Se
conmemora el 26 de agosto el centésimo quinto aniversario del nacimiento de
Julio Cortázar (1914-1984), uno de los más prolíficos y originales autores de
la literatura argentina y latinoamericana. “Cambiar la realidad es en el caso
de mis libros un deseo, una esperanza; pero me parece importante señalar que
mis libros no están escritos, ni fueron vividos ni pensados con la pretensión
de cambiar la realidad”. La frase es del inolvidable escritor que vino al mundo
el miércoles 26 de agosto de 1914 en la embajada de Argentina en Bélgica situada
en Ixelles, un distrito de Bruselas, ciudad que en ese entonces estaba ocupada
por los alemanes. Tras pasar por Suiza y más tarde por Barcelona, los Cortázar
regresaron a la Argentina cuando Julio tenía cuatro años y se radicaron en Banfield,
una localidad situada en la zona sur del Gran Buenos Aires.
Se formó
como maestro en 1932 y profesor en Letras en 1935 en la Escuela Normal de
Profesores Mariano Acosta; de aquellos años surgió “La escuela de noche”,
cuento que integraría “Deshoras”, su último libro de cuentos publicado en 1982. Dictó
clases como maestro rural en Bolívar, Saladillo y Chivilcoy. En 1938, con una
tirada de doscientos cincuenta ejemplares, Cortázar editó el poemario “Presencia”
bajo el seudónimo de Julio Denis. A partir de julio de 1944 enseñó en Mendoza
literatura francesa y de Europa septentrional en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Pocos meses después renunció a su
cargo por desavenencias con el peronismo y su política universitaria. Se empleó
en la Cámara del Libro en Buenos Aires y realizó trabajos de traducción. Hacia
1947 escribió “Casa tomada”, cuento que aparecería en “Bestiario”, el primer
libro que publicó con su nombre. En 1951, a los treinta y siete años, se
instaló definitivamente en París, ya que había recibido una beca del gobierno
francés para estudiar allí.
Considerado
uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, Cortázar fue el
maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve. Creó novelas
que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo
los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal
y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica
pocas veces vista. En sus obras, desordenó el arte en favor de la vida al
cuestionar el lenguaje establecido. Su escritura, en una época signada por
vanguardias y ultraísmos, es un escape al canon, a la sintaxis. La suya es una
gramática amplia y polifónica de lo fantástico que radica en lo cotidiano.
Inventó palabras, entrecruzó voces en inglés y francés y era respetuoso del
lunfardo. Trascendió de una literatura fantástica hacia una metafísica. En su
humor había mucha sabiduría y su ironía era diáfana y frontal a la hora de
confrontar lo establecido.
El gran
cuentista de “El perseguidor” y “La noche boca arriba”, el novelista conmocionante
de “Rayuela” o el comprometido políticamente de “El libro de Manuel”, el ensayista
lúcido e incendiario a la vez de “La vuelta al día en ochenta mundos” y “Último
Round”, el cultivador de géneros híbridos en “Historia de Cronopios y Famas”
fue un escritor arriesgado,
un hombre a tono con las difíciles condiciones de su tiempo, con el cual se involucró
y en el cual se inspiró para crear una escritura íntima en ocasiones, a veces
coloquial, otras veces erótica o lúdica, pero siempre novedosa. Viajero
impenitente e intelectual abierto, consiguió -a través de sus encuentros
literarios y conferencias en diversos foros tanto de América como de Europa- un
reconocimiento internacional para su obra que, sin renunciar a sus raíces
culturales, se universalizó tanto en temas como en estilos. “En la literatura -expresó
en una conferencia dada en 1982 en la Universidad Católica Andrés Bello de
Caracas, Venezuela- lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el
cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende que habiendo vivido siempre
con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites
precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi
natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos”.
“Desde
pequeño -dijo alguna vez- , mi relación con las palabras, con la escritura, no
se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido
para no aceptar las cosas tal como me son dadas”. Y, sin dudas, fue un escritor
revolucionario, tanto por su concepción del lenguaje como por la forma en que
trastocó la estructura de sus novelas, ensayos y cuentos. Fue Cortázar quien le
brindó a la literatura argentina la libertad de la experimentación y el juego
creativos. Aunque sus relatos gravitan en el terreno de la literatura
fantástica, logró ocupar un lugar central durante el siglo XX a partir de su
uso desprejuiciado del lenguaje coloquial y la exploración del difuso límite
entre la realidad y las fuerzas de la imaginación. Para evocar al escritor que
durante toda su vida compaginó la aceptación del riesgo literario y la aventura
estética con el compromiso político, cívico y moral, se reproducen a renglón
seguido dos muestras
de su espléndida obra. Primero, uno de sus cuentos breves en el que un narrador
omnisciente, que no está en la historia pero conoce todos los hechos del
relato, muestra en tercera persona una situación en la que el mundo real y el
fantástico no se oponen sino que cohabitan. Y en segundo lugar, un capítulo de
la más famosa de sus novelas en el que difumina los límites entre la narrativa
y la prosa poética, al mismo tiempo que se desliza entre el romance, el
erotismo, lo fantástico y esa búsqueda metafísica hacia la esencia del ser tan
propia de su narrativa.
LAS LÍNEAS DE LA MANO
De una
carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y
baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el
piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de
Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa
de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la
calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la
verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al
puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra
en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el
muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para
trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de
la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una
cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida,
remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta
el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que
en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
RAYUELA - Capítulo 7
Toco tu
boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de
mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los
ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo,
la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y
que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que
sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras,
de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos
miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí,
se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se
encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la
lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene
con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu
pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como
si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de
fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un
breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es
bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento
temblar contra mí como una luna en el agua.