28 de enero de 2009

Ana María Shua: "En el fondo, lo que la gente quiere es escribir su propia historia, y así perpetuarse"

La escritora Ana María Shua (1951) estudió en la Universidad de Buenos Aires donde se graduó como Profesora en Letras y obtuvo una Maestría en Artes y Literatura. Ha trabajado como publicitaria, periodista y guionista de cine, y desde la aparición de su poemario "El sol y yo" en 1967, ha publicado alrededor de cincuenta libros. Durante la última dictadura militar estuvo viviendo en Francia, donde trabajó para la revista española "Cambio 16", y a su regreso a la Argentina publicó su primera novela, "Soy paciente", a la que siguieron "Los amores de Laurita", "El libro de los recuerdos", "La muerte como efecto secundario" y "El peso de la tentación". También es autora de los libros de cuentos "Los días de pesca", "Viajando se conoce gente", "Como una buena madre" e "Historias verdaderas", y de las colecciones de microrrelatos "La sueñera", "Casa de Geishas", "Botánica del caos" y "Temporada de fantasmas", un género, este último, del que se ha convertido en una de sus representantes más destacadas. Además ha editado libros humorísticos -"El marido argentino promedio" y "Risas y emociones de la cocina judía"- y más de una treintena de libros de cuentos infantiles y juveniles. Algunas de sus novelas han sido publicadas en Alemania, Brasil, España, Estados Unidos e Italia. El 21 de marzo de 2007 la escritora fue entrevistada por el periodista Juan José Panno (1949), docente y codirector de las escuelas de periodismo "Tea" y "Deportea", y colaborador en la revista "El Gráfico" y en los diarios "Clarín", "Crónica","La Razón", "La Voz" y "Página/12", donde escribe actualmente. La entrevista fue publicada en "Cuentosymás", el sitio web -muy recomendable, por cierto- que él dirige.


¿Qué se considera microcuento?

Los críticos para darle un nombre de minificción, minicuento o microcuento, todas las maneras como se lo llama, dicen que debe tener menos de veinticinco líneas. O sea, si tiene más de una página, ya es un cuento breve.

Más allá de la extensión ¿qué rasgos particulares diferencian a los microrrelatos de los cuentos breves?

Más allá de los límites de líneas, no hay otras cosas que los diferencie de los cuentos breves. La extrema brevedad de los microcuentos es la característica que provoca las diferencias con los demás textos. Hace que sea casi imposible desarrollar momentos muy complejos, o la psicología de los personajes. Digo casi porque siempre aparece alguna excepción que demuestra que en realidad si se puede. En la minificción se produce una fuerte concentración del sentido y por eso, por más que sean cortitos, es muy cansador leer muchos textos de minificción, uno detrás de otro. Porque cada uno requiere cierto tiempo para apropiárselo, unos segundos para disfrutar del efecto, porque deja una especie de regusto, que necesita un espacio de tiempo. Son como los bombones, si uno se come una caja de bombones seguramente se empacha.

¿Cuáles son las características más comunes de las microficciones?

En general tienen una tendencia general al humor, a la sorpresa, al golpe de efecto. Y todo eso tiene que ver con la brevedad. Creo que lo que es verdaderamente difícil es emocionar con un cuento brevísimo, es mucho más fácil hacer reír. Y todo lo que puede haber dentro de esas veinticinco líneas, hay un cuento de un autor norteamericano que se llama Robert Haas, que cuenta la relación de un hombre con una mujer grande en una escuela de verano, en el que hay un desarrollo de los personajes extraordinario y una emoción que te deja con un nudo en la garganta. Se llama "Una historia acerca del cuerpo".

¿Cómo encarás la escritura de un libro de microcuentos? ¿Pensás en un tema como hilo conductor desde el principio o es algo que se va organizando en el proceso de escritura?

Generalmente pienso un tema, que no va a dominar todo el libro, sino que me va servir para algunos textos. En "Casa de geishas", por ejemplo, lo que se me cruzó fue "Las ciudades invisibles", de Italo Calvino. Un libro extraordinario. De ahí partió mi idea de elegir un tema y basarme en ese eje. Y después se me ocurrió ese especie de burdel de la imaginación que es "Casa de geishas". En el caso de "La sueñera", sin pensarlo demasiado empezaron a aparecer textos relacionados con el sueño y el insomnio. Partió de una revista mexicana, que se llamaba "El Cuento", de Edmundo Valadés. En esa revista encontré el concurso permanente de cuento brevísimo. Y ahí empecé a escribir mis primeros cuentos brevísimos (los que están en "La sueñera") para mandarlos a ese concurso. Muchos de los grandes escritores de minificciones latinoamericanos, como Alvaro Menéndez Vidal, Brito García, René Andrés Favila, aparecieron por primera vez allí.

