La obra de
Nancy Fraser se destaca por la variedad de temas que viene tratando desde hace
años, aunque sobresale su proyecto de una teoría feminista-socialista del
Estado de Bienestar. Los puntos de partida para este proyecto han sido la experiencia
de su actividad en el movimiento feminista, su contacto con las demandas de
distintos movimientos sociales y su seguimiento de las políticas públicas, así
como su utilización de los trabajos filosóficos, sociológicos e históricos de
activistas sociales y feministas como Nancy Hartsock (1943-2015), Carole Pateman (1940) y
Barbara Ehrenreich (1941). “He elaborado -afirma- una perspectiva
cuasi-gramsciana en la que las luchas sobre significados culturales e
identidades sociales son luchas por la hegemonía cultural, o sea, luchas por el
poder de construir definiciones autorizadas de situaciones sociales e interpretaciones
legítimas de necesidades sociales”. La alusión a Antonio Gramsci (1891-1937) es
importante dado que ella no considera lo social como un espacio unidimensional
bajo el dominio de la administración y la razón instrumental. Es un campo multivalente
y cuestionable. Eso -dice Fraser-, la empuja a incorporar algunas características
de la concepción de una “sociedad civil” de la que hablaba el filósofo, teórico
marxista y periodista italiano. Esta proximidad a Gramsci puede también advertirse
en su concepción de las relaciones entre teoría y praxis dado que, según Fraser,
se puede, sobre la base de prácticas específicas, elaborar una teoría que, al
identificarse con los elementos importantes de la propia práctica, permita acelerar
sus consecuencias, hacerla más coherente y eficiente. En sus trabajos más
directamente referidos a las luchas por el bienestar -explica- intenta
amalgamar diferentes públicos, cómo los de la teoría social y política, los de
la teoría feminista, los de la teoría literaria y estudios culturales y, además,
los grupos de oposición compuestos por participantes en movimientos sociales. A
renglón seguido, la tercera y última parte de una recopilación editada de las
entrevistas aparecidas en “Left Voice” (Estados Unidos) y en “Contexto”, “Sin
Permiso”, “El Diario” y “El Salto” (España) entre marzo de 2017 y mayo de 2019.
Observando el panorama actual, ¿dónde le parece
que puede surgir una alternativa?
Lo que nos
presentan una y otra vez las élites políticas es una elección entre una
emancipación superficial, meritocrática, conectada con la globalización
neoliberal de las finanzas, que podemos llamar neoliberalismo progresista, y el
populismo reaccionario. Esas son las dos opciones. La idea sería combinar la
protección social con la emancipación, y esa es una combinación que no se ha
intentado todavía.
¿Qué gramática debe guiar al feminismo y al
resto de movimientos de nuevo cuño para evitar repetir los errores del pasado?
Hoy
estamos en condiciones de afirmar que el feminismo reciente que se alió con el
neoliberalismo progresista fue el feminismo del 1%, y ahora estamos dedicadas a
construir un feminismo para el 99%. Creo que tenemos que hacer que todos los
movimientos sociales rompan con su versión para el 1%. Necesitamos un
ecologismo para el 99%, un antirracismo para el 99% un movimiento de
emancipación LGBTQ para el 99%. Y creo que esa es la alternativa que podríamos
llamar populismo progresista, que intenta combinar la vertiente de la
protección social con la vertiente emancipadora.
¿Qué es el feminismo del 99%?
En un
nivel, es una suerte de reacción a la dirección que ha tomado el feminismo,
especialmente en Estados Unidos, pero no únicamente aquí, hacia lo que yo
considero una relación peligrosa con el neoliberalismo. La principal corriente
se ha convertido en un feminismo corporativo, del “techo de cristal”, que llama
a las mujeres a escalar posiciones en las empresas. Ha renunciado a toda
concepción amplia y sólida de lo que significa la igualdad de género o la
igualdad social en general. En lugar de eso, parece estar centrado realmente en
lo que yo llamaría la “meritocracia”. Y eso significa solo eliminar las
barreras que impiden que las mujeres talentosas avancen hacia las posiciones
más altas de las jerarquías corporativas, militares, etc. La clase de feminismo
que yo siempre he apoyado -y debo decir que soy hija de los años ‘60 en este
sentido- es un feminismo que trata de abolir las jerarquías corporativas, no de
ayudar a una pequeña cantidad de mujeres a ascender en ellas.
