17 de enero de 2009

Guillermo Martínez: "Me interesa que se perciba que en mis novelas los personajes piensan"

Guillermo Martínez (1962) nació en Bahía Blanca y en su adolescencia escribió su primer libro de cuentos, "La jungla sin bestias", con el que obtuvo el Premio Nacional Roberto Arlt. En 1984, una vez licenciado en Matemática en la Universidad del Sur, se radicó en Buenos Aires donde realizó un doctorado en Ciencias Matemáticas. En 1989 apareció "Infierno grande", su segundo libro de cuentos, algunos de los cuales integraron posteriormente numerosas antologías, tanto en la Argentina como en Alemania, Bulgaria, Canadá, Colombia, España, México y Suiza. Cuatro años más tarde apareció su primera novela, "Acerca de Roderer", muy bien acogida por la crítica y editada también en Estados Unidos, España, Noruega y Serbia. Ese mismo año viajó a Oxford, Inglaterra, donde residió dos años realizando estudios de postdoctorado en Matemática. En 1998 publicó su segunda novela, "La mujer del maestro", y cinco años después apareció "Crímenes imperceptibles", una novela policial impecable y entretenida -con una trama ingeniosa y sorprendente que relaciona crímenes seriales con series matemáticas-, que fue traducida a más de treinta idiomas y llevada al cine en 2008 por el director bilbaíno Alex de la Iglesia (1965) con el nombre de "Los crímenes de Oxford". La producción literaria de Martínez se completa con la novela "La muerte lenta de Luciana B" y los ensayos "Borges y la matemática" y "La fórmula de la inmortalidad". Colabora regularmente en los diarios "Clarín", "La Nación" y "Página/12" de Buenos Aires. En septiembre de 2007 fue entrevistado por Liber Aparisi, uno de los responsables de la más que interesante revista "Hypatia, la Filósofa", en cuyo nº 1 apareció publicada la extensa nota de la que algunos fragmentos se reproducen a continuación.¿Te retiraste de la matemática?

No, no tiene que ver con una decisión contra la matemática, para nada. Al contrario, siempre lo dije, estoy muy agradecido por esta especie de mirada adicional que da cualquier disciplina científica, es como una manera diferente de ver y de estar en el mundo. Tiene que ver simplemente con la lista de espera de los libros que tengo y el hecho, de que estoy por cumplir cuarenta y cinco años y me hace pensar en la necesidad de concentrar esfuerzos. Además, en los últimos años tuve que invertir mucho tiempo también en viajar por el tema de los libros y las traducciones y me parece como más agradable en este momento de disponer el tiempo de esa manera. Después de muchos años de estar en la literatura puedo ahora vivir de mis libros, este tipo de factores hicieron que tomara esa decisión.

Imaginamos al escritor trabajando y lo que eso conlleva de soledad. Pero el matemático también, ¿no? ¿Cómo hacías para armar esas dos vidas en una?

Bueno, durante mucho tiempo fue así. Trataba de utilizar muy bien las vacaciones de verano o bien en períodos largos, las mañanas. Pero inevitablemente cuando uno tiene una actividad pautada, rentada, de la que te exigen informes académicos, etcétera, cuando uno tiene alumnos de doctorado, o tiene que evaluar proyectos y hacer sus propios trabajos de investigación siempre se resiente la parte mas débil, que es la parte del tiempo libre que uno le deja a la literatura. Quería revertir esa situación y poner en primer lugar, darle prioridad, al tiempo para la literatura. Lo hice en un principio a costa de sacrificar horas de la investigación. Y en este momento por el tipo de proyecto de trabajos que tengo por delante me siento más tranquilo, incluso con mi conciencia profesional, directamente dando un paso al costado en la matemática.

¿Pensaste en dar el paso al costado en la literatura?

Mientras estuve en Inglaterra. Fueron dos años que prácticamente no escribí y lo sentí muchísimo. Es decir, me cuesta muchísimo más trabajo pensar en sacrificar la literatura que en sacrificar la matemática. De hecho, igual no siento que me alejé para siempre de la matemática, tengo un proyecto, justamente con Gustavo Piñeiro, de escribir un libro sobre el teorema de Gödel, en base a resultados sobre los que estuvimos trabajando mucho en los últimos años. Es un libro que, de algún modo, me va a mantener en contacto pero desde un lugar un poco más tranquilo, sin exigencias diarias o mensuales.

¿Cómo fue tu experiencia en Oxford?

A Inglaterra ya fui como Doctor en Matemática, entonces tenía un régimen muy relajado; además viaje con mi familia. Es decir, lo que yo cuento en mi novela sobre Oxford tiene muy poco que ver con mi situación real allí. Un recurso de la similitud pero que no es algo que tenga que ver con la realidad autobiográfica.

