Según el experto
astrónomo Mario Livio (1945), la ciencia se basa en el error. ¿Qué ocurre cuando
se comete un error? Las consecuencias pueden afectar negativamente al mundo,
pero algunas de ellas pueden llegar a ser más beneficiosas de lo que se pensó
en un primer momento. Esta afirmación viene a desmentir el principio según el
cual la historia de la ciencia es una concatenación de grandes hallazgos. El
camino al éxito científico -opina el astrofísico nacido en Rumania y educado en
Israel- está repleto de grandes errores y se avanza conforme se desmontan
falsas ideas. El rumbo científico muchas veces elude el camino recto y
ascendente hacia la verdad, y marcha en un penoso zigzag. Por eso aconseja
planificar pero siempre dejar sitio a lo imprevisto. Livio se licenció en
Física y Matemáticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con una maestría en
Física Teórica de Partículas en el Instituto Weizmann y un doctorado en
Astrofísica Teórica en la Universidad de Tel Aviv. Fue profesor en el
Departamento de Física del Technion-Israel Institute of Technology desde 1981
hasta 1991, momento en el que se radicó en Estados Unidos en donde fue profesor
de la Universidad Johns Hopkins y posteriormente director de la División de
Ciencias del Space Telescope Science Institute (STScI), el instituto que
desarrolla el programa científico del telescopio espacial Hubble. Frecuente
conferenciante en universidades y otros foros, ha publicado más de cuatrocientos
ensayos científicos en medios especializados y es autor de varios libros de
divulgación científica, entre ellos, "The accelerating universo" (La
aceleración del universo), "The golden ratio. The story of Phi, the world's most
astonishing number" (La proporción áurea. La historia de Phi, el número más
enigmático del mundo), "Is God a mathematician?" (¿Es Dios un
matemático?), "The equation that couldn't be solved" (La ecuación jamás
resuelta) y "Brilliant blunders" (Errores geniales que cambiaron el mundo).
Suele decirse que el genio es la habilidad para cometer el máximo número
de errores en el menor tiempo posible. En esta última obra, Livio muestra como
los errores de cinco de los más grandes genios de la historia de la ciencia
como lo son Charles Darwin (1809-1882), William Thomson Kelvin (1824-1907),
Albert Eisntein (1879-1955), Linus Pauling (1901-1994) y Fred Hoyle (1915-2001)
fueron fundamentales en su investigación científica y condujeron hacia algunos
de los más importantes hallazgos científicos de la historia de la humanidad. Darwin
y su desconocimiento de la genética, Kelvin y su cálculo erróneo de la edad de la
Tierra, Einstein y su noción equivocada sobre la estaticidad de las estrellas, Pauling
y su modelo fallido de la estructura del ADN, y Hoyle que ridiculizó una teoría
emergente sobre el origen del universo a la que peyorativamente catalogó de
"Big Bang", todos ellos contribuyeron sin embargo al progreso
científico y ayudaron a profundizar en el conocimiento de la evolución de la
Tierra, la vida y el universo. El propio Livio inició su carrera con una
tesis sobre nuevas estrellas que primero fue desmentida y años después,
corregida, fue rehabilitada. En la siguiente entrevista realizada por Lluis
Amiguet y publicada en el nº 598 de la revista "Ñ" el 14 de marzo de 2015, le
preguntó a su entrevistador: "¿Cómo mediría la altura de un edificio con un
barómetro?".
¿Por la
presión?
Era la pregunta de un examen de física y la
respuesta era fácil: mides la presión atmosférica en el techo y el suelo del
edificio y, a partir de la diferencia, calculas su altura. Pero un alumno dio
diez soluciones: tirar el barómetro desde la azotea y cronometrar cuánto tarda
en bajar para calcular la altura; lanzarlo atado desde el techo y medir la
cuerda. Y la última era decirle al conserje que le das un barómetro si te da la
altura del edificio.
Ese
estudiante era un genio.
Pero no dio la respuesta esperada y fue
suspendido... ¿Sabe quién era? El Nobel de Física Niels Bohr. Y tal vez la
anécdota no es tan cierta como su moraleja: sólo superarás al profesor si haces
más de lo que te pide. Hay que arriesgar más que ellos y aprender a equivocarse
mejor que ellos. Lo demuestran los errores de los genios de la ciencia. A
menudo, los investigadores avanzan en pos de un objetivo y tropiezan con otro
descubrimiento...
Pero no el
que buscaban.
¿Y qué? Cualquier camino interesante en ciencia
lleva a lo desconocido y cuando investigas te arriesgas a perderte, pero
también a encontrarte con resultados insospechados y maravillosos. Darwin
descubrió las leyes de la evolución, pero desconocía las de la genética y
cometió un grosero error. El creía que los rasgos del padre y la madre que
heredamos se mezclan y transmiten un color nuevo. Fleeming Jenkin denunció el
error, pero Darwin no supo corregirlo. Ni Jenkin, porque no sabían leyes de
Mendel.
Darwin
acertó en lo importante.
Igual que lord Kelvin: a mediados del XIX nadie
sabía la edad de la Tierra. Unos citaban los 6.000 años por la Biblia y otros
decían que era “infinita”. Kelvin pensó en un pavo en el horno en el que lo
primero que se calienta es la piel y lo último el corazón... El planeta también
está más caliente a medida que profundizas en él, así que pensó que, si
medíamos diversas profundidades y temperaturas, podríamos calcular la edad,
porque desde su formación ígnea perdía calor. Kelvin calculó que la Tierra
tenía menos de 100 millones de años, sabemos que tiene 4.500 millones.
Se
equivocó con acierto.
Einstein tampoco aceptó que la gravedad fuera
una fuerza misteriosa que nos atraía hacia el Sol. Dedujo que el Sol curvaba el
espacio como si fuera un trampolín y que la Tierra, como una pelota, seguía esa
curva. Enunció la relatividad universal, pero creyó que las estrellas eran
estáticas...
La idea
era de un bello equilibrio.
Pero si todo atraía a todo, todo al fin debería
colapsarse, así que, para evitarlo, aplicó arbitrariamente en sus ecuaciones
una fuerza que contrarrestaba la de la gravedad en cada punto. Y se dio por
buena hasta que en 1929 Hubble demostró que el universo no era estático, sino
que estaba en expansión y Einstein pensó que esa fuerza expansiva era la que
contrarrestaba la de la gravedad y sacó de la ecuación la que había anotado
arbitrariamente.
Rectificó,
como buen sabio...
¡Error! En 1998 se descubrió que el universo no
se expande cada vez más despacio, sino más deprisa, y lo que lo empuja es
precisamente la fuerza que Einstein eliminó de su ecuación: la constante
cosmológica. ¿Ve? La ciencia no avanza en línea recta, sino con zigzags y marcha
atrás.