26 de agosto de 2019

Cortázar, a 105 años de su nacimiento


Se conmemora el 26 de agosto el centésimo quinto aniversario del nacimiento de Julio Cortázar (1914-1984), uno de los más prolíficos y originales autores de la literatura argentina y latinoamericana. “Cambiar la realidad es en el caso de mis libros un deseo, una esperanza; pero me parece importante señalar que mis libros no están escritos, ni fueron vividos ni pensados con la pretensión de cambiar la realidad”. La frase es del inolvidable escritor que vino al mundo el miércoles 26 de agosto de 1914 en la embajada de Argentina en Bélgica situada en Ixelles, un distrito de Bruselas, ciudad que en ese entonces estaba ocupada por los alemanes. Tras pasar por Suiza y más tarde por Barcelona, los Cortázar regresaron a la Argentina cuando Julio tenía cuatro años y se radicaron en Banfield, una localidad situada en la zona sur del Gran Buenos Aires.
Se formó como maestro en 1932 y profesor en Letras en 1935 en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta; de aquellos años surgió “La escuela de noche”, cuento que integraría “Deshoras”, su último libro de cuentos publicado en 1982. Dictó clases como maestro rural en Bolívar, Saladillo y Chivilcoy. En 1938, con una tirada de doscientos cincuenta ejemplares, Cortázar editó el poemario “Presencia” bajo el seudónimo de Julio Denis. A partir de julio de 1944 enseñó en Mendoza literatura francesa y de Europa septentrional en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Pocos meses después renunció a su cargo por desavenencias con el peronismo y su política universitaria. Se empleó en la Cámara del Libro en Buenos Aires y realizó trabajos de traducción. Hacia 1947 escribió “Casa tomada”, cuento que aparecería en “Bestiario”, el primer libro que publicó con su nombre. En 1951, a los treinta y siete años, se instaló definitivamente en París, ya que había recibido una beca del gobierno francés para estudiar allí.
Considerado uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, Cortázar fue el maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve. Creó novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica pocas veces vista. En sus obras, desordenó el arte en favor de la vida al cuestionar el lenguaje establecido. Su escritura, en una época signada por vanguardias y ultraísmos, es un escape al canon, a la sintaxis. La suya es una gramática amplia y polifónica de lo fantástico que radica en lo cotidiano. Inventó palabras, entrecruzó voces en inglés y francés y era respetuoso del lunfardo. Trascendió de una literatura fantástica hacia una metafísica. En su humor había mucha sabiduría y su ironía era diáfana y frontal a la hora de confrontar lo establecido.
El gran cuentista de “El perseguidor” y “La noche boca arriba”, el novelista conmocionante de “Rayuela” o el comprometido políticamente de “El libro de Manuel”, el ensayista lúcido e incendiario a la vez de “La vuelta al día en ochenta mundos” y “Último Round”, el cultivador de géneros híbridos en “Historia de Cronopios y Famas” fue un escritor arriesgado, un hombre a tono con las difíciles condiciones de su tiempo, con el cual se involucró y en el cual se inspiró para crear una escritura íntima en ocasiones, a veces coloquial, otras veces erótica o lúdica, pero siempre novedosa. Viajero impenitente e intelectual abierto, consiguió -a través de sus encuentros literarios y conferencias en diversos foros tanto de América como de Europa- un reconocimiento internacional para su obra que, sin renunciar a sus raíces culturales, se universalizó tanto en temas como en estilos. “En la literatura -expresó en una conferencia dada en 1982 en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, Venezuela- lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende que habiendo vivido siempre con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos”.


“Desde pequeño -dijo alguna vez- , mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”. Y, sin dudas, fue un escritor revolucionario, tanto por su concepción del lenguaje como por la forma en que trastocó la estructura de sus novelas, ensayos y cuentos. Fue Cortázar quien le brindó a la literatura argentina la libertad de la experimentación y el juego creativos. Aunque sus relatos gravitan en el terreno de la literatura fantástica, logró ocupar un lugar central durante el siglo XX a partir de su uso desprejuiciado del lenguaje coloquial y la exploración del difuso límite entre la realidad y las fuerzas de la imaginación. Para evocar al escritor que durante toda su vida compaginó la aceptación del riesgo literario y la aventura estética con el compromiso político, cívico y moral, se reproducen a renglón seguido dos muestras de su espléndida obra. Primero, uno de sus cuentos breves en el que un narrador omnisciente, que no está en la historia pero conoce todos los hechos del relato, muestra en tercera persona una situación en la que el mundo real y el fantástico no se oponen sino que cohabitan. Y en segundo lugar, un capítulo de la más famosa de sus novelas en el que difumina los límites entre la narrativa y la prosa poética, al mismo tiempo que se desliza entre el romance, el erotismo, lo fantástico y esa búsqueda metafísica hacia la esencia del ser tan propia de su narrativa.

LAS LÍNEAS DE LA MANO

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.


RAYUELA - Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.