La
complejidad de la realidad socioeconómica actual llevó a Nancy Fraser (1947) a investigar
acerca de la vinculación entre la ideología liberal y la desigualdad social
existente. La filósofa estadounidense, veterana de las luchas sociales desde
los años ‘60, lleva un largo tiempo observando la situación sociopolítica del
presente marcada por el avance neoliberal, la precarización del empleo y el
ascenso de la derecha populista en muchos países del mundo. Profesora de
Ciencias Políticas y Sociales y de Filosofía en la New School for Social
Research de Nueva York, su itinerario militante se extiende desde la oposición
a la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles de hace medio siglo atrás,
hasta su actual participación en la brega por crear una alternativa política progresista
como una transición hacia un socialismo democrático, feminista, con conciencia
ecológica, antirracista y antiimperialista. Fraser recuerda que creció durante
el macartismo, una época de represión total de los movimientos radicales
estadounidenses. “Mi generación -dice- tuvo que reinventar la rueda, tuvimos
que redescubrirlo todo por nosotros mismos”. Creció en Baltimore, Maryland, a
fines de los años ‘40 y comienzos de los ‘50, cuando todavía la ciudad estaba
marcada por la segregación. De allí que, como ella misma cuenta: “la
experiencia más importante de mi vida fue el movimiento de derechos civiles
para la integración que irrumpió en la ciudad durante mi adolescencia”. No
tardaría mucho en sumarse a sus filas y menos tiempo aún le llevaría darse
cuenta de que “los buenos liberales, incluyendo a mis padres, podían vivir
dentro de un sistema perverso y mirar para otro lado sin hacer nada al
respecto”. Lo que sigue es la primera parte de una recopilación editada de las
entrevistas aparecidas en “Left Voice” (Estados Unidos) y en “Contexto”, “Sin
Permiso”, “El Diario” y “El Salto” (España) entre marzo de 2017 y mayo de 2019.
El mundo está viendo un alarmante aumento en lo
que se refiere al ascenso de líderes populistas, y el patrón parece repetirse
con la suficiente frecuencia en todo el espectro sin restringirse al norte o al
sur global. ¿Cómo puede contextualizarse este aumento del populismo? ¿Tiene una
dinámica sistémica, allende las naciones, que se encuentra en la economía
internacional y en una crisis del capitalismo?
El
populismo se enmarca en una dinámica mundial histórica. Es un síntoma de una
crisis hegemónica del capitalismo -o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de
la forma específica de capitalismo en la que vivimos: globalizante, neoliberal
y financiarizada-. Este régimen capitalista financiarizado sustituyó al modelo
anterior de capitalismo gestionado desde el Estado y mermó toda conquista
previa de las clases trabajadoras. El populismo es, en gran medida, una
revuelta de estas clases en contra del capitalismo financiarizado y de las
fuerzas políticas que lo han impuesto. Para entender dicha revuelta hay que
comprender el bloque hegemónico previo que se está rechazando.
Afirma que el auge de movimientos y líderes de
extrema derecha en todo el mundo es una consecuencia de lo que denomina
“neoliberalismo progresista”. ¿Podría explicar en qué consiste este fenómeno?
Neoliberalismo
progresista es el término que utilizo para describir el bloque hegemónico que
dominó la política en la mayoría de los grandes países capitalistas durante los
últimos veinte, treinta y, en algunos casos, cuarenta años. Fundamentalmente,
fue una alianza peculiar entre dos fuerzas. El socio principal es el
capitalismo financiero. En los Estados Unidos está representado por Wall
Street, Silicon Valley y Hollywood. Son las grandes fuerzas simbólicas del
capital, que se presentan como cosmopolitas, moralmente avanzadas, se llevan
bien con el feminismo y con los gays, son supuestamente verdes... Un
capitalismo con rostro progresista. Para ello han logrado seducir, para que
formen parte de esta alianza, al ala mayoritaria, convencional y liberal de movimientos
sociales progresistas. Estos movimientos han proporcionado una suerte de
coartada para que estas políticas económicas reaccionarias parezcan
emancipatorias. Eso es el neoliberalismo progresista, que articula una política
económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente
progresista. La vertiente del reconocimiento ha funcionado como coartada del
lado económicamente regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente
como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado, en
oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases
obreras. Lo que en realidad hizo esta alianza fue empeorar los estándares de
vida de los dos tercios inferiores de la sociedad. Enriqueció muchísimo al 1%,
por supuesto, pero el 10% superior también se benefició de estas políticas.
