(XXXV) Diego Tomasi
El
escritor, editor, guionista y ensayista argentino Diego Tomasi (1982) nació en
Morón, provincia de Buenos Aires. Colaborador habitual en el periódico “La
Vanguardia”, ha trabajado como guionista en diversos programas de radio y
televisión. Ha participado en la investigación y redacción de los libros “Las
muchachas peronistas”, del periodista y escritor Ricardo Halperín (1948), y de
“Dos semanas, cinco presidentes”, del periodista y titular de la cátedra de
Periodismo de Investigación en la Universidad Católica Argentina Damián Nabot
(1970). En agosto de 2014 fue expositor en las jornadas internacionales
“Lecturas y relecturas de Julio Cortázar”, organizadas por el Ministerio de
Cultura de la Nación y desarrolladas en la Biblioteca Nacional. También ha
publicado artículos en diversos medios como “La comodidad de indignarse” en el
diario “Página/12” y “Cortázar hombre, escritor y traductor” en la revista del
Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires.
Premiado en el Concurso Nacional de Narrativa Argentina en el año 2000, en el concurso organizado por la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) en 2010, y en el Concurso de Microficción organizado por la Fundación El Libro durante la Feria del Libro de Buenos Aires en 2015, su obra literaria comprende el libro de relatos “El hombre que miraba”, las novelas “Mi madre es un pájaro” y “Mil galletitas”, y los ensayos “El caño más bello del mundo”, “Los mundiales invisibles” y “Cortázar por Buenos Aires. Buenos Aires por Cortázar”. Este último es una crónica de la relación entre el autor de “Historias de cronopios y de famas” y la ciudad de Buenos Aires. “El vínculo de Cortázar con Buenos Aires es central en la constitución de su personalidad, de su literatura, de su mirada del mundo”, afirma Diego Tomasi, quién describe detalladamente los días que Cortázar estuvo en Buenos Aires, lo que hizo durante esos días, con quiénes se reunió y qué lugares recorrió, acudiendo a sus cartas, sus entrevistas y a los recuerdos de quienes lo conocieron.
Lo que sigue son fragmentos seleccionados de la introducción y de los capítulos finales de la minuciosa biografía que Tomasi publicó en 1974 al cumplirse treinta años de la muerte del gran escritor argentino, sobre la cual expresó: “En principio no quería hacer una biografía. Quería caminar la ciudad con él y hallar en eso un eje concreto que no tuviera esa dispersión de las biografías. Encontrar ese eje y quedarme en él, aunque tuviéramos a Cortázar viviendo en París desde 1951, era un modo de buscarle una fórmula diferente a un escritor sobre el que se ha escrito y hablado tanto”.
Julio
Florencio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914, y murió el 12 de febrero de 1984. Es
decir que vivió (casi) sesenta y nueve años y medio. O, dicho de otro modo,
Cortázar se paseó por el mundo durante veinticinco mil trescientos setenta y
dos días (las cuentas son fáciles y están a la mano de cualquier persona que
quiera hacerlas. Sólo hay que recordar que en ese lapso hubo diecisiete años
bisiestos, y que las múltiples vidas que Cortázar vivió subido a las espaldas
de sus personajes no suman días a la cifra final). También puede decirse que le
faltaron ciento noventa y cinco días para llegar a los setenta años de vida,
pero la pregunta que importa, en este caso, tiene que ver no solo con el tiempo,
sino también con el espacio. ¿Cuántos días estuvo Cortázar en Buenos Aires? En
ese punto las cuentas no son tan fáciles, y encierran al mismo tiempo certezas
y misterios. Siete veces regresó a Buenos Aires. En la última de sus vueltas
apenas estuvo en la capital argentina ocho días.
