Tina
Modotti (1896-1942) nació en Udine, una pequeña ciudad en el norte de
Italia cercana a Trieste, el puerto del Mar Adriático, en el seno de una
familia de bajos recursos económicos. A los doce años comenzó a
trabajar como obrera en una fábrica textil y a los dieciséis se convirtió en
otro de los tantos inmigrantes harapientos y miserables que
viajaron a Estados Unidos escapándole a la pobreza de su tierra
natal. Allí se encontró con su padre, que se había instalado
en San Francisco unos años antes, y se empleó en una gran tienda de
ropa trabajando como costurera, aunque pronto pasó a ser modelo.
Su belleza y desenfado llamaría la atención del pintor y poeta
franco-canadiense Roubaix de l'Abrie Richey (1890-1922) quien, además de
casarse con ella, la llevaría a vincularse con los estudios de Hollywood
para actuar en varias películas mudas y a relacionarse con personalidades
del mundo artístico. Su vida daría un primer giro importante en 1921 cuando
conoció al innovador fotógrafo estadounidense Edward Weston (1886-1958)
quien la introdujo en los vericuetos del arte de la fotografía. Radicada
en el México posrevolucionario, pronto se convierte en artista,
fotografiando los paisajes de ese país, primero, para volcarse de lleno
después a retratar los sectores más empobrecidos de la sociedad. Sus
fotografías, de vocación testimonial y de marcado compromiso social y político,
dieron vida imperecedera a rostros anónimos: obreros, campesinos, mujeres y
niños del pueblo mexicano, a su arte y a su folclore, reivindicando sus orígenes
prehispánicos. Por entonces conoció y trabó amistad con los grandes pintores de
la época, entre ellos José
Clemente Orozco (1883-1949), Diego Rivera (1886-1957),
David Alfaro Siqueiros (1898-1974) y Frida
Kahlo (1907-1954) para los que modeló en numerosas ocasiones. El
segundo giro radical en su vida se produjo en 1927 cuando, luego de
conocer al muralista Xavier Guerrero (1896-1974), miembro del Comité
Central del Partido Comunista Mexicano, se afilió a éste y comenzó a
trabajar como editora, colaboradora y fotógrafa de la revista "El
Machete", órgano oficial del Partido. Un año después conocería
a Julio Antonio Mella (1903-1929), cofundador del Partido Comunista
en Cuba, del que sería compañera hasta su asesinato. Allí se produce
su quiebre definitivo. En 1930 fue expulsada de México acusada de
conspiración, por lo que viajó a Berlín y luego a Moscú, donde se
reencontró con Vittorio Vidali (1900-1983), irredento estalinista
italiano a quién había conocido en México. Para entonces, Modotti había
abandonado la fotografía para convertirse en agente
del espionaje soviético en Francia y, tiempo después, en una
brigadista internacional sacrificada y humilde que sirvió a
los republicanos como cocinera y enfermera hasta el fin de
la Guerra Civil Española. Mantuvo una estrecha amistad con los
poetas Antonio Machado (1875-1939), Rafael
Alberti (1902-1999) y Miguel Hernández (1910-1942), al
tiempo que desarrollaba su actividad entre Madrid, Valencia, Málaga
y, finalmente, en la acorralada Barcelona. En 1939 llegó de
manera clandestina a México con Vidali y se encontró con un clima político
irrespirable. Los ecos de las criminales purgas estalinistas habían llegado a
las tierras aztecas dividiendo a los simpatizantes de la Revolución
Bolchevique en dos bandos irreconciliables. La dogmática Modotti se
vio envuelta en las flagrantes contradicciones del llamado
"socialismo soviético". El asesinato de León Trotsky (1879-1940)
hizo que se distanciara de sus viejas amistades y se sintiera desilusionada. Alfaro
Siqueiros había participado en el crimen del dirigente de la IV Internacional y
Vidali y, ella misma quedaron involucrados en el asesinato de Mella
ocurrido once años antes. Continuó sin embargo con su actividad política a
través de la Alianza Antifascista Giuseppe Garibaldi hasta que, el 5 de
enero de 1942, falleció en un taxi, casi olvidada, víctima de un
ataque cardíaco. Prematuramente envejecida tras una existencia
trepidante, murió pobre y débil, muy triste, sola y decepcionada, y
hasta hoy persisten las dudas sobre la verdadera causa de su muerte,
atribuida por algunos historiadores a un envenenamiento ordenado por los
servicios secretos estalinistas. Los pormenores de esta vida fascinante fueron tomados por la periodista
y narradora Elena
Poniatowska (1933), nacida en París, Francia, y radicada en México
desde 1942, para escribir su monumental novela "Tinísima", una obra que es el recuento interior de una vida en que el arte, la militancia y el amor se
disputaron el alma y el cuerpo de una mujer. Poniatowska ofrece un recorrido por todas las etapas de la vida de la Modotti: la liberación sexual en la bohemia de San Francisco, la pasión por
la fotografía, el México de los años ’20, la militancia comunista y la
inmersión en el estalinismo más rígido, el trabajo en la Guerra Civil española
como enfermera y organizadora y el regreso a México. Autora de novelas, cuentos, ensayos y numerosas crónicas y libros de
entrevistas, Poniatowska habla sobre sus pasiones literarias y sus obras más reconocidas en el siguiente compilado de entrevistas concedidas a Andrés Cáceres para el diario "Los Andes" del 1 de abril de 2001, a Yinett Polanco para la revista "La Jiribilla" del 23 de febrero de 2007, y a Martín Granovsky para el diario "Página/12" del 9 de diciembre de 2012.
