3 de enero de 2009

Juan Calzadilla: "Todo poeta comienza donde otro ha terminado"

Juan Calzadilla (1931) es un artista venezolano, reconocido ensayista, museógrafo, periodista, curador de artes plásticas, editor, crítico de arte, dibujante y poeta. Participó en la fundación del grupo "Apocalipsis" de tendencia surrealista, en Maracaibo, y de "El Techo de la Ballena", un grupo de vanguardia que repercutió de manera significativa en la actividad literaria y plástica durante la década de los '60. Creó en el diario "El Universal" la columna "Reseña de la Semana", dedicada a la actualidad plástica y, entre 1958 y 1959, se dio a conocer como dibujante a propósito de su participación en el Primer Salón Oficial de Arte Venezolano, con el seudónimo de Esteban Muro. Es uno de los miembros del movimiento pictórico conocido como Informalismo y ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1996. Su trayectoria artística, oscilante en la cuerda poética del epigrama, la paradoja, el humor, el aforismo, la reflexión y has­ta el cuento breve, ha merecido un destacado reconocimiento internacional. Más de veinte libros conforman su obra poética, entre los que se destacan: "Primeros poemas", "La torre de los pájaros", "Dictado por la jauría", "Tácticas de vigía", "Oh smog", "Malos modales", "Las contradicciones sobrenaturales", "Diario para una poesía mínima", "Minimales", "Principios de urbanidad", "Corpolario", "Tema para el próximo silbido" y "Diario sin sujeto". También publicó las novelas "Bicéfalo" y "Ritos cívicos" y una importante cantidad de ensayos sobre artes plásticas. El periodista argentino Lautaro Ortiz (1973) lo entrevistó en su casa de Vela de Coro, Estado Falcón, en el noroeste venezolano, para el nº 17 de la revista "Lezama" de septiembre de 2005.Antes de Chávez su obra circu­laba en Buenos Aires bastante, in­cluso le publicaban entrevistas y hasta se editaban sus libros como la recordada "Antología mínima". Desde entonces y por desgracia, su nombre y su obra han dejado de verse en los medios argentinos de­dicados a la poesía. ¿Cree que esa ausencia está relacionada con su posicionamiento político?

Lo que usted dice puede ser cier­to, aunque esto no me preocupa. Tam­bién la poesía, como la moda, pasa. Mi obra poética está hecha al desgaire, como por añadidura, mientras me ocu­paba de otras tareas que, como la críti­ca de arte, yo tomaba más en serio pues de eso vivía. De todos modos, si fui leído en algún momento en Buenos Aires, como usted dice, créame que lo tomo como un signo alentador. Sin em­bargo, la observación suya, permítame decir, me remite a dos cosas principa­les: en primer lugar al hecho de que la obra de los poetas circula ahora más a través de internet, páginas webs y co­rreo electrónico, que a través de publi­caciones impresas, libros y revistas. Estos medios han ido progresivamen­te cediendo espacio a la comunicación electrónica, más inmediata, accesible y barata. En segundo lugar, me explico lo que usted observa respecto de mi obra por la incomunicación en que los países latinoamericanos han vivido y en especial en las últimas décadas, cuando se incrementaron increíble­mente el costo de los boletos aéreos, el correo postal, el precio de las edicio­nes, el desempleo y, en fin, tantas co­sas. El envío de un libro desde mi pa­tria costaba más de lo que se paga por él en librería (ahora va a implementarse un sistema de franquicia para la li­teratura creativa). Ya no resultaba tan fácil publicar un libro en otro país cuando en el país mismo de origen ha­cerlo era una hazaña. Por otra parte, hemos vuelto a un nacionalismo recal­citrante que sigue impidiendo que nos interesemos por las novedades litera­rias producidas en las naciones veci­nas. Usted sabe que en la década de los '90 se pusieron de moda los festivales de poesía oral, lo