Julio
Cortázar (1914-1984) publicó varios libros de cuentos, entre ellos “Final del
juego”, “Las armas secretas” y “Todos los fuegos el fuego”, por citar sólo
algunos. “Deshoras” fue el último, aparecido en 1982 dos años antes de su
fallecimiento. Compuesto de ocho cuentos en los se pueden encontrar los
diversos campos de interés del autor, desde su madurez artística y personal,
abordó en ellos con lucidez y técnica impecable sus preocupaciones políticas y
personales, desde la búsqueda de la propia identidad a través del amor hasta el
drama de la dictadura militar argentina. Con temas tan disímiles y atractivos
como el cine, el boxeo, la pintura, los recuerdos, los constantes juegos de
palabras, los amores adolescentes con sabor a oscuridad y hasta el camino para
escribir un cuento, Cortázar se propuso contar “algo más que nostalgias”, según
él mismo afirmó. En mayo de 1983, de paso por Madrid como escala en su viaje a
Cuba y Nicaragua, concedió una entrevista al profesor de Filología Española de
la Facultad de Ciencias de la Información José Julio Perlado, una conversación
que giró, justamente, en torno a “Deshoras”. La misma recién fue publicada en
la revista “Espéculo” nº 2 en marzo de 1996.
“Deshoras”, ¿con qué libro suyo anterior puede
emparentarse más?
Me resulta
difícil establecer o hacer así rápidamente un análisis mental de todos mis
libros de cuentos anteriores. Yo tengo la impresión de que este libro simplemente
agrega una serie de cuentos a una cantidad ya bastante crecida y que abarca más
de treinta años de trabajo, es decir, ese tipo de cuentos que me son naturales,
por así decirlo, o sea cuentos donde el elemento fantástico se hace casi
siempre presente, no siempre, pero casi siempre son cuentos donde todo lo
latinoamericano está también muy presente no sólo en el lenguaje sino en la
temática, y concretamente hay dos cuentos que se desarrollan en la Argentina. O
sea que en realidad yo no diría que hay la menor ruptura en la serie.
Si no hay ruptura, ¿hay en estos cuentos alguna
nueva aportación en el plano técnico o en el temático?
Parecería
un poco inmodesto contestar afirmativamente, pero yo no tengo, en todo caso,
ninguna falsa modestia. O sea, tengo la impresión de que si continúo
escribiendo cuentos, esos cuentos no son repetitivos, o sea, que es un nuevo
paso en algún sentido, a veces tal vez sea un paso hacia adelante, a veces puede
ser una bifurcación hacia algún lado donde me parece que hay todavía
posibilidades que yo mismo no he indagado, que no he explorado. Si no fuese así
no tendría ningún interés, ninguna curiosidad por escribir cuentos. De modo que
digamos que sí, que pienso que ahí debe haber alguna aportación, pero es a los
críticos y a los lectores a quienes les toca decirlo.
De estos ocho cuentos de su libro “Deshoras”,
¿qué cuento es más de su preferencia? ¿A qué cuento le tiene usted más apego,
más cariño?
Es difícil
elegir un cuento. Puede haber un cuento que me interesa por la forma en que lo
he escrito, es decir, ese combate que el escritor lucha consigo mismo para
finalmente obtener algún resultado literario, pero también podría citar algún
cuento en donde lo que me interesa es sobre todo la temática. Entonces, empezando
por la temática, un cuento como “Pesadillas”, para mí cuenta mucho porque
significa mucho, porque me parece una especie de resumen alegórico, si usted
quiere, de la situación que se ha vivido en la Argentina en los últimos años.
Ahora, si se trata ya del lado exclusivamente literario, a mí me interesa
personalmente el último cuento, ese que se llama “Diario para un cuento”, porque
es una especie de combate conmigo mismo para tratar de llegar a un resultado,
no sé si lo comprende o no.
¿Por qué ha escogido el título de “Deshoras”
para este libro?
Una buena
pregunta, sólo que hago la observación al paso de que el primer cuento no es un
cuento, se llama epílogo de cuento. Es lo que me sucedió exactamente tal cual, y
no está contado como un cuento sino como un documento privado. Yendo al título
de “Deshoras”, siempre que reúno siete, ocho o nueve cuentos para un volumen,
se me plantea el problema del título; me gusta, siempre que puedo, que el título
de alguno de los cuentos que están en el libro sirva para la totalidad. A veces
se puede y a veces no. Porque ese título tiene que resumir la atmósfera general
del libro, y en este caso creo que Deshoras es con esa noción que tiene la palabra,
que yo la uso un poco insólitamente en plural, porque en general se dice “llegar
a deshora”, por ejemplo. Y yo la separo de la frase hecha, y la pongo en plural
porque me parece que los ocho cuentos del libro, de alguna manera, todos son “encuentros
a deshora”, hay pasos así, en que el destino se juega un poco, porque hay un
desajuste entre la realidad y los personajes.