El domingo 30 de octubre de 1983 los argentinos volvieron a votar después de siete años de una dictadura que persiguió, torturó y asesinó a miles de personas. La vuelta de la democracia permitió el regreso al país de muchos intelectuales y militantes que habían tenido que exiliarse contra su voluntad, y que ahora veían la oportunidad de volver a casa sin correr ningún riesgo. El periodista Carlos Gabetta y el escritor Julio Cortázar eran amigos desde hacía varios años. En París habían fundado, junto con Hipólito Solari Yrigoyen y Osvaldo Soriano, la publicación “Sin Censura”, en la que escribían notas para denunciar los crímenes de las dictaduras militares latinoamericanas.
Julio Cortázar, después de una década, volvía a Buenos Aires. Llegó al aeropuerto de Ezeiza el miércoles 30 de noviembre, sin que casi nadie lo supiera. En la valija traía un último libro de cuentos, “Deshoras”. Algunas personas de las que quería despedirse. Y la infinita tristeza, que no podía borrar, por la muerte de Carol Dunlop. En su edición vespertina del jueves 1 de diciembre, el diario “La Razón” publicó una breve nota con el título “Julio Cortázar en Buenos Aires”. El texto hacía eje en la posición política que había adoptado Cortázar en los últimos años, y hablaba muy poco de su actividad literaria. Su primer día completo en Buenos Aires, ese jueves, lo pasó con su amigo Héctor Yánover y su hija Débora, en la librería “Norte” de Las Heras 2225. Después fueron al departamento de Héctor Yánover, que quedaba justo arriba de la librería.
Cuando estaban ahí, el librero le preguntó si le gustaría que lo entrevistara un joven periodista, que era el novio de su hija. Se trataba de Martín Caparros. Cortázar aceptó. En la conversación con Caparros, Cortázar dijo que todas las personas que estuvieran involucradas en los crímenes de la dictadura y de la Triple A, fueran militares o civiles, deberían ser castigadas. Y pedía que “esos responsables sean sometidos a una justicia que merezca ese nombre, que no sea un camelo como lo ha sido la justicia durante la dictadura militar. Y que reciban entonces las penas que correspondan a sus delitos”.
En su viaje de 1983 Julio Cortázar pudo reencontrarse con su amiga Sara Facio, a quien no veía desde hacía unos años. A pesar de la amabilidad de Cortázar, a Sara Facio no le quedó de ese encuentro la misma impresión que otras veces que se habían visto. Cuenta: “Daba la sensación de que había venido a despedirse. Se lo veía algo desmejorado. No quise hablar de más, y la verdad es que fue un encuentro un poco triste para mí. Y seguro también para él”. Una persona con la que Cortázar no pudo verse fue Miguel Baudizzone, hijo de Luis, aquel viejo amigo. Baudizzone, que era un niño en el momento en que su padre y Cortázar se conocieron, cuando fue adulto se hizo amigo de los amigos de Cortázar. Fredi Guthmann y Eduardo Jonquiéres formaron parte de sus amistades durante muchos años.
El sábado 3, Martín Caparros y su amigo Dani Yako, que era el fotógrafo que iba a retratar a Cortázar, fueron al hotel de la esquina de Maipú y avenida Córdoba donde el escritor estaba hospedado. Caparros aprovechó para hacerle algunas preguntas más. Cortázar dijo: “En el par de días que llevo aquí ya varias personas me preguntaron qué siento con este regreso y cómo encuentro la Argentina. Y yo veo que lo hacen un poco como si recién al desembarcar aquí yo me enterase de lo que ha pasado, y no es así. Muchos de los que hemos vivido tantos años en condición de exiliados hemos seguido muy de cerca la situación argentina, y en algunos planos críticos hemos tenido una información mucho mejor que la que podía tener aquí el argentino medio, totalmente cercado por la censura”. Después de la conversación, debían comenzar las fotos. Cortázar no quiso hacerlas en su habitación, y pidió salir a dar una vuelta por las calles cercanas. Antes de dar por terminado el encuentro, Cortázar dijo: “Vine acá a Buenos Aires a despedirme de mi madre”.