cual contribuyó mucho a que la obra de uno fuera leída, in­teresara y se publicara en otras regio­nes, y a la inversa. Yo mismo fui favorecido por esta apertura comunicacional que fue flor de un día. Hemos vuel­to a pertrecharnos en nuestras fronte­ras. En Argentina, para dar un ejem­plo, no circula la obra de los poetas ve­nezolanos, salvo cuando son publica­dos en editoriales transnacionales, pe­ro ya usted debe saber, para citarle un solo caso, que la editorial Norma, de Colombia, acaba de cerrar su colec­ción de poesía internacional, alegando que la lírica no vende. Las ediciones poé­ticas de hoy día alcanzan a cincuenta y cien ejemplares y son los autores mismos los que, raspando sus ollas, sufragan los costos y corren con el muerto. No hay en muchos de nuestros países edi­toriales del Estado como la venezola­na Monte Avila Editores, la cual se da el lujo de lanzar a los poetas más co­nocidos de nuestro país en ediciones de treinta y cinco mil ejemplares. Monte Avila se ha ocupado de difundir la literatura ve­nezolana a la par de la extranjera. Y ha provisto al escritor venezolano de un cierto cosmopolitismo que falta en otra partes y que haría bien que lo tu­vieran. Ahora voy a referirle lo si­guiente: en nuestro país se ha editado a más de una veintena de poetas ar­gentinos, por uno o ninguno de Vene­zuela publicado en Argentina durante un lapso de más o menos veinte años.
En algunos medios, claramente opositores, a usted se lo llama "po­eta chavista" y se lo menciona co­mo uno de los pocos intelectuales que apoyan el cambio político de Chávez. Más allá de esa cortina de desprestigio, ¿qué pasa con la intelectualidad en su país? ¿Cuál es su compromiso?
En los diarios venezolanos puede leer usted cualquier disparate con tal que sea siempre para desprestigiar al gobierno de Chávez. Pero si le dijera que en este momento son más, numéricamente hablando, los que apoyan los cambios que se están efectuando en el país que los que los adversan, us­ted no lo creería porque usted sabe que varios medios de su país difunden ha­ciéndose eco interesado de lo que dicen los medios venezolanos que, como se sabe, apoyaron irrestricta y mayoritariamente el golpe de Estado de 2002. En todo caso, decir que la revolución venezolana no cuenta con el apoyo de intelectuales es una matriz de opinión con la que se busca, internacionalmente, golpear al proceso por uno de sus flancos donde es más vulnerable: el ideológico. Precisamente aquel que el gobierno está más interesado en for­talecer y que de hecho se está robuste­ciendo. Lo cierto es que hubo un mo­mento en que la intelectualidad de de­recha, y otra que se dice de izquierda pero que igualmente mira hacia el im­perio, se mostró muy activa en las mo­vilizaciones y marchas que precedie­ron al golpe de Estado. Entre esta ra­lea intelectual hubo escritores y artis­tas plásticos consagrados, ganadores de premios nacionales, cuyos nombres aparecían en los manifiestos con­tra el gobierno y en apoyo a la élite pa­tronal que convocó al paro petrolero de 2002. Esto hizo creer a la opinión pública, dado el prestigio que tenían los nombres que encabezaban los ma­nifiestos, que era una masa intelectual importante cuando en verdad se trata­ba de una gran mayoría de funciona­rios reclutados de la empresa privada y de la administración pública, amén de muchos artistas plásticos frustra­dos en su sueño de instalarse cuanto antes en Miami y sin meter, por su­puesto al contingente representado por una clase media de comporta­miento fascistoide, embriagada de cacerolazos e idiotizada por el mensaje manipulador de los grandes medios de comunicación, prensa escrita y TV.
De acuerdo con lo que acaba de decir, ¿cómo se presenta la ac­tual situación de Venezuela en el marco de los dos bloques en que pareciera dividida la cultura vene­zolana?
