6 de marzo de 2015

El cerebro, ese obscuro objeto de las neurociencias (5). Integración

Debe admitirse que no es novedosa la repuesta que el psicoanálisis tiene ante el nuevo campo de desarrollo que le presenta la neurociencia. Las diversas articulaciones que intentó con otras disciplinas a lo largo de los años tuvieron el sentido de ensanchar su conocimiento de los procesos inconscientes y permitirle una actividad de análisis y de práctica clínica que se adaptara a los requerimientos de cada época. Así por ejemplo, puede citarse su enlace con la filosofía a través de Herbert Marcuse (1898-1979), quien reintrodujo a Freud como núcleo revitalizador del análisis sociopolítico en su “Psychoanalyse und politik” (Psicoanálisis y política); con la lingüística y el estructuralismo a través de Jacques Lacan (1901-1981), quien vio en el habla y el lenguaje un instrumento de cambio estructural del inconsciente en lugar de la idea freudiana de las representaciones inconscientes como imágenes visuales en su “Séminaire V. Les formations de l'inconscient” (Seminario V. Las formaciones del inconsciente); o con la economía a través de Gilles Deleuze (1925-1995), quien planteó el modo en que funciona el capitalismo y su ensamble histórico con el psicoanálisis en el terreno de la producción de deseos y de enunciados como experimentaciones inconscientes, sociales y políticas en “Capitalisme et schizophrénie” (Capitalismo y esquizofrenia).
Existió también una vinculación con el séptimo arte a través de Jacques Derrida (1930-2004), quien consideró a las “posibilidades espectrales” de la imagen cinematográfica, la “realidad de los espectros” como la llamó en "Le cinéma et ses fantômes" (El cine y sus fantasmas), como una fuerza de cuestionamiento psicoanalítico ligado a la melancolía y al duelo. “Todo espectador, durante una función, se pone en contacto con un trabajo del inconsciente que, por definición, puede ser asimilado al trabajo de la obsesión según Freud. Él llama a esto experiencia de lo que es ‘extrañamente familiar’. El psicoanálisis, la lectura psicoanalítica, se encuentra a sus anchas en el cine”. O con la literatura surrealista a través de Enrique Pichon Rivière (1907-1977), quien mediante un profundo análisis de la dialéctica que se despliega entre lo siniestro y lo maravilloso en la creación artística, bregó por la comprensión de aconteceres claves en el proceso creador, así como de las vicisitudes -conscientes e inconscientes- del aprendizaje y el descubrimiento. Explorador inclaudicable del “misterio de la tristeza”, a fin de descifrarlo hurgó con el mismo ahínco tanto en la psicología como en las obras de grandes figuras del surrealismo, particularmente en la de uno de sus mayores inspiradores, Isidoro Ducasse (1846-1870), sobre quien dictó una serie de conferencias que luego fueron compiladas en el libro “Psicoanalisis del Conde de Lautreamont”.
Junto a estas contribuciones debe citarse también a Jean Piaget (1896- 1980), psicólogo y biólogo suizo que con la creación de la escuela de psicología genética, transformó la noción de “conocimiento científico” como un “estado definitivo” en otro al que definió como un “proceso de aprendizaje”, dado que, tal como afirma en “Psychologie et épistémologie” (Psicología y epistemología), “si se quiere dar cuenta de la totalidad de los conocimientos sólo a partir de la experiencia, para justificar tal tesis no queda más remedio que tratar de analizar lo que es la experiencia, lo cual implica recurrir a percepciones, asociaciones y hábitos, que son procesos psicológicos”. Esta fundamental transformación obligó a plantear en términos novedosos el problema de las relaciones entre la epistemología y el desarrollo e incluso la formación psicológica de las nociones y de las operaciones. Y naturalmente al fisiólogo ruso Iván Pávlov (1849-1936) quien, a través de múltiples ensayos desde un punto de vista fisiológico, analizó las respuestas humanas a su entorno e interpretó las impresiones sensoriales al estudiar su capacidad de diferenciar los estímulos y de responder a ellos. Todos estos acercamientos posibilitaron de alguna manera una confirmación del núcleo inquietante que comportó siempre el psicoanálisis con relación al pensamiento único y hegemónico.


