24 de agosto de 2019

Borges, a 120 años de su nacimiento


Jorge Luis Borges (1899-1986) es uno de los escritores más importantes de la Argentina. Creador de un mundo fantástico, metafísico y totalmente subjetivo, su obra ha despertado la admiración de numerosos lectores, escritores y críticos literarios de todo el mundo, y es considerada como una de las más importantes del siglo XX en lengua española. Obsesionado con el tiempo, la eternidad, el infinito, el destino, los espejos, los laberintos, su abundante y variada obra navegó por las mil y una vertientes de la literatura. Autor de cuentos, poemas y ensayos, cultivó estos géneros -fusionándolos a menudo deliberadamente- a lo largo de toda su producción. Entre sus obras más trascendentales están las colecciones de relatos “Ficciones”, “El Aleph” y “El libro de arena”; los poemarios “Fervor de Buenos Aires”, “Luna de enfrente” y “Cuaderno San Martín”; y los tomos de ensayos “Inquisiciones”, “El tamaño de mi esperanza” e “Historia de la eternidad”. Curiosamente, o no, nunca escribió una novela. “En toda obra larga hay una parte de ripio, algo que se pone para rellenar -dijo alguna vez en una entrevista-. “Nunca pensé en escribir novelas. Yo creo que, si yo empezara a escribir una novela, me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin”.
A Borges se lo recuerda como un escritor que trascendió toda clasificación o dogmatismo, aunque predomina aquella que lo conceptúa como vanguardista dado su indiscutible peso como renovador de las letras rioplatenses, letras a las que aportó una vigorosa y distinta apreciación de lo fantástico, una singular dimensión metafísica y unas inusuales estrategias para la construcción del relato. Su obra fue el centro de minuciosos análisis y variadas interpretaciones, siendo considerada fundamental para la literatura y pensamiento humano. Pero tanto ella como sus opiniones siguen generando controversia alrededor del mundo. Así, para algunos críticos la realidad argentina estaba ausente en sus ensayos, fue voluntaria y decididamente un escritor extranjero, o un escritor hipnotizado por Europa que hizo de la literatura un simulacro sin convicción. Para otros, en cambio, en sus textos sobresalen la presteza de la sintaxis y el aura poética, y tienen una admirable frescura, un encanto que puede prescindir de toda interpretación.
El escritor que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura (por ser “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura” según consta en archivos desclasificados de la academia sueca) cerró la edición de 1974 de sus “Obras completas” con una suerte de irónica autobiografía apócrifa: “El renombre del que Borges gozó durante su vida, documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas, no deja de asombrarnos ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos”.


Hace exactamente ciento veinte años, Jorge Luis Borges nacía el 24 de agosto de 1899 a las cinco de la madrugada en la casa de sus padres ubicada en la calle Tucumán 840 de la ciudad de Buenos Aires. Moriría casi ochenta y siete años después muy lejos de su país, en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986. “Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo”, declaró en una entrevista. En otra, confesó: “Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranquiliza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado”. Para no olvidarlo sino, todo lo contrario, recordarlo, se reproducen a continuación uno de sus relatos breves y un poema en prosa en el que incursiona, una vez más, en la metafísica, algo que, dentro de su obra, es quizás un subgénero más de lo fantástico.

EPISODIO DEL ENEMIGO

Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero solo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde. Me incliné sobre él para que me oyera.
- Uno cree que los años pasan para uno -le dije-, pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
- Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Le tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y solo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
- En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
- Precisamente porque ya no soy aquel niño -me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
- Puedo hacer una cosa -le contesté.
- ¿Cuál? -me preguntó.
- Despertarme.
Y así lo hice.


DOS FORMAS DEL INSOMNIO

¿Qué es el insomnio? La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta. Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa.
¿Qué es la longevidad? Es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades declinan, es un insomnio que se mide por décadas y no con agujas de acero, es el peso de mares y de pirámides, de antiguas bibliotecas y dinastías, de las auroras que vio Adán, es no ignorar que estoy condenado a mi carne, a mi detestada voz, a mi nombre, a una rutina de recuerdos, al castellano, que no sé manejar, a la nostalgia del latín que no sé, a querer hundirme en la muerte y no poder hundirme en la muerte, a ser y seguir siendo.