2 de enero de 2009

Gustave Flaubert. Romanticismo, realismo, bovarismo

El término bovarismo fue utilizado por primera vez a principios de siglo XX por el filósofo francés Jules de Gaultier (1858-1942) para designar el afán de cualquier ser humano de ambicionar niveles que lo sobrepasan y, al no alcanzarlos, de verse precipitado en la desesperación, la enfermedad o la muerte. Emma Bova­ry no fue sólo un personaje del siglo XIX, ya que no desapareció con su tiempo, y su personalidad sigue interesando a los lectores más de un siglo y medio después de su aparición en el mundo de las letras, convertida en sinónimo de eterna y desmedida ambición.Para la psicología moderna, el bovarismo va más allá aún, expresando algo profundo y tenaz: el secreto y permanente deseo de olvidar la falta de sentido de una existencia inútil ante un mundo objetivo y material, cuyo vacío metafísico obliga a buscar o inventar cualquier clase de olvido. Ya sea por medio del vicio, el dinero, el lujo, el juego o el sexo -típico, por ejemplo, de los personajes de Jack Kerouac (1922-1969) y de la "Beat Generation"-, el individuo contemporáneo se empecina en la búsqueda de cualquier procedimiento o engaño capaces de apartarlo de la idea de la muerte definitiva y de lo absurdo de la vida. El mismo absurdo que atormentaba a los personajes de Albert Camus (1913-1960), insertos en la misma problemática.Este emblemático personaje, nacido en 1857, es el producto de la imaginación de uno de los grandes maestros del realismo literario: Gustave Flaubert, quien nació el 12 de diciembre de 1821 en Rouen, Francia, hijo de un célebre cirujano. De hecho, pasó buena parte de su niñez jugando en un pequeño jardín del hospital Hótel Dieu donde ejercía su padre. Desde muy joven se sintió inclinado hacia la literatura y ya a los trece años fundó en el colegio el periódico manus­crito "Art de Progrés". Por entonces se había entusiasmado con el romanticismo de Francois de Chateaubriand (1768-1848), George Gordon Byron (1788-1824) y Alfred de Musset (1810-1857), lo que se reflejaría en sus primeras obras de juventud: "Passion et vertu" (Pasión y virtud), "Une lecon d'histoire naturelle" (Una lección de historia natural) y "Mémoires d'un fou" (Memorias de un loco), una autobiografía amarga de su infancia en el colegio, en la que aparece la señora Schlésinger, trece años mayor que él, que más tarde le inspiró una de las obras maestras de la narrativa francesa: "L'éducation sentimentale" (La educación sentimental) que se publicaría en 1869 y que, según el crítico Théodore de Banville (1823-1891) fue "el origen de toda la novela contemporánea; una auténtica Biblia del naturalismo".
En 1840, recibido de bachiller, viajó a París con la intención de estudiar Derecho. Allí trabó amistad con Victor Hugo (1802-1885), con quien realizó un viaje por Italia y, tras el regreso, retomó sin demasiado entusiasmo sus estudios. Durante el viaje mantuvo un breve idilio con una prostituta de Marsella, lo que reflejaría en su novela "Novembre" (No­viembre) de 1842. Mientras era un mediocre estudiante en La Sorbona, no abandonó su gusto por los clásicos griegos y latinos, y escribía ya su primera gran novela, "La tentation de Saint Antoine" (La tentación de San Antonio), que se publicaría recién en 1874. Frecuentando los cenáculos literarios parisinos conoció a la poetisa Louise Colet (1810-1876), quien se convertiría en su musa y amante por es­pacio de casi diez años.
En 1844 sufrió varios ataques de epilepsia, lo que lo llevó a abandonar definitivamente sus estudios de Derecho y viajar a Croisset, cerca de Rouen, donde se instaló en un casa propiedad de su familia. Entre 1849 y 1851 viajó a Egipto, Palestina, Siria, Grecia e Italia en compañía de un amigo, el también escritor Maxime Du Camp (1822-1894), una experiencia que le inspiró los escenarios para su novela "Salammbó" (Salambó), publicada en 1862, y también le dejó la enfermedad que lo atormentaría por el resto de sus días: la sífilis, probablemente contraída en su relación con una prostituta egipcia. En 1851, ya instalado definitivamente en Croisset y por espacio de cuatro años y medio, se dedicó a la escritura de "Madame Bovary", que comenzaría a ser publicada en 1856 en "La Revue de Pa­ris", fundada por su amigo Du Camp, durante seis números consecutivos a cambio de 2.000 francos. "Aquella casa fue su centro vital, donde regresaba de sus viajes en el extranjero o de sus estancias en París -dice el escritor rumano Vintila Horia (1915-1992) en "La vie et l'ouvre de Gustave Flaubert" (La vida y la obra de Gustave Flaubert, 1980)-. Residir y trabajar en el campo, lejos del bullicio de las ciudades, había sido el ideal de muchos escritores, desde el Renacimiento hasta el Ro­manticismo. La naturaleza, de este modo, se infiltra en las obras literarias y artísticas, hasta introducirse de manera dominante en la poesía y la prosa de los ro­mánticos".