¿Y en Argentina cuándo empieza a tener importancia el microcuento?

Acá todo empezó en 1953 con los "Cuentos breves y extraordinarios", de Borges y Bioy Casares. Fue la primera antología de microcuentos que se publicó en América Latina, y después continuó en México con Arreola. En realidad acá todos los maestros del cuento han escrito cuentos brevísimos. En Argentina el cuento breve tiene una gran tradición, porque han escrito minificción Borges, Casares, Cortázar, Marco Denevi, Isidoro Blaisten, Enrique Anderson Imbert. La gente en realidad no debería sorprenderse de la existencia del minicuento. Hace unos diez o quince años el cuento brevísimo fue descubierto por la crítica. Entonces empezaron a aparecer muchos artículos al respecto, se empezó a difundir en las universidades, se encontró un nicho donde ponerlo, se establecieron sus límites y a partir de eso empezó a tener más difusión.

¿Creés que hoy hay una especie de boom de la microficción?

Ahora está un poco de moda la lectura en general. La sociedad está tratando de promover la lectura, cosa que me parece fantástica. Yo lo noto porque todo el tiempo me están preguntando acerca de mis lecturas. Dónde leo, cuándo leo, cómo leo.

¿Cómo pensás que se puede generar el gusto por la lectura en los chicos?

Si uno siente la pasión de la lectura, no resulta imposible transmitirla. El que realmente goza leyendo es una especie de adicto, y promover la lectura le resulta tan fácil como a un adicto la droga. Simplemente yo creo que el lector compulsivo, contagia a la gente que tiene alrededor. Yo soy una lectora muy ecléctica, por eso también escribo un poco de todo. Me encanta el minicuento, el cuento y la novela. Todo lo que sea narrativa de ficción me apasiona. Por otra parte también hay que ver hasta qué punto un docente tiene alcance en su clase porque no todos los chicos que tenga van a ser buenos lectores, no todos van a gozar muchísimo de la lectura. Como tampoco a todo el mundo le interesa el deporte; yo cuando llego a la parte deportiva del diario, lo cierro.

Y si tuvieses que organizar un concurso de escritura para chicos, por ejemplo, ¿qué es mejor para estimularlos a escribir: una consigna determinada o darles libertad absoluta?

En un concurso de escritura para chicos yo les daría tema libre, ¿porqué limitarlos por el tema? O sino, algún título vago y sugestivo, que deje el campo libre. Lo que si es verdad es que cuando uno tiene límites, la imaginación funciona mucho mejor y más afiladamente. Por eso el tema recurrente de la página en blanco, la página en blanco es eso: la imaginación librada a sí misma, sin ningún marco. Yo trabajé quince años en publicidad, y me acuerdo cuando me decían: "Hay que hacer un aviso para unos jeans", entonces yo me empezaba a preguntar desesperadamente: "Qué diferencia tiene con los de la competencia, qué es lo que están publicitando las otras marcas".

¿Qué te encontrás cuando vas a los colegios a leer o a dar charlas?

En las escuelas, aunque las maestras piensen que sus chicos han preguntado cosas interesantísimas, los chicos me hace una y otra vez las mismas preguntas. Un chico me pregunta: "¿Por qué escribís?". Y le digo: "Porque cuando era chica era lo que mejor me salía". Después otro me pregunta: "¿Por qué escribís?". Entonces le digo: "Para ganar el aplauso y los elogios de la gente". Y otros me preguntan: "¿Por qué escribís?". Entonces me obligan a profundizar, y hasta yo me pregunto por qué corno escribo.

¿Escribías cuando eras chica?

De chica cuando escribía "composición, tema", me salían muy bien, tenía siempre "excelente". Cuando no los vendía, porque como los hacía muy rápido… Soy mercenaria desde chiquita. Yo empecé a vender mis cuentos a eso de los siete años, y más tarde cambiaba las composiciones por figuritas brillantes. Las composiciones más que nada eran ensayos. Nunca nos pedían que escribiéramos historias, casi siempre descripciones. También era la poetisa oficial de la escuela, más que nada escribía poesía porque no sabía narrar. Yo escribía poesía, y rápidamente me convertí en la poetisa más reconocida de la Escuela Nº 15 del Consejo Escolar 7º, y las maestras me pedían que escribiera versitos para las fechas patrias.