¿Y cómo debería ser el nuevo feminismo?
Un
movimiento como el feminismo no debería luchar por la idea de que hay una
identidad o “ethos” feminista diferente, que requiere de un reconocimiento
afirmativo para equipararse con la masculinidad. No; diría que las políticas
del reconocimiento en un movimiento feminista deberían ser las luchas contra
las formas del estatus de desigualdad ligadas a los términos de género. Y eso
deja muy abierta la posibilidad de revalorizar “lo femenino”, sea lo que fuere.
Por eso intento desligar las políticas de reconocimiento de las políticas de
identidad.
Teniendo en cuenta lo que está sucediendo en
países como España, Argentina, Estados Unidos, India... ¿estamos asistiendo a
la cuarta ola del feminismo?
No sé
exactamente cómo contarlas, pero definitivamente es una ola, una nueva ola. Es
extraordinario, es un potencial de cambio enorme respecto al feminismo de las
dos décadas anteriores. Pertenezco a la generación de los ‘60, a la segunda
ola, que cuando empezó fue muy radical, pero que cuando la nueva izquierda se
vino abajo y resurgió el neoliberalismo, especialmente en Estados Unidos, se
convirtió en un feminismo muy liberal. Ese feminismo está en crisis, como lo
está el liberalismo en general, y ciertamente estamos viendo un nuevo impulso
de gente joven que no quiere el feminismo liberal, quiere inventar un nuevo
feminismo y eso es algo maravilloso.
¿Y cómo definiría esta ola, qué está pasando
exactamente?
Primero,
diría que esta ola aún está en formación, su identidad aún no está del todo
clara y podría ir en diferentes direcciones. El contexto es el de una crisis
general de la sociedad a escala global, una crisis de la democracia, de la
economía, de las finanzas y, especialmente interesante para el feminismo, hay
una crisis de la reproducción social, un término con el que me refiero al
trabajo de cuidados y a todas las acciones que funcionan como pegamento social
y como sostenimiento de los seres humanos, que son vistas tradicionalmente como
un trabajo de las mujeres, con frecuencia no pagado, pero a veces pagado. Ese
sector entero de la sociedad está bajo una presión muy profunda porque tenemos
la austeridad, los recortes de gasto, la crisis financiera, todo el apoyo
público está menguando y al mismo tiempo tenemos una economía que demanda la
participación a tiempo completo de las mujeres en el empleo remunerado. Tenemos
retos enormes por delante que tienen que ver con la sanidad pública, con los
cuidados que se prestan desde los servicios públicos, la educación pública, el
transporte público, la provisión de agua y aire limpio... Todo esto se está
convirtiendo en el frente, en la vanguardia de la lucha, especialmente en un
momento en que los sindicatos se han debilitado, en que la industria se ha
deslocalizado... Esta nueva ola del feminismo gira entorno a la reproducción
social y eso le da un aura completamente diferente al feminismo corporativo
liberal que ha estado centrado en permitir a algunas mujeres escalar a
posiciones altas mientras subcontratan su trabajo doméstico y de cuidados a
mujeres migrantes o racializadas mal pagadas. Ahora este feminismo incorpora
también a estas trabajadoras en su centro y en su primera línea así que es muy
diferente, se opera desde asuntos diferentes y apela a más sectores de la
población. Su composición en términos de clase es diferente, no hablamos solo
de mujeres privilegiadas, sino de cualquier persona afectada por la austeridad,
preocupada por la educación pública o por la sanidad de calidad.
