabe Al-Bakri (1014-1094) lo reprodujo en su "Kitāb al-masālik wa-al-mamālik" (El libro de las carreteras y los reinos) en 1068. A esa época se remontan los primeros asentamientos judíos en Praga que, hacia 1096, cuando los despiadados ejércitos de la Primera Cruzada pasaron por Praga camino a Jerusalem, fueron diezmados. Años después, los judíos se concentraron en un barrio amurallado en la Staré Město (Ciudad Vieja) en los terrenos más modestos a orillas del río Moldava. Si bien en un principio no tuvieron los mismos derechos que los ciudadanos cristianos y eran obligados a usar un distintivo amarillo, a partir de 1292 accedieron a una administración autónoma. En los siglos siguientes el asentamiento de judíos se convirtió en un gueto con su propia representación, sistema judicial y autogestión, separado de la ciudad cristiana. El barrio judío de Praga alcanzó una gran prosperidad en el siglo XVI, en especial en tiempos del alcalde Miška Marek Meisel (1528-1601), quien mandó construir varias sinagogas e instaló la primera imprenta judía que existió al norte de los Alpes. Para ese entonces la comunidad judía de Praga se había duplicado. Inmigrantes judíos que fueron expulsados de Moravia, Alemania, Austria y España, fueron asentándose en el barrio dado que les fue permitido adquirir tierras cercanas al gueto y construir allí sus casas.
Luego de la Guerra de los Treinta Años la situación de los judíos empeoró notablemente y fueron expulsados de Praga por algunos años. Recién en 1781, cuando el rey Joseph von Habsburg-Lothringen (1741-1790) promulgó el famoso Toleranzpatent (Edicto de Tolerancia) que sentó las bases de la tolerancia religiosa, la situación de los judíos mejoró. En señal de agradecimiento los líderes comunitarios le pusieron al barrio el nombre de Josefov, un nombre que perdura hasta hoy. En esa época vivían en Praga más judíos que en cualquier otro lugar del mundo y constituían un cuarto de la población general de Praga. El gueto judío fue abolido en 1852 y los muros derribados. Quince años después, con la creación del Imperio Austrohúngaro, obtuvieron igualdad plena de derechos, lo que les permitió transmigrar a otros barrios de la ciudad. Así, los judíos más adinerados abandonaron sus casas del estrecho barrio quedando en el antiguo gueto sólo los más humildes. Esto significó el comienzo del declive del barrio judío, que se convirtió durante el siglo XIX en una barriada de casas semiderruidas, pequeños talleres, tabernas sucias, prostíbulos baratos e inmundos vertederos, y en el que la tasa de mortalidad era un 50% más elevada que en los otros distritos de la ciudad. Hacia 1896, las viejas y hacinadas casas del barrio judío fueron derribadas. Del laberinto de callejones polvorientos se salvaron sólo unos pocos edificios, los más importantes. Quedaron seis sinagogas, la Casa del Ayuntamiento y el antiguo cementerio que data de 1478. A principios del siglo XX se ampliaron las calles del ex barrio judío, se levantaron nuevos edificios y la ciudad se renovó. No obstante la memoria del añejo lugar extraviado quedó retratada en las obras de escritores como Gustav Meyrink (1868-1932) y Paul Leppin (1878-1945) que construyeron un insuperable monumento literario al viejo barrio. Luego surgieron otras grandes plumas de origen judío que escribieron su obra en checo como el ensayista František Langer (1888-1965) y su hermano el dramaturgo Jiří Langer (1894-1943). También, desde luego, los que lo hicieron en idioma alemán, entre ellos Franz Werfel (1890-1945), Max Brod (1884-1968), Jakob Wassermann (1873-1934) y, por supuesto, Franz Kafka.
Los Kafka eran oriundos de Wosek, un pequeño pueblo de la Bohemia meridional próximo a la ciudad de Strakonitz, que a mediados del si­glo XIX contaba con un centenar de habitantes. Uno de ellos, Jacob, carnicero que procedía de una muy humilde familia judía, en 1849 contrajo matrimonio con una ve­cina del lugar, Franziska Platowski, y de esta unión na­cieron seis hijos: cuatro varones y dos mujeres, que a la larga abandonarían todos la aldea dejando solo a su padre; éste, a su muerte era el último judío del pueblo. Uno de los hijos de Jacob fue Hermann, na­cido en 1852. Durante su niñez compartió la dura exis­tencia de la familia y asistió a la escuela judía del pueblo -último testimonio de una comunidad que antaño ha­bía sido floreciente- donde el joven, cuya lengua materna era el checo, aprendió alemán, la lengua oficial del Imperio Austrohúngaro. A los catorce años se hizo vendedor ambulante y consiguió ahorrar algún dinero, a los veinte dejó la aldea para hacer el servicio militar y más tarde se instaló en Praga, donde en 1882, cuando contrajo matrimonio, habitaba en el antiguo gueto. La joven que se casó con Hermann, Julie Lowy, nacida en 1856, pertenecía también a una familia judía, pero de posición social mucho más elevada; al igual que su mari­do había nacido en provincias, en Bad Podebrady, Bohemia del Sur, pero hacía ya tiempo que su padre, que era comerciante de telas, vivía en la capital. El primer hijo del matrimonio Kafka, Franz, nació el 3 de julio de 1883 en la casa situada en el número 5 de la calle U Radnice, en pleno centro comercial de Praga, situado entonces en el límite de los barrios que ha­bían habitado sus padres: el gueto que sería demolido unos años después y la zona residencial de la Staré Město. Después de Franz nacieron otros dos varones: Georg y Heinrich (que fallecieron a los quince y seis meses de edad respectivamente, antes de que Franz cumpliera los siete años) y, tras diversas mudanzas, en junio de 1889 la familia se instaló en un antiguo y amplio edificio adosado al Ayuntamiento. En esta casa nacieron las tres hermanas del escritor: Gabriele, Valerie y Ottilie, quienes durante la ocupación nazi serían deportadas y morirían en distintos campos de exterminio (en Chelmno, Elli y Valli; en Auschwitz, Ottla).
Por entonces la ciudad de Praga era un hervidero constante de conflictos entre la población mayoritariamente eslava y la minoría de origen germano, con especial incidencia en el aspecto lingüístico y el ordenamiento social. La antigua Bohemia  era gobernada desde Viena, y el alemán era la lengua oficial, la propia del ejército, de la burocracia, de la universidad, de la ciencia, con una ilustre tradi­ción literaria con la que no podía competir el checo, que en el siglo XVII había caído en una profunda decadencia. Cualquier tentativa de promoción social implicaba un acercamiento a la minoría alemana que acaparaba todo el prestigio y todo el poder. El padre de Kafka, que ayudado por su suegro había conseguido amasar una gran fortuna con sus negocios, decidió entonces darle a sus hijos una educación básicamente alemana. Y si bien en los primeros tiempos de su matrimonio mantuvo alguna vinculación con las tradiciones checas y alcanzó a formar parte del consejo de la sinagoga de la calle Heinrichsgasse, la primera sinagoga de Praga en la que se predicó en checo, pronto pasó a frecuentar otra sinagoga más germanizada y en dar muestras inequívocas de sus deseos de integrarse en la comunidad alemana sin que le afectase demasiado la oleada de violencia que asolaba Praga en los últimos lustros del siglo. Eran épocas del emergente nacionalismo checo, pero también del minoritario nacionalismo alemán, ambos inmersos en el papel modesto que representaba la nación checa dentro del Imperio Austrohúngaro. En medio de esta realidad tan compleja Kafka nunca terminó de encajar: su lengua era el alemán (aunque hablaba a la perfección el checo) pero, por otro lado, tampoco era bien acogido por parte de los alemanes debido a su condición de judío.
