25 de marzo de 2015

Luis Roniger: "Una verdadera democracia debe generar actitudes de respeto de diversidad, transformando a opositores de enemigos 'a muerte' en interlocutores con los cuales se puede dialogar además de competir por el poder político"

El destierro, en sus variantes de exilio forzado y expatriación, es una práctica política y de control de las esferas públicas que todos los Estados latinoamericanos adoptaron a lo largo de los dos primeros siglos de vida independiente. Los últimos avances han revelado el carácter generalizado y recurrente del destierro como un importante mecanismo de exclusión institucionalizado y su impacto como un factor transnacional, persistente aunque variable, en la historia de Latinoamérica. Tras su expulsión, la relación del exiliado con los discursos y las narraciones que constituyen y construyen su mundo, cambia. Quien abandona su tierra se ve obligado a abandonar las narraciones en las cuales basaba su existencia, quedándose, en gran medida, abandonado. De todas esas narraciones es, sin lugar a dudas, la ruptura con la Historia aquella que, quizás, marca con mayor fuerza al exiliado, ya que el contexto político e histórico le ha impedido trazar su propia vida. La filósofa y ensayista española María Zambrano Alarcón (1904-1991) decía en "Los bienaventurados" que el destierro rompe la pertenencia al espacio concreto que permite ordenarse y arraigarse en el mundo, lo que implica la incapacidad del exiliado para ser parte de la historia de la cual se le expulsa. El exiliado "camina entre escombros y, entre ellos, los escombros de la historia". En ese camino se queda "al borde de la historia porque la historia ha dejado de hablarle: apartado de la historia, desaparece de ella. El sujeto del exilio ha dejado de ser un sujeto histórico, porque el discurso de la historia no lo toma más en cuenta: al lanzarlo a sus bordes es borrado de toda memoria que lo recuerde. De esta manera, al desterrado, se le deja sin voz; se le niega la oportunidad de dialogar o de intercambiar palabras con el espacio de su expulsión". En el exilio, expulsado de sus referentes, de su mundo e historia, la vida del sujeto parece terminar, pero, no obstante, continúa. Los exiliados son por ello, en palabras de Zambrano, "vencidos que no han muerto, que no han tenido la discreción de morirse; son supervivientes". Como tal, el exiliado se convierte no sólo en conciencia del significado o de la memoria de los hechos acontecidos, sino también en sujeto y objeto de la reflexión crítica sobre la construcción de esa historia. El sociólogo político Luis Roniger (1956) es autor de "Destierro y exilio en América Latina. Nuevos estudios y avances teóricos", libro donde se ocupa del destierro no sólo desde una concepción individual sino de las consecuencias políticas y sociales que ha dejado en los estados latinoamericanos. Roniger es argentino pero vive desde hace años en Estados Unidos donde conduce la cátedra de Estudios Latinoamericanos y Ciencia Política en la Universidad de Wake Forest. Además es profesor emérito de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y profesor visitante en diversas universidades de Estados Unidos, España, México y Argentina. Ha publicado cerca de una veintena de libros y un centenar y medio de artículos. Se ofrece a renglón seguido un compendio editado de dos entrevistas al sociólogo argentino: una realizada por Luciana Bertoia para la edición del 29 de agosto de 2010 del diario "Página/12", y otra por Inés Hayes para el nº 599 de la revista "Ñ" aparecida el 21 de marzo de 2015.


¿Cómo se define el exilio?

El exilio es un mecanismo institucionalizado de control político y tradicionalmente se generó en los países de nuestro continente ya en época colonial. No se llamaba exilio entonces, se llamaba destierro. Se usaba como un mecanismo social para alejar a la gente que generaba problemas. A aquellos a los que se quería castigar localmente y eran parte de cierta capa social, se los enviaba lejos, a Chile, a la frontera, para reforzar la estabilidad en las zonas marginales del imperio. Con la independencia, se transforma en un mecanismo político para controlar a la oposición dentro de la élite. La lógica del exilio es una lógica que previene que la clase política se desangre por completo. Porque si matan al contrincante se crea un círculo vicioso de violencia. La otra posibilidad es ampliar la lucha política incluyendo a las clases bajas, pero entonces tienen el peligro de que estos sectores puedan replicar lo que se hizo en Haití y destrozar por completo a la élite política.

¿Cómo operan esos desterrados una vez que salen de su país de origen?

