En "La gran casa", su último libro, cuatro personajes están unidos por la historia y el destino de un enorme escritorio con una insólita cantidad de cajones que habría pertenecido a Federico García Lorca. ¿Por qué decidió darle tanta importancia en la trama a un mueble?
No lo decidí y cuando pienso en la novela aún
no la pienso como un libro en cuyo centro está un mueble. Entiendo que la forma
más fácil y palpable de hablar de un libro tan complejo es hacer referencia al
escritorio, pero para mí es solo una puntada más en la costura que une todas
estas vidas.
¿Y por qué un escritorio como puntada central?
La parte más relevante de la vida de un
escritor es su escritorio. Con el tiempo, en la construcción de la novela, ese
escritorio se fue haciendo más grande y tuve que añadir más y más cajones.
Entendí, en tanto que metáfora, lo grande y flexible que podía ser. El
escritorio es el lugar en el que una persona tiene que hacer frente a sí misma,
rebelarse, representa esa lucha. En útima instancia, este libro es sobre gente
que vive ese enfrentamiento, sean escritores o no.
La novela es una "gran casa" en la que el
lector se queda a vivir. ¿Cómo la construyó?
Imagine cuánto tiempo tuve que vivir yo en
ella. A veces describo el proceso como alguien que tiene que construir su
propia casa desde el principio partiendo de un único y minúsculo detalle, como
el pomo de una puerta. La siguiente pregunta es: ¿a qué puerta pertenecerá este
pomo? Después: ¿a qué cuarto se abre esta puerta? Y así funciona, va
volviéndose cada vez más compleja y más grande. A veces tengo que hacer
correcciones muy importantes y a lo largo de todo ese tiempo voy pensando tanto
en cada uno de esos pequeños detalles como en la estructura global de la
novela.
¿Me
cuenta sobre el título? Acá le agregaron el artículo
definitivo...
Sí, ese debate me provocó un dilema. No pasó solamente en castellano, sino
también en alemán y holandés y en varios otros idiomas donde el editor o
traductor argumentaron, convincentemente, que era necesario. Y tuve que
someterme a eso. En inglés no hay manera de que el artículo definitivo pueda
funcionar. No es una casa en particular. Y espero que eso esté claro aún para
la gente que lo está leyendo en castellano. En
mi mente, la idea de una casa estaba operando en varios niveles. Uno es,
simplemente, como pienso las novelas: son como un hogar, que tal vez sea mi
único hogar real en el mundo. La mayoría de los escritores probablemente se
sienten así sobre su trabajo. También siempre pienso en novelas como casas en
las cuales vivo y en las cuales construyo desde adentro. Y además, por supuesto,
todas las otras ideas sobre casas que están reflejadas y refractadas en la
novela.
Los personajes de la novela llegan a un momento hacia el final de sus
existencias en el que se dan cuenta de que sus vidas no fueron lo que ellos
siempre decían que eran. ¿Pensaba en su propia vida cuando decidía el destino
de estos personajes?
No. Creo que es un reflejo de la sensación que tengo
mientras escribo en el que hay una oportunidad de absoluta y brutal honestidad. Tengo
esa honestidad conmigo misma, pero también con los personajes. Pero tiene razón. Todos se encuentran en la mitad de una lucha intensa consigo mismos.
Aunque siempre siento que ser brutalmente honesta con una misma, o con los
demás, no se trata simplemente de infligir dolor. Si solamente fuera eso,
seguiríamos mintiéndonos a nosotros mismos. Siempre conlleva un sentido de que
la honestidad vale algo, que permite algún tipo de trascendencia sin la cual
terminaríamos encarcelados dentro de nosotros mismos.
Hay
muchos escritores en este libro. Y en el libro escribe mucho sobre el acto de
escribir. ¿Nunca piensa que escribir sobre el escribir es intelectualmente
endogámico?