¿Cómo
fue su formación literaria? ¿Tuvo una primera influencia europea por haber
nacido en París?
Así es. En realidad, los autores que yo leía eran los grandes católicos
franceses como Bernanós, Péguy, Jean Guitton, Claudel, Maritain. Después
pasé a la literatura mexicana y también norteamericana.
Empezó
muy joven con el periodismo.
Sí, a los veinte años recibí la lección del periodismo, que es muy duradera y
muy útil. El periodista siempre tiene que estar muy dispuesto a escuchar a los
demás. Y por eso ve muchas cosas que otros no ven. Por ejemplo el desmedido
afán de protagonismo que tienen los escritores y los intelectuales en México,
incluido el mismo Octavio Paz. Vi tanta preocupación o desesperación por
aparecer en los diarios y salir como bólidos hacia la fama, que para mí eso fue
una lección muy poderosa. Es como cuando uno se quiere emborrachar. La Jesusa, el personaje de "Hasta no verte Jesús mío", decía: "Si usted quiere beber y no caerse, tiene que tomar un limón y una
copita de aceite". Y eso es el periodismo: un limón y una copita de aceite, y lo
ayuda a uno a tener hacia la fama un cierto desencanto.
Y se le cruzó el periodismo...
Hay un dicho: "Cuando esta víbora pica, no hay
remedio en la botica". El periodismo es así. Mis papás me daban una vida como
muy de la colonia francesa. En mi casa se hablaba francés. Entonces empecé a
descubrir a través del periodismo un país extraordinario. Mediante entrevistas
con Alfonso Reyes, con Diego Rivera, con Octavio Paz, con Siqueiros en la
cárcel. Cuando uno es muy joven se atreve a todo porque ni cuenta se da. Los
entrevisté a través del tiempo. Ahora México es muy inferior a su pasado. Si
uno busca la gente, las grandes figuras en el arte, ya no las hay. Se han
diluido. Las grandes figuras han querido parecerse -por ejemplo los grandes
pintores- a los movimientos europeos. Ya no hay un espíritu de revolución, de
locura...
¿Cómo
pasó de la situación de periodista a la de escritora?
Bueno, Elena Urrutia me dijo que había un maestro que podía corregir mis notas
periodísticas si le llevaba unas galletas y una botella de vino. Le llevé unos
artículos a Arreola en 1953 y me dijo: "A mí no me interesa para nada el
periodismo". Como todos; el periodismo, ¡qué cochinada! "Eso no me
interesa. ¿No tiene usted otra cosa?". Y como tenía un cuentito, que se llamaba "Lilus quipus", se lo pasé y me dijo: "Con éste inicio una colección que se
puede llamar 'Los presentes' y le voy a hacer un tiraje de quinientos
ejemplares. Usted va a pintar encima los honguitos y para ayudarme en la
editorial usted me va a traer sus seis primeros sueldos". El nunca tenía un
centavo y con esos seis primeros sueldos publicó a José Emilio Pacheco, "Los
días enmascarados" de Carlos Fuentes, etc., e hizo una base de literatura
mexicana creo que bastante buena.