El 4 de diciembre de 1983, minutos antes de las cinco de la tarde, Julio Cortázar pagó los treinta y cuatro pesos argentinos que costaba la entrada para el cine. Unos días antes hubieran sido treinta pesos, pero el 1 de diciembre había aumentado el precio. Se sentó en una de las filas del medio de la sala del cine Petit Premier, en la avenida Corrientes 1565, y esperó. Estaba ahí para ver “No habrá más penas ni olvido”, la película basada en la novela de su amigo Osvaldo Soriano. Dos horas después, se levantó satisfecho, y empezó a caminar hacia la salida. En ese momento, alguien lo reconoció. Se trataba de Carlos Gabetta, que estaba en Buenos Aires desde hacía pocos días, como Cortázar. Cuando salieron, la avenida Corrientes los recibió colmada por una manifestación a favor de los derechos humanos. Había cantos, gritos, tambores, y en medio de esos sonidos se filtraba una especie de relámpago. Era el flash de la cámara de un fotógrafo que había reconocido la figura del barbudo escritor de casi dos metros. Entonces los flashes se multiplicaron, y la marcha se detuvo.
Los manifestantes invitaron a Cortázar a acompañarlos en la marcha, pero él se excusó amablemente porque tenía que dar una entrevista al corresponsal de “Le Monde Diplomatique” en Buenos Aires. Ellos comprendieron, y siguieron su rumbo. En la manifestación estaba también el crítico cultural Daniel Molina, que había estado casi diez años preso, y había sido liberado el día anterior. En noviembre de 1974, Molina estaba haciendo el servicio militar y participaba clandestinamente de la estructura política del PRT-ERP, cuando la Triple A lo detuvo. Mientras estuvo preso, Molina le escribió muchas cartas a Cortázar, que el escritor respondió siempre. El 3 de diciembre de 1983, Daniel Molina fue liberado. Y al día siguiente fue a la marcha con la que se encontró Cortázar al salir del cine.
Gabetta y Cortázar, que no iban a encontrarse, caminaron por la mano impar de Corrientes en dirección al Obelisco. Entraron en el café “Ouro Preto”, en la esquina con Talcahuano. Unos minutos después llegó Jacques Després, el periodista francés que había acordado el reportaje. Cuenta Gabetta: “Estábamos charlando ahí los tres, el tipo le estaba haciendo la entrevista y, de repente, apareció una piba que tendría unos diecinueve años. Se acercó con un ramito de jazmines, se los dio a Julio y se fue”. La chica tenía, en realidad, veintidós años, su nombre es Marina Leiva, y en ese momento era estudiante de danza. Esa noche, estaba tomando un café con una amiga en el bar “La Paz”. Afuera, en la calle, las pancartas y los cantos pedían que la democracia inminente restaurara los derechos humanos perdidos y violados sistemáticamente durante la dictadura. Entonces Marina escuchó: “¡Está Cortázar!”, y a veinte metros de “La Paz” vio al visitante. Terminados los abrazos, los saludos y la firma de libros, que vio detrás del vidrio, la joven bailarina salió del café con su amiga, apresurada. Había leído con gusto la obra cortazariana, y no quería dejar escapar la oportunidad de conocer a su tan admirado escritor.
Mientras su amiga observaba desde la vereda, Marina Leiva entró en el café con las flores. Cuando la dama de los jazmines se fue, Cortázar acercó las flores a la nariz del corresponsal de “Le Monde” y le dijo: “Olé, esto en Francia no existe”. Durante un largo rato a Després le costó enfocar a su entrevistado en las preguntas. El olor de los jazmines llevaba a Cortázar al terreno de los recuerdos, una y otra vez. Cuando el encuentro terminó, Després se fue, y Carlos y Julio, que tantos cafés habían compartido en París, se quedaron conversando y vaciando tazas en una noche cualquiera de Buenos Aires. A las dos de la mañana, los amigos caminaron por las calles de una ciudad cálida, expectante, que durante tantos años les había quedado tan lejos. En la cortada Tres Sargentos doblaron y, según recuerda Gabetta, “se metió por la puerta giratoria del hotel y ya no lo vi. Me pareció que estaba cansado pero feliz, y llevaba el ramo de jazmines”.