En realidad no me interesan tanto los escritores en sí, sino que me interesan
las personas que están realmente esforzándose en comunicarse o en hacer un
contacto verdaderamente íntimo con otras personas. Lo cual me parece algo en lo
que, más o menos, todo el mundo participa salvo que sean psicópatas. Todos
tenemos enormes deseos de ser comprendidos por otras personas y por ser
conocidos, y también de conocer. Tenemos esta curiosidad y este hambre por
sentir lo que es ser otra persona. Y eso, en parte, es lo que nos lleva a ser
escritores. Entonces cuando escribo sobre la escritura, para mí, no es sobre la
profesión sino sobre ese deseo de conseguir un intenso contacto con otra
persona. Y es sobre la dificultad y el esfuerzo de intentar hacerse comprender
y de intentar comprender a otra persona. Usar un escritor como personaje es como
un emblema para esa lucha en particular. No estoy segura de que todos los personajes
empleen la escritura para alejarse de quienes les rodean. Más bien inciden en
esa paradoja tan interesante que se da en todo escritor: al mismo tiempo que
está tratando de salvar la distancia que hay entre las personas, tiene que
separarse.
¿Tiene esa paradoja algún coste psicológico?
No importa lo que hubiera sido en mi vida,
siempre me habría comportado como alguien que observa a los demás. Es posible
que esa cualidad haya aumentado en mí por el hecho de ser escritora, aunque no
sé qué hubiera pasado si hubiera terminado trabajando en una oficina. Me niego
a pensar que eso es algo negativo, porque soy muy afortunada al poder escribir
cada día.
De hecho, la literatura ocupa un lugar
relevante en todas sus novelas.
Es así porque la literatura es muy importante
para mí. Cuando abro un libro que realmente me gusta siento que todo lo demás
no importa. Todas las cosas pequeñas, todas las nimiedades, las banalidades que
habitualmente nos preocupan, no importan. Me siento así desde que era joven y
el hecho de haberme convertido en escritora me permite seguir viviendo así el
resto de mi vida.
Uno de los personajes dice una cosa conmovedora. Cuando está a punto de una iluminación personal dice que si llega a ese conocimiento tal vez no tenga que escribir más. ¿Hay una idea de que el deseo de escribir es más un peso que una bendición?
Siempre está esa idea de que algún día uno escribirá el libro que diga todo y que lo diga con tanta claridad que ese será el fin. Pero por supuesto eso es una fantasía total. También, uno cambia desde el principio de un libro hasta su fin. Se transforma en una persona nueva, o más bien una persona diferente. Algo ha cambiado. Entonces tiene que escribir otro libro por nuevas razones. Supongo que siento los dos extremos. El extremo de que escribir es a veces, como una maldición. Parecería haber tantas otras profesiones más felices. Pero también siento, casi al mismo tiempo, que es un enorme regalo poder tener la oportunidad de luchar contra estas cosas, de tener una vida dedicada simplemente a pensar sobre las cosas que más me importan; esperando al mismo tiempo que sean importantes también para mis lectores. Eso me parece realmente una cosa muy afortunada. Siento las dos cosas y a veces las siento en el mismo momento.
Menciona en la novela, muy al pasar, a Joseph Brodsky. ¿Eso fue como un tributo secreto al gran poeta que fue su mentor?
Me gusta trabajar de la misma manera que lo hacía el artista plástico Joseph Cornell con sus cajas. Metía en ellas los pequeños objetos que él había coleccionado y que habían capturado su atención, y las ensamblaba. Era una forma de crear un nuevo sentido en lo ensamblado, pero también de preservar ciertas memorias. Siempre pienso que las novelas son la misma cosa. Esta mañana estaba leyendo "La vida privada de los árboles" de Alejandro Zambra, y allí dice querer escribir una novela y habla de querer un lugar para colocar todas sus memorias, como una gran bolsa que lleva sobre su hombro. Creo que es verdad que la novela tiene todo tipo de usos y significados para el autor o la autora que no tienen casi nada que ver con la narración o con lo que está armando para el lector. Algunas de esas cosas son muy personales y tienen que ver con que la novela es un lugar para guardar las cosas que se aman o las cosas que son difíciles o lo que sea. Creo que es por eso que lleno mis libros con cosas como esas. Por allí significan algo solamente para mí, pero es un lugar donde ponerlas.
Esta es su tercera novela. ¿Hay cosas que va aprendiendo sobre la tarea de escribir? ¿Siente que progresa, que mejora? ¿Se hace más fácil escribir?