En un momento en el que crecen varios
movimientos y sentimientos nacionalistas, en el llamado que hicieron para el 8
de marzo, destacaron la importancia de construir un movimiento internacional,
¿por qué?
En primer
lugar, diría que creo que todo movimiento social progresista y transformador
debe pensar en términos internacionales. La izquierda apoya esta idea hace
alrededor de doscientos años, por lo menos de la boca para afuera. Pero yo
diría que es todavía más urgente hoy en día que en cualquier otro momento de la
historia, porque ahora el sistema mundial capitalista está mucho más
globalizado. Y creo que aun en la medida en que uno quiere hablar de cuál
debería ser la política nacional en un país determinado, hay que partir del
reconocimiento de que lo que es posible a ese nivel depende en gran medida de
la estructura financiera global internacional del sistema mundial. En ese
sentido, lo que hizo posible un modelo de socialdemocracia a nivel nacional, en
países ricos, como los escandinavos, que era más o menos igualitaria a nivel
interno, fueron los controles de capitales de Bretton Woods. Y una vez que
fueron desmantelados los controles, ese tipo de socialdemocracia relativamente
igualitaria, aunque restrictiva, es posible porque se apropia de parte de la
riqueza del Sur mundial, depende de cierto tipo de imperialismo... Pero lo que
sugiero es que lo nacional y lo mundial o internacional están estrechamente
relacionados. Y ese sería un argumento a favor de que si no pensamos cómo
frenar las finanzas mundiales, y eso sólo se puede hacer mediante un movimiento
social mundial, un esfuerzo mundial, nuestra capacidad de hacer cualquier cosa
a un nivel local será muy limitada. Otro ejemplo es el cambio climático.
Obviamente no se puede enfrentar con un activismo local, independientemente de
cuánto uno reduzca su huella de carbono aquí o allá. Hay problemas como ese que
sólo se pueden abordar a nivel internacional. Creo que es muy importante pensar
ahora en términos globales. Algo que nos impactó mucho cuando escribimos una
declaración que apareció en “The Guardian”, fue el lenguaje que estaban
desarrollando las argentinas. Tenían una comprensión fantástica, integral y
estructural de lo que comprende la violencia contra la mujer. No
responsabilizaban simplemente a los “tipos malos”. Y tomamos eso como
perspectiva para pensar la violencia contra las mujeres de una manera que se
dirigiera al 99 % de las mujeres. Creo que tenemos mucho que aprender los unos
de los otros. Nadie tiene una visión completa. Y es muy emocionante ver el
apoyo mutuo y una de las cosas que están sucediendo con las marchas es que los
grupos que se están organizando en distintos países van a filmar sus eventos y
vamos a intercambiar los videos y eso crea una percepción de que está pasando
algo, de que somos parte de algo mucho más grande.
En la actualidad vivimos un momento boyante del
feminismo. ¿Qué estrategias deberíamos adoptar?
La
situación para el feminismo ahora mismo está bastante abierta. Muchas jóvenes
activistas buscan una alternativa al feminismo liberal. Puede que todavía no
tengan un marco teórico acabado, pero están abiertas a pensar de manera mucho
más radical y transformadora. Con otras colegas he tratado de ofrecer un
proyecto, el feminismo del 99%, que es un feminismo anticapitalista, que pide
cambios estructurales de calado, en la relación entre producción y
reproducción, sociedad y naturaleza, sistema político y economía… Estar en un
periodo de crisis también significa que vivimos una crisis de hegemonía y eso
crea no solo el peligro de que los movimientos de extrema derecha prosperen,
sino también la oportunidad de que emerja un feminismo de izquierdas.
Para lograr un cambio, entendemos que el
capitalismo tiene que ir desapareciendo, poco a poco pero sin pausa. ¿O qué
sistema se propone?
