Para entonces, Praga era apenas una pequeña población de comerciantes, situada a orillas del río Moldava con su Iglesia de Santa María que sería la base del mítico Pražský hrad (Castillo de Praga). Después de la incorporación de los territorios de Bohemia y Moravia al Sacro Imperio Romano Germánico, Praga se convirtió en la capital del Reino de Bohemia y, a la par de su notable crecimiento, fueron floreciendo en sus cercanías otras ciudades en las que coexistieron checos y alemanes durante siglos, pasando por la convivencia pacífica hasta la rivalidad y el enfrentamiento armado. Las clases altas urbanas, dedicadas a la industria, el comercio y las artes, eran mayoritariamente alemanas y el idioma checo se había refugiado casi enteramente en el campo, creando una cultura que recopilarían los poetas y músicos checos varios siglos más tarde. Desde el siglo XVI la región pasó a formar parte del Imperio Austríaco y el pueblo fue obligado a hacerse católico y el alemán fue declarado idioma oficial. La nación checa como tal había dejado de existir en los siglos XVII y XVIII, sufriendo guerras devastadoras como la Guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1648, y la Guerra de los Siete Años entre 1756 y 1763, que dejaron la economía en ruinas y causaron la muerte de casi una tercera parte de la población. Recién a fines del siglo XVIII comenzó a prosperar la economía en las ciudades y en el campo, lo que convirtió a Bohemia y Moravia en el corazón industrial del Imperio. Ese sustancial desarrollo, Revolución Industrial mediante, provocó que muchos campesinos checos se trasladaran a los grandes centros urbanos, mayoritariamente poblados por alemanes, con afán de progreso. Esta situación fue la que de alguna manera fomentó el surgimiento del nacionalismo checo.
A diferencia de otros nacionalismos europeos, que a principios del siglo XIX tenían ya un importante apoyo de sus clases dirigentes, la aristocracia de Bohemia y Moravia, lejos de identificarse con ese movimiento, se mantuvo fiel a Viena. La lengua checa era hablada en esas fechas por el 63% de la población de Bohemia y por un 70% de los habitantes de Moravia. En la década de 1820 surgieron grupos de carácter intelectual -en la literatura, el teatro y la música- que pretendían impulsar la cultura y la lengua checas. A su vez, el número de periódicos escritos en checo aumentó significativamente entre 1863 y 1895, al mismo tiempo que los checos iban ganando las elecciones en los distintos ayuntamientos de ambas zonas donde se hablaba ese idioma. Pero fue con el Compromiso de 1867, que comportó el nacimiento del Imperio Austrohúngaro al unirse Imperio de Austria y el Reino de Hungría, cuando se creó una estructura política más favorable a la expansión social de ese movimiento nacionalista debido a serie de reformas constitucionales. En ese contexto, el nacionalismo fue convirtiéndose cada vez en una fuerza muy importante, tanto en el ámbito político como en el cultural. En el ámbito político fue el intento de unificación de un grupo particular de personas para crear una identidad nacional a través de características tales como una lengua común, culturas comunes, tradición histórica, rituales sociales y religiosos e instituciones nacionales.
Hijo de un músico aficionado que atendía una taberna y una carnicería, Antonín Leopold Dvořák demostró predisposición para la música desde niño. Nacido el 8 de septiembre de 1841, pronto aprendió a tocar el violín y, a menudo, entretenía a los huéspedes del mesón de su padre, quien le enseñó también piano y órgano. A los seis años comenzó a ir a la escuela y fue el profesor Josef Spitz (1807-1866) quien ayudó al pequeño a desarrollar sus talentos, llevándolo a tocar a la iglesia de San Andrés. Dvořák dejó su pueblo natal cuando tenía doce años y se trasladó a la cercana Zlonice para estudiar alemán. Luego, en 1856, marchó a Praga e ingresó en la Pražská varhanická škola (Escuela de órgano de Praga) donde, bajo la supervisión musical del maestro Antonín Liehmann (1808-1879), amplió sus conocimientos en piano, órgano y viola, y aprendió los fundamentos de la teoría musical.
Fueron épocas de estrecheces económicas. Enseñaba música a los hijos de poderosas familias de la capital y tocaba el órgano en las iglesias por tan sólo unas monedas. En 1859, con dieciocho años, consiguió ingresar como violinista en la orquesta de Karel Komzák (1823-1893), un organista bohemio que dirigía una orquesta en el Prozatimni Divadlo (Teatro Provisional), la sala en que se ofrecían conciertos mientras se construía el Národní Divadlo (Teatro Nacional) que dirigiría Smetana. Allí ingresó Dvořák como violinista en 1862 a las órdenes del director titular Jan Nepomuk Mayr (1818-1888), y permanecería durante una década. Luego, entre 1873 y 1877 fue organista de la Iglesia de San Adalberto en Praga. Eran tiempos en que el romanticismo poco a poco comenzaba a ceder paso a nuevas tendencias artísticas y la monarquía austrohúngara había decidido conceder becas a talentosos compositores sin recursos. Dvořák solicitó la beca cuatro veces y la respuesta fue siempre positiva. A la última solicitud adjuntó, entre otras composiciones, la titulada "Sborové písne pro muzské hlasy" (Cantos moravos a dos voces), pieza que entusiasmó enormemente a uno de los miembros del jurado, el pianista y compositor alemán Johannes Brahms (1833-1897) quien, en lo sucesivo ayudaría significativamente a Dvořák en su carrera artística. Su primeros éxitos llegarían con sus "Moravské dvojzpevy" (Dúos moravos) y la cantata "Hymnus. Dědicové bílé hory" (Himno. Los herederos de la montaña blanca), y rápidamente lograría fama internacional gracias a la publicación de la primera colección de"Slovanské tance" (Danzas eslavas). Su cantata religiosa "Stabat Mater" estrenada en 1880 obtuvo un éxito sin precedentes y a partir de entonces se consolidó su prestigio y se dedicó de lleno a la composición.