¿Cómo empezaste a escribir narrativa?

A la narración la tuve que conquistar muy lentamente, en un momento pensé que nunca iba a llegar. Porque a los ocho años sentía que podía escribir poesía de una manera muy aceptable para mi edad, pero me resultaba imposible contar. En realidad muchos años después descubrí que la narración necesita muchísima más madurez que la poesía. Un chico puede crear imágenes poéticas valiosas, pero muy difícilmente pueda narrar una historia que sea interesante y atractiva para otros. Yo leía "Bomba, el niño de la selva", pero cuando trataba de escribir las aventuras de una niña perdida en la selva, aparecían vampiros y pozos de serpientes, y no había manera de que pudiera ordenar eso en una narración coherente. Me resultaba desesperante, no se me ocurría qué podía ser, pensaba que no era para mí. Más tarde, de adolescente, entre los quince y los veintipico, empecé a escribir mis primeros cuentos pasando por todo un proceso de prosa poética.

¿Cómo empezaste tu carrera de escritora?

Cuando terminé el secundario quería trabajar como periodista, entonces empecé a recorrer redacciones, pero no había trabajo para mí. En esa época trabajaban muy pocas mujeres en periodismo. Todos me mandaban para el lado de las revistas femeninas, así fue como llegué a "Nocturno". Ahí me pidieron cuentitos románticos. Yo tenía veinte años, y eso me ayudó muchísimo; yo sabía que lo que me estaban pidiendo no era arte con mayúscula, pero me ayudó a largarme, a desarrollar y aprender la técnica del cuento. Escribí algunos cuentitos que firmaba como "Diana de Monte Mayor". Esos cuentos los guardé y se me perdieron.

¿Y tu primer libro? Ahí está el cuento "El otro yo", que es uno de tu relatos más fuertes…

Ya casi me había olvidado de la existencia de ese cuento, porque se publicó en "Días de pesca", y nunca se volvió a publicar. En general ese libro está bastante bien, y tiene creo el mejor cuento que tengo escrito que es el que le da nombre al libro. Nunca me volvió a salir un cuento tan bueno. Yo aprecio mucho ese libro.

Con tantos libros publicados ¿Te cuesta mucho empezar un nuevo libro?

Uno quisiera cada vez escribir algo original, único y distinto, pero con los años se va volviendo más y más difícil. Cuanto más libros tiene uno sobre el lomo se dificulta aún más encontrar una nueva voz, una forma de decir diferente. Yo no soy una escritora tan popular como para preocuparme en el gusto del público, mis novelas no se han vendido tanto como las de García Márquez, por lo tanto me siento libre de probar nuevas variantes. Pero con los años, naturalmente uno se va anquilosando y va descubriendo que ese mundo que cuando uno se largó a escribir parecía infinito, en realidad es bastante limitado. Cada uno tiene el suyo y no es fácil salir de ahí.

¿Cómo definirías "tu mundo"?

Cuando yo escribí mi primera novela, "Soy Paciente" -que era sobre un tipo que era internado a la fuerza en un hospital, que trataba de salir pero quedaba atrapado en una maraña burocrática-, no pensaba que en realidad ese tema era tan central en mi vida. La historia era un caso que le había sucedido a un conocido en la realidad, y yo pensaba que lo había elegido con total libertad. Y en realidad, años más tarde me di cuenta que el tema de la enfermedad, así como la rebelión contra la autoridad, la burocracia, la gente metida en una situación de la que le resulta difícil salir eran constantes que iban a aparecer una y otra vez en mi obra.

¿Qué estás escribiendo ahora?

Ahora estoy escribiendo para chicos pre-lectores. Nada para adultos. Es muy divertido porque son libritos muy breves que se estructuran en función de una idea fuerte, así que hay que esperar a la idea, y después sale. Es un poco misterioso saber de donde sale la idea; lo único que puedo decir es que cuando no se me ocurre nada, acudo a algún cuento popular. Es para que se lo lean los padres, con los dibujos. Es un trabajo sencillo y encantador, muy apropiado para recuperarme después de una novela.

¿Por qué "recuperarte" de una novela? ¿Es tan traumático?

Escribir una novela para mi es agotador, es un trabajo que tiene algunos momentos placenteros, también otros muy sufridos. Sobre todo el momento en el que no se sabe para dónde dispara. Además, uno va escribiendo y lo que queda atrás es un material informe, confuso y desagradable. Mi técnica para poder avanzar en una novela es no corregir, entonces en el trayecto van cambiando los nombres de los personajes, cosas de la novela que en el momento en que estoy escribiendo ya se que voy a tener que volver atrás para cambiar y justificar. Pero trato de llegar hasta el final, aunque sea en esa calidad de material desagradable, sino sé que nunca voy a poder terminar de escribirla.