En su última visita a Buenos Aires, Cortázar se encontró con Alberto Perrone, que después de haberlo entrevistado diez años antes se había vuelto su amigo a la distancia. Conversaron en el hotel de la calle Maipú, y después pasearon juntos por la ciudad. La entrevista que Perrone le hizo a Cortázar se publicó en la edición número 870 de la revista “Siete Días”, en febrero de 1984. En ella, Cortázar habló sobre la situación política en América Latina. Dijo: “Me parece fundamental que aquí, con la mayor velocidad posible, se normalice la información sobre Nicaragua y en general América Central y la cuenca del Caribe. Todo lo que se sabe está parcelado, dividido, mutilado, ajustado a las conveniencias y a la presentación de los aspectos negativos y el escamoteo de lo positivo. Además, sostengo que toda solidaridad con Nicaragua frente a los Estados Unidos, concretamente en este caso, es también una solidaridad con Argentina: defendemos América Latina”.
Hipólito Solari Yrigoyen fue electo senador nacional en 1973, pero unos meses después sufrió un atentado por parte de la Triple A. Fue uno de los primeros dirigentes en ser atacado directamente por la organización paramilitar que dirigía José López Rega. En 1976 fue detenido y torturado por la dictadura militar de Jorge Rafael Videla, que finalmente lo expulsó del país. Se radicó en Francia, donde conoció a Julio Cortázar y se hicieron amigos. Cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones, Solari Yrigoyen decidió regresar a la Argentina. Por su pertenencia a la Unión Cívica Radical, tuvo acceso al equipo del presidente electo, e intentó que Cortázar pudiera entrevistarse con él.
Mientras esperaba la respuesta de Solari Yrigoyen sobre un posible encuentro con
Alfonsín, Julio Cortázar dejó su habitación, subió al ascensor y salió a la vereda. Tomó un taxi hasta la pizzería “Los inmortales”, en Marcelo T. de Alvear al 1200. Allí lo esperaban sus amigos Solari Yrigoyen, Soriano y Gabetta. Cenaron. Hablaron. Recordaron otros tiempos y pensaron el futuro. En verdad, a Cortázar le hubiera gustado ver a Alfonsín, pero no era una obsesión para él, ni mucho menos. En ese viaje, él no había viajado a Argentina para participar de reuniones políticas. En su edición de la tarde del 7 de diciembre, el diario “La Razón” publicó una nota que llevaba por título un escueto “J. Cortázar”. Junto a una muy pequeña foto sin crédito, el texto decía: “El escritor Julio Cortázar formuló declaraciones en Ezeiza poco antes de partir hacia España, tras visitar la Argentina luego de diez años de exilio. Al preguntársele si se radicará acá, destacó que “radicar es una palabra que no me gusta. Yo no me radico en ningún lado, voy donde las circunstancias me dicen que debo estar. La Argentina es un lugar donde quiero estar, pero nada es definitivo en mi vida. Yo soy un escritor, lean mi obra, vean todo lo que he escrito desde que me fui a París, y verán si sigo siendo argentino o no”. Y así Julio Florencio Cortázar pasó por última vez por Buenos Aires y paf se acabó.
