20 de agosto de 2019

Entremeses literarios (CC)


EN LA PLAZA
Carmen Noelia Rodríguez
Venezuela (1975)

Gabriela y Ana salieron de la fábrica luego de un duro día de faena. En la calle se encontraron con un paro de transporte público, por lo que de momento no era posible regresar a sus casas. Mientras se resolvía la situación decidieron al igual que mucha gente sentarse en una pequeña plaza cercana. A diferencia de Gabriela, a Ana no le importaba mucho su trabajo, por eso no entendía o tomaba muy en serio las constantes quejas de su amiga, que no dejaba de preguntarse ¿por qué? Había tenido que aceptar aquel empleo que no quería, que no se parecía a ella, que tanto le ahogaba la dignidad o la felicidad, si es que realmente esta palabra formaba parte de la realidad y no era más que algún invento esperanzador e imposible. La vida era una gran paradoja para Gabriela; hacer lo que no queríamos por necesidad, por llevar dinero a casa. La vida para ella, se reducía tristemente a canjear dinero por su tranquilidad, sus energías, su alma, a depositar sus verdaderos deseos en el cajón de lo inalcanzable, porque no había recursos, ni buenos contactos con gente bien colocada, ni oportunidades, ni nada diferente a su necesidad siempre urgente de dinero. Ana no entendía a Gabriela, por eso, sin siquiera proponérselo, cada vez que su amiga comenzaba a expresar sus ideas o su malestar, ella desviaba su atención hacia otra cosa; por eso, en la plaza, tan concurrida por el paro de transporte, prefirió ver a su alrededor, reír en silencio de la gente que se vestía extraño o admirar a algún sujeto con buen porte. Miraba a los hombres que hurgaban la basura en busca de latas que echaban en un gran saco, a las señoras con bolsas de víveres, a los borrachitos, a las prostitutas... en estas últimas reparó un buen rato:
- Mira esas mujeres -le dijo a Gabriela señalando discretamente con un mohín de labios- se les nota que son de la mala vida, tu sabes, que venden su cuerpo, seguro andan buscando quien les contrate sus servicios. Seguro encontrarán a alguien pronto ahora que nadie tiene como irse a su casa.
- ¿De qué te horrorizas? Al menos yo, creo que soy igual; tengo años vendiendo hasta mi alma...
Ana no comprendió a su amiga. Luego de pensar por pocos instantes cómo era eso de que su Gabriela había practicado la prostitución, se fijó en el sensual guiño de ojo que le hacía un caballero que pasaba. Sonrió y le contestó, aún disfrutando la emoción del silencioso piropo que acaba de recibir:
- Tú sí que dices cosas raras.


SOLEDAD
Pedro de Miguel
España (1956-2007)

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.


LA EDAD
Anthony de Mello
India (1931-1987)

La abuela Ágata envía a su esposo a llevarle un trozo del pastel al cura párroco, para lo cual el pobre hombre debe caminar casi un kilómetro, al llegar le dice al cura:
- Mi mujer cumple hoy ochenta y seis años, y quiere que pruebe un trozo de su tarta de cumpleaños.
El párroco recibió el obsequio y mostró su agradecimiento, sobre todo por el kilómetro que había tenido que caminar el hombre. Una hora más tarde volvió el anciano a la parroquia:
- ¿Qué ocurre ahora? -le preguntó el cura, entre asombrado y curioso.
- Bueno -respondió con timidez-, me envía Ágata a decirle que sólo cumple ochenta y cinco años.


ESO SÍ
Pedro Zubizarreta
Argentina (1960)

El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo. Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.


