Se atribuían sus obras a los dioses, a sabios famosos o a soberanos ilustres. Muchos fueron los alquimistas que dejaron su huella a lo largo de la historia: los alemanes Albertus Magnus (1193-1280), Cornelius Agrippa (1486-1535) y Karl von Eckartshausen (1752-1803); los ingleses Roger Bacon (1211-1294), John Dee (1527-1608), Robert Fludd (1574-1637) e Ireneo Filaleteo (1612-1702); los italianos Tomás de Aquino (1225-1274) y Bernardo Trevisano (1406-1490); los españoles Raymundo Lulio (1235-1316) y Arnau de Vilanova (1238-1313); el francés Nicholas Flamel (1330-1417); el suizo Teofrasto Paracelso (1493-1541) y el polaco Michal Sendivogius (1566-1646) fueron los más famosos.La finalidad de la alquimia era la transmutación, es decir, un cambio completo e integral, y muchas de sus técnicas y conceptos fueron tomadas por la química moderna. El Papiro Leiden -Egipto, siglo III- es la primera fuente que existe de técnicas metalúrgicas y de tinción. Es muy probable que la investigación en tinturas fuera uno de los primeros motores de la química, pero lo cierto es que, ya desde entonces, se advierte la intención de falsificar metales preciosos. El paso del fraude al intento de lograr efectivamente la transmutación marca el inicio de la alquimia.
El escritor, lingüista e investigador español José Antonio Millán (1954) dice en "La alquimia en quintaesencia" (2002) que "la compleja historia de los intentos por conseguir fabricar oro -el más perfecto de los metales y también el más preciado- a partir del mercurio, el azufre y otras sustancias, "se ve considerablemente complicada por el hecho de que el saber alquímico se ocultaba a los no iniciados con un lenguaje confuso, dándole a las sustancias empleadas el nombre de otras, o bien denominaciones genéricas. Nombres de animales o figuras de la mitología clásica podían también ocultar operaciones o productos y se usaban signos especiales para hacer referencia a los elementos. El hermetismo de los textos intentó proteger al alquimista de persecuciones".
Cuando la filosofía cristiana se unió al ya de por sí denso conjunto de significantes que se fundían en la alquimia, toda la utilería alquímica cobró nuevos significados y muchos grupos de adeptos tomaron de ella ante todo el aspecto espiritual más que el material. Para estos cristianos, al operar sobre la naturaleza se operaba sobre uno mismo, perfeccionándose y salvándose. Aunque muchos alquimistas no fueran conscientes de esta diferencia entre la alquimia exterior y la alquimia interior, lo que se describía bajo aquel lenguaje oscuro era un proceso espiritual. Esta distinción fue señalada en el siglo XX por Carl Gustav Jung (1875-1961), para quien la búsqueda del alquimista era más espiritual que material y perseguía el misterio divino, ya que era a través de la transmutación que producía la alquimia que se lograban "correr los velos de la oscuridad interior para dar paso al brillo del oro celestial y vivir donde la muerte no existe".
Este largo introito sobre la sugestiva y misteriosa disciplina nos lleva a Jorge Luis Borges (1899-1986) que, inspirado en ella, escribió el maravilloso poema "El alquimista":
Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.
Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.
En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.
Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…
En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.