Ese encuentro es tan increíblemente remoto, sin jugar con ningún vocablo, como increíblemente próximo. Desde luego yo pienso que tiene que ver, cosa muy frecuente por aquí y por otros lados, con la vivacidad de la tierra, de las cosas de la tierra. Llámese viento, ventolera. Llámese polvo, llámese zumbido del agua (yo vivía a orilla del mar). Yo creo que en mí operó muy fuertemente lo natural, claro, se explica, ¿no? Estoy hablando del plazo de mis cuatro o cinco años de edad, a lo mejor de antes, pero pienso que a esa altura yo no podía oír nada que no fuese el ejercicio vivo de las cosas. El sonoro zumbido de las aguas, del mar, el viento; el ventarrón era el personaje de mi vida, un mundo muy pequeño que a mí simplemente me parecía... simplemente que era el mundo entero. Y nunca creí o quise creer que ese paraje tan pequeñito, un mineral de carbón, fuera breve, reducido... yo pensé que ese era el mundo, no más.
Cuando usted salía a la poesía, quien estaba era Pedro Prado, ahora un poeta un poco olvidado, pero que en su momento era un escritor que marcaba toda una línea.
Claro. Esta pregunta tuya me parece más interesante todavía. Porque me toca en mi juego de escribir, de creer que escribo poesía, o de que pensé poesía. Yo leí temprano algunos poetas chilenos, de los cuales uno era este Pedro Prado que tú me señalas. Un escritor que había nacido en el año no sé qué, pero que había escrito en el año 1908 del siglo anterior... Que remoto nos queda, cien años para atrás ya... En 1908 había escrito un libro que se llamaba "Los pájaros..." no sé qué. Era "Los pájaros salvajes". No, ahora recuerdo, "Flores de cardo", qué raro el nombre, qué divertidamente modernístico. "Flores de cardo" para oponer a la idea de fragilidad y de la gracia de la flor: la aspereza, la dureza, una antinomia demasiado visible, seguramente. Sin embargo a mí me gustaba, pero no pensando nada. Me gustaba ese papel del señor Prado, que supe era un arquitecto, un señorito, un niño bien del pequeño Santiago de Chile de esos años.
Quien irrumpe con fuerza, inclusive antes que Neruda, es Vicente Huidobro que trae inquietes de Europa...
Yo a Huidobro lo he leído pero casi paralelamente con Neruda. A la que leo antes, un poquito antes, es a la Mistral. En unos papeles muy feos, de un libro muy feo de lectura para niños que se llamaba Libro de Lectura, que nos ponían en el colegio, en la escuela pública. Y el libro de ella se llamaba: "Desolación", un aburrimiento de título, no era ajeno a lo que ella misma había vivido, allá en Magallanes, por la punta sur de Chile. Allí había escrito aquel libro que vino a ser publicado tarde, en el año '22, que fue publicado en New York, pero eso es un cuento aparte. El juego de la publicación no tiene nada que ver con la escritura de esa mujer. Los papeles de ella me gustaban, y ¿sabes porque me gustaban Samuel?, porque la palabra que ella hacía era ruda, tan vivaz y a la vez de tan mal gusto. Eso me encantaba porque se parecía a lo que yo veía a mí alrededor. Todo era feo. El feísmo de la Mistral es una categoría, pienso ahora. Es toda una categoría estética, el feísmo ya lo es. Pero el feísmo de ella era especialmente precioso para mí.
Y acá en Santiago de Chile, que sería el centro de la poesía y de la creación en ese momento, ¿quiénes había además de los que históricamente son conocidos como Neruda, Huidobro, Pablo de Rokha...?
Llego a Santiago de Chile tardíamente. No olvides que yo fui, en un país de línea tan... de puro litoral como es Chile. Tu sabes que es un país longilíneo, yo me venía del centro sur, un poco más debajo de este lugar que estamos hablando -Chillán-, de Concepción de Chile, que fue la segunda ciudad que yo visité en mi vida, después de haber nacido en ese Lebú. Bueno, el hecho que yo salí de Concepción, más bien de Talcahuano, un pueblito que está al lado de un puentecillo, salí para Valparaíso, para remontar hacia Iquique, que era del Perú en esos años antes de una guerra ominosa para mí, que era una guerra de despojo por parte de los chilenos. Entonces fui a parar a Moliendo, en el Perú. Piénsame a mí como a un muchachillo viajatario, viajero, viajerillo que empezaba a caminar con el único modo de caminar de la época, cuando no había aviones, los trenes eran malos, entonces uno viajaba en barcos, en barcos de cabotaje que iban parando de caleta en caleta, o de puerto en puerto. Todo esto tiene que ver con la ida a Santiago, tú me lo nombraste, tu eres el culpable, me nombraste Santiago. Santiago capital de no sé qué me era un pueblucho más para mí, no tenía ninguna importancia. Yo llego en el '37 de mi vida, a Santiago de Chile ¿no?, como un forastero que ya ha visitado el hondón provincial de su país, de modo que yo ya tengo un exilio por dentro antes de llegar a la pequeña capital de Chile, que es Santiago que hoy tendrá sies millones que eso no es nada, y que en ese entonces tendría siecientas mil personas, nada más.