¿Es un punto de arranque entonces la cuestión autobiográfica?

Hay por supuesto lo que tiene que ver con los lugares que uno recorrió. La mirada muchas veces no depende de la edad. Imaginé a un joven que tiene diez años menos de los que yo tenía en ese momento. Había estado en Oxford hacia cinco años atrás y de todas maneras tuve que trabajar con mapas de las calles, de las ciudades. Tuve que hacer una reconstrucción en la memoria. Es decir, uno trabaja siempre con fragmentos y hay algo también de Frankeistein en la manera que uno levanta la novela, siempre hay costuras y "cortar y pegar".

¿Ya te sentías reconocido como escritor dentro de la facultad?

Creo que el primer lugar donde fui best-seller fue en Exactas. Sí, me leían y fue el gran espaldarazo. Tengo la sensación de que "Crímenes imperceptibles" de algún modo explotó, como se dice en la jerga editorial, gracias a la gente de Exactas que lo compró. Creo que me habían leído antes, pero como mis libros aparecieron poco a lo largo de muchos años, lo consideraban -y hasta en cierto punto lo hacía yo- como un hobby espaciado. Recién creo que yo mismo me empecé a sentir un escritor después que éste libro tuvo tanto éxito.

"La serie de Oxford" o "Crímenes imperceptibles" ¿Cuál es el título que más te gusta?

El título con el que trabajé siempre era "La serie de Oxford", pero "Crímenes imperceptibles" también era un título que había elegido yo. Cuando me presenté al Premio Planeta, puse como un título muleto, era "Crímenes imperceptibles" porque no quería quemar el título de "La serie de Oxford" en el caso de que la novela no ganara. Sí quería reservarme el que para mí era el título definitivo. Pero a mis editores les gustó mucho más "Crímenes imperceptibles". Y había un problema en ese momento: varias novelas en Argentina aludían a Inglaterra y había una saturación de libros que mencionaban a Inglaterra desde el título; entonces a mí me pareció bien que saliera como "Crímenes imperceptibles" y eso hizo que en Argentina apareciera con ese título. En España eligieron como una variante "Los crímenes de Oxford". En cada país hubo después otras variantes; en la edición holandesa, el acertijo lógico del que se habla al principio es el título que le pusieron a la novela.

¿Qué tipo de lector sos?

En una época era mucho mejor lector que ahora. Ahora estoy un poco más vago con los libros, me cuesta mucho más interesarme. Estoy un poco más quisquilloso también para leer, me impacientan mucho más pronto los libros. Ya son como las malas señales de que uno quiere quedarse solamente con lo que aprobó en algún momento. Creo que siempre hay que tratar de mantener una línea de búsqueda y de exposición a otras estéticas y esa es la parte que más me cuesta ahora. La de intentar con autores que yo sé que, en principio, no son afines a mí pero aunque sea debiera conocerlos. Ya ahora ni siquiera me intereso por darles una oportunidad a veces, y a la vez noto que vuelvo con mas frecuencia a autores que ya sé que son como parte de mi familia literaria.

Presentámelos.

Bueno, Henry James, Borges, Philip Roth, en fin, son algunos escritores que siento cercanos y vuelvo.

¿Y Asimov? Por tu personaje Seldom, que tiene nombre muy parecido al Seldon suyo.

No, y no sé si habré leído "Yo robot" cuando era adolescente. A lo sumo habré leído un libro de Asimov. Seldom tiene que ver con mi primera novela, "Acerca de Roderer". Fue en su momento un nombre que se me cruzó por la cabeza. Creo que incluso es un apellido imposible en la ortografía anglosajona. Es decir, no tiene nada que ver con nada, ni siquiera con el sentido que tiene de "escaso" en inglés. Simplemente lo pensé por el sonido más que nada, no tiene ninguna connotación. Y en general trato de que los nombres -si querés, es un detalle que si puedo afirmar-, trato de que tengan un nombre con un sonido que a mí me resulte agradable, que lo sienta suficientemente corporizado en alguien. Que se le pueda atribuir a alguien que esté pensando, pero no más que eso. Ningún otro significado simbólico. Por ejemplo, una vez un crítico dijo que Beth era la segunda letra del alfabeto griego. Y Beth es Elizabeth y nada más que eso. Ese tipo de significado nunca se lo busco.

¿Y qué tipo de lector creés que te lee?