Terminar una novela para vos entonces debe ser un gran alivio…

Cuando uno llega al punto final, al principio no se queda con una sensación placentera porque una novela es un texto que te ha tenido concentrado durante mucho tiempo, y uno ha estado viviendo durante ese tiempo en el doble mundo de la realidad y la novela. Uno camina por la calle y habla en su fantasía con sus personajes; tal vez la gente me cruza y me ve hablando sola por la calle y en realidad estoy armando un diálogo entre personajes. Y de repente, uno de esos donde mundos en los que vive se apaga, y uno siente una sensación de vacío por un tiempo. Además, todo lo que uno tenía trató de ponerlo en la novela. Hay un vaciamiento real.

¿Cómo te llevás con la crítica?

Acá los críticos y los escritores se conocen personalmente. Es un circuito muy chiquito y todos somos conocidos, amigos, enemigos. Y eso limita la tarea de los críticos. Yo me alegro muchísimo de no haber tenido que escribir nunca sobre otros escritores argentinos, porque es un compromiso muy grande. Los autores se quejan mucho de que los críticos no elogian ni critican con entusiasmo, dicen que todos los libros argentinos se comentan con una especia de medianía poco fervorosa. Pero es muy difícil.

¿Hay algún comentario sobre tus textos que te hayan hecho y que vos no tenías idea que se podía interpretar así?

Muchas veces, pero cosas muy elementales, por ejemplo en "Los amores de Laurita", alguien me dijo que los personajes todo el tiempo o comen o vomitan. Y yo no me había dado cuenta de que era así. Me preguntaron si yo vomitaba mucho, pero yo desde que soy grande y no me mareo en el auto que no vomito más. Tampoco el escritor tiene las claves de su propia producción. Todas las lecturas me parecen aceptables, puede tener mucha razón un crítico en descubrir cosas que el propio autor no vio. Aunque hay muchas cosas que son fantasías de los críticos. Todo lo que escribe un escritor de ficción es deliberado y no lo es. Uno sabe lo que escribe, no es inocente, y al mismo tiempo aunque domina los recursos no domina todo, no controla con toda precisión cuáles son los temas sobre los que va a escribir. Las decisiones las hace sobre un "corpus" predeterminado dictado sobre su inconsciente. Yo como lectora no trato de descifrar qué es lo que quiso decir, sino que leo lo que está en el texto.

Pero, por ejemplo, hay un énfasis en muchos de tus libros sobre el mundo femenino. ¿Hay una intención determinada de trabajar específicamente con ese universo?

"Los amores de Laurita" es especialmente muy femenino y fue, de algún modo deliberado, para contrarrestar el efecto de la novela anterior, "Soy paciente", en la cual escribí en primera persona desde la mirada de un hombre. A un hombre no le preguntan por qué describe el mundo masculino. Me parece que es una cosa natural escribir desde el lugar de la mujer, siendo mujer. Somos mucho más parecidos de lo que creemos.

¿Cómo es enseñar a escribir minificciones? ¿Se puede enseñar a alguien que nunca escribió nada, por ejemplo?

Se puede escribir minificción, sin haber producido otra cosa antes. Yo empecé escribiendo minificción, y el taller fue de minificción. La minificción tiene muchas ventajas, y más todavía con lo que concierne a un taller: la minificción se puede escribir en el momento. Y es muy fácil dar ejercicios que sirvan de disparador. Nunca dejé de darle a la gente que escriba sobre un animal imaginario. Siempre salen cosas muy lindas y divertidas. Otro ejercicio que daba, por ejemplo, era escribir telegramas. Un ejercicio que di en un taller en Estados Unidos, era decirle que escribieran un aviso que iba a salir en el "New York Times", que por lo tanto va a salir carísimo y ellos deben cuidar el precio de cada palabra. Y les pido que ofrezcan una máquina imaginaria. Y así me encontré con el texto de una chica que dice: "Vendo una máquina para adivinar el futuro. Sé que la comprará". Lindísimo.

¿Cúanto tiene que ver el ingenio en la escritura de mini cuentos?

En la minificción hay un juego de ingenio, que cuando uno se mete en el género trata de eludir. Es un peligro también el ingenio. En términos generales, todo lo que a un escritor le sale fácil, es un peligro. Para llegar a obtener lo mejor de sí mismo, tiene que trabajar a contrapelo, lejos de su facilidad, o al contrario, llevar su facilidad al extremo. Pasarse del otro lado.