¿Cuando llegó con qué se encontró? Su primer libro se publica aquí en Santiago, ¿no?
Sí, yo escribo un libro más adelante, me demoro; yo soy moroso, siempre moroso. Yo siempre me he demorado. La única prédica que yo di en mi vida es no apurarse. Ser lentiforme y demorarse. A mí me ha funcionado la idea de la mora y la demora. Demorarse, no andar a la carrera, la prisa, el éxito o como se quiera llamar: lata, trampa, autotrampa, no sirve. Entonces yo escribo mucho más adelante de ese plazo en que llego a Santiago. Me encuentro con un paisaje literario, en el año '37, divertido, curioso, bonito. Estaba plenamente vigente Huidobro, todavía vive ahí, viene a morir en el año '48. Neruda estaba ausente, pero muy visible, muy presente. Estaba también la Mistral, errante ella, viajó mientras yo era un muchacho, ella estaba siempre fuera del país. El Prado que tú me mencionaste, existía. Un señor que se llamaba Joaquín Edwards Bello, era un periodista bueno, estimable, era tío de un señor más conocido hoy día, Jorge Edwards.
¿A quién más leía?
A Manuel Rojas, llevaba mi apellido, no tenía nada que ver conmigo, había nacido en Argentina, curiosamente más por azar que por otra cosa, era hijo de padres chilenos, llegó a ser un gran escritor y lo era ya entonces cuando yo entré a Santiago de Chile. Otro bueno era José Santos González Vera. Era muy parco, muy azorinesco, muy en la cuerda o parentesco de Azorín. Me parecía un buen escritor porque era un podador, yo ya estaba por la poda, yo de temprano fui podador. La poda se me dio como necesaria. Como un instrumento que parece, un desinstrumento, pero yo no era un goloso de decir, sino un parco. ¿Dónde aprendí la parquedad y la poda? Leyendo a los clásicos. ¿Dónde leí a los primeros clásicos en grande? Cuando era niño, en un internado de pobres o de ricachones más bien. Pero yo era un becario de ese internado. Me gustó leer en la biblioteca del colegio, como único compañero, a los grandes clásicos de todos los tiempos. En los clásicos aprendí la poda, y aprendí en ellos la demora. Por eso es que siempre digo que no he progresado gran cosa, desde aquellos días míos de niño.
¿Cuál es el título de su primer libro?
Ese primer libro lleva un título, un designio genérico divertido, pero nada singular. Yo creía que era muy mío, no es cierto, nada es tan de uno, casi nada es de uno. Después vine a descubrir que ese título andaba también en no sé... en un escrito de un filósofo, pensador francés del XVIII y podía haber andado en un papel del mismo Bretón, padre del surrealismo. Me refiero a "La miseria del hombre". Alguien que estaba tan en boga y no en boga, en recuerdo, un escritor de tercera clase para mí. Estimable persona sin embargo, discutido como todos los seres humanos, discutibles. Cuando yo publiqué mi libro dijo que yo le había robado el título de su papel que se llamaba "Las miserias del temperamento". Yo le respondía, no sea ridículo hombre, las palabras están para usarlas. Además Temperamento no es lo mismo que decir Hombre. Yo decía la miseria del hombre, o sea la fragilidad humana, ¿quién no sabe que somos frágiles? No es ninguna adivinación eso.
Un grupo que tuvo peso en Chile, como Qué en Buenos Aires, fue la Mandrágora...