MÁS ALLÁ
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Cuando menos me lo espero mi madre me habla desde el más allá. Nunca de metafísica, de religión o de universos paralelos. Nada de psicofonías, ni de vaporosas voces de ultratumba. Con su castellano transparente y su acento aragonés me dice cosas como: "Se dejan cocer a fuego lento hasta que estén en su punto", o "Resultan muy buenos con un flan de arroz blanco al lado, y sirve de plato único pues la salsa de los calamares le da mucho sabor al arroz". Sus palabras flexibles y disciplinadas, sin una sola falta de ortografía, avanzan por las hojas de anillas que cada tanto me enviaba en un sobre con sus recetas favoritas, para que las fuera añadiendo a la libreta que me regaló.
Muchas veces me sorprendo a mí misma queriendo llamarla para preguntarle algún detalle, sobre todo de los platos de pescado y de algunos postres. Hoy voy a seguir paso por paso las instrucciones que me dicta para cocinar los calamares guisados, así comprobaremos en familia que ese "¡Están buenísimos!" que escribió al final es la mejor descripción para este divino y contundente plato único.


ROMANCE DE LA LLUVIA
Elizabeth Segoviano
México (1982)

El viento ya la anuncia con redoble de relámpagos y truenos, con un mágico misterioso telón de oscuras nubes de terciopelo. Entonces mi ventana tiembla, se estremece de emoción, se agita y hace un ruido parecido al ronronear de un gatito agradecido. Y de a poco las primeras gotas de lluvia comienzan a llegar, suave y gentil mente acariciando mi cristal. Luego de un momento la lluvia se deja caer atrevida, coqueta, enamorada de la ventana y le da tremendos besos sin pena alguna pero eso sí, con mucha ternura. Y yo me pregunto cómo es que nadie se maravilla al presenciar este romance tan puro, tan limpio, tan dulce… sin igual. Ese romance que dura apenas unos minutos… con algo de suerte en el verano dura una tarde o una noche que ni la lluvia ni el cristal olvidarán, porque esos besos resonarán en el tiempo para que en el invierno cuando todo es frío, gris, seco y sin sentido, el cristal recuerde que su amada vendrá a verlo cuando el viento de primavera la anuncie con redoble de relámpagos y truenos, con un mágico misterioso telón de oscuras nubes de terciopelo.


ESE INOLVIDABLE CAFECITO
Juan Carlos Vázquez Castro
Venezuela (1972)

Un día en el Instituto nos invitaron -a los que quisiéramos acudir-, a pintar una pobre construcción que hacía de colegio y que era el centro de un poblado de chozas, cuyo nombre no puedo acordarme, en una zona muy marginal, muy pobre y muy apartada de nuestras urbanizaciones, aunque no muy distante. Voluntariamente, acudió todo el curso, acompañado de nuestros hermanos guías, los promotores de la iniciativa solidaria. Fue un sábado muy temprano, cuando montamos en nuestras dos cafeteras de autobuses, todos tan contentos, armados con nuestras respectivas brochas, para pintar de alegría y de esperanza los rostros de aquella desconocida gente. Cuando llegamos, vimos como unas veinte chozas alrededor de una pobre construcción de cemento que hacía de colegio y escuchamos la soledad escondida, excluida, perdida.
Nos pusimos manos a la obra: unos arriba, otros abajo; unos dentro, otros fuera. Como éramos como ochenta pintores de brocha grande, la obra duró tan solo unas tres o cuatro horas. Pero, antes de terminar, nos llamaron para que descansáramos, y salimos para fuera y vimos una humilde señora que nos invitaba a tomar café. La señora, con toda la amabilidad, dulzura, y agradecimiento, nos fue sirviendo en unas tacitas de lata que íbamos pasando a otros después de consumirlo. Nunca olvidaré ese olor y ese sabor de café, pues quedó grabado en mi memoria olfativa y gustativa para siempre. Nunca me han brindado un café tan rico como el que nos ofrecieron en ese día solidario. Fue un café dado con todo el amor del mundo. Me supo a humanidad, me supo a gloria. Fue mi mejor café, el café más rico del mundo.


LA NOCHE
Manuel Rueda
República Dominicana (1921-1999)

Es la noche, oscura como el antifaz de los asesinos. Muy cerca se oye un grito de terror, luego, un disparo que lo silencia. Ninguna de nuestras ventanas se ha abierto; todos temblamos en el interior, absteniéndonos de ser testigos de un hecho que más tarde podría comprometernos. Un automóvil arranca y se pierde a lo lejos con su carga de muerte. En la esquina alguien agoniza en medio de un gran charco de sangre. A su alrededor un vecindario de culpables trata en vano de conciliar el sueño.


