M.G.: La crisis del cuento,
de la literatura, ¿por dónde pasaría: por lo argumental, por la forma?
J.J.S.: Yo
creo que por lo argumental. Para mí, ¿eh? Si yo no escribo más cuentos es
porque, para escribir un cuento, hay que encontrar una idea de intriga que,
bueno, ya parece un poco…
M.G.: ¿Cómo que todo está
escrito?
J.J.S.: No,
no sé si es porque todo está escrito. Tal vez porque para mí la intriga es un
elemento que yo, digamos, he desterrado un poco de la narración. A pesar
de que ahora, la vuelvo a introducir un poco. Pero quiero prescindir de ella.
Entonces, los textos que voy a escribir ahora, que tengo ganas de escribir, y
que van a ser textos breves y ya tengo las ideas y todo, prácticamente no
tienen argumento. Justamente a mis textos breves anteriores los llamé "Argumentos" por una especie de ironía.
M.G.: El título "Narraciones" también pasa por ahí, ¿no?
J.J.S.: Exactamente.
Es una manera de darle una indefinición. Textos donde no haya ni principio ni
fin, y el texto sólo se mantenga por la calidad de la prosa. Pero atención: la
calidad de la prosa para mí no significa que esté bien escrita, sino que pienso
que la buena prosa es aquella que trae consigo iluminaciones continuas. Cuanto
más iluminaciones, más veces el lector siente que lo que está escrito allí él
lo ha sentido, o podía haberlo sentido, o lo sentía oscuramente y eso se lo
pone en evidencia, se lo revela. Eso es para mí el objetivo de la literatura.
M.G.: ¿Esto nos cercaría, esta
peculiaridad, a esa línea delgada que separa el cuento del relato?
J.J.S.: Tal vez, claro. Yo he criticado al
relato como una forma invertebrada. Pero en realidad me doy cuenta de que ahora
esa forma invertebrada se presta más a lo que yo quiero hacer.
M.G.: Me parece interesante el
curso de la charla porque estamos hablando, inesperadamente, de la crisis del
cuento. Me gustaría profundizarlo, proponiéndole que hable del papel que
jugaría en esto el lector. ¿Por qué el lector no lee tantos cuentos, o por qué
prefiere leer novelas antes que leer cuentos? ¿Tienen que ver la televisión, el
cine? Usted señaló antes un elemento interesante, que es el tiempo disponible.
J.J.S.: Sí, pero habíamos dicho también que era algo paradójico… La verdad es que la
pregunta me deja bastante perplejo, porque hay un verdadero problema… Yo pienso
que debe ser porque tal vez -es sólo una hipótesis- el lector pone al cuento un
poco del lado de la diversión, del entretenimiento. Podría ser. Y la novela, le
parece que es una cosa más seria, más… Y entonces su valencia de
entretenimiento, por decir así, ya la colma con las verdaderas cosas de
entretenimiento que son la televisión, el cine, etcétera, y le parece que
conserva su facultad de lector para la novela, porque le da la impresión de que
la novela lo va a cultivar más que el cuento. Tal vez sea eso, ¿no? Pero esto
es una mera hipótesis que se me acaba de ocurrir en este momento. No lo había
pensado antes.
M.G.: Entonces, siguiendo esa
hipótesis, el lector tendría -para decirlo de alguna manera- como una fantasía
de redención de su propia ignorancia, que se supliría a través de la lectura de
novelas. Ahora bien, ya vimos lo del lector y lo del mercado. Pero entremos por
otro flanco: ¿a qué cree que se debe que en América Latina y en Argentina en
particular, el cuento esté tan vivo y haya incluso un florecimiento, en un
momento en que estamos de alguna manera detectando que hay una crisis en el
cuento y en la literatura?
J.J.S.: Creo
que una de las ventajas del subdesarrollo es que las leyes rigurosas del
mercado todavía no han llegado a dominar por completo la creación. No sé con
quién charlaba el otro día, y le decía que aun cuando haya más grandes
escritores en Francia o en Estados Unidos que en Argentina (cosa que no creo)
me parece que podemos decir que en Argentina hay una literatura y en Francia
no, porque en Argentina hay teorías literarias. Aunque yo no las comparta. Yo
no comparto el populismo de Medina y de Asís, ni comparto el psicoanalicismo de
la revista "Sitio", ni tal vez tampoco comparta, a pesar de que son mis amigos
y que fueron ellos un poco los que lanzaron mi obra, esa cosa teórica tan
sociologista de "Punto de Vista". Pero lo que sí yo siento es que hay teorías
actuantes en la literatura. Y para que haya una literatura tiene que haber
teorías. En Francia no las hay; sólo hay análisis de textos. Allá son todos
pequeños artesanos que están montando un boliche para vender más que el de
enfrente. Aunque sean buenos o malos, no me interesan. Creo que siempre ha
habido teorías literarias, aunque ahora no nos vamos a poner a decir si Homero
era de vanguardia o no…
M.G.: Siendo que lo fue.