No, no. Cuando escribo, y en ese sentido para mí es muy similar a lo que uno trata de hacer en una demostración en matemática, tengo una demostración en ciernes en la cabeza pero al momento de exponerla aparecen muchas actividades, cosas que son necesarias desentrañar, exponer mejor, que no tiene que ver con una lectura externa sino con uno mismo. Para mí, escribir tiene ese mismo tipo de problemática de ser expresivo y a la vez dramático y de mantener un balance y que el tono cuando requiere ser seco logre el efecto de sequedad. O sea, son todos esos vaivenes que tienen que ver mas con la expresión que con la lectura futura. En todo caso el lector es uno mismo detrás del hombro. Pero de ninguna manera pienso en un lector, a lo sumo pienso que el lector no tiene para nada el "background" matemático que tengo yo, eso sí lo tengo claro. Entonces soy muy suave cuando tengo... En las ocasiones que tuve que mencionar elementos de matemática, sí tuve el cuidado de que el lector no tiene ningún saber específico. Pero, en cuanto a lo literario, te diría que lo único que percibo es que escribo, quizás, para un lector que tenga mis mismas referencias literales principales. Es decir, que cada tanto se desliza algún nombre, algún libro, pero dentro siempre de algo razonable. No me interesa hacer una ensalada de citas.

Cuando nuestros escritores favoritos citan a otros, uno también los va siguiendo.

Por supuesto, y a mí me parece que ciertas inserciones de conocimientos específicos de conocimiento literario son totalmente toleradas por cualquier lector mas ó menos exigente y curioso.

Así se arman las bibliotecas.

Sí, y lo que siempre digo: cuando uno lee un cuento de Hemingway hay una cantidad de técnicas, detalles de pesca que uno no tiene ni idea, pero los acepta como detalles de sofisticación en una práctica y en una disciplina, son como recursos de similitud. Lo mismo ocurre con las partes que puede haber de discurso matemático y el deslizamiento de algún elemento de una discusión literaria en alguna novela mía. Es decir, contribuyen a cierta atmósfera y a cierta sofisticación del lenguaje, que eso sí me interesa. Me interesa que se perciba que en mis novelas, y de ésto sí estoy orgulloso, en general los personajes piensan, no son personajes marginales que prácticamente se definen por la manera en que actúan o por su violencia y entonces el vocabulario tiene que ser elemental y tienen que dar la sensación de que son casi como autómatas guiados por los instintos. No, los personajes si no son intelectuales tienen un compromiso con el conocimiento. Tienen como una especie de discurso filosófico, por así decir, que comporten o exponen.

Recién me decías que vos mismo te tenías como lector. En cada libro tuyo, ¿encontraste uno que te gustara?

Lo que me pasa es algo que trato de describir en la última novela que escribo, que es que los libros míos me parecen a la vez familiares y extraños. Cuando finalmente los dejo y los vuelvo a releer al cabo de muchos años, nunca tolero leerlos enteros, porque siempre hay algo que me espanta. Una impresión muy extraña, me sorprende que unas cosas estaban muy bien -muy bien en el sentido que estaban mejor de lo que yo hubiera esperado-, o sea que las puedo leer como si las hubiera escrito otro, y a la vez percibo muchas veces que podría ir mucho mas allá en otras cosas. Pero tiene que ver con el desarrollo de uno mismo como escritor. Creo que uno va como expandiendo su dominio, y uno empieza a sentir que de cada pequeño tema, uno puede realmente a la vez desarrollarlo e insertarlo dentro de la novela. Esa es un arma de doble filo: cuando uno empieza a escribir tiene pocas ideas y escribe lo estrictamente necesario y los textos son un poquito áridos, un poquito cortados, pero tienen como la fuerza de lo esencial. Después, uno se va dando cuenta de que puede escribir y expandir cada uno de los temas que va mencionando y eso tiene para mí un límite. Un límite en que se pierden las dimensiones, se pierde el cuadro general muchas veces. Uno tiene que empezar a manejarse en esa tensión, entre lo relativamente crudo de los primeros textos y de lo demasiado abigarrado de los posteriores.

Entonces seguirán siendo novelas siempre.

Justamente, lo que me está pasando ahora es que con un texto que yo pensaba que iba a ser un cuento de cuarenta páginas, escribí una novela de doscientas, más de doscientas páginas. En ese sentido tiene una parte buena, porque uno siente que se logran expandir los temas, desarrollarlos, tratarlos, y otra parte también un poco preocupante porque se empieza a hacer mas largo todo el trabajo sobre el texto y uno pierde esa capacidad de síntesis que pudo haber tenido en algún momento.

No esperaría un libro tuyo exageradamente grande.

No, en general siempre mantengo mi costado matemático sensor que se preocupa de cortar todo lo que no sea necesario, en algún sentido.

Ayudanos a los lectores de la revista con esto: ¿Por qué los alumnos fallan en matemática?