Julio Florencio Cortázar no volvió a Buenos Aires en 1984. El 12 de febrero de ese año, en París, vivió el último de sus veinticinco mil trescientos setenta y dos días de vida. Junto a él estuvo, hasta último momento, Aurora Bernárdez. En una entrevista a Ñacuñán Sáez para la revista “El Porteño”, en 1983, Julio Cortázar dijo: “Yo soy un porteño perfecto, y no podría escribir sobre otra cosa. Por otro lado, Buenos Aires está todavía por escribirse”. Y entonces, tal vez, Cortázar vuelva a escribir las mismas frases sueltas que escribió en la “Declaración jurada” que da comienzo a “Imagen de John Keats”: “Hace años que he renunciado a pensar coherentemente, mi lapicera Waterman piensa mejor por mí. Parece que juntara energías en el bolsillo, la guardo en el chaleco, encima del corazón, y es posible que a fuerza de escucharlo ir y venir el gran gato redondo cardenal, su propio corazón de tinta, su púlpito elástico, se vaya llenando de deseos y de imaginaciones. Entonces me salta a la mano y el resto es fácil, es exactamente ahora. Lo que sigue responde a la mayor libertad posible de expresión. Pero libertad es decir adhesión a lo que finalmente y cada día (cada día es siempre el último, finalmente) sabemos bueno, bello, verdadero”. Cortázar. Ese siempre mismo Cortázar.
Premiado en el Concurso Nacional de Narrativa Argentina en el año 2000, en el concurso organizado por la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) en 2010, y en el Concurso de Microficción organizado por la Fundación El Libro durante la Feria del Libro de Buenos Aires en 2015, su obra literaria comprende el libro de relatos “El hombre que miraba”, las novelas “Mi madre es un pájaro” y “Mil galletitas”, y los ensayos “El caño más bello del mundo”, “Los mundiales invisibles” y “Cortázar por Buenos Aires. Buenos Aires por Cortázar”. Este último es una crónica de la relación entre el autor de “Historias de cronopios y de famas” y la ciudad de Buenos Aires. “El vínculo de Cortázar con Buenos Aires es central en la constitución de su personalidad, de su literatura, de su mirada del mundo”, afirma Diego Tomasi, quién describe detalladamente los días que Cortázar estuvo en Buenos Aires, lo que hizo durante esos días, con quiénes se reunió y qué lugares recorrió, acudiendo a sus cartas, sus entrevistas y a los recuerdos de quienes lo conocieron.
Lo que sigue son fragmentos seleccionados de la introducción y de los capítulos finales de la minuciosa biografía que Tomasi publicó en 1974 al cumplirse treinta años de la muerte del gran escritor argentino, sobre la cual expresó: “En principio no quería hacer una biografía. Quería caminar la ciudad con él y hallar en eso un eje concreto que no tuviera esa dispersión de las biografías. Encontrar ese eje y quedarme en él, aunque tuviéramos a Cortázar viviendo en París desde 1951, era un modo de buscarle una fórmula diferente a un escritor sobre el que se ha escrito y hablado tanto”.
El domingo 30 de octubre de 1983 los argentinos volvieron a votar después de siete años de una dictadura que persiguió, torturó y asesinó a miles de personas. La vuelta de la democracia permitió el regreso al país de muchos intelectuales y militantes que habían tenido que exiliarse contra su voluntad, y que ahora veían la oportunidad de volver a casa sin correr ningún riesgo. El periodista Carlos Gabetta y el escritor Julio Cortázar eran amigos desde hacía varios años. En París habían fundado, junto con Hipólito Solari Yrigoyen y Osvaldo Soriano, la publicación “Sin Censura”, en la que escribían notas para denunciar los crímenes de las dictaduras militares latinoamericanas.
Julio Cortázar, después de una década, volvía a Buenos Aires. Llegó al aeropuerto de Ezeiza el miércoles 30 de noviembre, sin que casi nadie lo supiera. En la valija traía un último libro de cuentos, “Deshoras”. Algunas personas de las que quería despedirse. Y la infinita tristeza, que no podía borrar, por la muerte de Carol Dunlop. En su edición vespertina del jueves 1 de diciembre, el diario “La Razón” publicó una breve nota con el título “Julio Cortázar en Buenos Aires”. El texto hacía eje en la posición política que había adoptado Cortázar en los últimos años, y hablaba muy poco de su actividad literaria. Su primer día completo en Buenos Aires, ese jueves, lo pasó con su amigo Héctor Yánover y su hija Débora, en la librería “Norte” de Las Heras 2225. Después fueron al departamento de Héctor Yánover, que quedaba justo arriba de la librería.