Es que la Mandrágora no existe, eso es lo único que me permito decirte en mi temprana edad de ochenta y siete años. No existe ni existió, fue un juego, una movida de ajedrez discutible de unos muchachitos de la ciudad de Talca, en Chile, cerca de Santiago. Ahí había un liceo de estudiantes, de muchachos. El Teófilo Cid, el Braulio Arenas y el Gómez Correa ellos inventaron este proyecto. No era malo, era bonito. Mandrágora es un vocablo remoto, viene de lejos. "Alreaune" se dice en alemán. En italiano se decía Mandrágora y el mismo Maquiavelo escribió un papel sobre la Mandrágora. El mito es bueno, es aproximadamente así: cuando colgaban a los condenados en la horca caía semen, porque parece que los muchachos que estaban colgando ahí, derramaban su semen, su semillita encima de una planta. Ese es el mito, es muy lindo, muy hermoso. Entonces la planta recogía ese semen, esa semilla humana que caía encima de ellas. Había dos ejemplares de la planta llamada Mandrágora, que era una planta herbácea, de la familia de la solanácea como la patata, como la papa. Una era el ejemplar masculino y otro el femenino. El que valía era el femenino. ¿Por qué razón? Porque cuando el semen cae sobre la planta femenina y uno conseguía arrancarla sin caer muerto ahí mismo, entonces obtenía de golpe la gloria, el amor, la fortuna, la alegría.
Pasa la Mandrágora y usted se queda en Chile.
Viví en Chile largamente. Pero viví Chile de un modo especial, ya digo, viví un intrachile. Este país largo, hermoso. Con cresta de océano, de agua preciosa y otras crestas de nieve infinita en los Andes. Este país me fascinaba, yo me fui a vivir a distintos parajes o párrafos, más geológicos que geográficos de este largo país; me fascinaba vivir para siempre en cada rincón, nunca turísticamente. Yo no fui un turista de mi país, sino uno que se fue obstinadamente, obsesivamente a vivir su país, por eso que no te parezca raro que yo viviera en las zonas del desierto norte de Chile, en la zona del salitre, nitrato de sodio, como me enseñaron en el colegio.
¿"Contra la muerte" de qué año es?
"Contra la muerte" es de muy tarde, del '48. Pero yo me había ganado con ese título, con ese libro, un premio que data del '46 y no me dieron el premio lo que no me ofendió para nada, es decir, ¿en que consistía el premio? El premio consistía en la edición del libro. Hubo por parte de una cosa que se llamaba Sociedad de Escritores de Chile que ya existía entonces, pues no me cumplieron y pasaron dos años. Digo del '46 al '48 van dos años y un día mi compañera, mi esposa, que era una británica me dice: "¿Dónde está el libro que te ganaste?". "Y no sé, pues" le dije. "No puede ser, cómo va a ser eso". Total, impulsado yo por la mujer, me fui a buscar mi papel que estaba en poder de otro señor, que lo había guardado, perdido, en la editorial que debía haber publicado aquel libro y ese señor se llamaba Manuel Rojas. Manuel, todo un encanto de ser humano, que llegó a ser amigo mío mucho después. Le dije: "Oye Manuelito, entonces donde están los originales de mi libro, pues". "No sé, se perdieron por aquí", me dijo. Total que lo encontramos; en cuatro patas andábamos entre él y yo. El era un gigantón enorme, yo era un diminuto. Así que lo encontramos y yo lo publiqué por mi cuenta en Valparaíso de Chile en una imprenta que nunca había publicado libros, y que se rieron de mí porque me dijeron: "Cómo vamos a publicar libros, si aquí no se hacen libros, señor. Lo que aquí se hacen son boletas de pagos, son papeles para los cines, para los teatros, para los circos". "No importa", les respondí, "hagámonos un libro". Y así salió mi primer libro y en pocos meses llegó a mi poder y yo estaba en cama enfermo, en Valparaíso, con una gripe o algo así. Llegaron al fin quinientos ejemplares traídos por Hugo Sanbeliz, ahora ya muerto, un tipo encantador, ex alumno mío. Me gritó por la escalera: "¡Gonzalo -yo vivía en la segunda planta-, aquí está tu libro!". Me lo llevó y yo salí a recoger el libro. Cuando miro el volumen, la cara exterior del libro, me dolió tanto el corazón que pensé: "Dios, cómo es esto, éste soy yo mismo", y esa especie de desollamiento me dio una vergüenza enorme, Samuel, y lo incrusté de canto contrario, de cómo se ponen los libros. Y así quedó el libro como avergonzado. Eso te demuestra cómo no tenía en el fondo ningún interés por ninguna publicidad, nada.