No voy a referirme a los cambios que están ocurriendo en la Venezuela de hoy. Hay muchísima información en publicaciones y páginas webs, a partir del momento en que el país se convir­tiera, con el gobierno de Hugo Chávez, en referencia obligada del universo po­lítico de Latinoamérica. Sólo quiero agregar que estos cambios han sido muy positivos y están modificando la conducta, la idiosincrasia y el modo de pensar de los venezolanos, favorecien­do la autoestima y en consecuencia la participación y el protagonismo del co­mún de la gente, en todas las regiones del país. Estos cambios no cesan y ocu­rren vertiginosamente. Venezuela es hoy una especie de gran crisol político, un laboratorio. Una nación que se está transformando rápidamente, al punto de que ha hecho creer que el modelo so­cialista proclamado hace poco en una de sus intervenciones por Chávez pue­de pasar en poco tiempo de la utopía a una realidad concreta, convirtiéndose en modelo a seguir para otros pueblos de América Latina. El carácter radical de los cambios que están ocurriendo ha incidido por supuesto en el mundo in­telectual y en la escena cultural. Se manifiestan con igual acritud, saña y radi­calismo, en el campo del arte y la lite­ratura, de forma que han conducido a la división del país, también en la cultura, en dos bloques intransigentes: los que apoyamos el proceso y nos sentimos de algún modo identificados e integrados a él , y los que defienden el proyecto cultural de los gobiernos anteriores, proyecto (si es que se puede hablar de tal) caracterizado por una concepción selectiva y elitista de la cultura.
Intelectuales de derecha...
No quiero afirmar que los que ad­versan a la revolución de Chávez son intelectuales de derecha, puesto que algunos de ellos militaron hasta hace poco en partidos de izquierda, y aún se dicen izquierdistas que "disienten por principios del tirano". Pero es signifi­cativo que el rechazo, solapado o ma­nifiesto de esta intelectualidad de de­recha a las políticas de Chávez, tilda­das de populistas, se produzca acom­pañado por el mayor desprecio y bur­la a las medidas populares emprendi­das por el Estado, como son las misio­nes sociales y, en materia literaria, las múltiples redes de apoyo a la lectura y la puesta en práctica de planes edito­riales masivos que favorecen a gran número de personas que anteriormen­te no tenían acceso a medio alguno de publicación. En la educación está ocu­rriendo algo similar con las misiones creadas para enseñar a leer o a formar profesionales, por una vía alterna al cerrado y autonómico sistema univer­sitario. Entretanto, el conflicto políti­co contribuye a deslindar el campo in­telectual de izquierda del de la dere­cha, aunque se están produciendo acercamientos de los dos bloques, aproximaciones generadas por el he­cho de que ya se puede hacer una lec­tura más comprensiva y menos mediatizada -en el peor de los sentidos- de las políticas del Estado, justo a tiempo que, aupada por el clima de paz y las li­bertades existentes, surge una nueva intelectualidad de izquierda formada al calor de las misiones y de los módu­los de facilitación de la lectura y de es­tímulo a la escritura creativa que se han extendido como un rizoma por to­do el país, originando una fiebre de sa­ber y de expresarse. Más tarde que nunca, si el proceso no es interrumpi­do por la intervención extranjera, por­que la oposición trata empecinada­mente de crear las condiciones de de­sestabilización que justifiquen una in­vasión de los marines, o por el magnicidio, podríamos llegar a tener en po­co tiempo un país politizado y civiliza­do en el mejor sentido de la palabra, un país como el que, sin ninguna pro­babilidad de éxito, soñábamos desde la clandestinidad, en los tiempos de "El techo de la ballena" y de la guerrilla ur­bana.
¿Cree que esa transformación de fondo, esa ruptura definitiva con el modelo neoliberal, la tienen en mente los gobiernos de Kirchner, Lula y Tabaré?