En ese escenario, Kafka cursó sus estudios primarios en la Deutsche Knabenschule, ubicada en la calle Masný trh a pocos pasos de su casa, y la secundaria en el riguroso Altstädter Deutsches Gymnasium, situado en el interior del palacio Golz-Kinský. La elección delata las crecientes aspiraciones sociales de su padre, ya que se trataba no sólo de un instituto de lengua alemana sino además de uno en los que la monarquía solía reclutar sus funcionarios. A todo esto, en su casa todo parece indicar que había muy poco ambiente familiar; su infancia transcurrió en­tre empleadas domésticas: la cocinera, la criada, la niñera, la institutriz francesa. Veía a sus padres casi exclusivamente a la hora de las comidas. Su padre, altivo, distante, algo despótico, pasaba el día en su tienda de la calle Altstadterring nº 16. Su madre, que ayudaba a llevar el negocio, tampoco disponía de tiempo para dedicarle, y su figura resulta algo borrosa. Ya adolescente, Kafka se hizo miembro de la Freie Schule, una institución anticlerical y ateísta, se unió al club de estudiantes Lese und Redehalle der Deutschen Studenten, que organizaba eventos literarios, y comenzó a asistir con frecuencia al Klub Mladych, una organización socialista libertaria. Cuando en 1902 ingresó en la Karl-Ferdinands Universität de Praga, su primera intención fue estudiar Letras o Química, lo que no fue visto con buenos ojos por su padre. Resignado, comenzó a cursar Derecho, una carrera por la que sentía una total indiferencia y que realizó sin ningún entusiasmo. Poco antes de recibirse tra­bajó durante un breve período en el despacho de un tío abogado, y el 18 de julio de 1906 reci­bió el título de Doctor en Jurisprudencia. Luego vendrían sus rutinarios y burocráticos empleos en las compañías de seguros Assicurazioni Generali (entre 1907 y 1908) y Arbeiter-Unfall-Versicherungs-Anstalt (entre 1908 y 1922).
Mientras tanto, claro, Kafka escribía. "Casi ninguna palabra que escribo se adapta a las demás -anotaba en su diario-; oigo cómo las consonantes se rozan con sonido metálico, y las vocales lo acompañan con un canto que parece el de los negros en las ferias. Mis dudas forman un círculo en torno a cada palabra, las veo antes que a la palabra, ¿pero qué? No veo en absoluto la palabra, la invento. En definitiva no sería la mayor desgracia, sólo que entonces tendría que inventar palabras capaces de soplar el olor de cadáver en una dirección que no nos espantara en seguida a mí y al lector". O en una carta a un amigo: "No puedo escribir, no he producido ni una sola línea que reconozca como mía. Mi cuerpo entero me advierte ante cada palabra; cada palabra, antes de que permita que yo la escriba, mira primero en torno suyo. Las frases se me parten prácticamente. Anduve horas por las calles, y medité sobre lo que había conseguido escribir. No reconozco ningún valor en gran parte de mi obra". Y en otras entradas de su diario: "El hecho de que haya quitado y tachado tantas cosas, casi todo cuanto había escrito durante este año, también me obstaculiza bastante para escribir. Es toda una montaña, cinco veces más de lo que había escrito en total, y ya su propia masa atrae cuanto escribo, sacándomelo bajo la pluma. Mis fuerzas ya no bastan para ninguna frase más. Sí, si se tratara de palabras, si fuera suficiente colocar una sola palabra, para apartarse luego con la conciencia tranquila de haber colmado esta palabra con todo nuestro ser. Continuamente me zumba en el oído una invocación: ¡Ojalá vinieras, juicio invisible!".
Kafka consideraba la literatura como su forma de existencia natural: "Sólo soy literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa. Todo lo que no es literatura me hastía". Pero, debido al ostensible conflicto con su vida profesional y familiar, le resultaba también una forma de existencia imposible: "No sólo a causa de mis relaciones familiares, tampoco podría vivir de la literatura a causa de la lentitud con que se originan mis obras y de su carácter tan especial; además, mi salud y mi personalidad me impiden llevar una vida que, en el mejor de los casos, sería incierta. Por esta razón soy un funcionario en una compañía de seguros. Sin embargo, estas dos profesiones nunca podrán ser compatibles y permitirme una felicidad conjunta. La mayor felicidad en la primera supondría la mayor desgracia en la segunda". Kafka no le encontraba sentido a caminar a través de la furia, de la negación, del dolor y de la aceptación. Se encaminó entonces hacia la invención de situaciones intolerables y allí se quedó. Por su temperamento atormentado, su actitud desesperada, lo hizo cubriéndolas con un manto de pesimismo y de angustia, pero también con un insobornable realismo y una gran ironía, como una manera de afrontar una existencia que para él había perdido todo sentido racional e irracional. Así pues, para Kafka escribir resultó ser una manera de retardar la muerte, "garabateando" en el papel sus más íntimos sueños, temores, deseos y fantasías, pero no movido por el propósito de alcanzar alguna trascendencia, sino más bien animado por el anhelo de plasmar con sencillez una obra de arte perfecta. Pero, a Kafka lo sencillo le resultaba extraño, y lo extraño generalmente le resultaba incomprensible, inaceptable y doloroso. Tal vez por esta razón su obra mantiene plena vigencia y atrae tanto a exégetas como a bisoños. "La verdad interna de un relato no se deja determinar nunca -escribió-, sino que debe ser aceptada o negada una y otra vez, de manera renovada, por cada uno de los lectores".
Kafka sólo publicó en vida alrededor de cuarenta relatos breves y dejó inéditas tres novelas inacabadas y una gran cantidad de relatos, diarios, aforismos y cartas. El resto de la historia, de cómo todos esos manuscritos llegaron a ser publicados, es harto conocido. Cuando en agosto de 1917 se le manifestaron los primeros síntomas de una enfermedad pulmonar (a las pocas semanas se confirmó que era  tuberculosis, por entonces una patología que suscitaba más expectativas de muerte que de curación), Kafka tuvo que pedir licencia en el trabajo y trasladarse a vivir a una granja al norte de Praga en la que permanecería hasta agosto de 1923. El joven Kafka se convirtió rápidamente en el señor Kafka, un hombre que, estigmatizado por una insomne y cruel presciencia, entró en la etapa del sufrimiento fructífero: "No tengo derecho a quejarme de no haber entrado en la corriente de la vida, de no haberme escapado de Praga -escribió-. Sólo permití la intervención de lo insensato, el estudio del Derecho, la oficina; estas insensateces deben ser consideradas como los manejos de un hombre que echa de su puerta al mendigo necesitado y luego, a solas, juega al benefactor, pasándose limosnas de la mano derecha a la izquierda". Más adelante agregó en su diario: "Los terribles períodos de estos últimos tiempos, innumerables, casi ininterrumpidos. Pa­seos, noches, días; incapaz de nada, excepto sufrir. Cada día me resulta más doloroso escribir. Es com­prensible. Cada palabra, retorcida en manos de los espí­ritus -este retorcimiento de las manos es su ademán característico-, se convierte en una lanza dirigida hacia el que habla. Muy especialmente una observación como la anterior. Y así hasta el infinito. El único consuelo sería: sucede, quieras o no quieras". Y el concluyente: "Lo que tengo que hacer, únicamente lo puedo hacer solo. Lograr claridad sobre las últimas cosas".