En las últimas décadas del siglo XX, la biología, las técnicas de imágenes médicas y la informática aportaron nuevas metodologías e instrumentos para el estudio de la función del sistema nervioso en general y del encéfalo en particular. Este desarrollo de las ciencias ha impactado en la psicología de diversas maneras. Para muchos científicos implica su desaparición, destronada por la neurociencia. Para ellos, las relaciones entre psicología y neurología son incompatibles. Otros, en cambio, sostienen que las neurociencias presentan la posibilidad de ampliar las herramientas para entender el comportamiento humano tanto a nivel social como individual. Freud, en su trabajo de 1895 “Entwurf einer psychologie” (Proyecto de psicología) publicado en Londres recién en 1950, planteaba esquemas neuronales muy parecidos a los que los aportes de las nuevas tecnologías permitieron probar. Otras teorías suyas en relación a aspectos de la memoria también han hallado algún fundamento fisiológico a partir de las investigaciones de las neurociencias. Del mismo modo ocurrió con la idea del inconsciente. Las neurociencias han puesto en evidencia complejas redes neuronales que están en constante disputa para influir en la forma de actuar de los seres humanos.
El psicoanálisis, que ha estado desde sus inicios envuelto en la polémica tanto en la teoría como en la práctica, parece ahora tener un sustento real y empírico desde la neurociencia a partir de los descubrimientos realizados sobre la estructura neuronal del ser humano. Así, las investigaciones más recientes de las neurociencias coinciden con las hipótesis de Freud. Dos mundos que parecían irreconciliables confluyen ahora gracias al reconocimiento de que el cerebro no es un órgano estático sino que, por el contrario, evoluciona durante todo el transcurso de la vida, guardando huellas de las experiencias vividas. Ciertas huellas emergen en la conciencia, pero muchas otras quedan ocultas en los meandros del inconsciente. La inscripción que deja la experiencia participa en el devenir del individuo, siempre susceptible de transformación. Esa plasticidad demuestra que la red neuronal sigue abierta al cambio, a la contingencia, que los acontecimientos y las potencialidades de la experiencia la modifican. Experimentos de laboratorio demuestran que ciertos estímulos pueden influir en las elecciones de un individuo. El efecto de esos estímulos se extingue con el paso del tiempo, sin embargo, el procesamiento inconsciente de la información recibida es una forma de apoyar aquello que se elabora de manera consciente.
Para algunos neurocientíficos interesados en el estudio de la conciencia, los estados mentales (creencias, deseos, sentimientos, intenciones) no existen realmente y deben ser sustituidos por una estricta concepción biologicista que parta de la idea de que las actividades cognitivas son en última instancia actividades del sistema nervioso. Estos niegan que la mente sea realmente distinta del cerebro y explican los fenómenos mentales y, en concreto, la conciencia, en términos físicos o biológicos. Dentro de esta concepción hay quienes consideran que la conciencia es una realidad continuamente variable, que existe en diversos grados y en cuya estructuración son muy importantes las redes neuronales que se extienden sobre amplias zonas del cerebro. Y otros que sostienen que la explicación de la conciencia debe buscarse en los trabajos de la biología evolutiva y de la psicología ya que los mapas genéticos del sistema nervioso son la base sobre la que se crean posteriormente los mapas sensoriales que favorecen de manera definitiva la interacción de los organismos con el medio ambiente, el que, a su vez, es responsable de la continua modificación y progreso de dichos mapas nerviosos.