Todo esto fue acompañado de la extensión de la deuda, de prácticas que casi
acaban con el sistema financiero mundial en 2008, de desindustrialización,
precarización del trabajo, de una bajada de los salarios que ha obligado a los
hogares a trabajar muchas más horas, a endeudarse para salir adelante… Han sido
políticas desastrosas y, sin embargo se presentaban como políticas a favor de
las mujeres, de los gays, del medio ambiente, de las personas racializadas…
Mucha gente se ha hartado. De hecho, me sorprende que estos movimientos
populistas hayan tardado tanto tiempo en rebelarse. El problema es que han
tomado las dos partes del neoliberalismo progresista como un todo, de forma que
no solo rechazan la financiarización y la desindustrialización, sino también al
feminismo, los derechos LGBTQ, la equidad racial, los derechos de los
migrantes… Eso supone un gran problema para la izquierda. Tenemos que
desarrollar un feminismo diferente, un movimiento LGBTQ, un ecologismo, un
movimiento antirracista y por los derechos de los migrantes, etc. diferentes,
que no se asocien más con estas políticas horribles y con la financiarización.
Sabemos que existen algunos debates sobre el
“neoliberalismo progresista”, el rol del movimiento obrero, en particular sobre
la burocracia sindical. ¿Podría contarnos un poco?
Es una
historia de larga data. Como en todos los movimientos sociales, inclusive el
que ha sido el movimiento más potente en Estados Unidos y en muchos otros
lugares, el movimiento obrero, siempre existen presiones para hegemonizar el
movimiento e incorporarlo de alguna manera al sistema. Y es la larga historia
del llamado sindicalismo empresarial que limita los objetivos del movimiento
obrero a las mejoras dentro del sistema, a la obtención de mejores salarios, la
limitación de la jornada laboral, la seguridad laboral. Todo eso está muy bien,
pero cuando se convierte en un fin en sí mismo, y especialmente cuando el
movimiento realmente deja de intentar organizar a los que no están organizados,
esto se convierte en un problema. Y a eso hay que agregar algo sobre lo cual el
movimiento obrero tenía muy poco control, es decir, la crisis de rentabilidad
dentro de la industria en los países de salarios más altos que creó incentivos
enormes para la tercerización y la relocalización de plantas en regiones con
bajos salarios. Siempre hay elementos de burocracia obrera y creo que esos
fueron los que prevalecieron. No doy por perdido el movimiento obrero de ninguna
manera. Es difícil responsabilizar únicamente a los burócratas sindicales,
aunque en gran medida son los responsables de esta situación. Pero ellos no
controlan los votos de su base, una gran parte de la cual vota al populismo
reaccionario y otra al neoliberalismo progresista. El movimiento obrero se ha
visto cooptado por un sector o por el otro.
En esta línea de ofrecer una explicación y una
visión alternativas, históricamente no es la primera vez que tiene lugar este
apoyo cambiante a la izquierda y a la derecha. Sabemos que hay un precedente
histórico de esto. La derecha es capaz de establecer una lógica causal entre
los problemas sistémicos y ciertos grupos sociales como judíos, musulmanes o
inmigrantes, para sugerir que centrándose en ellos se solucionaría la cuestión
del empleo, y esto atrae a las personas. Aunque la izquierda trata de
intervenir, su visión se antoja utópica para la gente. En este sentido, ¿siente
que todavía permanece cierta laguna crucial para la izquierda?
