¡Porque yo sé como son!, y como soy yo. Del mismo modo puedo ser muy severo conmigo mismo.
Si tuviera que ser severo con usted mismo, ¿qué diría?
En general, me reprocharía no haber llegado hasta el final de mi radicalización. Naturalmente, durante mi vida he cometido una multitud de errores, grandes o pequeños, que pueden provenir de tal o cual causa, pero el fondo del asunto, cada vez que he cometido una falta fue por no ser lo bastante radicalizado.
Sorprendentemente, de lo que usted está despojado es de culpabilidad.
Es verdad, no tengo; de ninguna clase. Jamás me siento culpable, y no lo soy. En mi familia rápidamente me hicieron sentir que yo era un niño valioso. Al mismo tiempo, sin embargo, existía el sentimiento de mi contingencia que se oponía un poco a la idea de valor, porque el valor es un torbellino que supone ideologías, alienaciones, y la contingencia es la realidad desnuda. Pero encontré un truco: atribuirme el valor porque yo sentía la contingencia que los otros no sentían. Entonces, yo me convertía en el hombre que hablaba de la contingencia y, por lo tanto, en el hombre que había puesto todo su valor para buscar el sentido y la significación de la contingencia. Eso está muy claro.
No lo creo. La primera cosa que tengo que decir es que yo no pertenecía a una familia en la cual la relación del dinero con el trabajo se comprendiera claramente, como algo duro y penoso. Mi abuelo trabajaba mucho, pero trabajaba escribiendo y, para mí, leer y escribir era divertirse. El escribía, se divertía; yo había visto las pruebas que corregía y eso me divertía; además, estaban los libros en su gabinete de trabajo y también hablaba con la gente, les daba lecciones de alemán. Todo eso le producía dinero. Como usted ve, la relación no era clara. Luego, cuando yo escribí, el nexo entre el dinero que yo recibía y los libros que yo hacía era completamente nulo; no lo comprendía dado que consideraba que el valor de un libro se establecía en el transcurso de los siglos. En consecuencia, el dinero que me producían mis libros era una especie de signo contingente. Si usted quiere, la primera relación de mi vida con el dinero ha perdurado. Es una relación tonta. Estaba mi trabajo, mi manera de vivir, mi esfuerzo, que me agradaba -siempre estuve contento escribiendo- y, accesoriamente, mi oficio de profesor ligado un poco a todo eso, no me irritaba, me gustaba hacerlo. En esas condiciones, ¿por qué tenían que darme dinero? Y sin embargo me lo daban.
Hablando de culpabilidad, yo pensaba más bien en su manera de gastar el dinero.
Para gastarlo, ante todo era necesario que lo tuviese. Yo pude gastar sólo a partir de los dieciocho, diecinueve años, cuando estaba en la Escuela Normal y daba lecciones a los más adelantados que, por consiguiente, me pagaban. En ese momento, tuve un poquito y pude gastar. Pero, ¿qué gastaba? Ese papel moneda que recibía después de un trabajo, del cual estaba satisfecho. No sentí el valor de la moneda, de lo que cuesta, de lo que es difícil conseguir; sentí billetes de papel que yo daba tal como los recibía, por nada.
¿Usted habrá querido comprarse cosas, poseer?
También me ocurría que yo no gastaba todo lo que recibía, por lo tanto me compraba cosas. Pero nunca quise tener una casa o un departamento para mí. Dicho esto, no pienso que haya la menor culpabilidad en mi manera de disponer del dinero. Yo lo gastaba porque podía hacerlo y porque aquellos que me interesaban tenían necesidad de él. Nunca he dado dinero para lavar una culpa o porque aquél me pesara como tal.
Una cosa que me sorprendió cuando lo conocí, al principio, fue que usted siempre llevaba grandes rollos de billetes consigo. ¿Por qué?
Es verdad, a veces llevaba en mi bolsillo más de un millón. Muchas veces me reprocharon el llevar demasiada plata. Simone de Beauvoir, por ejemplo, encontraba ridículo todo eso y, efectivamente, es idiota. Pero, a decir verdad, ahora no lo hago, no porque podría perderlo o porque podrían desvalijarme, sino a causa de mi vista: confundo los billetes y eso puede crear situaciones molestas. Lo cual no impide que me guste mucho llevar conmigo mi dinero y me desagrada no poder hacerlo. Le diré que es la primera vez que me preguntan por qué... Sé que sacar del bolsillo un fajo de billetes lo convierte a uno en un potentado grosero. Me acuerdo de un hotel en la Costa Azul donde íbamos a menudo Simone de Beauvoir y yo. Un día, la reemplazante de la patrona se quejó a Simone de Beauvoir de que, para pagarle, yo había sacado demasiado dinero... Y sin embargo no soy un potentado grosero. No, creo que si me gusta llevar conmigo mucho dinero, en cierta manera corresponde a cómo vivo entre mis muebles, al modo como llevo mi traje de todos los días, casi siempre el mismo, mis anteojos, mi encendedor, mis cigarrillos. Esa idea de tener conmigo la mayor cantidad de cosas posibles definen mi vida íntegra, todo lo que representa mi vida cotidiana en ese momento. Por lo tanto: la idea de ser totalmente íntegro en el momento presente, lo que yo soy, de no depender de nadie, de no tener nada que pedir sea a quien fuere, de disponer inmediatamente de todas mis posibilidades. Ello representa una especie de manera de sentirme superior a la gente, lo cual evidentemente es falso, y yo lo sé.