No sé si
necesitamos un nombre para ese sistema, aunque yo lo llamaría socialismo
democrático, pero no soy dogmática, puede tener otros nombres. Creo que la idea
central es que ya no es suficiente el pensamiento de los movimientos
socialistas tradicionales, no basta con cambiar las relaciones de producción y
socializar la propiedad de los medios de producción. Lo que de verdad tenemos
que pensar es la relación entre producción y reproducción. La relación entre la
economía y el sistema político. ¿Cómo dibujamos la línea entre las cuestiones
que marcan las relaciones entre el mercado, los propietarios de las empresas y
las decisiones democráticas? Tenemos también que pensar en una nueva relación con
la naturaleza, que no esté basada en los combustibles fósiles. El cambio es
mayor de lo que propone el socialismo tradicional. Porque no está centrado solo
en la producción, sino en otros aspectos de la vida. Y no sé exactamente qué
nombre dar a esto, pero lo importante es empezar a analizar el alcance de lo
que necesitamos. El cambio climático es suficiente para entender que estamos al
borde de una catástrofe y que necesitamos un cambio de dirección rápido y
transformador. Dudo que el capitalismo pueda desfosilizar la economía a tiempo,
y esto hay que hacerlo en unas pocas décadas. Si resulta que estoy equivocada y
hay una nueva forma de capitalismo que aún no podemos imaginar, que puede hacer
todas las cosas que necesitamos, vale, dejemos que lo intenten. Pero si no
pueden, tenemos que estar listas para hacer otra cosa, el capitalismo no es
sacrosanto, es un sistema histórico que tuvo un inicio y puede tener un fin.
¿Entonces no necesitamos una revolución?
Tal vez no
una revolución con la vieja idea de la toma de la Bastilla, ni de cortar la
cabeza al rey, ni de tomar el Palacio de Invierno, pero creo que será una
revolución. Si una revolución quiere decir un cambio transformador en las
estructuras básicas de la sociedad y no simplemente reformas, entonces creo que
sí, que estamos hablando de una revolución. No creo que estemos hablando de un
proceso largo y lento de cambio gradual. Primero, como he dicho antes, con el
cambio climático no tenemos tiempo. Segundo, estamos en medio de una crisis tan
severa como la de los años ‘30, que llevó a cambios enormes. Fue el cambio de
un tipo de capitalismo a otro, pero igualmente un cambio estructural grande: la
invención de la democracia social, del capitalismo de Estado, todo eso vino
tras dos guerras mundiales. Estamos en una crisis aguda y esperemos no
necesitar una tercera guerra para solucionarlo. Los cambios suceden
rápidamente. Deberíamos distinguir entre reformismo en un determinado periodo
que se desarrolla en varias décadas y los periodos de crisis donde hay cambios
más rápido y profundos. Y este es un periodo de crisis.
Hay algo de controversia dentro de la izquierda
porque algunos dicen que el protagonismo del feminismo o el ecologismo
favorecen la división de la clase trabajadora. ¿Qué les diría?
Estoy
completamente en desacuerdo. Lo han entendido completamente al revés. Primero,
¿qué quieren decir con clase trabajadora? ¿No son las mujeres parte de la clase
trabajadora? ¿No lo son las personas trans? ¿Las migrantes, las racializadas?
¿Quién creen que está haciendo el trabajo para que la sociedad siga
funcionando? Necesitamos una definición completamente diferente de lo que es la
clase trabajadora. No son solo hombres blancos en fábricas, de hecho, de esos,
cada vez hay menos dentro de la clase trabajadora. El tipo de feminismo por el
que abogo es un movimiento de clase, contra el 1% o el 10%, y eso tiene que ver
con poner las preocupaciones de las mujeres pobres, racializadas, migrantes y
de la clase trabajadora en el centro, en vez de integrar a las clases
profesional y directiva en el feminismo. Estamos en plena lucha de clases
dentro del feminismo: debemos reorientarlo hacia la clase trabajadora. Además
creo que si le dices a la gente que no hable de sus problemas reales no creas
solidaridad, no consigues que se unan a tu movimiento. Les llevas a un camino
de exclusión, y no necesitamos un feminismo excluyente, ni una clase obrera
excluyente. Necesitamos una posición en la que todas estas corrientes se
comuniquen y se apoyen mutuamente. Diciéndoles “shhh, están dividiendo”, les
echas fuera. Tendrían que estar diciendo justo lo contrario, deberían estar
diciendo: “Queremos ser parte de vuestra lucha y que sean parte de la nuestra”.