Sí, estoy
de acuerdo. Seguramente hay una laguna programática en la izquierda. Esto se
debe en parte al final del comunismo soviético, que tuvo el desafortunado
efecto de deslegitimar no sólo aquel régimen esclerótico, sino también las
ideas del socialismo y del igualitarismo social en general. La atmósfera
resultante benefició en gran medida a los neoliberales, a la par que intimidaba
y desmoralizaba a la izquierda. Pero la cosa no acaba aquí. En este contexto,
una porción significativa de lo que podría haber sido la izquierda se ha pasado
al liberalismo. Sólo hay que pensar en el feminismo liberal, el antirracismo
liberal, el multiculturalismo liberal, el “capitalismo verde” y demás. Estas
son hoy las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales cuyos orígenes
eran, si no directamente de izquierdas, al menos izquierdistas o
proto-izquierdistas. Hoy, sin embargo, carecen de la más mínima idea de una
transformación estructural o de una economía política alternativa. Lejos de
tratar de abolir la jerarquía social, toda su postura tiene como objetivo
conseguir que más mujeres, gays y personas de color entren en las élites. Por
supuesto en los Estados Unidos pero también en otros lugares, la izquierda ha
sido colonizada por el liberalismo. Bajo mi punto de vista, la mejor manera de
reconstruir la izquierda es resucitar la vieja idea socialista del “Programa de
Transición” y dotarla de un nuevo contenido, apropiado para el siglo XXI. Hoy
en día no podemos empezar diciéndole a la gente que vamos a socializar los medios
de producción y que así conseguirán trabajos seguros y bien remunerados. Esta
retórica está agotada. Lo que necesitamos es lo que André Gorz llama “reformas
no reformistas”. Éstas mejoran la vida de las personas en el aquí y el ahora
trabajando, simultáneamente, en una dirección contrasistémica, en parte
declinando la balanza en el poder de clase en detrimento del capital. Además,
tales reformas no pueden centrarse exclusivamente en la producción y en el
trabajo remunerado. Necesitan abordar igualmente la organización social de la
reproducción -la provisión de educación, vivienda, cuidado médico, cuidados
infantiles, cuidado de personas mayores, un medioambiente saludable, agua,
servicios públicos, transporte, emisiones de carbono- y el trabajo no asalariado
que sostiene a las familias y generar vínculos sociales más amplios. La
izquierda también necesita pensar en las finanzas y la banca. Uno de los
pensadores más interesantes sobre este tema es Robin Blackburn, quien sostiene
que las finanzas deberían convertirse en un servicio público, como solía serlo
la electricidad, lo que significa que deberían ser públicamente poseídas y
distribuidas. Las decisiones sobre el crédito, dónde invertir y qué proyectos
financiar, deberían tomarse sobre la base no de la tasa del rendimiento, sino
del valor y de la utilidad social. Y deberían tomarse de forma democrática a
través de juntas elegidas encargadas de representar a las comunidades y demás
partes interesadas. Esta es una idea muy interesante, porque sin duda necesitamos
un sistema de crédito. Abolir bancos e instituciones financieras globales no es
la solución. Lo que se necesita, más bien, es socializar las finanzas.
En este neoliberalismo progresista, el feminismo
tiene un papel muy importante. ¿Cuál es su responsabilidad en todo esto?
Una
cuestión muy importante en la sociedad actual es la relación entre la
producción con ánimo de lucro de bienes de consumo, por un lado, y la
reproducción social -la producción, sustento y cuidado de seres humanos- por
otro. Esta división siempre ha estado generizada en la sociedad capitalista; de
hecho, estas dos cuestiones no estaban tan abiertamente separadas hasta la
aparición del capitalismo. Pero para el capitalismo es fundamental que ambas
esferas estén separadas, y que de una se encarguen las mujeres y de otra los
hombres. El neoliberalismo progresista ha exacerbado las dificultades para la
reproducción social porque requiere la participación completa de las mujeres en
la fuerza de trabajo con salarios bajos que conllevan muchas horas, requiere
que los Estados apliquen la austeridad, que recorten las ayudas a la
reproducción social, presionando al máximo. Creo que es criminal que el
feminismo mayoritario no se haya ocupado de esta situación en conjunto, sino
que se haya concentrado sólo en que un pequeño porcentaje de mujeres
relativamente privilegiadas ascienda en la jerarquía corporativa, o incluso en
los rangos del ejército estadounidense. En definitiva, el feminismo liberal no
ha prestado atención a las grandes transformaciones sociales, ha aceptado la
estructura social existente y ha tratado de mejorar la situación de unas pocas
mujeres en ella. No digo que sea completamente responsable del giro hacia la
financiarización -la culpa es sólo del capitalismo-, pero el feminismo fue una
especie de sirvienta del capital o de legitimación de este giro. Creo que esto
ha arruinado la reputación del feminismo en general, porque ahora se asocia el
feminismo con el neoliberalismo.
Esta versión capitalista del feminismo, ¿es sobre
todo un fenómeno norteamericano o es una tendencia global?
Creo que
es común a varios países, especialmente aguda y visible en Estados Unidos, pero
desde luego también en Gran Bretaña, en Francia, en Alemania, en el norte de
Europa y los países escandinavos. También lo observo en América Latina en
muchos casos. La clave es que el neoliberalismo puede adoptar diferentes
facetas en función de la situación. Se puede aliar con el progresismo, como
hizo en Estados Unidos, pero también se puede alinear con el conservadurismo,
como por ejemplo ha hecho en Alemania. Mucha gente piensa que el neoliberalismo
tiene una política de principios, pero no, más bien es oportunista, se agarra a
cualquier política que esté disponible.
