El destierro, en sus variantes de exilio forzado
y expatriación, es una práctica política y de control de las esferas públicas
que todos los Estados latinoamericanos adoptaron a lo largo de los dos primeros
siglos de vida independiente. Los últimos avances han revelado el carácter
generalizado y recurrente del destierro como un importante mecanismo de
exclusión institucionalizado y su impacto como un factor transnacional,
persistente aunque variable, en la historia de Latinoamérica. Tras su
expulsión, la relación del exiliado con los discursos y las narraciones que
constituyen y construyen su mundo, cambia. Quien abandona su tierra se ve
obligado a abandonar las narraciones en las cuales basaba su existencia,
quedándose, en gran medida, abandonado. De todas esas narraciones es, sin lugar
a dudas, la ruptura con la Historia aquella que, quizás, marca con mayor fuerza
al exiliado, ya que el contexto político e histórico le ha impedido trazar su
propia vida. La filósofa y ensayista española María Zambrano Alarcón
(1904-1991) decía en "Los bienaventurados" que el destierro rompe la pertenencia
al espacio concreto que permite ordenarse y arraigarse en el mundo, lo que
implica la incapacidad del exiliado para ser parte de la historia de la cual se
le expulsa. El exiliado "camina entre escombros y, entre ellos, los escombros
de la historia". En ese camino se queda "al borde de la historia porque la
historia ha dejado de hablarle: apartado de la historia, desaparece de ella. El
sujeto del exilio ha dejado de ser un sujeto histórico, porque el discurso de
la historia no lo toma más en cuenta: al lanzarlo a sus bordes es borrado de
toda memoria que lo recuerde. De esta manera, al desterrado, se le deja sin
voz; se le niega la oportunidad de dialogar o de intercambiar palabras con el espacio
de su expulsión". En el exilio, expulsado de sus referentes, de su mundo e
historia, la vida del sujeto parece terminar, pero, no obstante, continúa. Los
exiliados son por ello, en palabras de Zambrano, "vencidos que no han muerto,
que no han tenido la discreción de morirse; son supervivientes". Como tal, el
exiliado se convierte no sólo en conciencia del significado o de la memoria de
los hechos acontecidos, sino también en sujeto y objeto de la reflexión crítica
sobre la construcción de esa historia. El sociólogo político Luis Roniger
(1956) es autor de "Destierro y exilio en América Latina. Nuevos estudios
y avances teóricos", libro donde se ocupa del destierro no sólo desde una
concepción individual sino de las consecuencias políticas y sociales que ha dejado
en los estados latinoamericanos. Roniger es argentino pero vive desde hace años
en Estados Unidos donde conduce la cátedra de Estudios Latinoamericanos y
Ciencia Política en la Universidad de Wake Forest. Además es profesor emérito
de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y profesor
visitante en diversas universidades de Estados Unidos, España, México y Argentina.
Ha publicado cerca de una veintena de libros y un centenar y medio de artículos. Se ofrece a renglón seguido un
compendio editado de dos entrevistas al sociólogo argentino: una realizada por Luciana
Bertoia para la edición del 29 de agosto de 2010 del diario "Página/12", y otra
por Inés Hayes para el nº 599 de la revista "Ñ" aparecida el 21 de marzo de
2015.
¿Cómo se
define el exilio?
El exilio es un mecanismo institucionalizado de
control político y tradicionalmente se generó en los países de nuestro
continente ya en época colonial. No se llamaba exilio entonces, se llamaba
destierro. Se usaba como un mecanismo social para alejar a la gente que
generaba problemas. A aquellos a los que se quería castigar localmente y eran
parte de cierta capa social, se los enviaba lejos, a Chile, a la frontera, para
reforzar la estabilidad en las zonas marginales del imperio. Con la
independencia, se transforma en un mecanismo político para controlar a la
oposición dentro de la élite. La lógica del exilio es una lógica que previene
que la clase política se desangre por completo. Porque si matan al contrincante
se crea un círculo vicioso de violencia. La otra posibilidad es ampliar la
lucha política incluyendo a las clases bajas, pero entonces tienen el peligro
de que estos sectores puedan replicar lo que se hizo en Haití y destrozar por
completo a la élite política.