El organismo de Kafka se tomó su tiempo, tenía sus propios deseos y nostalgias. Su cuerpo, arrastrando tristezas, seguía a su alma atormentada, la perseguía cojeando detrás de ella. Tras realizar un infructuoso tratamiento en Schelesen, en septiembre de 1923 se instaló en Berlín, pero en los últimos días del año sufrió una neumonía que lo obligó a regresar al hogar paterno en Praga en marzo de 1924. El 5 de abril fue internado en el sanatorio Wienerwald, cerca de Viena, y cinco días después fue derivado a la clínica de la Univerzity Karlovy en Praga. Allí se conoció el diagnóstico definitivo: laringitis tuberculosa. El día 19 del mismo mes ingresó en la que sería su estancia final: el sanatorio Kierling de Klosterneuburg, una pequeña ciudad al norte de Viena, en el que los médicos consideraron la situación de Kafka sin esperanzas. Murió en la mañana del 3 de junio de 1924, un mes antes de cumplir los cuarenta y un años. Su cuerpo, ya definitivamente enlazado a su alma, fue trasladado a Praga para ser enterrado en el cementerio judío de Strašnice. La ceremonia se llevó a cabo el 11 de junio. Un centenar de personas acompañaron el ataúd hasta la tumba, caminado bajo los sauces y cipreses. Entre ellos estaba el escritor checo Johannes Urzidil (1896-1970) quien, años más tarde recordaría: "Echamos tierra en la fosa. Recuerdo muy bien esa tierra. Era clara, con grumos, barro, tierra con guijarros y trozos de piedra desmenuzada, que resonaba al caer sobre la caja del ataúd. Luego los asistentes se dispersaron. Por último, desde el cielo que se había oscurecido, comenzó a llover".

27 de diciembre de 2012

Siete hombres de Praga (6). Antonín Dvořák, un simple músico checo

A fines del siglo V comenzaron a llegar a la región de Bohemia y Moravia las primeras tribus eslavas que poco a poco fueron asentándose en estos territorios por entonces habitados por tribus germanas. Tras librarse de los ávaros, un pueblo nómada proveniente del Cáucaso, tres siglos más tarde se había conformado allí el Imperio de la Gran Moravia, una de las mayores formaciones estatales del siglo IX en los más diversos aspectos, desde el político hasta el socio-cultural. Mikulčice -que probablemente fue su capital, aunque esta suposición nunca fue comprobada- fue fortificada en el siglo VII y con el paso de los años se convirtió en una gran aglomeración de castillos y aldeas. Allí, salvo los príncipes, duques y los miembros de su séquito que conformaban la nobleza feudal terrateniente, los habitantes comunes y corrientes se dedicaban a la fabricación de diversos instrumentos laborales con huesos animales para labrar la madera, la vidriería, la orfebrería y al hilado y la costura de ropa. El Imperio era atravesado por la llamada Ruta del Ámbar que comunicaba el Mediterráneo con el Báltico, y por la Ruta de la Seda que iba desde el actual territorio de España hasta China. Esto favorecía el comercio, mayormente centrado en el intercambio de sal, telas, trigo, lúpulo, especias, miel, lana y cueros, pero también en la venta de joyas, caballos de guerra y esclavos. Sin embargo, debilitada por luchas internas y problemas fronterizos, a comienzos del siglo X la Gran Moravia fue perdiendo su influencia política, aunque sus estructuras económica y social continuaron existiendo durante un buen tiempo y su desaparición fue paulatina.
Para entonces, Praga era apenas una pequeña población de comerciantes, situada a orillas del río Moldava con su Iglesia de Santa María que sería la base del mítico Pražský hrad (Castillo de Praga). Después de la incorporación de los territorios de Bohemia y Moravia al Sacro Imperio Romano Germánico, Praga se convirtió en la capital del Reino de Bohemia y, a la par de su notable crecimiento, fueron floreciendo en sus cercanías otras ciudades en las que coexistieron checos y alemanes durante siglos, pasando por la convivencia pacífica hasta la rivalidad y el enfrentamiento armado. Las clases altas urbanas, dedicadas a la industria, el comercio y las artes, eran mayoritariamente alemanas y el idioma checo se había refugiado casi enteramente en el campo, creando una cultura que recopilarían los poetas y músicos checos varios siglos más tarde. Desde el siglo XVI la región pasó a formar parte del Imperio Austríaco y el pueblo fue obligado a hacerse católico y el alemán fue declarado idioma oficial. La nación checa como tal había dejado de existir en los siglos XVII y XVIII, sufriendo guerras devastadoras como la Guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1648, y la Guerra de los Siete Años entre 1756 y 1763, que dejaron la economía en ruinas y causaron la muerte de casi una tercera parte de la población. Recién a fines del siglo XVIII comenzó a prosperar la economía en las ciudades y en el campo, lo que convirtió a Bohemia y Moravia en el corazón industrial del Imperio. Ese sustancial desarrollo, Revolución Industrial mediante, provocó que muchos campesinos checos se trasladaran a los grandes centros urbanos, mayoritariamente poblados por alemanes, con afán de progreso. Esta situación fue la que de alguna manera fomentó el surgimiento del nacionalismo checo.
A diferencia de otros nacionalismos europeos, que a principios del siglo XIX tenían ya un importante apoyo de sus clases dirigentes, la aristocracia de Bohemia y Moravia, lejos de identificarse con ese movimiento, se mantuvo fiel a Viena. La lengua checa era hablada en esas fechas por el 63% de la población de Bohemia y por un 70% de los habitantes de Moravia. En la década de 1820 surgieron grupos de carácter intelectual -en la literatura, el teatro y la música- que pretendían impulsar la cultura y la lengua checas. A su vez, el número de periódicos escritos en checo aumentó significativamente entre 1863 y 1895, al mismo tiempo que los checos iban ganando las elecciones en los distintos ayuntamientos de ambas zonas donde se hablaba ese idioma. Pero fue con el Compromiso de 1867, que comportó el nacimiento del Imperio Austrohúngaro al unirse Imperio de Austria y el Reino de Hungría, cuando se creó una estructura política más favorable a la expansión social de ese movimiento nacionalista debido a serie de reformas constitucionales. En ese contexto, el nacionalismo fue convirtiéndose cada vez en una fuerza muy importante, tanto en el ámbito político como en el cultural. En el ámbito político fue el intento de unificación de un grupo particular de personas para crear una identidad nacional a través de características tales como una lengua común, culturas comunes, tradición histórica, rituales sociales y religiosos e instituciones nacionales.