Una vez en el exterior, se crean comunidades de exiliados y esas comunidades de exiliados descubren su identidad nacional mientras están lejos. Los exiliados que llegaron a otro país se redescubren, descubren el alma nacional, reivindican un cierto proyecto como el proyecto auténtico, mientras que los que los forzaron al exilio son aquellos que traicionaron el verdadero proyecto nacional. Tradicionalmente, la estructura del exilio comprende dos países: uno que expulsa y uno que recibe o da asilo. Un tercer ángulo es el de las comunidades de exiliados que interactúan con otras comunidades de exiliados o con la sociedad local. En el siglo XX, surge un cuarto factor: la comunidad internacional. Entonces el exilio político entra a jugar de una forma totalmente diferente.

¿Qué involucra la aparición de la esfera internacional?

A mediados del siglo XX surge la esfera transnacional y los exiliados en lugar de ser callados, silenciados, cobran cierto protagonismo. El caso de Juan Domingo Perón es un caso típico. Toda la política argentina no se decide en la Argentina, sino que en España se puede llegar a negociar resultados electorales y estrategias políticas. Ese es el caso extremo pero es reflejo de la importancia creciente de la esfera internacional.

¿Qué pasa con la comunidad internacional y aquellos que parten al exilio en los años ’70?

El caso más típico es cuando se instauran regímenes represivos autoritarios en la mayoría de los países de América Latina y los exiliados, una vez en el exterior, cobran nuevo protagonismo a través de sus relaciones con redes de solidaridad internacional que se preocupan por las violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Brasil. A través de eso, le dan nueva centralidad a la presencia de exiliados que se mueven en el exterior. También la facilidad de las comunicaciones y del transporte posibilita esa presencia internacional de los exiliados. Hay comunidades de exiliados que juegan el juego mejor y hay otras que juegan el juego peor por fricciones internas.

¿Se puede hablar de exilio en regímenes democráticos?

Sí, hay exilio en regímenes autoritarios como en regímenes democráticos. Esa es una de las tantas verdades que vamos descubriendo. Popularmente se tiende a asociar el exilio con regímenes autoritarios y el asilo con regímenes democráticos. Pero en América Latina, países autoritarios han aceptado asilar, dar recepción a refugiados, para jugar internacionalmente la bandera de ser un país progresista. Esto ha sucedido en la República Dominicana durante la Segunda Guerra Mundial con los refugiados judíos de Alemania y Austria. Internamente México podía ser autoritario pero recibió con las manos abiertas a los exiliados de la Argentina.

¿Cuál es el argumento central del libro "Destierro y exilio en América Latina. Nuevos estudios y aproximaciones teóricas"?

El libro sostiene que el destierro, en sus variantes de exilio forzado y expatriación, es un mecanismo institucionalizado de exclusión política y control de las esferas públicas que todos los Estados latinoamericanos adoptaron a lo largo de dos siglos de vida independiente. Recientes avances en su análisis han revelado el carácter generalizado y recurrente del destierro como un importante mecanismo de exclusión institucionalizada y su impacto como un factor transnacional, persistente aunque variable, en la historia de nuestras sociedades. Las ciencias sociales, en las que incluyo a la Historia, han llegado relativamente tarde a este campo de estudio, en el cual han predominado por largo tiempo los estudios literarios y las humanidades, tal vez con la excepción del exilio cubano que ha concitado numerosos trabajos ya a partir de inicios de la década del '60. En los últimos años, los estudios de destierro y exilio se han transformado en un campo de estudio transnacional e histórico en pujante expansión.

Si bien en el libro está plenamente detallado, ¿cuáles son los orígenes históricos del concepto y los mecanismos del exilio, utilizado desde la propia Biblia con la expulsión de Adán y Eva del Paraíso?

El libro analiza las raíces históricas y el desarrollo de este mecanismo institucionalizado de exclusión política y sus consecuencias para las sociedades de nuestro continente. A lo largo de la historia y en las Américas desde la época colonial, se usó el destierro (en sus diferentes acepciones y denotaciones; por ejemplo, el "degredo" en el área portuguesa) como un mecanismo administrativo para alejar a personas que generaban problemas sociales y como un medio para poblar regiones despobladas en los márgenes de los imperios, así como para expulsar de aquellos territorios a algunas de las personas que incidieran en rebelarse contra la autoridad. A aquellos a quienes se los quería castigar localmente se los podía enviar a la frontera, alejando el "problema" y reforzando así el Imperio en sus zonas más marginales. Así fue usado por el imperio chino hacia la provincia de Xinjiang, por el imperio zarista hacia Siberia, por el imperio británico hacia Australia, por el imperio lusitano hacia Brasil y por el imperio español hacia sus territorios en las Américas. Bien pronto, en las inmensidades del territorio americano, vemos replicado el uso del destierro al interior de los territorios anexados al control imperial. Recordemos con ello que el destierro nunca fue el único mecanismo de control usado, sumándose principalmente al encierro en prisiones y a las ejecuciones. Creo que fue el historiador Félix Luna que acuñó una frase que resume bien las medidas alternativas de penalización: las opciones eran "el encierro, el destierro o el entierro".