LAS CINCO MENOS VEINTE
Fernando Palacios León
España (1984)

Cuando le preguntan por qué no lleva reloj, Laura acostumbra a contestar que puede consultar en el teléfono móvil, en la pantalla del ordenador o en cualquier parada de autobús la hora que es, miente. Al mismo tiempo que alguien le espeta la pregunta suele recordar “al fondo está la muerte” las palabras del micro relato de Cortázar utilizadas hace poco tiempo en una campaña publicitaria, y que ella conocía desde hace años. Las rememora con esa vergüenza secreta que sonroja el alma de las personas tímidas, no vaya a ser que el interlocutor se asuste o sospeche que ama la literatura. Hay que vivir escondiendo el alma, en la hiperficie social no hay tregua, está prohibido adjetivar la emoción y mucho menos dotarla de bibliografía. Miente, no le ha contado a nadie el porqué. Tenía un reloj, su pensamiento era capaz de redibujarlo con exactitud, desde el tacto de la correa sobre la yema de los dedos hasta el calor que dejaba en la muñeca cuando se lo quitaba para ir a dormir.
Una vez tuvo un reloj, un reloj que no funcionaba, adornaba su muñeca. Ningún joyero dio con el misterio de tal avería, daba lo mismo, era su reloj, lo seguía siendo pese a no llevarlo desde hacía mucho, años, lustros -le gustaba esa palabra-, décadas. Las agujas siempre detenidas a las 4:40 o las 16:40 o las cinco menos veinte, ¡qué alegría cuando alguien le preguntaba a aquellas horas la hora que era y podía mostrarlo, poco antes de salir de clase, cuando era niña! Aquel reloj se lo había dado en mano el hijo de una hermana de su abuela, se llamaba Rubén y murió de sobredosis a finales de los años ochenta, con una sonrisa de oreja a oreja y en secreto, a los pies de las escaleras de su casa un ardiente miércoles de verano por la mañana, con una cercanía y una sensibilidad que hasta entonces nadie le había transmitido o sólo los fantasmales árboles azules y verdes en su vaivén nocturno bajo la luz de la luna tras la mosquitera, cuando ella todavía dormía en la misma cama con su abuela. El escándalo monótono de las chicharras era una forma de silencio entre ambos cuando Rubén se acercó a ella y revolvió sus cabellos con la mano antes de dirigirle la palabra. Pese al calor él llevaba manga larga, su cuerpo hacía una sombra delgada, sombra de aire, casi de luz sobre los adoquines grises.
- Toma este reloj, Laurita, sé que no funciona, fíjate, ya ni siquiera a mí me sirve. No tengo otra cosa que regalarte, quería darte algo antes de irme, así no nos olvidaremos. Yo soy como este reloj y tú serás mi muñeca.
Laura miente, sí que lleva un reloj. Sobre el libro de Cortázar descansa aquel reloj en una estantería de su cuarto donde son siempre las cinco menos veinte.


ERNESTO EL EMBOBADO
José María Méndez
El Salvador (1916-2006)

Elena Estévez -española extremeña- era extraordinariamente elegante, exquisita. Emanaba efluvios enervantes; evidenciaba energía, espíritu. En escueto elogio: encantaba. Encontrándola empezaba el embrujo. Esto experimentó Ernesto Echegoyén, emigrante europeo, exembajador estoniano. Enamorose.
Encontrábase entonces Ernesto en el Ecuador, en “El Exeter”. Ella emergió en el espejo, esplendorosa, escotada, envuelta en encajes. Efectivamente estaba en escalera. Enardecido, exaltado, Ernesto empezó espetándole exabruptamente escandaloso exordio:
- ¡Escaso ejemplar!
Ella, endiabladamente elástica, escapó, envolviéndolo en enigmático ensueño. Ernesto estaba ebrio, en eclipse, en el Edén. Elenita empezó esquivándolo. Empero enseguida entendiéronse. Escarceos en esquinas. Enternecidas epístolas. Enojos, explicaciones. Ensueños, éxtasis, etcétera.
Epílogo: enlace.