En el ámbito cultural, las artes también jugaron un papel importante en promover las ideologías nacionalistas. En la música, por ejemplo, el nacionalismo significó que algunos compositores cultivaran estilos melódicos y armónicos que guardaban cierta asociación con su propio grupo étnico-social. Algunas veces esto involucraba el uso de canciones y danzas folclóricas nativas o imitando sus características musicales, pero también a veces los compositores creaban estilos nacionales introduciendo nuevas sonoridades o rehuyendo deliberadamente de los convencionalismos comunes del lenguaje musical de aquel entonces. En aquella época la educación era en alemán, y se consideraba a esta como la lengua oficial del Estado y de las clases media y alta. Usualmente las piezas presentadas en Praga, o bien eran en italiano o bien en alemán, hasta que Bedřich Smetana (1824-1884) comenzó a escoger temas meramente checos para sus obras. En sus óperas, la escenografía y el vestuario estaban basados en tradiciones nacionales y, aunque su lenguaje musical estaba fuertemente influenciado por el compositor húngaro Franz Liszt (1811-1886), logró crear un estilo nacional usando tonadas folclóricas y danzas populares como la polka, evitando los convencionalismos estilísticos usados por los alemanes e italianos. El trabajo empezado por Smetana tuvo un digno sucesor en un músico que había nacido en Nelahozeves, la vieja ciudad fundada en 1352 apenas a veintidós kilómetros al norte de Praga: Antonín Dvořák.
Hijo de un músico aficionado que atendía una taberna y una carnicería, Antonín Leopold Dvořák demostró predisposición para la música desde niño. Nacido el 8 de septiembre de 1841, pronto aprendió a tocar el violín y, a menudo, entretenía a los huéspedes del mesón de su padre, quien le enseñó también piano y órgano. A los seis años comenzó a ir a la escuela y fue el profesor Josef Spitz (1807-1866) quien ayudó al pequeño a desarrollar sus talentos, llevándolo a tocar a la iglesia de San Andrés. Dvořák dejó su pueblo natal cuando tenía doce años y se trasladó a la cercana Zlonice para estudiar alemán. Luego, en 1856, marchó a Praga e ingresó en la Pražská varhanická škola (Escuela de órgano de Praga) donde, bajo la supervisión musical del maestro Antonín Liehmann (1808-1879), amplió sus conocimientos en piano, órgano y viola, y aprendió los fundamentos de la teoría musical.
Fueron épocas de estrecheces económicas. Enseñaba música a los hijos de poderosas familias de la capital y tocaba el órgano en las iglesias por tan sólo unas monedas. En 1859, con dieciocho años, consiguió ingresar como violinista en la orquesta de Karel Komzák (1823-1893), un organista bohemio que dirigía una orquesta en el Prozatimni Divadlo (Teatro Provisional), la sala en que se ofrecían conciertos mientras se construía el Národní Divadlo (Teatro Nacional) que dirigiría Smetana. Allí ingresó Dvořák como violinista en 1862 a las órdenes del director titular Jan Nepomuk Mayr (1818-1888), y permanecería durante una década. Luego, entre 1873 y 1877 fue organista de la Iglesia de San Adalberto en Praga. Eran tiempos en que el romanticismo poco a poco comenzaba a ceder paso a nuevas tendencias artísticas y la monarquía austrohúngara había decidido conceder becas a talentosos compositores sin recursos. Dvořák solicitó la beca cuatro veces y la respuesta fue siempre positiva. A la última solicitud adjuntó, entre otras composiciones, la titulada "Sborové písne pro muzské hlasy" (Cantos moravos a dos voces), pieza que entusiasmó enormemente a uno de los miembros del jurado, el pianista y compositor alemán Johannes Brahms (1833-1897) quien, en lo sucesivo ayudaría significativamente a Dvořák en su carrera artística. Su primeros éxitos llegarían con sus "Moravské dvojzpevy" (Dúos moravos) y la cantata "Hymnus. Dědicové bílé hory" (Himno. Los herederos de la montaña blanca), y rápidamente lograría fama internacional gracias a la publicación de la primera colección de"Slovanské tance" (Danzas eslavas). Su cantata religiosa "Stabat Mater" estrenada en 1880 obtuvo un éxito sin precedentes y a partir de entonces se consolidó su prestigio y se dedicó de lleno a la composición.
Su nombre y su obra, que hasta entonces sólo habían encontrado eco en su propio país, se extendieron rápidamente más allá de sus fronteras. Así, fue invitado numerosas veces a Inglaterra donde encontró una especial acogida y obtuvo un gran éxito con su música. Allí estrenó varias de sus obras, siendo nombrado además Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge, similar distinción a la que recibiría en las universidades de Praga y Viena. También, invitado por Pyotr Ilyich Tchaikovsky (1840-1893), viajó a Rusia presentándose con gran suceso en Moscú y San Petersburgo. Luego, en septiembre de 1892, fue contratado para dirigir el National Conservatory of Music de Nueva York, ciudad en la que permaneció tres años, aprovechando su estadía allí y en la colonia checa de Spillville, donde solía pasar los veranos, para interiorizarse en las músicas folclóricas india y negra norteamericanas. El célebre Carnegie Hall fue escenario del estreno de las obras de su etapa de mayor madurez artística.
Convertido ya en una celebridad internacional, en 1895 regresó a Praga, donde fue nombrado Director del Conservatorio Nacional, un cargo que mantuvo hasta el final de su vida. Entre sus alumnos más destacados estuvieron los compositores checos Vitèzslav Novák (1870-1949), Oskar Nedbal (1874-1930), Rudolf Karel (1880-1945) y Josef Suk (1929-2011). En 1904, el compositor experimentó unos fuertes dolores de riñón que impidieron su asistencia al Festival de Música Checa celebrado en abril de aquel año. Los síntomas se agravaron con inusual celeridad y el 1 de mayo siguiente falleció como consecuencia de una congestión cerebral. Su muerte fue seguida por Funerales Nacionales y una jornada de luto en toda la región de Bohemia. Sus restos descansan en el cementerio de Vysehrad, junto al río Moldava y su casa natal fue convertida en museo. Dvořák, un compositor que cosechó el éxito por todo el mundo y recibió significativos premios y galardones, permaneció siendo siempre un músico modesto. Así lo testimonia una de las cartas que le envió a Fritz Simrock (1837-1901), su editor alemán: "Su última carta me causó confusión, puesto que usted se dirige a mí como si yo fuera algo como un dios, lo que no me considero ni me consideraré jamás. Insisto en que, pese a que he viajado por el mundo, he escuchado infinitas ovaciones del público y he recibido varias distinciones, permaneceré siendo para siempre lo que soy en realidad: un simple músico checo".
Sus obras (más de doscientas composiciones) incluyen nueve sinfonías, entre ellas "Zlonické zvony" (Las campanas de Zlonice) y "Nového světa" (del Nuevo Mundo); las óperas "Král a uhlíř" (El rey y los quemadores de carbón), "Tvrdé palice" (Los amantes obstinados), "Čert a Káča" (El diablo y Catalina), "Dimitrij" (Dimitri), "Jakobín" (El jacobino) y "Rusalka" (Ondina), entre otras; numerosas obras para piano -"Humoresky" (Humoresca) y "Legendy" (Leyendas) entre las más conocidas-; varios poemas sinfónicos -"Polednice" (La bruja del mediodía), "Zlatý kolovrat" (La rueca de oro), "Holoubek" (La paloma del bosque), "Píseň bohatýrská" (Canción heroica)-; música de cámara, oratorios, cantatas, misas, rapsodias, polcas, nocturnos, serenatas, conciertos para violín, para violonchelo y música coral.