Tengo una teoría un poco extraña, que es que la matemática entra en un momento equivocado, en general, en la vida de los chicos. No significa que no haya chicos dotados especialmente para las matemáticas desde muy temprano, pero me parece que en los primeros años del colegio primario es a la vez, el momento en que los chicos de esa edad aprenden mejor que cualquier adulto las habilidades que tienen que ver con las destrezas físicas, los deportes en particular, con la música y los instrumentos, que de algún modo involucra la destreza manual y los idiomas. Para mí, una educación razonable tendría que hacer hincapié en esos años primeros, en esas habilidades. Y la parte de la matemática desarrollarla a través de juegos como el ajedrez, juegos que están en las inmediaciones del pensamiento y que ayudan a lo que es la concentración, ayudan a lo que es la anticipación, el planteo de problemas, el desarrollo de estrategias. Juegos que tengan un espíritu, un aire matemático; así enseñaría yo la matemática en los primeros años. Y algo así intentan hacer en Inglaterra. No se preocupan demasiado por los contenidos de la educación hasta que los chicos no tienen nueve años, y en los últimos años les enseñan todos los contenidos. En vez de repetir las tablas todos los años las enseñan una vez cuando son más grandes. Y les enseñan mucho mas en los últimos años que en los años anteriores, pero mientras tanto se va formando de algún modo como esa especie de maduración de lo abstracto que requiere lo matemático. Me parece que el primer encuentro con la matemática debería resultarle a los chicos fácil, familiar, agradable, como puede resultar una materia como la literatura. Si los chicos escucharan cuentos desde que son chiquitos a la noche y llegan a la escuela y de pronto escuchan un cuento, bueno, es algo que esta dentro de un mundo familiar que les resulta agradable. Hay toda una parte de la matemática que tiene que ver con darles a entender a los chicos, o mostrarles, cómo también la matemática está ligada con la vida. Creo que ese es el gran aporte que intentan hacer libros como "Matemática... ¿Estás ahí?" de Adrián Paenza, o como el de Pablo Amster, "La Matematica como una de las bellas artes".

Y toda la colección "Ciencia que ladra" dirigida por Diego Golombek.

Claro, mostrar como hay una vinculación natural. Y te diría incluso: desde el punto de vista práctico y también desde el punto de vista filosófico, hay toda una manera de pensar en cosas de la vida diaria que tienen que ver, y aún en cuestiones puramente lógicas, con una mirada científica. Son las verdaderas herramientas que uno puede recoger de la ciencia para todo, para la política, las discusiones, esos mínimos elementos de racionalidad que no están en la práctica diaria.

¿Cómo fue lo tuyo en la secundaria?

Matemática fue la materia en la que peor me iba, sin ninguna duda. No me iba mal, pero para las demás materias tenía una especie de afinidad inmediata, me daba cuenta inmediatamente como eran las líneas generatrices de lo que estaba estudiando y en cambio en la matemática no tenía eso. Nunca me sentí un matemático nato. Seguro hay un don matemático, indudablemente, incluso lo vi en uno de mis compañeros, de una facilidad, de una intuición acorde a la disciplina. Prácticamente en toda la secundaria me dediqué a jugar al tenis y un poco al ajedrez, un par de años. Lo intenté. Llegué a jugar los Nacionales pero no tenía ni de lejos la envergadura física que hay que tener como para ser tenista, entonces perdía inmediatamente. Pero si me dediqué de una manera absoluta.

Entonces… mejor matemática.

Cuando empecé la Universidad sí me gustó la matemática y sobre todo una materia, creo que de álgebra en el fondo, pero que hablaba de los diversos tipos de infinito, de las paradojas lógicas. Ahí fue que encontré como un pasaje de la matemática y la filosofía, de la matemática y la lógica. En Bahía Blanca había una Escuela de Lógica importante y me enteré de algo que se llamaba la lógica matemática. Borges decía que había personajes en "Las mil y una noches" que se enamoraban de una mujer sólo por escuchar su nombre; bueno, a mí me pasó algo así con la lógica matemática, solamente de escuchar la idea que yo me hice me pareció que era algo formidable, que debería ser algo muy interesante para hacer. Entonces me dediqué a estudiar esos temas. Me fue realmente bien en esa área. Dentro de la matemática hay ramas muy diferentes con herramientas muy distintas, con intuiciones distintas, y creo que tenía cierta intuición mejor con respecto a esta rama de la lógica.

¿Una biografía imperdible?

La de Philip Dick por Emmanuel Carrére es un libro extraordinario. Además creo que en Philip Dick hay algo que tiene que ver con la ciencia ficción y a cualquier persona con un interés científico le va a parecer esa biografía extraordinaria.

¿Ajedrez o Go?

Al Go he jugado, pero la verdad jugué muy poquito en mi adolescencia, recuerdo haber aprendido un poco las reglas en un momento, pero después me olvidé todo. Y recuperé algo del espíritu del Go con la novela "El maestro de Go" de Yasanari Kawagata, y de ahí saqué alguna idea para esta novela que terminé ahora.

¿Coleccionás algo?

No.

¿Nada?

Sólo los libros que van apareciendo traducidos.