¿Cómo
operan esos desterrados una vez que salen de su país de origen?
Una vez en el exterior, se crean comunidades de
exiliados y esas comunidades de exiliados descubren su identidad nacional
mientras están lejos. Los exiliados que llegaron a otro país se redescubren,
descubren el alma nacional, reivindican un cierto proyecto como el proyecto
auténtico, mientras que los que los forzaron al exilio son aquellos que
traicionaron el verdadero proyecto nacional. Tradicionalmente, la estructura
del exilio comprende dos países: uno que expulsa y uno que recibe o da asilo.
Un tercer ángulo es el de las comunidades de exiliados que interactúan con
otras comunidades de exiliados o con la sociedad local. En el siglo XX, surge
un cuarto factor: la comunidad internacional. Entonces el exilio político entra
a jugar de una forma totalmente diferente.
¿Qué
involucra la aparición de la esfera internacional?
A mediados del siglo XX surge la esfera
transnacional y los exiliados en lugar de ser callados, silenciados, cobran
cierto protagonismo. El caso de Juan Domingo Perón es un caso típico. Toda la
política argentina no se decide en la Argentina, sino que en España se puede
llegar a negociar resultados electorales y estrategias políticas. Ese es el
caso extremo pero es reflejo de la importancia creciente de la esfera
internacional.
¿Qué pasa
con la comunidad internacional y aquellos que parten al exilio en los años ’70?
El caso más típico es cuando se instauran
regímenes represivos autoritarios en la mayoría de los países de América Latina
y los exiliados, una vez en el exterior, cobran nuevo protagonismo a través de
sus relaciones con redes de solidaridad internacional que se preocupan por las
violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Brasil. A través de eso, le dan nueva centralidad a la presencia de exiliados
que se mueven en el exterior. También la facilidad de las comunicaciones y del
transporte posibilita esa presencia internacional de los exiliados. Hay
comunidades de exiliados que juegan el juego mejor y hay otras que juegan el
juego peor por fricciones internas.
¿Se puede
hablar de exilio en regímenes democráticos?
Sí, hay exilio en regímenes autoritarios como en
regímenes democráticos. Esa es una de las tantas verdades que vamos
descubriendo. Popularmente se tiende a asociar el exilio con regímenes
autoritarios y el asilo con regímenes democráticos. Pero en América Latina,
países autoritarios han aceptado asilar, dar recepción a refugiados, para jugar
internacionalmente la bandera de ser un país progresista. Esto ha sucedido en
la República Dominicana durante la Segunda Guerra Mundial con los refugiados
judíos de Alemania y Austria. Internamente México podía ser autoritario pero
recibió con las manos abiertas a los exiliados de la Argentina.
¿Cuál es
el argumento central del libro "Destierro y exilio en América Latina.
Nuevos estudios y aproximaciones teóricas"?
El libro sostiene que el destierro, en sus
variantes de exilio forzado y expatriación, es un mecanismo institucionalizado
de exclusión política y control de las esferas públicas que todos los Estados
latinoamericanos adoptaron a lo largo de dos siglos de vida independiente.
Recientes avances en su análisis han revelado el carácter generalizado y
recurrente del destierro como un importante mecanismo de exclusión
institucionalizada y su impacto como un factor transnacional, persistente
aunque variable, en la historia de nuestras sociedades. Las ciencias sociales,
en las que incluyo a la Historia, han llegado relativamente tarde a este campo
de estudio, en el cual han predominado por largo tiempo los estudios literarios
y las humanidades, tal vez con la excepción del exilio cubano que ha
concitado numerosos trabajos ya a partir de inicios de la década del '60. En
los últimos años, los estudios de destierro y exilio se han transformado en un
campo de estudio transnacional e histórico en pujante expansión.
Si bien en
el libro está plenamente detallado, ¿cuáles son los orígenes históricos del
concepto y los mecanismos del exilio, utilizado desde la propia Biblia con la
expulsión de Adán y Eva del Paraíso?