En su deseo de expresar el espíritu del arte nacional checo, dirigió su atención hacia la poesía, las danzas el folclore checos. Sin embargo fue un creador cosmopolita ya que también utilizó estructuras melódicas propias de otras corrientes musicales. En ese sentido, puede dividirse su producción en tres períodos: el período de formación, en el que se destaca la influencia clásica de Beethoven, Haydn, Mozart, Schubert y Wagner; el período eslavo, centrado en el nacionalismo y representado cabalmente por sus serie de danzas inspiradas en los paisajes bohemios, los días de fiesta, las ceremonias, los cantos y las danzas populares; y el período norteamericano, que quedó inmortalizado en su novena sinfonía con la introducción de los ritmos sincopados de la música espiritual negra e incluso india. A pesar de su ascendente progreso tanto profesional como social, Dvořák nunca perdió la frescura inocente de su infancia, reflejada una y otra vez en su música. Sus obras contrarrestan el exceso melódico mediante una cuidadosa organización y equilibrio entre compás y compás, aspecto que vivifica notablemente el desarrollo temático. Su legado sinfónico, progresivamente perfeccionado, ocupa un lugar de merecido privilegio en la historia de la música.

23 de diciembre de 2012

Siete hombres de Praga (5). Rainer Maria Rilke, la vida y la muerte como una experiencia cósmica que es posible expresar en palabras

A mediados del siglo XIV existían en Praga -sobre la margen derecha del río Moldava- tres grandes mercados: el de heno, el de ganado y el de caballos. En torno a estos tres enclaves el rey Carlos IV planificó minuciosamente la construcción de un nuevo distrito con el objetivo de aumentar el tamaño de Praga, ciudad a la que había convertido en la capital del Sacro Imperio Romano Germánico. Para ello contrató los servicios de los arquitectos Mathieu d'Arras (1290- 1352) y Petr Parléř (1333- 1399). El 8 de marzo del año 1348 se publicaba el decreto de la fundación de la Nové Město (Ciudad Nueva) y, a fines del mismo mes, se colocaba la piedra fundamental y comenzaban los trabajos de construcción que fueron supervisados personalmente por el rey. El trazado de la Ciudad Nueva, un proyecto audaz y novedoso para la época, incluyó la conversión de las antiguas calles medievales en amplios bulevares y la renovación y adaptación de los mercados originales en grandes plazas. Así, el antiguo mercado del heno pasó a llamarse Senovážné náměstí (Plaza del Heno), el del ganado Karlovo náměsti (Plaza de Carlos), y el de caballos Václavské námêstí (Plaza de Wenceslao). Al cabo de dos años se terminaron de construir las murallas del nuevo barrio, las que estaban coronadas por veinte torres e interrumpidas por cuatro grandes puertas. Aunque las obras más vistosas tardaron más en completarse, en el año 1372 ya estaba concluida la edificación básica de la Ciudad Nueva, la que pronto fue habitada por todo tipo de comerciantes y artesanos: curtidores, pescadores, carpinteros, balseros, tintoreros, ladrilleros, herradores, caldereros, ebanistas y cerveceros provenientes de la Staré Mesto (Ciudad Vieja) y el Malá Strana (Barrio Chico).
Carlos IV, un soberano muy religioso, ordenó construir varias iglesias. Además de las ya existentes iglesias de Nuestra Señora de las Nieves, de San Esteban, y de San Enrique y Santa Cunegunda, el rey mandó edificar cinco iglesias que a vista de pájaro formaban una cruz. Así nacieron las iglesias de Santa Catalina, la de Nuestra Señora de la Anunciación, la de San Apolinario, la de la Asunción de Nuestra Señora y San Carlomagno, la de Nuestra Señora y Patronos Eslavos. A la vez se fundaron la escuela parroquial, la oficina de correos, el jardín botánico, un monasterio benedictino, la sede del Ayuntamiento y el edificio de la Asamblea Federal, y se construyeron, en una primera fase, alrededor de seiscientas nuevas casas. La nueva ciudad pronto se convirtió en un importante centro administrativo y económico. Todo el comercio de ganado, pescado, madera y carbón pasaba por Nové Město y muchos miembros de la aristocracia y de las casas reales no tardaron en afincarse allí.
Durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, la ciudad vivió un gran crecimiento económico que atrajo a una población de mercaderes y nobles de toda Europa. La Nové Město vió como su patrimonio arquitectónico se ampliaba con la construcción de nuevas iglesias y palacios, muchos bajo el nuevo estilo del Barroco. El distrito, que para entonces se había convertido en un bastión del nacionalismo checo, se vio muchas veces afectado por la devastación producida por las continuas guerras y revoluciones, y también por grandes incendios e inundaciones. El desarrollo medieval de la zona gradualmente fue sucumbiendo a las sucesivas demoliciones y reconstrucciones, y poco fue quedando del estilo barroco original. No obstante se levantaron los edificios del Museo Nacional, de la Opera Estatal y del Teatro Nacional con un marcado estilo neorrenacentista. Hacia fines del siglo XIX, Nové Město vivió nuevas transformaciones. Se demolieron buena parte de las viejas edificaciones de la zona para darle un aspecto más moderno. Muchos edificios originales fueron derrumbados y reemplazados por otros, construidos por arquitectos afamados de la época como Josef Schulz (1840-1917), Ferdinand Fellner (1847-1916) y Hermann Helmer (1849-1919), lo que dio como resultado una variada mezcla de estilos.
Por ese entonces, en el número 19 de la calle Jindřišská, muy cerca de la iglesia de San Enrique y Santa Cunegunda, nacía el escritor Rainer Maria Rilke, el mayor de los poetas checos en lengua alemana, el escritor que, para gran parte de la crítica, poco y nada tuvo que ver con la cultura checa y el hecho de haber nacido en Praga no significó para él nada más que un dato anecdótico en su biografía. A diferencia de Neruda o Kafka que, educados respectivamente en el Malostranské Gymnasium y la Deutsche Knabenschule -el uno y el otro colegios alemanes- y que optaron por escribir su obra en checo el primero y en alemán el segundo, y en ambos casos su literatura es "checa"; Rilke, salvo en sus comienzos cuando utilizó algunas palabras checas en sus poemas escritos en alemán e identificó a ciertos rincones de su infancia como un hogar, nunca más volvió a hacer referencia a Praga ni a lo checo durante el resto de su vida. Es probable que en su juventud se haya sentido parte de ese universo praguense que unía lo checo con lo alemán, pero nunca parte de la cultura checa. Se convirtió en un ser errante por Europa en busca de un hogar y jamás regresó a Praga.
René Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke nació el 4 de diciembre de 1875. Quien llegaría a ser el poeta en lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX provenía de una familia que, por generaciones, había dado oficiales y funcionarios al imperio austriaco. Pasó una niñez complicada debido a la mala relación de sus padres, lo que se agravó en 1884 cuando su madre se marchó a Viena y su padre decidió mandarlo a una escuela militar. Al año siguiente ingresó en la Militar Unterrealschule de Sankt Pölten en Moravia, donde permaneció cuatro años para pasar luego al Colegio Superior Militar de Weisskirchen hasta que, por problemas de salud, abandonó definitivamente la carrera de las armas. Tras un breve paso por la prestigiosa Academia de Negocios de Linz, en 1892 Rilke regresó a Praga. La carrera económica tampoco era para él.
Su infancia solitaria, vivida en medio de una familia desunida en una ciudad que nunca asimiló, no le permitía integrarse, prepararse para vivir y actuar. A sus diecisiete años, aquellos conflictos emocionales lo habían marcado profundamente. Veía su futuro como algo insulso, gris y falto de toda ilusión. Decidió entonces estudiar Historia del Arte e Historia de la Literatura. Lo hizo en las universidades de Praga, Munich y Berlín; no obtuvo ningún grado universitario, pero había encontrado su verdadero cauce. Iba a seguir su vocación de poeta, y al igual que muchos otros, sería un autodidacta. Leyó con devoción a los poetas simbolistas franceses Stéphane Mallarmé (1842-1898), Paul Verlaine (1844-1896) y, sobre todo, a Paul Valéry (1871-1945), quien ejercería una influencia determinante en su obra futuraEmpezó a publicar en 1894 con el nombre de René Rilke. Su primera obra fueron unos poemas de amor titulados "Leben und lieder" (Vida y canciones), libro que, en años ulteriores, tuvo buen cuidado de hacer desaparecer; de aquel poemario primerizo no se ha conservado ningún ejemplar. Dos años después, en 1896, publicó "Larenopfer" (Ofrenda a los lares) y "Traumgekrönt" (Coronado de sueños), con los que consiguió ser un literato reconocido en la Praga de entonces.
En 1897, residiendo en Munich, Rilke conoció a la escritora rusa Lou Andreas-Salomé (1861-1937), quien tuvo una influencia decisiva en su pasaje a la madurez. Tras viajar a Italia -una experiencia que reflejaría en "Fernsichten. Skizze aus dem Florenz des Quattrocento" (Diario Florentino)- fue con ella a Rusia. Allí conoció a Borís Pasternak (1890-1960) y a León Tolstoi (1828-1910) y entró en contacto con la mística ortodoxa. Esos sentimientos encontraron su expresión poética en los relatos de "Geschichten vom lieben Gott" (Historias del buen Dios), cuentos a veces melancólicos, a veces crueles, pero siempre urbanos que transcurren mayormente en Praga o en Bohemia y están protagonizados por personajes anómalos que quiebran de por sí la chatura cotidiana, lindando con lo fantasmagórico y con la locura. Algo similar ocurrió en los poemas de "Das stunden buch" (El libro de las horas) y "Das buch der bilder" (El libro de las imágenes), en los que a través de personajes insignificantes, despreciados y dolientes, expresó una aspiración ferviente hacia Dios quien, para Rilke, era algo futuro e infinitamente lejano. Leía con regularidad la Biblia y sus versos presentan a menudo reminiscencias de ella. Rilke creía que el arte era el camino del hombre para llegar a Dios.
Luego de un nuevo viaje a Rusia en 1900, en el otoño de ese mismo año -después de que Lou Andreas-Salomé tomase la decisión de separarse de él- Rilke se instaló en Worpswede, una colonia de artistas cercana a Bremen. Allí tuvo un breve romance con la pintora Paula Becker (1876-1907), escribió un ensayo sobre los pintores de la colonia -"Worpswede"- y, en la primavera siguiente, contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff (1878-1954). En diciembre de 1901 nació su hija Ruth; sin embargo en el verano de 1902, Rilke se fue a París, aunque conservó la amistad con su esposa por el resto de sus días. Para entonces, Rilke ya había eliminado de su poesía el vago lirismo que, al menos en parte, le habían inspirado los simbolistas franceses y, en su lugar, había adoptado un estilo preciso y concreto. Sus versos anticiparon la mirada existencialista y exaltaban permanentemente el proceso de creación, reivindicando la necesidad de dar forma a su propia individualidad.
En 1902, Rilke era ya conocido en Alemania. Las obras que llevaba publicadas le habían dado algo más que notoriedad. Instalado en París, tuvo la oportunidad de frecuentar a Auguste Rodin (1840-1917), quien le enseñó al poeta a contemplar la obra de arte como una actividad religiosa. De sus largos meses junto al escultor y a sus mármoles, nuevas claridades nacieron en la visión de Rilke, decisivas para su evolución. La poesía dejó de ser una confesión y se convirtió en el vehículo para exteriorizar el mundo interior, un giro conceptual visible en sus "Neue Gedichte" (Nuevos poemas) publicados en 1907 y 1908. En ellos trabajó Rilke un motivo nuevo: el de la angustia, consecuencia de los penosos meses iniciales que pasó en París, cuyas miserias le impresionaron más que su grandeza. "No puedo dormir sin la ventana abierta -escribiría en 1910 en "Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge" (Los cuadernos de Malte Laurids Brigge), su única novela-. Los tranvías ruedan estrepitosamente a través de mi habitación. Suena una puerta. En algún sitio cae un vidrio chasqueando. Hay gentes que corren, se agolpan. Un perro ladra. Hacia la madrugada hay hasta un gallo que canta, y es una infinita delicia. Después, de pronto, me duermo. Hay los ruidos, pero hay algo aún más terrible: el silencio. Así es aquí el silencio. Aprendo a ver. No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un interior que ignoraba. Así es desde ahora. No sé lo que pasa".
No obstante completó "Die weise von liebe und tod des cornets Christoph Rilke" (El canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke) que había escrito en 1899 -una de sus pocas obras fácilmente accesibles al gran público-, y emprendió una serie de continuos viajes que lo llevaron a Alemania, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Italia y Suecia, aunque siempre retornaba a París. La profunda crisis interior que lo aquejaba lo llevó en 1911 a Africa del Norte y en 1913 a España. Entre ambos periplos, pasó una temporada en un castillo de Duino a orillas del Adriático, en la provincia italiana de Trieste, invitado por un miembro de la realeza austro-húngara. Allí escribió los poemas que forman "Das Marien leben" (La vida de María), una suerte de homenaje a una fe quizás perdida -que el compositor alemán Paul Hindemith (1895-1963) musicalizaría en 1923-, las dos primeras de las diez "Duineser elegien" (Elegías de Duino), que completaría diez años más tarde.