J.J.S.: ¡Naturalmente
que lo fue! Pero quiero decir que por ejemplo en Dante había una teoría
literaria. Y en el teatro isabelino pasó lo mismo. Y en Siglo de Oro español
había teorías literarias: el culteranismo, el conceptismo. Eran teorías
literarias que se discutían, y que se discutían en verso. Se escribían textos en
contra o a favor, y todo eso. En Francia no, eso no existe; todo el mundo se
critica diciendo que son mediáticos o que son pretenciosos, pero no discuten
ninguna teoría literaria. La última fue el "nouveau roman", que todavía no
terminaron de digerir. Bueno, yo pensaba en los textos de Natalie Sarraute, en
sus "tropismos". ¿Son cuentos; no son cuentos? Bueno, no son cuentos, pero son
textos breves, narrativos.
M.G.: Esto me hace pensar que
la modernidad en el cuento, una vez más y aunque suene pretencioso, estaría
quizá en los latinoamericanos de hace veinte o treinta años. Pienso en ese
sentido en Cortázar, que sí respondía a una teoría literaria, y además fue
teórico del cuento…
J.J.S.: Para
mí los cuentos más revolucionarios son los de Borges. Un día, en el año '67, me
dejó sumido en la más honda perplejidad porque vino a Santa Fe y allí dijo: "Ahora voy a escribir una serie de cuentos criollos". Pero hay ciertos cuentos
de Borges, como "Examen de la obra de Herbert Quain", o "Pierre Menard, autor
del Quijote", o "Tlön..." que son cuentos en los que aparecen nuevos elementos
de estructuración narrativa, ¿no? En ese sentido, yo digo que es
revolucionario. Y creo que lo original de Cortázar está en sus cuentos, a mí
las novelas de Cortázar no me gustan.
M.G.: ¿Incluida "Rayuela"?
J.J.S.: "Rayuela" tiene momentos que me gustan, pero me parece que se le desarma un poco, ¿no? Lo
pensaba ya en el ‘'63, porque yo a "Rayuela" la leí en Colastiné. Pero en fin… yo
buscaba cosas más estructuradas en ese momento.
M.G.: Curiosamente, es una
novela de fragmentos.
J.J.S.: Sí,
lo es. Pero lo que pasa es que no todos los fragmentos son buenos… Hay algunos
fragmentos que me gustan mucho, naturalmente.
M.G.: ¿Y por qué lo original
de Cortázar estaría sólo en sus cuentos?
J.J.S.: Porque
para mí lo nuevo ahí es tratar algunos temas clásicos de la literatura
fantástica con una perspectiva de la cotidianeidad y con un lenguaje muy
cotidiano. Que podemos discutirlo, porque el lenguaje de Cortázar está muy en
discusión. Desde hace unos diez años la gente dice: "no, Cortázar escribe como
en los años '50", lo cual no tiene ninguna importancia porque dentro de cincuenta
años no se va a saber si un texto lo escribió en 1950 o en 1960. Cortázar no
está hablando con nosotros; está escribiendo textos… Y eso de lo cotidiano me
hace pensar en Quiroga, de quien me gustan muchísimo algunos cuentos. "El
almohadón de plumas" me parece una obra maestra, es una cima del cuento
latinoamericano, como "A la deriva" o "Insolación". Y otro que tiene cuentos
muy interesantes también es Bioy Casares. Y admiro mucho a Roberto Arlt: "El
jorobadito", "Ester primavera", "Escritor fracasado" es un cuento sensacional.
Y me gustan algunos de Martínez Estrada, como "Marta Riquelme", que me parece
fabuloso.
M.G.: ¿Qué elementos comunes
encontraría, entre todos estos escritores, que pudieran significar una
transferencia, una herencia a tener en cuenta para considerar el cuento moderno
en la Argentina?