El libro analiza las raíces históricas y el
desarrollo de este mecanismo institucionalizado de exclusión política y sus
consecuencias para las sociedades de nuestro continente. A lo largo de la
historia y en las Américas desde la época colonial, se usó el destierro (en sus
diferentes acepciones y denotaciones; por ejemplo, el "degredo" en el área
portuguesa) como un mecanismo administrativo para alejar a personas que
generaban problemas sociales y como un medio para poblar regiones despobladas en
los márgenes de los imperios, así como para expulsar de aquellos territorios a
algunas de las personas que incidieran en rebelarse contra la autoridad. A
aquellos a quienes se los quería castigar localmente se los podía enviar a la
frontera, alejando el "problema" y reforzando así el Imperio en sus zonas más
marginales. Así fue usado por el imperio chino hacia la provincia de Xinjiang,
por el imperio zarista hacia Siberia, por el imperio británico hacia Australia,
por el imperio lusitano hacia Brasil y por el imperio español hacia sus
territorios en las Américas. Bien pronto, en las inmensidades del territorio
americano, vemos replicado el uso del destierro al interior de los territorios
anexados al control imperial. Recordemos con ello que el destierro nunca fue el
único mecanismo de control usado, sumándose principalmente al encierro en
prisiones y a las ejecuciones. Creo que fue el historiador Félix Luna que acuñó
una frase que resume bien las medidas alternativas de penalización: las
opciones eran "el encierro, el destierro o el entierro".
Según sus
palabras, desde la propia conformación de los Estados Naciones en América
Latina, el exilio se convirtió en un modo central de hacer política, ¿cómo se
podría desarrollar brevemente esta idea?
Con la independencia, se abre el juego por el
poder y el destierro adquiere una tonalidad específicamente política,
transformándose en un mecanismo para controlar a la oposición dentro de la
élite en competencia por el poder. La lógica del exilio es una lógica que
previno en ese pasaje a la vida independiente que la clase dominante se desangrara
por completo al entrar en un círculo vicioso de violencia, de asesinatos y de
guerra hasta la muerte. Por otra parte, a través del tiempo el destierro ha
proyectado -en forma a menudo manipulada por dictadores como Somoza o Trujillo- una imagen paternalista y no sanguinaria de quienes detentaron el poder, al
tiempo que difamaban a quienes se habían replegado y trasladado al exilio en el
extranjero. La otra ventaja es que al desterrar a la oposición -o forzar su
expatriación o "auto exilio"- se evitaba la posibilidad de ampliar
la lucha política hacia las clases subalternas, pues en ese caso la clase
dominante debería enfrentar el peligro de que los sectores populares pudieran destrozar por
completo a la clase dominante. Por supuesto, tal lógica se transforma con el
pasaje del tiempo y la ampliación de la participación política en América
Latina, aunque no deja de retener su funcionalidad, se puede decir que no deja de ser
un mecanismo institucionalizado de exclusión y persecución política que llega
a formar parte de la cultura política y las expectativas de los ciudadanos en
la región, y que con el tiempo lleva a los Estados a coordinar acuerdos de
asilo territorial y diplomático.
Vale decir -y esa es otra de las cuestiones desarrolladas en el libro- que el exilio dejó
consecuencias no sólo en los individuos que lo sufrieron sino en la vida
política de los Estados. ¿Cuáles fueron entonces las secuelas centrales en los
países de América Latina, sobre todo luego de las dictaduras militares?
Ante todo, los exiliados han potenciado la
existencia de Diásporas de co-nacionales, integradas también por migrantes,
refugiados, beneficiarios de asilo, cosmopolitas errantes, turistas y aun vagos
trashumantes. A menudo es difícil separar el exilio de estos otros fenómenos.
Sin embargo, el exilio propiamente dicho tiene una connotación, génesis y
consecuencias socio-políticas, derivadas usualmente de una derrota o un
repliegue político, un compromiso a menudo persistente con una causa y un
sentimiento, además del deseo de retornar a la patria una vez que las
condiciones que provocaron el destierro dejaran de existir. Por otra parte, es
posible identificar situaciones en las que el fenómeno del exilio y el de las
diásporas convergen, o bien en el que uno deja de ser relevante mientras el
otro cobra importancia, por ejemplo tras la democratización. Ello es claro en
el caso argentino.