Entonces, ¿cuáles son las principales diferencias entre el periodismo y la
literatura?
El periodismo es más rápido y eso lleva a cometer algunos errores, porque
siempre hay que entregar para que salga el día siguiente y no queda tiempo para
pulir. La literatura es un trabajo solitario, pero uno puede allí plantearse
todas las dudas que quiera y se puede corregir siempre, de modo que no hay
excusas para que no salga bien.
Usted ha dicho: "Tengo el sello, la marca
de fuego del periodista como un tatuaje que supongo que nunca va a desaparecer". Si volviese a nacer, ¿ejercería nuevamente esa profesión?
No sé si volvería a hacerlo, pero sí extraño
muchísimo la academia, me hubiera gustado ser universitaria, pero estoy muy
agradecida con el periodismo, porque aprendí de él. Alguna vez le dije a Juan
Soriano -un pintor mexicano- que yo quisiera volver a vivir para volver a hacer
las cosas mejores y me dijo: "no te preocupes, que todo lo volverías a hacer,
pero peor". Entonces no me hago ilusiones, pero sí extraño la academia porque a
mi juicio me hubiera facilitado mucho tener una formación académica, saber
investigar, saber leer, saber escoger qué voy a estudiar a lo largo de los
años. Siento que me dispersé muchísimo, hice muchos artículos, entrevistas,
crónicas sociales que me pedía el jefe de información y en eso me parece que
perdí el tiempo. Hoy que tengo menos tiempo, pienso que eso fue mucho tiempo
perdido.
¿Cómo
se lleva la periodista con la escritora?
Ahora quisiera dedicarme más tiempo a las novelas porque el periodismo exige
mucho estar fuera de la casa, muchas interrogaciones, mucho perseguir a los
entrevistados, y eso ya no lo quiero hacer. Además, porque siento que ya no me
queda tanto tiempo. Quiero, antes de morir, dejar un libro bueno, pero de veras
una novela que yo diga, sí, está bien, que yo lo sienta así, porque nunca hice
un libro que sienta que está bien.
He
leído que "Tinísima" le llevó diez años de trabajo. ¿Qué le demoró tanto, la
investigación, la recopilación de datos o la plasmación de la novela?
No; es que yo soy periodista. Me llevó diez años porque nunca suspendí esa
actividad ni las conferencias y clases en la Universidad de México. Si me
hubiera encerrado a hacer sólo "Tinísima" hubiera demorado mucho menos.
¿Cuánta investigación histórica tiene "Tinísima"?
Muchísimas entrevistas. Es una "chiripada". Yo
nunca iba a escribir sobre Tina Modotti. No la conocía. Además mi mamá la
odiaba. Me decía: "Tu vas a escribir sobre una comunista". Además nudista, ¿no? Un gran camarógrafo
mexicano me pidió que hiciera un guión para una película sobre Tina Modotti.
Para hacerlo bien empecé a entrevistar a muchos viejos comunistas. Todos los
que la conocieron. Muy conmovedores. Y vi que para ellos Tina había sido un
conflicto, porque se enamoraban de ella pero después no supieron defenderla.
Los asustaba. Trataban a sus compañeras no como sus sirvientas pero sí como sus
auxiliadoras, como si estuvieran limitadas a hacer un café, a hacer la comida,
y si eran distintas recibían algunas frases... Uno decía que en el Partido
Comunista las mujeres confundían la palabra camarada con la palabra cama.
Estaban muy ninguneadas, muy satanizadas. Entonces de repente se quemó la
cineteca. La señora Margarita López Portillo, encargada de la cultura, hermana
del entonces presidente, a quien le decían la albóndiga de porcelana porque era
gordita y rodaba, dijo que ya no había dinero para hacer la película. Yo ya
había entrevistado a todos esos comunistas. Estaba conmovida por su entrega,
por su espíritu de sacrificio y un poco les había devuelto la vida por lo que
ellos habían entregado. Me dolieron, y mucho. Y dije: cómo les voy a fallar. Entonces decidí hacer la novela. Y
qué bueno que la hice, porque yo no sabía nada de la Guerra Civil de España, y
lo que sabía de la Guerra Civil de España era del otro lado. Mi mamá era una
mujer bellísima. ¡Pero bellísima! A mí mamá, cuando iba a España, pues la
sacaba a bailar Primo de Rivera. ¡Estaba del otro lado! No del lado de los
republicanos. Entonces investigando descubrí yo a los republicanos. Bueno,
tampoco sabía yo nada del otro lado, pero descubrí la República.