¿Interviene en este libro el tema del juego? ¿El
juego del escritor con lo que escribe, y el juego con el lector?
Bueno, sí,
desde luego que interviene, porque todos los elementos de juego, pero entendido
seriamente, son una constante en la mayoría de las cosas que llevo hechas, y
aquí el juego es bastante explícito. Por ejemplo, en ese cuento que se llama “Satarsa”,
el personaje trata de ver lo que está sucediendo y lo que le puede suceder a
través de juegos de palabras, eso no parece muy serio, pero usted sabe que la
magia de las palabras es una de las formas que se cultivan desde la más alta
antigüedad, y entonces ahí hay una referencia muy directa a uno de los grandes
juegos que ha jugado siempre el hombre, a través de la Kábala por ejemplo, y a
través de todas las posibilidades de adivinación, a través del idioma y por
medio del idioma. Hay un viejo juego, que yo sigo practicando con resultados
que me asombran, que es lo que alguien llamó la “poetomancia”. O sea, tomar un
libro de poemas, cualquier libro de poemas, cerrar los ojos, abrirlos y poner
el dedo en un verso y leer ese verso; es impresionante la cantidad de veces que
en mi caso, el verso en el que caigo me ilumina un futuro inmediato o me aclara
un pasado o me muestra cuál es mi presente, entonces, ¡cómo no creer en el
poder del lenguaje cuando ese simple juego se vuelve una cosa seria!
Usted habla en su último relato de la “cosquilla
del cuento”. ¿Suele traerle ya esa “cosquilla”, la manera de hacer cuentos?
Puedo
contestar afirmativamente a eso, sí, porque, claro, es más que una “cosquilla”,
es...
¿La “manera” o la “estructura”?
Bueno, tal
vez estamos hablando de la misma cosa, porque la estructura no puede ser una
estructura si no contiene una opción previa sobre la forma en que se va a construir
el cuento; y en general, la noción general del cuento, el tema en “grosso modo”
en mí viene acompañado ya de la forma en que tengo que hacerlo. Es decir, yo sé
automáticamente cuando me pongo a la máquina que tengo una idea general de un
cuento que me obsesiona, esa es la “cosquilla”, que me obliga a escribirlo;
pero también sé, sin poder dar ninguna explicación racional, si ese cuento lo
voy a escribir en primera persona o en tercera. Eso lo sé, lo sé sin razones,
sé perfectamente que voy a empezar a hablar de mi “yo”, o bien voy a empezar a
hablar de algún punto o algún tema. Y eso no tiene explicación, eso se da así.
¿Le plantean muchos problemas los llamados “finales
perfectamente cerrados” en los relatos breves? Y, ¿cuándo rompe la norma?
Por lo que
a mí se refiere, la idea que yo me hago del cuento y la forma en que lo realizo
es siempre un orden muy cerrado. Por ahí he escrito que para mí un cuento evoca
la idea de la esfera, es decir, la esfera, esa forma geométrica perfecta en la
que un punto puede separarse de la superficie total, de la misma manera que una
novela la veo con un orden muy abierto, donde las posibilidades de bifurcar y
entrar en nuevos campos son ilimitadas. La novela es un campo abierto
verdaderamente; para mí, un cuento, tal como yo lo concibo y tal como a mí me
gusta, tiene límites y, claro, son límites muy exigentes, porque son
implacables; bastaría que una frase o una palabra se saliera de ese límite para
que, en mi opinión, el cuento se viniera abajo. Y he visto muchos cuentos
venirse abajo por eso, por destruirlo todo en el último momento, por ejemplo,
con una tentativa de explicación de un misterio, cuando el misterio era más que
suficiente en el cuento, cada uno podría encontrar allí su propia lectura, su
propia interpretación. Hay gente que malogra cuentos, poniéndolos excesivamente
explícitos, entonces la esfera se rompe, deja de ser el orden cerrado.
¿Qué es un cuento para usted?
Yo creo
que nadie ha definido hasta hoy un cuento de manera satisfactoria, cada
escritor tiene su propia idea del cuento. En mi caso, el cuento es un relato en
el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar
al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia
una desembocadura, hacia un final. Aunque parezca broma, un cuento es como
andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil,
pero si se empieza a perder velocidad ahí te caes y un cuento que pierde
velocidad al final, pues es un golpe para el autor y para el lector.
Estos ocho cuentos, ¿cómo podrían clasificarse
de alguna manera?