Cuando estaban ahí, el librero le preguntó si le gustaría que lo entrevistara un joven periodista, que era el novio de su hija. Se trataba de Martín Caparros. Cortázar aceptó. En la conversación con Caparros, Cortázar dijo que todas las personas que estuvieran involucradas en los crímenes de la dictadura y de la Triple A, fueran militares o civiles, deberían ser castigadas. Y pedía que “esos responsables sean sometidos a una justicia que merezca ese nombre, que no sea un camelo como lo ha sido la justicia durante la dictadura militar. Y que reciban entonces las penas que correspondan a sus delitos”.
En su viaje de 1983 Julio Cortázar pudo reencontrarse con su amiga Sara Facio, a quien no veía desde hacía unos años. A pesar de la amabilidad de Cortázar, a Sara Facio no le quedó de ese encuentro la misma impresión que otras veces que se habían visto. Cuenta: “Daba la sensación de que había venido a despedirse. Se lo veía algo desmejorado. No quise hablar de más, y la verdad es que fue un encuentro un poco triste para mí. Y seguro también para él”. Una persona con la que Cortázar no pudo verse fue Miguel Baudizzone, hijo de Luis, aquel viejo amigo. Baudizzone, que era un niño en el momento en que su padre y Cortázar se conocieron, cuando fue adulto se hizo amigo de los amigos de Cortázar. Fredi Guthmann y Eduardo Jonquiéres formaron parte de sus amistades durante muchos años.
El sábado 3, Martín Caparros y su amigo Dani Yako, que era el fotógrafo que iba a retratar a Cortázar, fueron al hotel de la esquina de Maipú y avenida Córdoba donde el escritor estaba hospedado. Caparros aprovechó para hacerle algunas preguntas más. Cortázar dijo: “En el par de días que llevo aquí ya varias personas me preguntaron qué siento con este regreso y cómo encuentro la Argentina. Y yo veo que lo hacen un poco como si recién al desembarcar aquí yo me enterase de lo que ha pasado, y no es así. Muchos de los que hemos vivido tantos años en condición de exiliados hemos seguido muy de cerca la situación argentina, y en algunos planos críticos hemos tenido una información mucho mejor que la que podía tener aquí el argentino medio, totalmente cercado por la censura”. Después de la conversación, debían comenzar las fotos. Cortázar no quiso hacerlas en su habitación, y pidió salir a dar una vuelta por las calles cercanas. Antes de dar por terminado el encuentro, Cortázar dijo: “Vine acá a Buenos Aires a despedirme de mi madre”.
El 4 de diciembre de 1983, minutos antes de las cinco de la tarde, Julio Cortázar pagó los treinta y cuatro pesos argentinos que costaba la entrada para el cine. Unos días antes hubieran sido treinta pesos, pero el 1 de diciembre había aumentado el precio. Se sentó en una de las filas del medio de la sala del cine Petit Premier, en la avenida Corrientes 1565, y esperó. Estaba ahí para ver “No habrá más penas ni olvido”, la película basada en la novela de su amigo Osvaldo Soriano. Dos horas después, se levantó satisfecho, y empezó a caminar hacia la salida. En ese momento, alguien lo reconoció. Se trataba de Carlos Gabetta, que estaba en Buenos Aires desde hacía pocos días, como Cortázar. Cuando salieron, la avenida Corrientes los recibió colmada por una manifestación a favor de los derechos humanos. Había cantos, gritos, tambores, y en medio de esos sonidos se filtraba una especie de relámpago. Era el flash de la cámara de un fotógrafo que había reconocido la figura del barbudo escritor de casi dos metros. Entonces los flashes se multiplicaron, y la marcha se detuvo.
