Carlos IV, un soberano muy religioso, ordenó construir varias iglesias. Además de las ya existentes iglesias de Nuestra Señora de las Nieves, de San Esteban, y de San Enrique y Santa Cunegunda, el rey mandó edificar cinco iglesias que a vista de pájaro formaban una cruz. Así nacieron las iglesias de Santa Catalina, la de Nuestra Señora de la Anunciación, la de San Apolinario, la de la Asunción de Nuestra Señora y San Carlomagno, y la de Nuestra Señora y Patronos Eslavos. A la vez se fundaron la escuela parroquial, la oficina de correos, el jardín botánico, un monasterio benedictino, la sede del Ayuntamiento y el edificio de la Asamblea Federal, y se construyeron, en una primera fase, alrededor de seiscientas nuevas casas. La nueva ciudad pronto se convirtió en un importante centro administrativo y económico. Todo el comercio de ganado, pescado, madera y carbón pasaba por Nové Město y muchos miembros de la aristocracia y de las casas reales no tardaron en afincarse allí.
Durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, la ciudad vivió un gran crecimiento económico que atrajo a una población de mercaderes y nobles de toda Europa. La Nové Město vió como su patrimonio arquitectónico se ampliaba con la construcción de nuevas iglesias y palacios, muchos bajo el nuevo estilo del Barroco. El distrito, que para entonces se había convertido en un bastión del nacionalismo checo, se vio muchas veces afectado por la devastación producida por las continuas guerras y revoluciones, y también por grandes incendios e inundaciones. El desarrollo medieval de la zona gradualmente fue sucumbiendo a las sucesivas demoliciones y reconstrucciones, y poco fue quedando del estilo barroco original. No obstante se levantaron los edificios del Museo Nacional, de la Opera Estatal y del Teatro Nacional con un marcado estilo neorrenacentista. Hacia fines del siglo XIX, Nové Město vivió nuevas transformaciones. Se demolieron buena parte de las viejas edificaciones de la zona para darle un aspecto más moderno. Muchos edificios originales fueron derrumbados y reemplazados por otros, construidos por arquitectos afamados de la época como Josef Schulz (1840-1917), Ferdinand Fellner (1847-1916) y Hermann Helmer (1849-1919), lo que dio como resultado una variada mezcla de estilos.
Por ese entonces, en el número 19 de la calle Jindřišská, muy cerca de la iglesia de San Enrique y Santa Cunegunda, nacía el escritor Rainer Maria Rilke, el mayor de los poetas checos en lengua alemana, el escritor que, para gran parte de la crítica, poco y nada tuvo que ver con la cultura checa y el hecho de haber nacido en Praga no significó para él nada más que un dato anecdótico en su biografía. A diferencia de Neruda o Kafka que, educados respectivamente en el Malostranské Gymnasium y la Deutsche Knabenschule -el uno y el otro colegios alemanes- y que optaron por escribir su obra en checo el primero y en alemán el segundo, y en ambos casos su literatura es "checa"; Rilke, salvo en sus comienzos cuando utilizó algunas palabras checas en sus poemas escritos en alemán e identificó a ciertos rincones de su infancia como un hogar, nunca más volvió a hacer referencia a Praga ni a lo checo durante el resto de su vida. Es probable que en su juventud se haya sentido parte de ese universo praguense que unía lo checo con lo alemán, pero nunca parte de la cultura checa. Se convirtió en un ser errante por Europa en busca de un hogar y jamás regresó a Praga.
René Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke nació el 4 de diciembre de 1875. Quien llegaría a ser el poeta en lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX provenía de una familia que, por generaciones, había dado oficiales y funcionarios al imperio austriaco. Pasó una niñez complicada debido a la mala relación de sus padres, lo que se agravó en 1884 cuando su madre se marchó a Viena y su padre decidió mandarlo a una escuela militar. Al año siguiente ingresó en la Militar Unterrealschule de Sankt Pölten en Moravia, donde permaneció cuatro años para pasar luego al Colegio Superior Militar de Weisskirchen hasta que, por problemas de salud, abandonó definitivamente la carrera de las armas. Tras un breve paso por la prestigiosa Academia de Negocios de Linz, en 1892 Rilke regresó a Praga. La carrera económica tampoco era para él.