J.J.S.: Bueno,
encuentro dos elementos que me parecen muy importantes: el primero es una
búsqueda formal, real, en el cuento, para renovarlo. Así encontramos en "Marta
Riquelme" esa estructura tan compleja, o en "Escritor fracasado" un cuento en
el cual se pone un revulsivo en un medio social. Y al mismo tiempo, una
tendencia en esos cuentos a hablar indirectamente de lo real; no a
transcribirlo, sino a elaborar metáforas globales de una sociedad, de una
época.
M.G.: Bueno, esto es
característico de la literatura latinoamericana, pero también podría suceder en
Francia o en cualquier lado.
J.J.S.: Podría,
pero no sucede. Ricardo Piglia da como ejemplo de la mejor novela del nazismo a "El tambor de hojalata" de Günter Grass, y yo comprendo lo que él quiere decir
aunque a mí no me gusta mucho esa novela, porque me parece demasiado evidente.
M.G.: Podría citarse el "Diario de un payaso" de Heinrich Böll, mejor.
J.J.S.: Sí,
me gusta más. Pero fíjese: los cuentos de Poe, que son magníficos, no tienen
esa tendencia, no engloban el mundo en su conjunto. Son cuentos más bien de
estados de ánimo, marginales, muy excepcionales, que nos dan la visión del
mundo un poco particular que tenía Poe. En cambio, en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" de Borges encontramos una visión global del universo. O en "El inmortal" o en "Las ruinas circulares". Yo decía el otro día que de los cuentos clásicos de
Borges, ése sí es un clásico: con final sorprendente, con la estructura que va
derecho, la brevedad. Los otros son menos clásicos, como "Funes el memorioso", "Tlön…", etc. Y otro que hay que mencionar es "El zapallo que se volvió cosmos",
de Macedonio Fernández. Y todos estos cuentos me parece que tienen esa impronta
que es específicamente rioplatense. Porque si tomamos los cuentos de Rulfo, por
ejemplo, que yo admiro profundamente, están en una línea más realista.
M.G.: Esto me lleva a otra
pregunta: ¿de qué manera esta crisis del cuento se vincula con la vieja
polémica de la literatura argentina y latinoamericana, entre formalismo y
contenidismo?
J.J.S.: Yo
creo que es una falsa polémica. He participado de ella, y evidentemente
asumiendo una posición, pero a veces uno se hace entender mal. ¿A quién le
puede interesar la literatura puramente formalista? A nadie. Y a quién le puede
interesar el puro contenidismo? A nadie. Me refiero a los escritores. Digo, en
la medida en que el puro contenidismo es un ensayo, porque eso es la literatura
contenidista. Lo mismo pasa con el testimonio. He leído por ejemplo el libro de
Bonasso "Recuerdos de la muerte", y me parece una cosa más que dudosa, porque
el único criterio de verdad que tenemos ahí es la ideología y los sentimientos
del autor. No hay ningún otro criterio. La persona de Bonasso no está para nada
en cuestión, ojo, pero simplemente como método de testimonio ningún jurado lo
aceptaría. En cambio, hay que aceptar plenamente la ficción, que es un poco la
función del escritor. El no testimoniará de algo que ocurrió, pero a través de
la ficción el escritor puede dar una especie de sentimiento del mundo general,
de la ética, de lo que fuere, una reflexión sobre su tiempo que asume una forma
artística particular. Por ejemplo, encontramos en la pintura abstracta que
Kandinsky no quiere decir que el hombre ha desaparecido sino que hay como un
descentramiento del hombre, al que lo saca del viejo humanismo de la pintura
representativa y lo hace corresponder con una situación real del hombre en el
mundo.
M.G.: ¿Y cuál sería el
equivalente de esto en literatura? ¿Quizá Macedonio?
J.J.S.: Sí, yo
lo encontraría en Macedonio, en algunos cuentos de Borges, en Felisberto
Hernández, que me parece un gran escritor. ¿Ve? Me había olvidado de
Felisberto. Eso pasa a veces en estas conversaciones, que uno se olvida de
nombrar a alguno y después hay gente que se ofende porque uno no la nombró.
Bueno, a Felisberto yo lo pongo entre los que realmente han renovado el cuento.
Mire "Las hortensias", es muy original, por su tono, por sus intrigas que no
son tales.
M.G.: Y volviendo a la crisis,
¿ella no estaría en que, resuelta la contradicción forma- contenido, el haber
llegado a la síntesis plantearía el "y entonces ahora qué"?
J.J.S.: Y
bueno, yo creo que la buena literatura, en todo tiempo y lugar, es capaz de
superar sus crisis a través de sus textos.