Los manifestantes invitaron a Cortázar a acompañarlos en la marcha, pero él se excusó amablemente porque tenía que dar una entrevista al corresponsal de “Le Monde Diplomatique” en Buenos Aires. Ellos comprendieron, y siguieron su rumbo. En la manifestación estaba también el crítico cultural Daniel Molina, que había estado casi diez años preso, y había sido liberado el día anterior. En noviembre de 1974, Molina estaba haciendo el servicio militar y participaba clandestinamente de la estructura política del PRT-ERP, cuando la Triple A lo detuvo. Mientras estuvo preso, Molina le escribió muchas cartas a Cortázar, que el escritor respondió siempre. El 3 de diciembre de 1983, Daniel Molina fue liberado. Y al día siguiente fue a la marcha con la que se encontró Cortázar al salir del cine.
Gabetta y Cortázar, que no iban a encontrarse, caminaron por la mano impar de Corrientes en dirección al Obelisco. Entraron en el café “Ouro Preto”, en la esquina con Talcahuano. Unos minutos después llegó Jacques Després, el periodista francés que había acordado el reportaje. Cuenta Gabetta: “Estábamos charlando ahí los tres, el tipo le estaba haciendo la entrevista y, de repente, apareció una piba que tendría unos diecinueve años. Se acercó con un ramito de jazmines, se los dio a Julio y se fue”. La chica tenía, en realidad, veintidós años, su nombre es Marina Leiva, y en ese momento era estudiante de danza. Esa noche, estaba tomando un café con una amiga en el bar “La Paz”. Afuera, en la calle, las pancartas y los cantos pedían que la democracia inminente restaurara los derechos humanos perdidos y violados sistemáticamente durante la dictadura. Entonces Marina escuchó: “¡Está Cortázar!”, y a veinte metros de “La Paz” vio al visitante. Terminados los abrazos, los saludos y la firma de libros, que vio detrás del vidrio, la joven bailarina salió del café con su amiga, apresurada. Había leído con gusto la obra cortazariana, y no quería dejar escapar la oportunidad de conocer a su tan admirado escritor.
Mientras su amiga observaba desde la vereda, Marina Leiva entró en el café con las flores. Cuando la dama de los jazmines se fue, Cortázar acercó las flores a la nariz del corresponsal de “Le Monde” y le dijo: “Olé, esto en Francia no existe”. Durante un largo rato a Després le costó enfocar a su entrevistado en las preguntas. El olor de los jazmines llevaba a Cortázar al terreno de los recuerdos, una y otra vez. Cuando el encuentro terminó, Després se fue, y Carlos y Julio, que tantos cafés habían compartido en París, se quedaron conversando y vaciando tazas en una noche cualquiera de Buenos Aires. A las dos de la mañana, los amigos caminaron por las calles de una ciudad cálida, expectante, que durante tantos años les había quedado tan lejos. En la cortada Tres Sargentos doblaron y, según recuerda Gabetta, “se metió por la puerta giratoria del hotel y ya no lo vi. Me pareció que estaba cansado pero feliz, y llevaba el ramo de jazmines”.
En su última visita a Buenos Aires, Cortázar se encontró con Alberto Perrone, que después de haberlo entrevistado diez años antes se había vuelto su amigo a la distancia. Conversaron en el hotel de la calle Maipú, y después pasearon juntos por la ciudad. La entrevista que Perrone le hizo a Cortázar se publicó en la edición número 870 de la revista “Siete Días”, en febrero de 1984. En ella, Cortázar habló sobre la situación política en América Latina. Dijo: “Me parece fundamental que aquí, con la mayor velocidad posible, se normalice la información sobre Nicaragua y en general América Central y la cuenca del Caribe. Todo lo que se sabe está parcelado, dividido, mutilado, ajustado a las conveniencias y a la presentación de los aspectos negativos y el escamoteo de lo positivo. Además, sostengo que toda solidaridad con Nicaragua frente a los Estados Unidos, concretamente en este caso, es también una solidaridad con Argentina: defendemos América Latina”.