Su nombre y su obra, que hasta entonces sólo habían encontrado eco en su propio país, se extendieron rápidamente más allá de sus fronteras. Así, fue invitado numerosas veces a Inglaterra donde encontró una especial acogida y obtuvo un gran éxito con su música. Allí estrenó varias de sus obras, siendo nombrado además Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge, similar distinción a la que recibiría en las universidades de Praga y Viena. También, invitado por Pyotr Ilyich Tchaikovsky (1840-1893), viajó a Rusia presentándose con gran suceso en Moscú y San Petersburgo. Luego, en septiembre de 1892, fue contratado para dirigir el National Conservatory of Music de Nueva York, ciudad en la que permaneció tres años, aprovechando su estadía allí y en la colonia checa de Spillville, donde solía pasar los veranos, para interiorizarse en las músicas folclóricas india y negra norteamericanas. El célebre Carnegie Hall fue escenario del estreno de las obras de su etapa de mayor madurez artística.
Convertido ya en una celebridad internacional, en 1895 regresó a Praga, donde fue nombrado Director del Conservatorio Nacional, un cargo que mantuvo hasta el final de su vida. Entre sus alumnos más destacados estuvieron los compositores checos Vitèzslav Novák (1870-1949), Oskar Nedbal (1874-1930), Rudolf Karel (1880-1945) y Josef Suk (1929-2011). En 1904, el compositor experimentó unos fuertes dolores de riñón que impidieron su asistencia al Festival de Música Checa celebrado en abril de aquel año. Los síntomas se agravaron con inusual celeridad y el 1 de mayo siguiente falleció como consecuencia de una congestión cerebral. Su muerte fue seguida por Funerales Nacionales y una jornada de luto en toda la región de Bohemia. Sus restos descansan en el cementerio de Vysehrad, junto al río Moldava y su casa natal fue convertida en museo. Dvořák, un compositor que cosechó el éxito por todo el mundo y recibió significativos premios y galardones, permaneció siendo siempre un músico modesto. Así lo testimonia una de las cartas que le envió a Fritz Simrock (1837-1901), su editor alemán: "Su última carta me causó confusión, puesto que usted se dirige a mí como si yo fuera algo como un dios, lo que no me considero ni me consideraré jamás. Insisto en que, pese a que he viajado por el mundo, he escuchado infinitas ovaciones del público y he recibido varias distinciones, permaneceré siendo para siempre lo que soy en realidad: un simple músico checo".
Sus obras (más de doscientas composiciones) incluyen nueve sinfonías, entre ellas "Zlonické zvony" (Las campanas de Zlonice) y "Nového světa" (del Nuevo Mundo); las óperas "Král a uhlíř" (El rey y los quemadores de carbón), "Tvrdé palice" (Los amantes obstinados), "Čert a Káča" (El diablo y Catalina), "Dimitrij" (Dimitri), "Jakobín" (El jacobino) y "Rusalka" (Ondina), entre otras; numerosas obras para piano -"Humoresky" (Humoresca) y "Legendy" (Leyendas) entre las más conocidas-; varios poemas sinfónicos -"Polednice" (La bruja del mediodía), "Zlatý kolovrat" (La rueca de oro), "Holoubek" (La paloma del bosque), "Píseň bohatýrská" (Canción heroica)-; música de cámara, oratorios, cantatas, misas, rapsodias, polcas, nocturnos, serenatas, conciertos para violín, para violonchelo y música coral.
En su deseo de expresar el espíritu del arte nacional checo, dirigió su atención hacia la poesía, las danzas y el folclore checos. Sin embargo fue un creador cosmopolita ya que también utilizó estructuras melódicas propias de otras corrientes musicales. En ese sentido, puede dividirse su producción en tres períodos: el período de formación, en el que se destaca la influencia clásica de Beethoven, Haydn, Mozart, Schubert y Wagner; el período eslavo, centrado en el nacionalismo y representado cabalmente por sus serie de danzas inspiradas en los paisajes bohemios, los días de fiesta, las ceremonias, los cantos y las danzas populares; y el período norteamericano, que quedó inmortalizado en su novena sinfonía con la introducción de los ritmos sincopados de la música espiritual negra e incluso india. A pesar de su ascendente progreso tanto profesional como social, Dvořák nunca perdió la frescura inocente de su infancia, reflejada una y otra vez en su música. Sus obras contrarrestan el exceso melódico mediante una cuidadosa organización y equilibrio entre compás y compás, aspecto que vivifica notablemente el desarrollo temático. Su legado sinfónico, progresivamente perfeccionado, ocupa un lugar de merecido privilegio en la historia de la música.