El estallido de la Primera Guerra Mundial lo sorprendió en Leipzig, donde había ido a ver a su editor, y no pudo volver a París porque era territorio enemigo (él era ciudadano austriaco). Viajó a Munich donde vivió en casas de amigos hasta que, en 1916 fue movilizado y tuvo que incorporarse al ejército en Viena, aunque pronto fue licenciado por motivos de salud. Tras la guerra se traslado al castillo de Muzot en Sierre, Suiza, donde se estableció, salvo visitas ocasionales a París y Venecia, para el resto de su vida. Allí completó las "Elegías de Duino" y escribió los "Sonette an Orpheus" (Sonetos a Orfeo). Para aquellos últimos viajes, Rilke gestionó el pasaporte checoslovaco, probablemente por una cuestión práctica. No por sentimiento de pertenencia a la recién creada república, sino más bien por rechazo a los países germánicos tras la Gran Guerra. En el castillo se dedicó a cultivar rosas y a escribir versos en francés. Fue podando el jardín que accidentalmente se cortó un dedo. La herida no era ni profunda ni mortal, pero reveló un mal incurable oculto en su propia sangre: leucemia, enfermedad que lo llevaría a la muerte el 29 de diciembre de 1926 en el sanatorio de Val-Mont, cerca de Montreux, en la Suiza francesa. Fue sepultado el 2 de enero de 1927 en el cementerio de Rarogne, en Valais, sobre el valle del Ródano. Lo cierto es que aquel poeta praguense que había ampliado los límites de expresión de la lírica y extendido su influencia a toda la poesía europea, nunca volvió a ver a su patria de nacimiento.

20 de diciembre de 2012

Siete hombres de Praga (4). Tycho Brahe, los últimos ochocientos cincuenta días de su vida

De los cuatro grandes núcleos que componen la ciudad de Praga, el más antiguo es Staré Město (Ciudad Vieja) cuyos orígenes se remontan al siglo VIII, aunque recién en 1061 -con el establecimiento de los duques de Bohemia- obtuvo el rango de ciudad. En 1245 se construyó allí Josefov -el barrio judío-, separado por una muralla y teniendo su administración propia. Los conflictos con la población germana dieron lugar al nacimiento de Malá Strana (Barrio Chico) en 1257, originalmente destinado a solo a pobladores de ese origen. En 1348, convertida Praga en la capital del Sacro Imperio Romano Germánico, nació Nové Město (Ciudad Nueva) como asentamiento de los nacionalistas checos y, en 1598, se creó Hradčany (Distrito del Castillo) que hasta entonces había sido un caserío construido en los alrededores del Castillo de Praga y en el cual moraban los sirvientes y los artesanos al servicio del monarca. La unificación de los cuatro distritos se produjo en 1784.
La Ciudad Vieja es la zona más pintoresca de Praga. Desde la Prasná brána (Torre de la pólvora), en la actual Náměstí Republiky (Plaza de la República), callejuelas sinuosas sorprenden con sus casas coloridas de estilos de lo más variados y marcan el recorrido que seguían los monarcas, la Ruta Real, en el momento de la coronación. En este camino pasaban por la Staroměstské náměstí (Plaza de la Ciudad Vieja), una antigua plaza-mercado que, con el paso del tiempo, se fue rodeando de lujosas casas de estilos diversos, cada una con su propia historia de intrigas entre ricos comerciantes y nobles que fueron sus propietarios. Alrededor de esta plaza hay edificios que resumen la historia de la ciudad, como los portales de Ungelt, restos de las construc­ciones del antiguo mercado que data del siglo XI, la iglesia barroca de San Nicolás y el Palacio Kinsky, ambos del siglo XVIII, y la iglesia gótica de Tyn, del siglo XIV, donde está enterrado el astrónomo danés Tycho Brahe.
Tyge Ottesen Brahe, tal su nombre danés luego latinizado Tycho Brahe, nació en Knudstrup -antes Dinamarca, actualmente en la provincia de Escania, Suecia- el 14 de diciembre de 1546. Si bien sólo vivió en Praga los veintiocho últimos meses de su vida, estos fueron fundamentales para el desarrollo de la astronomía en Bohemia. Su influencia fue decisiva en el ideal científico de las generaciones posteriores y sentó las bases para el desarrollo de las investigaciones sobre el movimiento de los planetas que posteriormente llevaría a cabo Johannes Kepler (1571-1639) allí mismo, e incluso le serviría un siglo más tarde al propio Isaac Newton (1642-1727) para formular en Inglaterra su ley de la gravitación universal.
Hijo del gobernador del castillo de Helsingborg, Brahe fue apadrinado por un tío terrateniente y vicealmirante, acaudalado miembro de la nobleza danesa que se encargó de su educación. A los siete años ya hablaba el latín con facilidad, escribía poemas y componía música. En 1559 fue enviado a la Universidad de Copenhague para estudiar Retórica y Filosofía y, entre 1562 y 1565, cursó estudios de Derecho en la Universidad de Leipzig. Sin embargo, el eclipse de sol producido el 21 de agosto de 1560 cambiaría su vida para siempre. Leyó las obras del astrónomo y matemático greco-egipcio Claudio Ptolomeo (90-168), basadas muchas de ellas en los descubrimientos de Hiparco de Nicea (190-127 a.C.), y a partir de allí decidió dedicarse a la astronomía, disciplina que durante una primera época estudiaría de manera autodidacta. Ya a los diecisiete años empezó a escribir sus observaciones de los cielos de una manera sistemática tras observar que la conjunción entre Júpiter y Saturno prevista en las Tablas alfonsíes del siglo XIII no ocurrió en la fecha prevista. Aquellas, basadas en el sistema geocéntrico, estaban erradas en un mes, mientras que las construidas a partir del modelo de Nicolás Copérnico (1473-1543) lo hacían en apenas unos días. Esto le hizo pensar en la necesidad de realizar nuevas observaciones planetarias con mayor precisión sobre las cuales se pudiesen construir tablas astronómicas más exactas y para ello debían usarse instrumentos con los cuales realizar estas observaciones. Viajó entonces a Wittenberg, Rostock, Basilea y Augsburgo, en cuyas universidades profundizó sus estudios en Matemáticas, pero también en Astrología y Alquimia, al tiempo que adquiría los instrumentos astronómicos más avanzados de la época.
Poco después de su regreso a su país natal, el 11 de noviembre de 1572 Brahe observó una nueva estrella en la constelación de Casiopea, una estrella tan brillante que incluso superaba el brillo del planeta Venus y podía verse a luz del día. Un fenómeno de tal magnitud había sido descrito por el historiador romano Gayo Plinio Cecilio Segundo (23-79) en su "Naturalis historia" (Historia natural) al contar un suceso similar acaecido en el año 125 a.C. y que, dada la supremacía de la doctrina aristotélica de la inmutabilidad de los cielos, fue atribuido a un fenómeno meteorológico y no tuvo mayor trascendencia. Esta doctrina llevaba siglos imponiéndose y, por lo tanto, la aparición de una nueva estrella en el cielo produjo una serie de interrogantes debido a que no era compatible con la teoría ptolemaica y se acercaba más a la copernicana. La nova (hoy conocida como Supernova de Brahe) permaneció visible hasta marzo de 1574 y luego se fue apagando lentamente. Brahe la observó durante todo ese tiempo tratando de calcular su distancia y su movimiento. Aplicando sus conocimientos en trigonometría para determinar la paralaje, Brahe dedujo que la nova pertenecía a la esfera de lo que por entonces se conocía como estrella fija. Mientras el astrónomo alemán Michael Mästlin (1550-1631) y su colega inglés Thomas Digges (1546-1595) utilizaron hilos para comprobar que la estrella no se movía, Brahe usó un sextante, llegando todos a la misma conclusión. Los resultados de su trabajo los publicó en "De nova et nullius aevi memoria prius visa stella" (Sobre la nueva y nunca antes vista estrella), libro que provocó una verdadera revolución en el campo de las ciencias astronómicas y cimentó su prestigio como astrónomo.