No hay que llamarse a engaño cre­yendo que pueden producirse trans­formaciones sociopolíticas de fondo, por más que afecten la estructura pro­funda del país, sin antes cambiar el modelo neoliberal imperante en nues­tras economías. Eso se lo diría cual­quier estudiante de Economía y es lo que explica la alineación de Chávez dentro de lo que él ha llamado el so­cialismo venezolano del siglo XXI, de­cisión tomada acelerada y justamente cuando ya se habían adoptado en Venezuela políticas de cambio muy exi­tosas que apuntaban en los últimos seis años, de hecho, hacia el socialis­mo. O si usted quiere, hacia un capita­lismo de Estado. Sin esta decisión de Chávez, por la cual el país entra en nueva etapa histórica, la revolución bolivariana peligraría. La transforma­ción ocurrida en Venezuela ha sido vertiginosa si la comparamos con los cambios, más lentos y superficiales, que están sucediendo en países como Argentina y Brasil en donde no se ha producido y está lejos de producirse una ruptura con el modelo de econo­mía neoliberal, una ruptura que lleve a sus gobiernos a desarrollar políticas y estrategias tan radicales y extremas como las que se han implementado en Venezuela. Pero también estamos conscientes de que el rumbo que to­marán esos países sureños dependerá del éxito que, a breve plazo, tenga el modelo socialista venezolano. Es in­dudable, y eso lo sabe Chávez, que la posición progresista que tienen ac­tualmente los gobiernos de Brasil, Uruguay y Argentina fortalece enor­memente y le sirve de escudo protec­tor a la revolución bolivariana ante las amenazas del imperio, tal como se ha visto a propósito de las respuestas de Lula y Kirchner a los voceros de Bush cuando éstos los han emplazado a fijar en contra de Venezuela.

Pasando a la literatura, usted ha señalado alguna vez que los po­etas que trabajan con el estilete del desenfado y "el aniquilamiento de la conformidad" vigilan al len­guaje. Desde esa óptica, ¿qué pasa en Venezuela?


No hay muchos poetas a quienes desvele constatar que más importante que el resultado es el proceso de es­cribir. Eso es lo que entiendo por "vi­gilancia del lenguaje", tal como usted lo sugiere. Es decir, la producción de un estado previo a la escritura del po­ema en el cual el lenguaje es obligado a examinarse a sí mismo, como una herramienta y durante el acto de es­cribir. No se trata de la vigilancia de la pureza del idioma ni del estilo o de las formas de los géneros literarios. Se trata más bien de un estar consciente de la operación de escribir en el mo­mento mismo en que se escribe, lo cual nos vuelve más inconformes, más reflexivos que si sólo pensáramos en el resultado, haciendo del lenguaje un simple medio. En cuanto a valores que puedan asociarse a un nuevo mo­do de escribir que cuestione el facilismo, la repetición y el lugar común, de espaldas a toda intención renovadora, le diré que la poesía venezolana tiene una tradición contemporánea breve, que se inicia en la década de los '40 ba­jo la influencia de las vanguardias eu­ropeas y en particular del surrealis­mo, a través de un proceso de transculturación de valores y modelos que encontraron en los grupos "Sardio" y "El techo de la ballena", entre 1957 y 1961, el instrumento mismo para generar un movimiento renovador que llega has­ta nuestros días. Quizás sea en el aspecto crítico y teórico donde es más fuerte la poesía venezolana contem­poránea. En literatura somos pocos y el país es pequeño, estrecho para las mentes universales, y en donde los buenos poetas se cuentan con los de­dos. No se da aquí tanta dificultad pa­ra escoger lo más representativo, co­mo sí sucede en Argentina y en Perú, donde el cercado poético es abundan­te y enorme, pero entre nuestros poe­tas que manifiestan continuidad en su trabajo, poseedores de una obra ma­dura que merece ser leída en otras partes el elemento predominante pa­rece ser una cierta reflexión sobre el lenguaje que se da acompañada por la escritura y la crítica de la poesía, con muy diversos matices y registros de un poeta a otro, como podrían ser los que aportan Rafael Cadenas, Armando Rojas Guardia, Gusta­vo Pereira, Alfredo Silva Estra­da, Guillermo Sucre y Francisco Pérez Perdomo, entre otros.
Ha dicho reiteradas veces que la principal influencia de su obra no ha sido la lectura de poetas, sino la realidad. Hoy, ¿de qué mane­ra la nueva Venezuela influye en su trabajo, no sólo en sus textos, sino también en su obra plástica?