Hay también científicos que plantean lo contrario: que existe un abismo que separa las magnitudes materiales de los fenómenos de conciencia. El mundo físico y la conciencia son para ellos dimensiones diferentes. Otros postulan que se trata, en principio, de un fenómeno biológico como cualquier otro, pero demasiado complejo para la mente humana. Y algunos sostienen que “conciencia” es un término vacío de contenido o bien científicamente muerto. Sin embargo, en el ámbito de las neurociencias y la psicología, crece con fuerza la corriente que plantea que no solo existe la necesidad sino también la posibilidad de estudiar la conciencia a nivel neurobiológico y plantean que la conciencia puede ser estudiada como fenómeno natural. En ese sentido, los trabajos de la psiquiatra estadounidense Regina Pally (1948), autora de, entre otros, “Memory. Brain systems which link past, present and future” (Memoria. Los sistemas cerebrales que unen el pasado, el presente y el futuro) y “The mind-brain relationship” (La relación cerebro-mente), se centran en las investigaciones que tratan de establecer vínculos entre los más avanzados descubrimientos en el campo de las neurociencias y los conocimientos clásicos y más recientes del psicoanálisis, con la intención de “aportar luz sobre los circuitos cerebrales de la emoción y demostrar cómo dichos circuitos se aplican a una amplia gama de aspectos clínicamente relevantes: ansiedad, trastornos psicosomáticos, sentimientos de apego y comunicación no verbal”.


Pally toma como punto de partida que “la función de la emoción es coordinar el cuerpo y la mente”. Basada en esta hipótesis, “la emoción organizaría diferentes funciones psicológicas: la percepción, el pensamiento, la memoria, la respuesta fisiológica, la interacción social y el comportamiento en general, proporcionando los medios óptimos para adaptarse a la situación concreta que genera la emoción”. Otro eje teórico que trata de desarrollar la autora es el de establecer el puente de unión entre la neurociencia de la emoción y el psicoanálisis, pues ambos se centran en mecanismos inconscientes. Para la neurociencia, la mayor parte del proceso emocional se procesa independientemente del conocimiento consciente del sujeto. Se trata, ciertamente, de un inconsciente biológico dirigido y actuado por la estructura y las limitaciones de los circuitos neuronales y de la neurofisiología. En este sentido, añade la autora, también podría aplicarse para la neurociencia la metáfora psicoanalítica de que los sentimientos conscientes no son sino la punta del iceberg de una realidad mucho más compleja. La información verdaderamente significativa se encuentra, con frecuencia, más allá del comportamiento manifiesto.
El prestigioso psicólogo estadounidense Michael Gazzaniga (1939) sostiene en “Mind matters. How mind and brain interact to create our conscious lives” (Cuestiones de la mente. Cómo interactúan la mente y el cerebro para crear nuestra vida consciente) que “la conciencia es una propiedad emergente de nuestro sistema nervioso y no una entidad por sí misma; de alguna manera es la respuesta al concierto de muchas redes neuronales que se forman en centros corticales y subcorticales, y que hacen posible esta experiencia que como viene se va al cesar la actividad neural”. Por su parte, el neurofisiólogo australiano John Eccles (1903-1997) sostenía en su “Evolution of the brain. Creation of the self” (La evolución del cerebro. Creación de la conciencia) que el cerebro no podía dar cuenta de la conciencia y de las actividades que derivan de ella, por lo que había que admitir “la existencia autónoma de una mente autoconsciente distinta del mismo, que no es ni material ni orgánica y que ejerce una función superior de interpretación y control de los procesos neuronales”. Eccles encontró el fundamento de su hipótesis en la teoría de Karl Popper (1902-1994), el filósofo austríaco que en “Wissen und das leib-seele problem" (El conocimiento y el problema cuerpo-mente) decía que “lo real se distribuye en tres mundos: el de la realidad física, el de los fenómenos mentales y el de los productos culturales o espirituales tales como las ideas, instituciones sociales, etc.”. Para Eccles, mientras que el cerebro está contenido en el mundo de la realidad física, la autoconciencia pertenecería al mundo de los fenómenos mentales, que es irreductible a aquél, aunque entre ambas existan interacciones.