¿Cómo se
caracterizó, justamente, la diáspora argentina?
La última dictadura generó tal convergencia al
dispersar argentinos por todos los continentes y donde se generó un fenómeno de
diáspora, especialmente en el caso de aquellos que se propusieron retornar a la
patria y no lo lograron, o bien que se trasformaron en "sojourners", vale decir
que volvieron "a medias", desplazándose una y otra vez entre la
patria y el país receptor, como fue el caso de algunos exiliados argentinos en
España. Además, estar exiliado en otros países, abrirse a nuevas
sociabilidades, nuevas lenguas y culturas políticas, ha implicado una
desprovincialización y, en algunos casos, la apertura a conexiones y redes que, tras la democratización, fueron importantísimas en la vinculación y en el
desarrollo de nuevas ideas e instituciones, por ejemplo en el campo académico.
Como
contracara, el exilio también sirvió para redefinir la identidad colectiva.
Usted habla en el libro del pan-latinoamericanismo de Sandino por ejemplo.
En efecto, a lo largo de los siglos XIX y XX,
mientras los Estados impulsaban su construcción de identidad nacional, el
destierro de ciudadanos creaba una contracorriente de convivencia y nuevo
"descubrimiento" de las experiencias paralelas y lazos comunes con las naciones
hermanas de América Latina. Recordemos que el sentimiento de apego a las patrias americanas fue propulsado por los jesuitas desterrados a Europa en
la década de 1760. De forma similar, el concepto de América Latina fue una
construcción de exiliados radicados en Francia. En el libro, analizo en efecto,
cómo la dimensión nacional juega un contrapunto con la dimensión transnacional
a lo largo de la historia de los Estados latinoamericanos, tanto en América del
Sur como en América Central. El destierro permitió pensar a los países de
origen desde lejos como parte de una complementariedad y un ámbito
pan-latinoamericano. Así, al colombiano José María Torres Caicedo, exiliado en
París a mediados del siglo XIX, se le atribuye la creación del término de
América Latina; o bien ya en siglo XX, el nicaragüense Salvador Mendieta, el
cubano José Martí, el portorriqueño Ramón Emeterio Betances, el portorriqueño
Eugenio María de Hostos y Bonilla, el salvadoreño Agustín Farabundo Martí, o el
nicaragüense Augusto César Sandino, para nombrar sólo a algunos exiliados
destacados, desenvolvieron banderas de lucha e identidad más amplias que las de
su tierra natal al percibir la mancomunidad de intereses y desafíos de los
exiliados de las distintas sociedades latinoamericanas.
El
Estatuto de Roma de 1998 establece la libertad de elegir dónde vivir como un
derecho humano y su violación como un crimen de lesa humanidad, sin embargo
miles de migrantes de todo el mundo (africanos, mexicanos, por poner dos
ejemplos) mueren a diario por tener que emigrar forzadamente de sus países de
origen, ¿en qué estado está en la actualidad esa legislación?
Las normativas de derechos humanos representan
un ideal a ser implementado, pero requieren la voluntad de los Estados de
llevarlas a la práctica. Los Estados se rigen por una lógica de soberanía
nacional que transforma documentos universales en proyectos a largo plazo, a
menudo relegados por la "real politik". En tal sentido, el estudio del exilio
lleva a tener consciencia de que la suerte de migrantes, aun aquellos forzados
por circunstancias políticas a dejar sus tierras natales, seguirá estando
supeditada a trágicos intentos de superar fronteras y/o a la buena voluntad de
los Estados receptores a servir de refugio a quienes huyen de zonas de extrema
pobreza, conflicto o violencia. El libro también destaca que aun sistemas de
democracia electoral siguen generando exilio, al no proyectar una cultura de
tolerancia a opiniones divergentes. Una verdadera democracia debe generar
actitudes de respeto de diversidad, transformando a opositores de enemigos "a
muerte" en interlocutores con los cuales se puede dialogar además de competir
por el poder político. Ese es tal vez una de las mayores contribuciones de
quienes estudiamos el fenómeno del destierro y el exilio en nuestros países.