Brahe, un hombre religioso, no aceptaba la teoría copernicana que reducía a la Tierra a un papel secundario en el Universo. Propuso en cambio su propio sistema de mecánica celeste que vino a ser una solución de compromiso entre el sistema geocéntrico ptolemaico y el heliocéntrico copernicano: las estrellas y los planetas giraban alrededor del Sol, y éste y la Luna giraban a su vez alrededor de la Tierra. De esta manera conservaba formalmente el principio aristotélico de presunta inmovilidad de la Tierra y su posición central en el universo. La discusión suscitada por el movimiento de un cometa avistado el 13 de noviembre de 1577 le brindó la oportunidad de exponer su sistema en su "De mundi aetherei recentioribus phaenomenis" (Acerca del nuevo fenómeno en el mundo eterno), un texto en el que demostraba la condición de objetos celestes de los cometas -contrariamente a la naturaleza atmosférica que le atribuía Aristóteles- y observaba que su órbita podía no ser exactamente circular sino elíptica. También incluyó las primeras correcciones en la medición de las distancias de los astros debidas a la refracción de la luz en la atmósfera, con lo que un gran número de anomalías en sus órbitas fueron descubiertas.
Pronto Brahe empezó a gozar de una sólida reputación como astrónomo. En 1575 dio varias conferencias sobre Astrología y los orígenes de la Astronomía en la Universidad de Copenhague a petición expresa del rey Federico II quien, por decreto real del 23 de mayo de 1576, le otorgó una generosa pensión y la pequeña isla de Hven en el estrecho de Sund, al sur de Copenhague, para que construyese un observatorio. Allí, Brahe edificó el castillo de Uraniborg, un suntuoso palacio al que equipó con un laboratorio, una imprenta, una biblioteca y una gran cantidad de monumentales y perfeccionados instrumentos, algunos de los cuales fueron ideados por él mismo: cuadrantes murales, sextantes, esferas armilares, escuadras y gnomones con gigantescas escalas graduadas para obtener la mejor precisión posible en la determinación de las coordenadas celestes y de otras medidas astronómicas. A este observatorio, considerado el mejor de la era pretelescópica, Brahe posteriormente le agregó otro, subterráneo, al que llamó Stjerneborg.
Durante las dos décadas que pasó allí, sus observaciones astronómicas le permitieron detectar la variación de los movimientos lunares, calcular la longitud de un año con un error inferior a un segundo y observar todos los movimientos planetarios -fundamentalmente los de Marte- que años más tarde le servirían a Kepler para formular sus leyes planetarias. Fruto también de esas investigaciones fueron sus obras "Astronomiae instauratae progymnasmata" (Ejercicios introductorios a la astronomía), en la que elaboró una tabla para corregir posibles errores de las observaciones de los efectos de la refracción atmosférica e incluyó un catálogo de setecientas setenta y siete estrellas, y "Astronomiae instauratae mechanica" (Mecánica de la nueva astronomía) en la que representó y describió en detalle los instrumentos que había utilizado tanto en Uraniborg como en Stjerneborg.
Al morir el rey Federico II, en 1588, le sucedió su hijo Christian IV quien a la sazón contaba con once años de edad, por lo que los asuntos del Estado eran manejados por un Consejo del Reino. Ocho años después, el nuevo rey le quitó la pensión anual y sus derechos sobre la isla, por lo que abandonó definitivamente Dinamarca llevándose todos sus libros e instrumentos. Tras una estancia temporaria en Hamburgo, en junio de 1599 llegó por fin a Praga invitado por el emperador Rodolfo II, un monarca que había sido educado en España por los jesuitas y le interesaba la astrología, quien le concedió el título de Matemático Imperial, lo instaló en el castillo de Benátky a unos pocos kilómetros de la ciudad y le ofreció una pensión de 3.000 florines anuales para que continuase con sus investigaciones y le predijera el porvenir a los miembros de la Corte. Sin embargo, las demoras en la llegada de todos sus instrumentos y el incumplimiento de la paga prometida (de hecho, no alcanzaba a la mitad de lo convenido), motivaron continuas desavenencias entre Brahe y la corte del emperador.
Descontento por su alejamiento de la capital y con las obras del castillo sin terminar, Brahe retornó a la ciudad, donde el emperador puso a su disposición los jardines reales y varios edificios anexos e incluso le compró una casa cercana para alojar en ella al astrónomo y su familia. Así, entre agosto de 1599 y junio de 1600, Brahe vivió en la calle Nový Svět del distrito de Hradčany, al pie del castillo imperial. Una vez instalado definitivamente en Benátky, el astrónomo danés se puso a trabajar y pronto comenzaron a acumularse una enorme cantidad de datos, registros, gráficos y cuadernos de notas, al punto tal que fue necesario convertir en almacén una parte del castillo. También instruyó a sus colaboradores y discípulos sobre la necesidad de hacer observaciones durante un período prolongado (por ejemplo, Marte durante cuatro años y Saturno durante treinta) a fin de obtener registros completos de sus respectivos ciclos. En tanto, y debido al abrumador trabajo, a principios de diciembre de 1599 Brahe había decidido invitar al matemático y astrónomo germano Johannes Kepler.
Brahe lo conocía desde que, en 1596, Kepler le enviase un ejemplar de su "Mysterium cosmographicum" (El misterio cósmico), obra que lo había impresionado profundamente. Kepler llegó a Praga desde Graz a mediados de enero de 1600 y se entrevistó con Brahe por primera vez el siguiente 4 de febrero, trece días antes de que, en la Piazza dei Fiori, Roma, el astrónomo y teólogo italiano Giordano Bruno (1548-1600) fuera quemado en la hoguera acusado de herejía y apostasía. Durante el tiempo que duró la fructífera colaboración, la relación entre ambos astrónomos fue bastante tormentosa, mezcla de una mutua admiración e inocultables recelos. De todas maneras, y a pesar de la creciente tensión entre ambos, la inmensa cantidad de observaciones realizadas por Brahe después de tantos años pasaría a manos de Kepler. Esto ocurrió luego de que, el 13 de octubre de 1601, Brahe asistiera a una cena en casa del estadista político Petr Vok von Rosenberg (1539-1611) y sufriera una presunta indigestión. De regreso en su casa, Brahe sufrió desvanecimientos, insomnio, fiebre y episodios de delirio.
Finalmente, el 24 de octubre, aquellos penetrantes ojos que habían exploraron el cielo durante cuarenta años sin ayuda del telescopio, se cerraron para siempre. Sus últimas palabras, según relató Kepler, fueron: "Ne frustra vixisse videar" (Espero no haber vivido en vano). Su cuerpo fue sepultado con gran ceremonia en la iglesia de Tyn, donde se encuentra todavía hoy. Un gran monumento de mármol con su figura se erigió a su lado en 1604. Todo su instrumental astronómico, que había servido para acceder a tantos misterios celosamente guardados por el universo, fueron almacenados y, algunos años más tarde, durante la Guerra de los Treinta Años, fueron quemados.