¿Se puede enseñar a ser ingenioso?

No se puede enseñar a ser ingenioso, eso se tiene o no se tiene. Uno puede ayudar a la gente a descubrir algo que tienen escondido, pero hasta ahí. Con ciertos ejercicios se puede hacer que la gente saque sus mejores posibilidades creativas. Todos tenemos una posibilidad, eso es inherente al ser humano, pero no para todos es igual. Hay mucha gente que tiene habilidades en otras cosas, y sin embargo, por lo menos acá en Argentina, todo el mundo tiene esa fantasía de ser escritor. Hay una cantidad de gente inverosímil que tiene originales escondidos en algún cajoncito. En el fondo, lo que la gente quiere es escribir su propia historia, y así perpetuarse. Quiere dar a conocer su visión del mundo.

¿La gente te acerca sus originales?

A mi me acercan muchísimos textos. Y más de lo que quisiera. Porque cuando era chica si un hombre me invitaba a tomar un café, era porque estaba interesado en mí, en cambio ahora si un hombre me invita a tomar un café, se que tarde o temprano va a sacar los originales. Ahora con el correo electrónico recibo muchísimos textos de personas desconocidas, y cada uno de ellos es una persona, pero yo también soy una persona y no puedo responderle a todos. Leer un original es una tarea larga y penosa, y dar una respuesta a veces es difícil. Cuando no me convence lo que leo, les digo que vayan a taller.

¿Qué talleres de escritura recomendarías?

Yo de los talleres, a mi hija la mandé al de Liliana Hecker, pero está Guillermo Saccomano, Pablo Ramos, Alicia Steimberg, Leopoldo Brizuela.

¿Qué consejos les darías a la gente que está empezando a escribir?

Hay que ser un lector apasionado, si uno no es un lector que le apasiona leer literatura de ficción, no tiene porqué intentar escribir. Porque hoy hay mucha gente que quiere escribir y no quieren leer. Si ya es un gran lector y quiere empezar a escribir, tiene que haber un equilibrio entre subestimarse y sobreestimarse. Porque si uno está en la situación de que todo lo que escribe le parece abominable, mediocre o estúpido, se paraliza. Y si a uno le parece que todo lo que escribe es un aporte a la literatura universal, empieza a creerse un genio incomprendido, no acepta críticas, se frustra, y consigue el mismo resultado que la subestimación, la parálisis. Hay que encontrar un equilibrio. Hay que ser severamente autocrítico. Yo noto que mucha gente escribe maravillosamente bien y también escribe muy mal, y ellos no se dan cuenta del contraste de unas partes con las otras. Se enamoran de todas las palabras, entonces no progresan, y el conjunto de sus textos no tienen valor. Todos, los grandes escritores, los buenos y los mediocres, escribimos cosas que no tienen valor, que no tienen sentido. Por algo dice el refrán: "Hasta Homero duerme a veces". Algunas veces la diferencia entre un buen escritor y uno mediocre, es la autocrítica, el darse cuenta que no todo lo que uno escribe es bueno. No hay que desanimarse ante los rechazos editoriales. Los argentinos tenemos una muy fuerte tradición de cuentistas; los escritores generalmente comienzan escribiendo cuentos, que son muy difíciles de publicar. Cuando yo era chica, había varias revistas que publicaban cuentitos. Las revistas femeninas traían cuentos y novelas por entregas, estaban "Leo Plan", "Vea y Lea". Los suplementos culturales también publicaban cuentos. Hoy no hay bocas de expendio para los cuentos, no existen casi revistas que publiquen cuentos, salvo "La Mujer de mi Vida", y alguna revista literaria muy especial. Las editoriales rechazan los libros de cuentos porque está de moda la novela, la gente lee novelas y los libros de cuentos no los quiere nadie. Entonces no hay que desanimarse porque uno se encuentre con un montón de rechazos editoriales. Mis primeros libros fueron rechazados en todas las editoriales, y la edición de los "Días de pesca" se la pagué a Corregidor. Para publicar hay que presentarse a concursos, no hay que pensar que todos están arreglados, tal vez lo estén en los que hay mucho dinero en juego. La mayor parte de los concursos son lícitos, los jurados son otros escritores y les encanta descubrir nuevos autores. En la literatura hay altas cumbres, pero que forman parte de una cordillera. No hay que achicarse, sino, uno no va a poder escribir nunca. Uno se puede conformar con ser una montañita de esa cordillera. Una lomita, una estribación de la precordillera.