Hablemos de los medios de comunicación. ¿Cómo
están tratando los grandes medios estadounidenses los temas de feminismos?
La
cuestión principal es que son militantemente anti Trump. Esto es lo más
importante en cuanto a los medios tradicionales consolidados. Algunos tienen
mucho que hacerse perdonar, especialmente el “New York Times”, que básicamente
nos vendió la guerra de Irak en base a la mentira de las armas de destrucción
masiva, y ahora intenta enmendarse y recuperar su credibilidad. Están investigando
cualquier pequeña cosa sobre Trump para tratar de pillarlo. Su línea editorial
es profeminista, lo que siempre ha querido decir feminista liberal, pero hoy
buscan ofrecer un espectro de opinión algo más amplio. En esto no son los
líderes, pero siguen el asunto, si hay algo importante, lo publican. El
movimiento del feminismo del 99% en Estados Unidos no está para nada cerca del
éxito del 8M en España. Nosotras somos más pequeñas y estamos más marginadas.
Pero los medios empiezan a notar que algo está pasando en el feminismo.
¿Y la televisión?
La
televisión está completamente dividida por Trump. Tenemos un paisaje mediático
polarizado, a todas horas, todos los días de la semana. Las distinciones entre
un tipo y otro de feminismo palidecen y se vuelven insignificantes, y eso es un
problema. Pero luego está la blogosfera, en la que puedes encontrar de todo. Y
por supuesto las redes sociales. Trump es un mago de las redes sociales,
especialmente Twitter.
El #MeToo, por ejemplo, empezó en las redes
sociales.
Las redes
sociales son importantes a la hora de que las mujeres cuenten sus propias
historias. Pero hay que decir que fueron los periodistas de investigación los
que de verdad consiguieron que las mujeres empezaran a hablar.
O sea que seguimos necesitando buen periodismo y
periodismo de investigación.
Absolutamente,
es extremadamente importante. Hay que distinguir el periodismo de
investigación, que es esencial, de los tertulianos en el negocio de la opinión.
Los programas de televisión 24/7 (24 horas al día, 7 días a la semana) son
bustos parlantes. El problema es que los periódicos no son rentables y muchos
no han aprendido a usar su presencia “online” para crear beneficios, con lo que
han tenido que hacer recortes en el periodismo de investigación, lo que es una
pena.
Para ir terminando, ¿qué papel deben jugar los
hombres en esta nueva etapa feminista? ¿Qué posición deben tomar?
Mi
definición es muy simple: eres feminista si crees que la desigualdad de género
existe, si crees que no está bien y quieres cambiarla. Con esa definición los
hombres pueden ser feministas, y eso no quiere decir que quiera que sean los
líderes del movimiento. Es fantástico que en las manifestaciones del 8M en
España hayan participado tantos hombres, eso es maravilloso; demuestra que el
feminismo es un movimiento para la humanidad, no un movimiento para los grupos
de interés. Estoy muy contenta de ver a los hombres apoyándolo y uniéndose. En
tanto que es una lucha sobre la reproducción social, también quiere decir que
los hombres feministas se comprometen a hacer su parte del trabajo de
reproducción social. Estamos intentando cambiar la relación entre producción y
reproducción y desgenerizar los trabajos reproductivos para que todos estén
involucrados en el cuidado de niños o en las tareas domésticas.
¿Y cómo lo conseguimos?
No creo
que pueda responder a eso. Pero crear este movimiento es el primer paso.