A menudo usted también da propinas excesivas.
Siempre.
Lo cual puede ser molesto para quienes la reciben.
En eso, usted exagera.
No será usted quien me enseñe que es necesario que la reciprocidad sea posible para que la generosidad no sea, en cierta manera, humillante.
La reciprocidad no es posible, pero la amabilidad lo es. Los mozos de café aprecian que yo les dé fuertes propinas y me lo devuelven siendo amables. Mi idea es que, desde el momento en que un hombre vive de nuestras propinas, yo quiero darle lo más que puedo, porque pienso que, si de mí depende que un hombre viva, es necesario entonces que viva bien.
¿Usted ha ganado mucho dinero?
Sí, he ganado dinero.
Si sacamos la cuenta de lo que usted ganó, nos encontraríamos con una suma enorme. ¿Qué hizo con ella?
Me costaría decirlo. Se la di a la gente, la gasté en cosas mías, generosamente. Generosamente quiere decir libros, viajes -yo gasté mucho en viajes-. Antes, cuando tenía más dinero que ahora, mi tendencia era llevar conmigo mucho más de lo necesario.
¿Por miedo a que le faltara?
Quizá un poco. Mi abuela me decía siempre cuando me daba plata: "Si rompes un vidrio, tendrás que pagarlo". De eso me quedó algo. Todavía hoy, cuando en mi cuenta no me queda gran cosa, no me siento muy contento. Tal es el caso en la actualidad. Y conocí períodos en que estuve sin un centavo. Mi madre una vez me dio doce millones para que pagara mis impuestos. Si usted quiere, yo siempre gasté más dinero del que tenía... No preveía mis impuestos... Desde hace algunos años, la editorial Gallimard retiene de mi cuenta lo necesario para pagar al fisco...
¿Y en qué gasta usted su dinero?
Después de todo, fuera de los viajes, yo gasto poco en mí. El restaurante una vez por día, pero siempre acompañado -lo cual hace diez mil francos viejos por día-, los cigarrillos, en ropa muy raramente, a los libros los recibo -gasté bastante en ellos, pero hace ya mucho tiempo-, la empleada de servicio, un departamento relativamente costoso -doscientos mil francos viejos de alquiler mensual-. Pero en fin, eso no representa lo que gasto por mes.
¿Cuánto gasta usted por mes?
¿Teniendo en cuenta todo? Hay gente que financieramente depende de mí: esto hace un millón y medio de francos viejos por gastos fijos, más lo que gasto para mí, alrededor de trescientos mil francos de los de antes. Por lo tanto, en total, casi un millón ochocientos mil francos viejos por mes. Y, en efecto, todos los meses Puig saca los stecientos cincuenta mil francos viejos de la mensualidad que me deposita Gallimard por mis libros, más un millón, generalmente.
Y ese millón, ¿de donde proviene?
De la Sociedad de Autores; por una parte, de mis obras que se representan en Francia o que son adaptadas para la radio o la televisión, y de Giséle Halimi -que es mi agente literario para el extranjero-; por otra parte, de mis piezas o de films, de las entrevistas, etcétera. Todo eso me produce mucho más que mis libros propiamente dichos. El año pasado creo que hubo que pagar quince millones al fisco. Y además, hay una jubilación de mi profesión liberal, que representa ochocientos mil francos viejos, más o menos, cada semestre. Lo que me produce más, es lo que pasa por las manos de Giséle Halimi; dos veces por año me entregan varios millones, lo cual es mucho. Pero, actualmente, por primera vez no hay nada y yo me pregunto cómo voy a hacer para arreglármelas.
¿Ya no es cuestión, pues, de ayudar a grupos como el de Liberación, cosa que antes hiciera a menudo?
Eso no, ya no lo puedo hacer.
Cambiemos de tema. En 1967 usted decía: "La Pléiade es una lápida, yo no quiero que me entierren mientras esté vivo". Más tarde usted cambió de opinión, y dentro de poco, Michel Rybalka y yo vamos a publicar sus novelas en La Pléiade. ¿Por qué se ha vuelto usted en contra de esa primera decisión?
Sobre todo por la influencia de quienes les había pedido una opinión y que me dijeron que eso estaría bien. Y ademán La Pléiade publicó a otros autores vivos, por lo tanto no tiene ya tanto ese carácter de lápida. Ser publicado en La Pléiade representa simplemente un paso a otro tipo de celebridad; me coloco al lado de los clásicos, mientras que antes yo era un escritor como los otros.
En suma, ¿una consagración?
Esa es la palabra. Sí. Más bien me causa placer. Y es verdad que estoy apurado por ver publicado esos tomos de La Pléiade. Pienso que eso proviene de la infancia, cuando la celebridad consistía en ser publicado en una gran edición, muy bien cuidada, que las gentes se disputaban. Me debe quedar algo de eso. Aparezco en la misma colección que Maquiavelo...