Sin embargo, aquellos años a mediados del siglo XIX, fueron tiempos de profundas transformaciones. La naturaleza influía aún en la imaginación de los escritores, lo mismo que en los científicos y los filóso­fos, pero siguiendo moldes completamente distintos de los seguidos en el pasado. Mientras los románticos tomaban a la naturaleza como algo fantástico, misterioso, relacionado con los sentimientos, lo inconsciente y el sueño, la nueva escuela positivista en la filosofía, evolucionista en la ciencia, naturalista en la literatura y socialista en la política, fue transformando la visión que el hombre se había hecho de su entorno.
Estos novedosos elementos forjaron nuevos ideales para las sociedades europeas, cada vez más apegadas a las cosas materiales, al enriquecimiento personal, y cada vez más alejadas del idealismo romántico, lo que impuso a los escritores técnicas y temas distintos de los utilizados por sus predecesores. Así surgieron autores como Honoré de Balzac (1799-1850), escribiendo sobre el hombre tentado por el demonio del dinero y defor­mado por el deseo de la posesión, y Fedor Dostoievski (1821-1881), haciendo lo propio sobre sus angustias y profetizando su derrotero signado por la superstición y la barbarie. "Es asi como hay que enfocar a Emma Bovary -dice Horia en la obra citada-, para comprenderla sin equivocarse: es decir, como a un personaje mal asentado en un sentimentalismo de origen romántico, en un lirismo mal digerido, fruto de lecturas nocivas y de ideales equivocados, fomentadores de ilusiones y de muerte".
Para hacer literatura más allá del romanticismo, Flaubert sencillamente imitó el sendero positivista de las ciencias. En sus viajes a París o a través de sus lecturas, conoció las novedades que esta corriente estaba imponiendo tanto en la ciencia como en el arte y la literatura, sobre todo de la mano del filósofo e historiador Hippolyte Taine (1828-1893), autor de obras como "De l'intelligence" (Sobre la Inteligencia), "Histoire de la littérature anglaise" (Historia de la literatura inglesa) y "Philosophie de l'art" (Filosofía del arte), de una fuerte y duradera influencia sobre sus con­temporáneos. Taine proponía el método experimental para acer­carse a la naturaleza con el fin de conocer­la y explicarla. Así, el objeto de estudio -ya sea el mundo objetivo para los filósofos, la mente para los psi­cólogos o el cuerpo humano para los médicos- era algo que había que dividir en fragmentos importantes y significativos para estu­diarlos debidamente, tomando notas y seleccionando lo observado.
Siguiendo este razonamiento, el hombre, como objeto de los novelistas, "tendrá que ser dividido en parcelas, como cualquier fragmento de la naturaleza exterior -explica Horia-, y colocado en el marco general de lo que le da vida y sentido, que es la civilización en que existe y se de­sarrolla. La li­teratura no puede ser más que algo determinado por tres causas generales: la raza, el ambiente físico o histórico y el momento, o sea el tiempo en que un acon­tecimiento literario se produce". Para el biógrafo rumano, Flaubert -lector y admirador de Taine- padeció la influencia de su momento histórico hasta tal punto que su "Madame Bovary" trató de ser un espejo objetivo de un alma humana, estudiada, en­focada y contemplada según las normas y el método seguido por la ciencia. Emma Bovary vino a demostrar a los lectores lo peligroso que era vivir fuera de su tiempo, en el ocaso del ro­manticismo; ella fue una mujer que no pudo seguir viviendo porque se encontraba atada a vínculos inefi­caces y peligrosos del pasado.