Espero que sí. Espero que esté creciendo. Si no, no sé qué estoy haciendo. Parte de lo que aprendo es lo que hace posible la novela. Entonces, tenemos mi primera novela, que es una historia completamente individualista, con un principio, un medio y un fin. De alguna manera ni estaba pensando en una estructura porque simplemente quería ver si me gustaba escribir una novela. Después, "La historia del amor" fue mucho más una exploración -y "La gran casa" más aún- sobre cómo armar un libro y sobre cómo hacer un libro que solamente es mi libro para armar. Una parte es conocerme a mí misma como escritora y conocer la mejor forma de escribir. Pero, no se pone más fácil, en realidad se pone más difícil. Porque ahora, desde el principio, conozco muchas de las trampas. Puedo escribir una frase o una pincelada de un personaje y ya veo los problemas que van a surgir en cien páginas más adelante. O pienso que es algo que ya hice, y no me quiero repetir. Uno quiere crecer, tiene que seguir moviéndose para que valga la pena. Entonces, sí, estoy creciendo y, espero que sea así, cambiando. Pero no, no se pone más fácil. Al contrario. Cada vez es más desafiante. Pero eso es bueno, es muy bueno.
Una vez terminada, ¿le costó trabajo desprenderse de ella?
Recuerdo que cuando la acabé se la enseñé a un grupo muy pequeño de gente. Se la envié a una persona a la que hacía más de una década que no veía. Habíamos perdido el contacto, pero tuve la sensación de que la entendería. Le escribí y le dije: "Tienes que ser consciente de lo personal que es este libro". Lo leyó y me contestó: "Dijiste que era personal, pero tienes que haber sentido que te han arrancado la piel viva". Y así era, pero ese sentimiento no dura para siempre, a medida que el libro hace su camino en el mundo, nos abandona y pertenece a otra gente.
Se trata, por tanto, de su libro más personal.
Sí. Tengo la esperanza de que cada libro sea más y más personal, que sea parte del proceso. La vida se vuelve más personal, más rica, más compleja, más profunda y el libro tiene que convertirse en eso para encajar con la vida.
Hay lectores que lo encuentran demasiado complejo.
Ha habido muchas respuestas y hay gente que en absoluto lo encuentra difícil. Hay gente que lo lee de una manera emocional desde el principio y son esos quienes no lo encuentran difícil. Pero hay otra manera de leerlo, una manera tan importante y natural como intentar recomponer las piezas. Y, tal vez, ese tipo de lector es el que cree que es difícil, pero porque es exigente.
¿Estamos renunciando al esfuerzo como sociedad?
Hace poco leí un ensayo sobre el alza de los libros electrónicos y lo que eso supone para las librerías. De algún modo, es como si la comodidad se hubiera convertido en el valor más importante de la sociedad, en el valor supremo para el consumidor, aquello que pasa por encima de todo lo demás. Es como si hubiéramos olvidado todo lo que nos puede aportar el esfuerzo, todo lo que aprendemos a través del esfuerzo. Cuando un libro, un cuadro o una pieza musical es exigente requiere algo de nosotros, y solo cuando es así tenemos la oportunidad de que nos transforme. De lo contrario, es algo completamente pasivo, solo es entretenimiento.
Uno de los personajes dice una cosa conmovedora. Cuando está a punto de una iluminación personal dice que si llega a ese conocimiento tal vez no tenga que escribir más. ¿Hay una idea de que el deseo de escribir es más un peso que una bendición?
Siempre está esa idea de que algún día uno escribirá el libro que diga todo y que lo diga con tanta claridad que ese será el fin. Pero por supuesto eso es una fantasía total. También, uno cambia desde el principio de un libro hasta su fin. Se transforma en una persona nueva, o más bien una persona diferente. Algo ha cambiado. Entonces tiene que escribir otro libro por nuevas razones. Supongo que siento los dos extremos. El extremo de que escribir es a veces, como una maldición. Parecería haber tantas otras profesiones más felices. Pero también siento, casi al mismo tiempo, que es un enorme regalo poder tener la oportunidad de luchar contra estas cosas, de tener una vida dedicada simplemente a pensar sobre las cosas que más me importan; esperando al mismo tiempo que sean importantes también para mis lectores. Eso me parece realmente una cosa muy afortunada. Siento las dos cosas y a veces las siento en el mismo momento.
Menciona en la novela, muy al pasar, a Joseph Brodsky. ¿Eso fue como un tributo secreto al gran poeta que fue su mentor?