Usted ya es un escritor clásico... Un escritor clásico y "comprometido". ¿Pero no teme que la parte más difundida de su pensamiento -las nociones de libertad y de responsabilidad individual- obstaculice una toma de conciencia política real?
Es posible. Pero pienso que ese género de malos entendidos siempre suceden cuando una obra cae en manos del público. La parte más viva y más profunda de un pensamiento es a la vez la que puede aportar una mayor dosis de bien y, si es mal comprendida, la mayor dosis de mal. Pienso efectivamente que una teoría de la libertad que no explique al mismo tiempo lo que son las alienaciones, en qué medida la libertad puede dejarse manipular, desviar, volverse contra sí misma, una teoría semejante puede engañar muy cruelmente a alguien que no comprenda todo lo que la misma implica y que cree que la libertad está en todos lados. Pero, si se lee bien lo que yo he escrito, no creo que se pueda cometer un error semejante. Sobre ello, y dentro de un plano político, me explicaré mejor en mis audiciones de televisión. Ese será uno de los grandes temas de dos o tres programas con los cuales cerraré el ciclo. Pero, en ese momento, lo explicaré teniendo en cuenta casos precisos, concretos; no haré filosofía, o por lo menos, lo que tengo que decir no será expresado filosóficamente.
¿Y usted piensa convencer a la gente?
No lo sé. Lo voy a intentar.
En un último artículo publicado en "Les Temps Modernes", Francois George escribe esto: "Si mis ideas fracasaron en su propósito de convencer a más gente, sin duda es porque no eran totalmente verdaderas". ¿Diría usted una frase de este género?
Está muy bien dicho y es lo que todo el mundo piensa en un momento determinado. Lo cual no prueba que sea verdad; hay ideas que para convencer llevan mucho más tiempo. Cada uno tiene sus momentos de desaliento. Entonces pienso que, en efecto, en tales momentos, yo habría podido decir algo similar. Pero, a la vez, es hacerle demasiado honor "a toda la gente" -porque es la verdad de las ideas lo que aquí se cuestiona y no a toda la gente- y admitir que las ideas verdaderas triunfan de inmediato -lo cual es igualmente falso-. Imaginemos que Sócrates haya dicho una frase de este tipo al morir. ¡Qué risa! Su pensamiento actuó sobre el mundo, pero mucho después.
¿Y usted tiene la impresión de que su pensamiento ha actuado sobre el mundo?
Espero que lo hará. Pienso que uno tiene pocos datos referentes a la importancia que han tenido sus ideas durante su vida y eso está bien.
Las cartas de los lectores, por ejemplo, ¿no lo inquietan a este respecto?
Son cartas de un lector, ¿qué representa él? Por otra parte, ahora me escriban mucho menos. Durante un tiempo sí, recibí muchas cartas. Ahora casi no me escriben, y las cartas que recibo me interesan menos; que me digan que me quieren no me causa gran efecto, no quiere decir gran cosa.
¿Y usted tiene la impresión de que en eso consiste la vejez, en la indiferencia?
¡Yo no dije que era indiferente!
Entonces, ¿qué es lo que le interesa en verdad?
La música, ya se lo dije. La filosofía y la política.
¿Pero eso lo excita?
No, no hay cosa por grande que sea que me excite. Me coloco un poco por encima...
¿Hay algo que querría agregar?
Todo, en un sentido, si usted quiere, y en otro, nada. Todo, porque con relación a lo que hemos formulado, queda el resto, lo cual demandaría una profundización cuidadosa. Pero eso no se puede hacer en una entrevista. Es lo que siento cada vez que concedo una. En cierto sentido, una entrevista es frustrante; y lo es porque, en efecto, habría muchas más cosas por decir. La entrevista hace nacer al mismo tiempo las respuestas que se dan y también su contrario, las cosas no dichas. Pero, al margen, pienso que, como retrato de lo que soy a los setenta años, esto era lo que había que hacer.
Usted no opinará, como lo hizo Simone de Beauvoir, que fue "estafado"...
Oh no, yo no diría eso. Por otra parte, ella misma, usted lo sabe, explicó con razón que no quiso decir que había sido estafada por la vida, sino que se sentía estafada dentro de las circunstancias en que escribía el libro "La fuerza de las cosas", el tercer tomo de sus memorias. Es decir, después de la guerra de Argelia, etcétera. Pero yo no diría eso, yo no he sido estafado por nada, no he sido decepcionado por nada. He visto gentes, buenas y malas -las malas por otra parte, nunca lo son sino con relacion a ciertos fines-; he escrito, he vivido, no tengo nada que lamentar.
En suma, hasta ahora, ¿la vida ha sido buena para usted?
En conjunto, si. No veo qué es lo que podría reprocharle. Ella me ha dado lo que yo quería y, al mismo tiempo, me hizo reconocer que no era gran cosa. Pero, ¿qué podemos hacer? Hay que conservar la risa. Ponga usted: "Acompañamiento de risas".