Ha dicho en varias ocasiones, también en sus
artículos, que algunas ideas feministas han acabado siendo sirvientas del
neoliberalismo. ¿No es eso una forma de culpar al feminismo en lugar de señalar
al sistema, al patriarcado o al neoliberalismo, por apropiarse de unas ideas
para reforzarse y neutralizar su amenaza?
Diría que
la culpa principal de la neoliberalización no es desde luego del feminismo. El
villano principal de esta historia es el capitalismo financiero. Pero el
feminismo liberal del que hablo no ha sido pasivo, ha sido un colaborador
activo, quizá amateur, pero activo. Sus ideas han tenido mucha influencia. Es
una apropiación de otras formas anteriores de feminismo más crítico.
Habla del fin del “neoliberalismo progresista”.
¿A qué se refiere con esa categoría y cómo ve que se desarrolla este “comienzo
del fin”?
Durante
mucho tiempo me resultó difícil caracterizar este desvío que acabo de describir
de la corriente prevaleciente del feminismo hacia una especie de molde
corporativo. Y debo aclarar enseguida que diría lo mismo acerca de todos los
movimientos sociales progresistas. No es solo un problema del feminismo. Es un
problema en los movimientos antirracistas, que también incluyen un aparato
político de la elite negra. Tengo que decir que en Estados Unidos tenemos una cultura
de individualismo, de voluntarismo, de salir adelante con el esfuerzo personal
y se considera que si no se lo logra, es culpa de uno. Es el camino normal que
sigue la sociedad. Sólo en períodos de crisis abierta los estadounidenses
tienen un incentivo real para empezar a pensar en términos estructurales sobre
cómo funciona la sociedad y cómo está compuesta desde el inicio.
En un artículo que publicó en la “New Left
Review” señalaba que “las luchas por la reproducción social han explotado en
los últimos años”. Movimientos por la vivienda, por la sanidad, por la renta
básica, por el trabajo doméstico... ¿Por qué son tan importantes estas luchas
hoy en día?
En primer
lugar, hay que tener en cuenta que la reproducción social es absolutamente
fundamental para la sociedad. En una sociedad capitalista no tendríamos ninguna
fuerza de trabajo a la que explotar, no tendríamos la posibilidad de expandir
el capital, de sacar beneficio, si no tuviésemos todo este trabajo en la sombra
que consiste en producir seres humanos, en educarlos, en proporcionarles las
habilidades necesarias, los valores… Todo eso es fundamental y sucede fuera de
la “producción”: en los hogares, en la educación pública, en la sociedad civil…
Es un trabajo que el capitalismo no reconoce como tal y que trata con mucho
empeño de no pagar, aunque a veces se vea forzado a pagar una parte. La
reproducción social es absolutamente indispensable, ninguno de nosotros podría
existir sin ella y el capital tampoco podría acumular sin ella. El capitalismo
actual, financiero, globalizado, neoliberal, es especialmente problemático por
la presión que ejerce sobre la reproducción social. Por un lado, necesita que
las mujeres en general trabajen con un empleo a jornada completa, y a veces más
que una jornada completa, con más de un trabajo, para llegar a fin de mes. Y
por otro, necesita que los gobiernos recorten el gasto social, que quiten las
ayudas a la reproducción social. Esto supone una presión tremenda sobre la
reproducción social. Lo vemos en el deterioro de las viviendas sociales, del
transporte público, de los sistemas sanitarios, de la educación pública… Todas
estas cosas están privadas de inversión y ayudas. Por eso ahora la reproducción
social es una especie de foco de tensión, el lugar en el que estallan las
luchas. Como tiene tanto que ver con el género, sitúa a las mujeres en la
primera línea del activismo social. Es una situación novedosa e interesante,
porque en épocas anteriores de crisis capitalista solían ser los trabajadores
varones quienes estaban en primera línea, así como las organizaciones de
trabajadores en la industria capitalista. Hoy en día, en el capitalismo
neoliberal, hay un nuevo foco de crisis, la reproducción social, que pone en el
centro a una nueva serie de agentes sociales. El feminismo es una fuerza muy
importante en esta nueva arena de lucha.