En enero de 1857 Flaubert tuvo que presentarse ante un juez para defenderse de la acusa­ción de pornografía y ofensas a las costumbres y a la moralidad. El Tribunal correccional de París lo absolvió poco después, de manera que el libro pudo aparecer en las librerías -con una tirada inicial de 6.600 ejemplares- y el proceso en su contra, en definitiva, no hizo más que contribuir al mayor éxito de la obra, tanto de parte de la crítica como del público. Cinco años después había vendido casi 30.000 ejemplares y su autor se convirtió en uno de los grandes paradigmas literarios de todos los tiempos. Sin embargo, la prensa conservadora continuó sus ataques y lamentó el resultado del proceso, lo que produjo en el autor un notorio malhumor. Como contrapartida, toda la élite literaria parisina reconoció sus méritos y se honró con su amistad: Charles Sainte Beuve (1804-1869), Aurore Dupin -George Sand- (1804-1876), Théophile Gautier (1811-1872), Iván Turguenev (1818-1883), Edmond de Goncourt (1822- 1896), Ernest Renan (1823-1892) y Alphonse Daudet (1840-1897), entre otros, fueron habituales visitantes de su casa de Croisset.
Durante la guerra franco-prusiana se movilizó como Teniente de la Guardia Nacional. Fueron malos tiempos para su paraíso a orillas del Sena, que fue ocupado por los pru­sianos y el escritor se vio obligado a servir como secretario y criado. En 1872 sufrió un revés en el teatro con el fracaso de su obra "Mademoiselle Aissé", pero cuando en abril de 1874 salió publicada "La tentación de San Antonio", el éxito fue inmenso. Paralelamente inició la redacción de "Bouvard et Pécuchet" (Bouvard y Pécuchet), novela que no podría ver terminada, y de las tres historias que publicaría en 1877 bajo el nombre de "Trois contes" (Tres cuentos): "Un coeur simple" (Un corazón sencillo), "La légende de Saint Julien l'hospitalier" (La leyenda de San Julián el hospitalario) y "Herodías", una muestra de su talento, modelo de sencillez, precisión y rigor literarios, formando lo mejor quizá del naturalismo, al que seguiría años más tarde con cierta fideli­dad su discípulo Guy de Maupassant (1850-1893). Durante los últimos años de su vida su salud era una bomba de tiempo: años de glotonería, de adicción al tabaco de pipa, de una labor sedentaria, más los efectos de las sífilis y los episodios de epilepsia le cobraron factura. Además, su humor de energúmeno le elevaba la bilis y la presión arterial. Llegó a pesar 115 kilos y cojeaba cuando intentaba pasear por su vasto jardín vestido con amplias túnicas orientales y cubriéndose la calva con sombreritos turcos. De todas maneras, los estragos de la sífilis lo mantenían postrado la mayor parte del tiempo. Otro de sus biógrafos, el norteamericano Frederick Brown (1945), en su libro "Flaubert. A biography" (Flaubert. Una biografía, 2002), describe un cuadro de neuralgia, anemia, migrañas, agotamiento, lumbago, amigdalitis, insomnio, problemas de la vista y dolores en el único diente que le quedaba.Por otra parte, sus libros poco habían aportado a su patrimonio financiero. Se vio obligado a vender alguno de sus bienes y obtuvo cierto alivio cuando consiguió una pensión ofi­cial de 1.000 francos. Solterón empedernido, sin hijos, llegó al final de sus días solo, deprimido y con un perro como única compañía. Gustaba describirse como un misántropo que despreciaba a la sociedad burguesa, un "burguesófobo", según la expresión por él mismo acuñada. El 8 de mayo de 1880 falleció de un infarto fulminante, o tal vez de un ataque convulsivo, o quizá de una hemorragia cerebral, probablemente de una combinación de los tres, cuando contaba con cincuenta y ocho años de edad. A los funerales del 11 de mayo en la iglesia parroquial de Croisset asistió toda la "crema" literaria del momento.Para el mencionado Vintila Horia, la vida de Flaubert "cubrió el centro mismo, y no sólo cronológico, del siglo XIX. Las corrientes más importantes de la época, los acontecimientos políticos, el desarrollo de las ideas filosóficas y científicas, el auge de la técnica, el fragor de las batallas literarias, el surgir de las ideologías fundadas en la nueva filosofía de las ciencias, una nueva conciencia social, la aparición de la sociología y de la psicología, consideradas las dos como ciencias, todo esto ocurre mientras Gustave Flaubert se educa, escribe, ama, tiene éxito y muere". Efectivamente, entre el romanticismo y el simbolismo, entre Georg W.F. Hegel (1770-1831) y Friedrich Nietzsche (1844-1900), su vida y su obra florecieron reflejando perfectamente los grandes defectos y virtudes del siglo XIX. Flaubert escribió menos que Balzac y Victor Hugo, sus célebres contemporáneos, pero su influencia es incuestionable y lo poco que escribió quedó como tes­timonio de su genio y del espíritu de una época.