Uno de sus entrevistados fue Vittorio Vidali, un italiano al servicio
de los soviéticos que participó en la
Guerra Civil Española como comisario político de Stalin, y
quedó sospechado de numerosos asesinatos de dirigentes de izquierda, como
el catalán Andreu Nin. Vidali fue una de las parejas de Modotti.
Le pregunté a Vidali si él había matado a Nin y
me dijo que no. Bueno, descubrí un mundo de una complejidad
bárbara y dolorosa.
¿Tina Modotti también era compleja?
No. Tina era una mujer que desde joven trabajó
mucho. Trabajaba en una fábrica. Luego para ella era muy fácil identificarse
con la gente de México, y así lo hizo.
Una mujer fuerte. ¿O no?
Claro. Sobre todo en esa época en México.
También entrevisté a la segunda mujer de Diego Rivera, Lupe Marín. No era una
mujer muy culta pero sí bellísima. Parecía una pantera. Tenía ojos así como de
sulfato de cobre. Valle Inclán se enamoró de ella. Ojos azules dentro de esa
piel morena. Y muy atrevida. Luchó como loca para que no la fueran a aplastar.
Por eso yo quiero después hacer una novela sobre ella.
Otro de sus entrevistados fue David Alfaro Siqueiros, el
muralista mexicano que participó en el primer, y fallido, atentado a León
Trotsky en México. ¿Lo entrevistó muchas veces?
Muchas veces, sí. Siempre le decía: "¿Entonces
por qué no se peina?". Yo decía cualquier cosa. Y él era muy simpático. Me
contestaba: "No se preocupe, me peina de vez en cuando el Partido Comunista".
Era muy fácil, porque él hablaba. Contaba miles de historias. Como no sabía qué
consecuencia política podían tener mis preguntas, yo preguntaba cualquier cosa.
Por ejemplo, cómo había podido él participar en el asesinato de Trotsky.
¿Qué le contó Siqueiros de su atentado, el
primero contra Trotsky en México? ¿Que falló simplemente porque falló, o que
fracasó porque se propuso fracasar?
No me acuerdo lo que me dijo. Me acuerdo de la
respuesta de Vittorio Vidali cuando quise saber algo. "¿No es verdad que usted
no participó en actos terroristas?", le pregunté. "Me reservo mi respuesta", me
contestó.
No mintió.
No quiso mentir y no quiso hablar. Era difícil
que a mí no me respondieran nada. No tenía yo ni conocimiento de causa ni mala
leche.
¿Preguntaba con cierta candidez?
Había mucha. Yo no sabía nada. Y todavía hoy no
sé. Tampoco soy una gente que está informada de muchísimas cosas. No tengo
formación académica ninguna. Y bueno, a mí en las entrevistas nunca me han
insultado. Las hacía como los norteamericanos: describía
la casa, la esposa, la manera en que se trae el café. Y hay perros y hay gatos.
Todo lo que uno ve y no sólo lo que dice el entrevistado.
¿Por
qué Vittorio Vidali le dijo: "Si tú no haces el libro lo voy a hacer
yo"?
Porque él quería que yo fuera mucho más rápida. Antes que regresara de Italia
y me pusiera a hacer el libro, me dijo eso. Creo que le removí muchas cosas al
preguntarle sobre Tina, porque él escribió el libro "Historia de mujer", en
italiano, que es una visión de Tina Modotti, y ahí me cita. Podría haber
publicado antes del fin del comunismo en la Unión Soviética, pero salió cuando
todo se había derrumbado, porque me demoré también en cotejar fechas para ser
lo más exacta posible. Fue muy trabajoso para mí por la investigación y por mi propia
desorganización. Regresaba de un viaje y mataba un personaje que estaba vivo
porque ya me había olvidado, o resucitaba otros y tenía que volver a leer...
Tratándose de una biografía novelada, lo de las fechas no parece muy
importante.
Es que yo trato de dar al lector la información más auténtica posible. Claro
que al decir las cosas tal como las veo, ya pasan a ser subjetivas.
¿Por qué esa búsqueda de exactitud?