La palabra conciencia, como se advierte, está imbuida de ambigüedad. Sin dudas, el fenómeno de la conciencia es una de las áreas más controvertidas de aplicación de las neurociencias en la psicología. Para acercarse al estudio de la conciencia es necesario hacer una serie de distinciones conceptuales. Una sería la referida a la conciencia desde el punto de vista neurobiológico. En ese sentido, se sabe que la mayoría de las células que constituyen el sistema nervioso central se encuentran en la corteza cerebral. Son las que elaboran los códigos neuronales que provienen de los sentidos. Tales códigos envían información sobre estímulos ambientales a las áreas receptoras de la corteza, donde la información es procesada y transferida a las áreas adyacentes y se combina con las procedentes de la memoria, de los sentidos y de otras áreas cerebrales. La combinación de estas informaciones y su elaboración por la corteza produce el fundamento de la conciencia. Para su mantenimiento, las células de la corteza cerebral se conservan en un estado de excitación continua gracias a las células reticulares del tronco del encéfalo. Estas células tienen una amplia influencia sobre la corteza y ellas mismas son estimuladas por impulsos nerviosos procedentes de distintas partes del cuerpo.


Pero esta acepción de conciencia no es la que más interesa a la psicología o a las neurociencias cognitivas, sino la que se refiere a conciencia en cuanto a sus contenidos. Esta importante segunda distinción tiene que ver con las modalidades de esos contenidos: los objetivos y los subjetivos, es decir, las sensaciones y los sentimientos. Fue el fisiólogo y psicólogo alemán Wilhelm Wundt (1832-1920) quien desarrolló hace más de un siglo el primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig para estudiar la experiencia inmediata y observable. Su obra sería continuada por, entre otros, el filósofo y psicólogo estadounidense William James (1842-1910), quien optó por establecer una completa equivalencia entre la mente y el cuerpo, y defendió la idea de una correspondencia total entre los estados de conciencia y los procesos neurofisiológicos del cerebro. Así, el problema mente-cuerpo se reformuló y adquirió el habitual sentido contemporáneo. A partir de allí, el problema de la relación entre el cuerpo y la mente pasó a ser el descubrir en qué sentido los estados físicos producen los estados mentales: ¿son éstos producto de la actividad neural o es ésta producida por los estados mentales? Y también: ¿son la misma cosa o son dos cosas distintas? Lejos en el tiempo, en 1866, el biólogo británico Thomas Henry Huxley (1825-1895), ferviente defensor del evolucionismo, admitía en su obra “Lessons in elementary physiology” (Lecciones en fisiología elemental): “Qué es la conciencia, no lo sabemos, y como es algo tan extraordinario cómo el estado de conciencia surge como resultado de la irritación del tejido nervioso, nos es tan poco tangible como la aparición del genio cuando Aladino frotaba la lámpara”.
Contrariamente a la idea de que la psicología elabora modelos funcionales y la neurología modelos estructurales, hoy puede afirmarse que entre ambas ciencias existe una relación tanto funcional como estructural. La psicología ha influido a su modo en la construcción teórica de la neurociencia y la neurociencia ha hecho lo mismo con la psicología. Sin llegar a convertirse en una ciencia unitaria, las relaciones entre la psicología y la neurociencia pueden favorecer el desarrollo de ambas perspectivas. Los modernos métodos de imágenes ayudan a acceder a las señales del mundo exterior a la conciencia de un individuo comparando el tratamiento consciente y no consciente de una misma señal, con lo cual se pueden llegar a definir de alguna manera las bases naturales para uno u otro tratamiento. Es posible entonces la integración de ambas ciencias y que ambas estudien el mismo proceso con sus diferentes métodos de aproximación. La neurociencia, a través de las evidencias recogidas por las modernas técnicas de registros electrónicos, puede identificar porciones de la red neuronal y cada acción de la célula relacionada como un específico proceso mental. El psicoanálisis, por su parte, con la observación, la entrevista, el método de asociación, la historia del individuo, puede llegar a una comprensión del mismo. Se conjetura sobre la vinculación entre lo psicológico y lo biológico pero, al menos por ahora, el estudio de la memoria por la neurociencia no llega a arrojar suficiente luz para entender la memoria de la experiencia cotidiana analizada en la terapia. En definitiva, el psicoanálisis necesita de la neurobiología para entender las emociones procedentes tanto del cuerpo como de su entorno y, a su vez, las neurociencias necesitan del psicoanálisis para evitar trivializarlas.