Me gusta trabajar de la misma manera que lo hacía el artista plástico Joseph Cornell con sus cajas. Metía en ellas los pequeños objetos que él había coleccionado y que habían capturado su atención, y las ensamblaba. Era una forma de crear un nuevo sentido en lo ensamblado, pero también de preservar ciertas memorias. Siempre pienso que las novelas son la misma cosa. Esta mañana estaba leyendo "La vida privada de los árboles" de Alejandro Zambra, y allí dice querer escribir una novela y habla de querer un lugar para colocar todas sus memorias, como una gran bolsa que lleva sobre su hombro. Creo que es verdad que la novela tiene todo tipo de usos y significados para el autor o la autora que no tienen casi nada que ver con la narración o con lo que está armando para el lector. Algunas de esas cosas son muy personales y tienen que ver con que la novela es un lugar para guardar las cosas que se aman o las cosas que son difíciles o lo que sea. Creo que es por eso que lleno mis libros con cosas como esas. Por allí significan algo solamente para mí, pero es un lugar donde ponerlas.
Esta es su tercera novela. ¿Hay cosas que va aprendiendo sobre la tarea de escribir? ¿Siente que progresa, que mejora? ¿Se hace más fácil escribir?
Espero que sí. Espero que esté creciendo. Si no, no sé qué estoy haciendo. Parte de lo que aprendo es lo que hace posible la novela. Entonces, tenemos mi primera novela, que es una historia completamente individualista, con un principio, un medio y un fin. De alguna manera ni estaba pensando en una estructura porque simplemente quería ver si me gustaba escribir una novela. Después, "La historia del amor" fue mucho más una exploración -y "La gran casa" más aún- sobre cómo armar un libro y sobre cómo hacer un libro que solamente es mi libro para armar. Una parte es conocerme a mí misma como escritora y conocer la mejor forma de escribir. Pero, no se pone más fácil, en realidad se pone más difícil. Porque ahora, desde el principio, conozco muchas de las trampas. Puedo escribir una frase o una pincelada de un personaje y ya veo los problemas que van a surgir en cien páginas más adelante. O pienso que es algo que ya hice, y no me quiero repetir. Uno quiere crecer, tiene que seguir moviéndose para que valga la pena. Entonces, sí, estoy creciendo y, espero que sea así, cambiando. Pero no, no se pone más fácil. Al contrario. Cada vez es más desafiante. Pero eso es bueno, es muy bueno.
Una vez terminada, ¿le costó trabajo desprenderse de ella?
Recuerdo que cuando la acabé se la enseñé a un grupo muy pequeño de gente. Se la envié a una persona a la que hacía más de una década que no veía. Habíamos perdido el contacto, pero tuve la sensación de que la entendería. Le escribí y le dije: "Tienes que ser consciente de lo personal que es este libro". Lo leyó y me contestó: "Dijiste que era personal, pero tienes que haber sentido que te han arrancado la piel viva". Y así era, pero ese sentimiento no dura para siempre, a medida que el libro hace su camino en el mundo, nos abandona y pertenece a otra gente.
Se trata, por tanto, de su libro más personal.
Sí. Tengo la esperanza de que cada libro sea más y más personal, que sea parte del proceso. La vida se vuelve más personal, más rica, más compleja, más profunda y el libro tiene que convertirse en eso para encajar con la vida.
Hay lectores que lo encuentran demasiado complejo.
Ha habido muchas respuestas y hay gente que en absoluto lo encuentra difícil. Hay gente que lo lee de una manera emocional desde el principio y son esos quienes no lo encuentran difícil. Pero hay otra manera de leerlo, una manera tan importante y natural como intentar recomponer las piezas. Y, tal vez, ese tipo de lector es el que cree que es difícil, pero porque es exigente.
¿Estamos renunciando al esfuerzo como sociedad?
Hace poco leí un ensayo sobre el alza de los libros electrónicos y lo que eso supone para las librerías. De algún modo, es como si la comodidad se hubiera convertido en el valor más importante de la sociedad, en el valor supremo para el consumidor, aquello que pasa por encima de todo lo demás. Es como si hubiéramos olvidado todo lo que nos puede aportar el esfuerzo, todo lo que aprendemos a través del esfuerzo. Cuando un libro, un cuadro o una pieza musical es exigente requiere algo de nosotros, y solo cuando es así tenemos la oportunidad de que nos transforme. De lo contrario, es algo completamente pasivo, solo es entretenimiento.