Pues porque soy periodista. He escrito siempre
a partir de la realidad. Es algo que... No sé, supongo que lo traigo adentro.
El periodismo, desde que me inicié, fue mi
escuela, porque yo estudié en un convento de monjas. Lo único
que hacía era rezar, darme golpes de pecho, pedir perdón por haberme comido dos
rebanadas de pastel o por haberme comido la de mi compañera que me dijo que me
la daba. Puras estupideces.
Se
cuenta que luego de que usted escribiera "Tinísima", Octavio Paz le dejó de
hablar. ¿Por
qué se enojó Octavio Paz?
Se enojó y dejó de hablarme durante diez años. Antes que apareciera mi libro,
él publicó en la revista "Vuelta" un artículo que mandó a hacer que se llamaba "Tina Estalinísima", en contra del libro y de Tina. "Yo te dije que no hicieras
ese libro -me dijo-, que no te dedicaras a esa mujer". La vio en la Guerra
Civil de España, con Elena Garro, y dijo que era la compañera del comisario
político Vittorio Vidali, que hizo la defensa
de Madrid y que era un hombre siniestro. Y que por lo tanto ella estaba muy
ligada a los rusos y a ejecuciones como las de Andrés Nin y Carlos Tresca, que
eran dos personas odiadas por el comunismo. Pero yo seguí escribiendo el libro
y no me habló más. Decía siempre que yo era una pinche comunista, una cochina
comunista y una descastada. Y yo sentí mucho el peso del rechazo, que fue de
los ochenta a los noventa. Además, una lo sentía literariamente porque también
todo un grupo me rechazaba.
¿Ha sufrido en otras ocasiones situaciones como
esta por defender sus ideas desde la izquierda?
Sí, he sufrido represalias, insultos, gente que
me deja de hablar, pero finalmente en el último año de vida de Octavio, me
invitó a pasar con él su fiesta de fin de año.
Los héroes y heroínas de sus obras son mujeres
pobres, ¿no le interesa a Elena, la descendiente de una monarquía europea,
escribir sobre sus antepasados?
Ya yo escribí un libro sobre ese tema que se
llama "Flor de Lis", pero en general a mí lo que me interesa es lo que no se me
parece, lo que no tiene que ver conmigo, porque me gusta mucho descubrir y
porque la gente siempre me sorprende. Mi medio social para mí es previsible,
puesto que lo conozco.
¿Cómo se siente, siendo mujer, al compartir la convivencia intelectual con Fuentes,
Elizondo, Homero Aridjis, Arreola, Paz?
Eso de compartir es un decir, porque siempre sentí que yo era su "achichincle".
En México, "achichincle" quiere decir su seguidora, su peor es nada, su
correveidile. Por ejemplo, hasta los hombres del Partido Comunista, que estaban
creando algo nuevo, no se preocupaban mucho por las mujeres. Siempre decían: "Camarada: agénciese unas tortas; tráigase unos sándwiches", y obligaban a las
mujeres a seguir haciendo afuera la tarea que hacían en su casa. Andrés
Henestrosa, que es un mexicano maldiciente, decía que las mujeres confundían la
palabra camarada con la palabra cama. Yo creo que las mujeres llevaban siempre
las de perder.
¿Qué piensa de los cambios que
se están produciendo en América Latina?
Ojalá de veras se incline la balanza hacia la
izquierda, ha habido cambios que favorecen a América Latina y no estamos tan
lejos del ideal de Bolívar que es una América Latina unida. Esto depende mucho
de nosotros, porque en general también los escritores lo que quieren es
triunfar en los Estados Unidos y no que los traduzcan a algún idioma indígena, sino al
inglés.
¿Cuál debería ser hoy el papel de la literatura
latinoamericana?
La literatura latinoamericana debería documentar
lo que sucede en América Latina, porque para ser provechosamente universal hay
que ser también nacional, hablar del propio país, hablar de las propias cosas,
no es hacer indigenismo ni costumbrismo, sino de veras dar una visión del país
como la dio Gabriel García Márquez, como la dio un gran escritor que merecía
más que nadie el Nobel de Literatura: Alejo Carpentier, como la dio Miguel Angel Asturias, que fue muy importante para Guatemala, y como la han dado otros
escritores. Es muy importante reflejar en nuestra literatura nuestra realidad y
que nos conozcan y nos amen a través del conocimiento que tienen de nosotros.