Su infancia solitaria, vivida en medio de una familia desunida en una ciudad que nunca asimiló, no le permitía integrarse, prepararse para vivir y actuar. A sus diecisiete años, aquellos conflictos emocionales lo habían marcado profundamente. Veía su futuro como algo insulso, gris y falto de toda ilusión. Decidió entonces estudiar Historia del Arte e Historia de la Literatura. Lo hizo en las universidades de Praga, Munich y Berlín; no obtuvo ningún grado universitario, pero había encontrado su verdadero cauce. Iba a seguir su vocación de poeta, y al igual que muchos otros, sería un autodidacta. Leyó con devoción a los poetas simbolistas franceses Stéphane Mallarmé (1842-1898), Paul Verlaine (1844-1896) y, sobre todo, a Paul Valéry (1871-1945), quien ejercería una influencia determinante en su obra futura. Empezó a publicar en 1894 con el nombre de René Rilke. Su primera obra fueron unos poemas de amor titulados "Leben und lieder" (Vida y canciones), libro que, en años ulteriores, tuvo buen cuidado de hacer desaparecer; de aquel poemario primerizo no se ha conservado ningún ejemplar. Dos años después, en 1896, publicó "Larenopfer" (Ofrenda a los lares) y "Traumgekrönt" (Coronado de sueños), con los que consiguió ser un literato reconocido en la Praga de entonces.
Luego de un nuevo viaje a Rusia en 1900, en el otoño de ese mismo año -después de que Lou Andreas-Salomé tomase la decisión de separarse de él- Rilke se instaló en Worpswede, una colonia de artistas cercana a Bremen. Allí tuvo un breve romance con la pintora Paula Becker (1876-1907), escribió un ensayo sobre los pintores de la colonia -"Worpswede"- y, en la primavera siguiente, contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff (1878-1954). En diciembre de 1901 nació su hija Ruth; sin embargo en el verano de 1902, Rilke se fue a París, aunque conservó la amistad con su esposa por el resto de sus días. Para entonces, Rilke ya había eliminado de su poesía el vago lirismo que, al menos en parte, le habían inspirado los simbolistas franceses y, en su lugar, había adoptado un estilo preciso y concreto. Sus versos anticiparon la mirada existencialista y exaltaban permanentemente el proceso de creación, reivindicando la necesidad de dar forma a su propia individualidad.
En 1902, Rilke era ya conocido en Alemania. Las obras que llevaba publicadas le habían dado algo más que notoriedad. Instalado en París, tuvo la oportunidad de frecuentar a Auguste Rodin (1840-1917), quien le enseñó al poeta a contemplar la obra de arte como una actividad religiosa. De sus largos meses junto al escultor y a sus mármoles, nuevas claridades nacieron en la visión de Rilke, decisivas para su evolución. La poesía dejó de ser una confesión y se convirtió en el vehículo para exteriorizar el mundo interior, un giro conceptual visible en sus "Neue Gedichte" (Nuevos poemas) publicados en 1907 y 1908. En ellos trabajó Rilke un motivo nuevo: el de la angustia, consecuencia de los penosos meses iniciales que pasó en París, cuyas miserias le impresionaron más que su grandeza. "No puedo dormir sin la ventana abierta -escribiría en 1910 en "Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge" (Los cuadernos de Malte Laurids Brigge), su única novela-. Los tranvías ruedan estrepitosamente a través de mi habitación. Suena una puerta. En algún sitio cae un vidrio chasqueando. Hay gentes que corren, se agolpan. Un perro ladra. Hacia la madrugada hay hasta un gallo que canta, y es una infinita delicia. Después, de pronto, me duermo. Hay los ruidos, pero hay algo aún más terrible: el silencio. Así es aquí el silencio. Aprendo a ver. No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un interior que ignoraba. Así es desde ahora. No sé lo que pasa".
No obstante completó "Die weise von liebe und tod des cornets Christoph Rilke" (El canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke) que había escrito en 1899 -una de sus pocas obras fácilmente accesibles al gran público-, y emprendió una serie de continuos viajes que lo llevaron a Alemania, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Italia y Suecia, aunque siempre retornaba a París. La profunda crisis interior que lo aquejaba lo llevó en 1911 a Africa del Norte y en 1913 a España. Entre ambos periplos, pasó una temporada en un castillo de Duino a orillas del Adriático, en la provincia italiana de Trieste, invitado por un miembro de la realeza austro-húngara. Allí escribió los poemas que forman "Das Marien leben" (La vida de María), una suerte de homenaje a una fe quizás perdida -que el compositor alemán Paul Hindemith (1895-1963) musicalizaría en 1923-, y las dos primeras de las diez "Duineser elegien" (Elegías de Duino), que completaría diez años más tarde.