La idea no es mía. La tomé de Lichtenberg, quien decía que aprendemos más de la observación de las cosas que de la lectura de libros. Creo que lo de­cía pensando en la realidad como un todo que incluye a la lectura. Algo que sólo se puede afirmar cuando se ha vi­vido bastante y se está de regreso de los libros. Esto no quita que quien ha escrito bastante se resigna a despren­derse totalmente de ellos. Y menos que pueda negar cuánto debe a los libros. La lectura representa para el escritor el inicio de su carrera, especialmente cuando nos damos cuenta de que todo poeta comienza donde otro ha termi­nado. Lo que quiero decir es que, llega­do a cierto momento de nuestras vidas, la observación de la realidad se hace una con la reflexión. También pienso que la observación de la realidad ofre­ce un nivel de lectura más profunda que la lectura de libros, pues mientras aquella nos permite tomar distancia de los objetos, la otra es más propensa a sumergirnos en la subjetividad y a que continuemos con el vicio de conside­rar el lenguaje como una extensión del yo. Después de todo resulta difícil sa­ber qué es lo que uno toma de la reali­dad y qué toma de la lectura de otros poetas o en general de la literatura es­crita u oral. Borges atribuye al plagio la mejor fuente de inspiración para el escritor, pero quizás no estaba dicien­do nada original, pues Lautréamont, de quien no lo tomó Borges, decía que "el plagio es necesario, el progreso lo implica". Podríamos decir entonces que lo que en materia literaria se ofre­ce como novedad no pasa de ser un "collage" construido con los restos de lo que otros escribieron o dijeron.
Si no me equivoco, su último li­bro es "Protofixiones", una serie de cuentos breves que en Buenos Ai­res aún no se conoce. ¿A qué alude ese título?
En "Protofixiones" reúno textos que pertenecen a un género difícil de en­casillar pues no son cuentos breves ni tampoco poemas. Fueron publicados en libros de poemas de donde están tomados y se caracterizan por no res­ponder a una intención genérica defini­da: ni al relato tradicional ni al poema lírico. Surgieron a menudo de un es­fuerzo automático en donde más que el argumento o el tema preconcebido lo que interesa es el giro inesperado y fan­tástico que adquiere el texto cuando se escribe con precipitación, dejando que el argumento se arme solo por un mo­vimiento interno del lenguaje justamen­te en el proceso de escribir y como re­sultado de éste. Quizás sea éste el pro­cedimiento más común que utilizan los autores de esa ficción breve que última­mente se ha puesto de moda en la lite­ratura latinoamericana. Lo que preten­do decir es que hay una clase de ficción que no cabe meter en género alguno, ni en prosa ni en poesía.
Muchos señalan que el surrea­lismo como poética es cosa muerta y rechazan la imagen como estilete de la poesía. La considerada "nue­va poesía" argentina, parece estar más atenta a relatar una anécdota que a saber observarla...
Mire, actualmente se efectúan mu­chos esfuerzos para tratar de restable­cer la continuidad del surrealismo, el cual como usted sabe goza entre noso­tros de una tradición importante a la cual, sin embargo, pocos críticos asig­nan valor actual, a despecho de ser muy rica. Pareciera que es algo que ocurrió en nuestra literatura y que dejó una mar­ca profunda a la que siempre habrá que volver. Esta restauración del espíritu su­rrealista a través del surgimiento de grupos nuevos suele estar más motiva­da por el afán de estar informado que por hacer una literatura surrealista nueva, más por afán de conocimiento que por ímpetu creador. De hecho las con­diciones de la literatura han cambiado y continuarán cambiando. Y en ese mar­co el surrealismo ya cumplió un rol his­tórico. Pocos de sus practicantes conti­núan productivos y fieles al paradigma surrealista. Pero, por favor, no digamos que es un movimiento muerto. La obra de sus creadores continúa viva, y quién sabe si por estos tiempos tan calamito­sos el surrealismo pudiera llegar a ser de nuevo una llama encendida y peli­grosa como una bomba de tiempo.