6 de enero de 2009

Alain Badiou: "El cine es un aprendizaje indirecto. No nos muestra directamente el mundo; nos muestra una mirada so­bre el mundo"

Alain Badiou (1937) es profesor de filosofía en la prestigiosa Ecole Normal Supérieure, en el Colegio Internacional de Filosofía y en la Universidad de París VIII. Fue discípulo de Jean Paul Sartre (1905-1980) y de Louis Althusser (1918-1990). Entre la revolución cultural china, el mayo del '68 y el estructuralismo, fue gestando su original pensa­miento con una fuerte conexión con su época. Cuando visitó Buenos Aires en el marco del ciclo "Cine y Filosofía" del Centro Cultural Rojas, para dictar el seminario "El cine como experimentación fi­losófica", fue entrevistado en la biblioteca de la Alianza Francesa por el escritor y profesor de filosofía argentino Claudio Martyniuk para el nº 2 de la revista "Ñ" del 11 de octubre de 2003.


Un importante pensador ar­gentino, Ezequiel Martínez Es­trada, hace más de medio siglo afirmó: "Nuestros ojos están ciegos. La ciudad pervierte nuestros sentidos". ¿Cree que el cine nos hace abrir los ojos?

Esa es una linda definición del cine. Cierto que el cine es una forma de aprender. Pero primeramente es necesario saber lo que es cine. Por­que él mismo es una especie de ojo que mira el mundo, y cuando mira­mos una película, miramos una mira­da. Tal vez aprendemos a ver, tal vez somos menos ciegos, pero aprende­mos a mirar primero mirando una mi­rada. O vemos una visión. Entonces, el cine es un aprendizaje indirecto. No nos muestra directamente el mundo; nos muestra una mirada so­bre el mundo. Pero no cualquier cine nos enseña a ver; éste requiere de una mirada precisa.

Los críticos no se cansan de señalar los efectos de la mercantilización del arte. Cuando pensamos en Hollywood, pare­cería que nos encontramos con un cine que, más que abrirnos los sentidos, nos aliena o condi­ciona.

Pienso en un poema del alemán Hölderlin; dice: "Ahí donde está el mayor peligro, está también lo que nos salva". Es se­guro que el gran cine comercial es un peligro para la mirada. Pe­ro ahí donde existe este peligro, está también lo que nos salva. El gran cine, el verdadero cine, nos enseña a ver precisamente por­que también puede enceguecer­nos. El cine contemporáneo es una máquina de imágenes que puede estar entre nuestra mirada y el mundo; puede cubrir nuestra mirada, pero esta máquina de imágenes también es capaz de abrimos el mundo. Ocurre que la frontera entre el peligro y la sal­vación es difícil de construir.

El cine que nos proporciona esa mirada rica llega hoy a un público minoritario. ¿Cómo se hace para lograr que ese otro ci­ne del cual usted hace referencia sea masivo?

Es necesario distinguir los períodos históricos. Hubo todo un período en el que muy gran­des cineastas conocieron un éxito enorme. Es el caso de la obra de Chaplin, que pertenece a la historia universal del arte; o de una se­rie de grandes artistas de Holly­wood, como Howard Hawks, o de extranjeros que, como Fritz Lang, fueron a los Estados Unidos e hi­cieron cine de amplia difusión. No es del todo justo decir que existen un cine comercial para el gran público y el buen cine para una pequeña élite. El caso del ci­ne es más complicado. Hay razo­nes para esto, y es que el cine es lo que yo llamo un arte impuro, que mueve todas las imágenes contemporáneas. La distinción entre la obra de arte y el cine co­mercial es en sí misma delicada, ya que sabemos que muy gran­des obras de arte pudieron ser realizadas en el circuito comer­cial. Asimismo, hay una cantidad de obras maestras hechas dentro de géneros determinados. Des­pués de todo, Chaplin trabajaba en el burlesco; otros, en el melo­drama o el western. Hubo gran­des artistas en géneros cerrados.

¿Y cómo diría que han evolu­cionado los géneros?

Hoy en día tenemos una crisis de género -que ya no tienen la claridad y la fuerza que tenían en el cine clásico-, o bien nuevos géneros cuyo uso artístico es más difícil. Pienso en las grandes máquinas con efectos especiales, y también en las películas porno­gráficas, las formas contemporáneas de la película policial, extremadamente violentas, o las películas de terror. Hay algo en los géneros contemporáneos que de alguna manera es excesivo; se busca impresionar al espectador por los medios más violentos. Un poco, si quiere, como en otro tiempo histórico, cuando, por ejemplo, el arte de la arquitectura o la pintura entraron en el período barroco: allí también con efectos espectaculares, era mas difícil para los grandes artistas. Tal vez estamos en una época de la historia del cine que corresponde a su época barroca. Creo que nunca hay otra cosa en este tipo de situaciones más que seguir la con­ciencia artística y la conciencia intelectual, la conciencia política.

Quiero volver a lo que usted decía sobre el desafío que cierto cine formula al espectador. De alguna manera, ¿este desafío está dando cuenta de un trabajo de vanguardia artística?

Creo que en el siglo XX la ma­yoría de las actividades artísticas tomaron la forma de un trabajo de vanguardia. Hubo una vanguardia en pintura, vanguardias poéticas y vanguardias musica­les; y hubo también una vanguardia cinematográfica. Hasta hubo un cine experimental. Pero el ca­mino principal del cine en cuanto arte no fue la vanguardia o la experiencia. El camino principal fue anterior a la producción ge­neral. Me asombra mucho ver que artistas realmente notables, asombrosos y muy ambiciosos -como el alemán Murnau, por ejemplo- encontraron un público inmenso. Entonces tenemos una historia particular del cine, porque la relación entre la ambición artística y la difusión amplia no es similar a la de las otras artes en el siglo XX. Tal vez simplemente porque las otras artes tenían una larga historia detrás de sí, mientras que el cine casi no la tenía. En el momento en que muchas vanguardias están cansadas, tal vez el cine debe in­ventar su vanguardia. Hoy, crear arte dentro del circuito comercial es probablemente más difícil que en los tiempos de Chaplin.

Retomo a su observación so­bre la pornografía. Algo que in­quieta a muchas feministas es qué hacer con la pornografía: ¿tolerarla o penalizarla?

Usted sabe que el cine puede mostrar mucho. Siempre desea mostrar, y naturalmente mostrar es mostrar el sexo, más o menos. Hay toda una historia de la rela­ción del cine con la censura. Durante decenas de años eso se medía con la ayuda de un centímetro: se puede mostrar hasta acá pero no desde acá. Fi­nalmente, el cine se había acos­tumbrado a la censura, y los grandes artistas jugaban con las prohibiciones. Actualmente se puede mostrar casi todo, y de he­cho tenemos una pornografía se­xual, tenemos una pornografía del crimen, una pornografía de la violencia. El tema es justamente qué hacer con esta pornografía. Si se es feminista, se preguntará qué hacer con la pornografía del cuerpo femenino. Si se es un político, se va a decir qué hacer acerca de la pornografía de la mi­seria o de la violencia social. Si se es metafísico, se preguntará qué hacer sobre la pornografía de la muerte, la vida, el nacimiento. Yo no creo en la prohibición; no por liberalismo, sino porque me parece que la prohibición no es eficaz. Es desde el interior del ci­ne que se dará la lucha contra lo pornográfico, pero no con los tribunales. Es un tema del arte ci­nematográfico, no se trata de una cuestión de represión.