Hipólito Solari Yrigoyen fue electo senador nacional en 1973, pero unos meses después sufrió un atentado por parte de la Triple A. Fue uno de los primeros dirigentes en ser atacado directamente por la organización paramilitar que dirigía José López Rega. En 1976 fue detenido y torturado por la dictadura militar de Jorge Rafael Videla, que finalmente lo expulsó del país. Se radicó en Francia, donde conoció a Julio Cortázar y se hicieron amigos. Cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones, Solari Yrigoyen decidió regresar a la Argentina. Por su pertenencia a la Unión Cívica Radical, tuvo acceso al equipo del presidente electo, e intentó que Cortázar pudiera entrevistarse con él.
Mientras esperaba la respuesta de Solari Yrigoyen sobre un posible encuentro con
Alfonsín, Julio Cortázar dejó su habitación, subió al ascensor y salió a la vereda. Tomó un taxi hasta la pizzería “Los inmortales”, en Marcelo T. de Alvear al 1200. Allí lo esperaban sus amigos Solari Yrigoyen, Soriano y Gabetta. Cenaron. Hablaron. Recordaron otros tiempos y pensaron el futuro. En verdad, a Cortázar le hubiera gustado ver a Alfonsín, pero no era una obsesión para él, ni mucho menos. En ese viaje, él no había viajado a Argentina para participar de reuniones políticas. En su edición de la tarde del 7 de diciembre, el diario “La Razón” publicó una nota que llevaba por título un escueto “J. Cortázar”. Junto a una muy pequeña foto sin crédito, el texto decía: “El escritor Julio Cortázar formuló declaraciones en Ezeiza poco antes de partir hacia España, tras visitar la Argentina luego de diez años de exilio. Al preguntársele si se radicará acá, destacó que “radicar es una palabra que no me gusta. Yo no me radico en ningún lado, voy donde las circunstancias me dicen que debo estar. La Argentina es un lugar donde quiero estar, pero nada es definitivo en mi vida. Yo soy un escritor, lean mi obra, vean todo lo que he escrito desde que me fui a París, y verán si sigo siendo argentino o no”. Y así Julio Florencio Cortázar pasó por última vez por Buenos Aires y paf se acabó.
Julio Florencio Cortázar no volvió a Buenos Aires en 1984. El 12 de febrero de ese año, en París, vivió el último de sus veinticinco mil trescientos setenta y dos días de vida. Junto a él estuvo, hasta último momento, Aurora Bernárdez. En una entrevista a Ñacuñán Sáez para la revista “El Porteño”, en 1983, Julio Cortázar dijo: “Yo soy un porteño perfecto, y no podría escribir sobre otra cosa. Por otro lado, Buenos Aires está todavía por escribirse”. Y entonces, tal vez, Cortázar vuelva a escribir las mismas frases sueltas que escribió en la “Declaración jurada” que da comienzo a “Imagen de John Keats”: “Hace años que he renunciado a pensar coherentemente, mi lapicera Waterman piensa mejor por mí. Parece que juntara energías en el bolsillo, la guardo en el chaleco, encima del corazón, y es posible que a fuerza de escucharlo ir y venir el gran gato redondo cardenal, su propio corazón de tinta, su púlpito elástico, se vaya llenando de deseos y de imaginaciones. Entonces me salta a la mano y el resto es fácil, es exactamente ahora. Lo que sigue responde a la mayor libertad posible de expresión. Pero libertad es decir adhesión a lo que finalmente y cada día (cada día es siempre el último, finalmente) sabemos bueno, bello, verdadero”. Cortázar. Ese siempre mismo Cortázar.