Me parece
a mí que hay dos tipos de cuentos bastante diferenciados. Algunos en donde
predomina el elemento fantástico, que usted sabe bien que es una constante en casi
todos los cuentos que he escrito. En otros cuentos, aunque también esté
presente un factor fantástico, lo que me ha interesado a mí directamente ha
sido una referencia directa a problemas que me angustian personalmente, a mí y
a tantos más, concretamente a conflictos que afectan al tema de América Latina
en general.
En este libro aparecen cuentos llenos de
nostalgia.
Tal vez
para un escritor la única manera de combatir ciertas nostalgias es escribiendo
y, naturalmente, la nostalgia se abre paso en el tema del cuento y en todo el
cuento, pero en estos de “Deshoras” yo creo que hay algo más que nostalgias.
Hay denuncia, hay protesta y hay combate por lo que sucede en la Argentina, es decir,
un clima de opresión, un clima de miedo, de desapariciones y de asesinatos,
todo eso se refleja con bastante claridad, por lo menos, en uno de los cuentos.
¿Prima más la preocupación por temas políticos
que por los literarios?
No.
Depende de los momentos. La literatura es mi vocación, y lo que usted califica
de política es una labor de interés militante.
Hay un cuento suyo en su libro “Deshoras” que da
la impresión de acercarse más a un ejercicio de experimentación. ¿Cómo
clasificaría usted este relato?
Bueno, es
un experimento para ver si frente al problema de no encontrar un camino para
escribir un cuento -al describir esas dificultades en forma de Diario (es
decir, todos los problemas del escritor que no encuentra el camino)-, el cuento
queda atrapado dentro del Diario. Digamos que puede haber un cierto elemento de
trampa en eso, puesto que yo tenía conciencia de lo que estaba haciendo, pero
soy muy sincero cuando digo que nunca hubiera podido escribir ese cuento
directamente como un cuento, tuve que dar vueltas en torno a él, mirándolo por
todos lados y hablando continuamente de los problemas que me impedían
escribirlo, y sucedió que al ir haciendo eso, el cuento se fue armando por dentro,
bueno, eso es si usted quiere, la experiencia. Espero que el lector la sienta
como tal y le agrade.
En este momento, en 1983, tras haber escrito numerosos
libros de cuentos, ¿cree usted que existe actualmente una evolución en la forma
de contar o bien prosigue con los caminos ya iniciados anteriormente?
No lo sé a
ciencia cierta. Por un lado me doy cuenta de que con los años y por el hecho,
quizás, de haber escrito ya tantos cuentos, estoy trabajando de una manera más
seca, más sintética. Me doy cuenta al escribir que cada vez elimino más
elementos, no diré de adorno, pero sí elementos de estilo que al comienzo de mi
trabajo se hacían ver, se hacían sentir, y que tal vez le daban más follaje,
más savia a los cuentos; algún crítico me ha señalado que estoy escribiendo de una
manera muy seca, con lo que quiere decir, demasiado seca; no creo que sea demasiado.
Tengo la impresión de que he llegado a un momento en que digo lo que quiero
decir y no necesito agregar una sola palabra más. Tengo la impresión también de
que los lectores actuales, los lectores que ahora se interesan por la literatura,
sobre todo por la latinoamericana, están altamente capacitados para seguir ese
estilo, ya no necesitan el floripondio romántico ni el desborde de tipo
barroco. Yo creo que el mensaje puede llegar directamente y con toda
intensidad, con lo cual no quiero decir que mi manera de escribir sea la única
que me parece válida, muy al contrario. Pero desde luego hay una evolución,
espero que los críticos no digan que es una involución, pero no me toca a mí
saberlo.
¿El título de “Deshoras” lo ha escogido usted por algún motivo peculiar?
Es el problema de encontrarle un título coherente a un volumen de cuentos, puesto que los cuentos son siempre tan diferentes entre sí; en este caso el cuento que se llama “Deshoras” hace una referencia, la palabra lo está indicando, al hecho de una no coincidencia en el tiempo, destinos que pasan uno al lado del otro sin encontrarse, sin juntarse, y los ocho cuentos de este libro, cada uno a su manera, están mostrando ese tipo de desajuste, de falta de armonía en una determinada situación; entonces me pareció que el título “Deshoras” se aplicaba bien al libro.
¿El título de “Deshoras” lo ha escogido usted por algún motivo peculiar?
Es el problema de encontrarle un título coherente a un volumen de cuentos, puesto que los cuentos son siempre tan diferentes entre sí; en este caso el cuento que se llama “Deshoras” hace una referencia, la palabra lo está indicando, al hecho de una no coincidencia en el tiempo, destinos que pasan uno al lado del otro sin encontrarse, sin juntarse, y los ocho cuentos de este libro, cada uno a su manera, están mostrando ese tipo de desajuste, de falta de armonía en una determinada situación; entonces me pareció que el título “Deshoras” se aplicaba bien al libro.