Según sus palabras, desde la propia conformación de los Estados Naciones en América Latina, el exilio se convirtió en un modo central de hacer política, ¿cómo se podría desarrollar brevemente esta idea?

Con la independencia, se abre el juego por el poder y el destierro adquiere una tonalidad específicamente política, transformándose en un mecanismo para controlar a la oposición dentro de la élite en competencia por el poder. La lógica del exilio es una lógica que previno en ese pasaje a la vida independiente que la clase dominante se desangrara por completo al entrar en un círculo vicioso de violencia, de asesinatos y de guerra hasta la muerte. Por otra parte, a través del tiempo el destierro ha proyectado -en forma a menudo manipulada por dictadores como Somoza o Trujillo- una imagen paternalista y no sanguinaria de quienes detentaron el poder, al tiempo que difamaban a quienes se habían replegado y trasladado al exilio en el extranjero. La otra ventaja es que al desterrar a la oposición -o forzar su expatriación o "auto exilio"- se evitaba la posibilidad de ampliar la lucha política hacia las clases subalternas, pues en ese caso la clase dominante debería enfrentar el peligro de que los sectores populares pudieran destrozar por completo a la clase dominante. Por supuesto, tal lógica se transforma con el pasaje del tiempo y la ampliación de la participación política en América Latina, aunque no deja de retener su funcionalidad, se puede decir que no deja de ser un mecanismo institucionalizado de exclusión y persecución política que llega a formar parte de la cultura política y las expectativas de los ciudadanos en la región, y que con el tiempo lleva a los Estados a coordinar acuerdos de asilo territorial y diplomático.

Vale decir -y esa es otra de las cuestiones desarrolladas en el libro- que el exilio dejó consecuencias no sólo en los individuos que lo sufrieron sino en la vida política de los Estados. ¿Cuáles fueron entonces las secuelas centrales en los países de América Latina, sobre todo luego de las dictaduras militares?

Ante todo, los exiliados han potenciado la existencia de Diásporas de co-nacionales, integradas también por migrantes, refugiados, beneficiarios de asilo, cosmopolitas errantes, turistas y aun vagos trashumantes. A menudo es difícil separar el exilio de estos otros fenómenos. Sin embargo, el exilio propiamente dicho tiene una connotación, génesis y consecuencias socio-políticas, derivadas usualmente de una derrota o un repliegue político, un compromiso a menudo persistente con una causa y un sentimiento, además del deseo de retornar a la patria una vez que las condiciones que provocaron el destierro dejaran de existir. Por otra parte, es posible identificar situaciones en las que el fenómeno del exilio y el de las diásporas convergen, o bien en el que uno deja de ser relevante mientras el otro cobra importancia, por ejemplo tras la democratización. Ello es claro en el caso argentino.

¿Cómo se caracterizó, justamente, la diáspora argentina?

La última dictadura generó tal convergencia al dispersar argentinos por todos los continentes y donde se generó un fenómeno de diáspora, especialmente en el caso de aquellos que se propusieron retornar a la patria y no lo lograron, o bien que se trasformaron en "sojourners", vale decir que volvieron "a medias", desplazándose una y otra vez entre la patria y el país receptor, como fue el caso de algunos exiliados argentinos en España. Además, estar exiliado en otros países, abrirse a nuevas sociabilidades, nuevas lenguas y culturas políticas, ha implicado una desprovincialización y, en algunos casos, la apertura a conexiones y redes que, tras la democratización, fueron importantísimas en la vinculación y en el desarrollo de nuevas ideas e instituciones, por ejemplo en el campo académico.

Como contracara, el exilio también sirvió para redefinir la identidad colectiva. Usted habla en el libro del pan-latinoamericanismo de Sandino por ejemplo.

En efecto, a lo largo de los siglos XIX y XX, mientras los Estados impulsaban su construcción de identidad nacional, el destierro de ciudadanos creaba una contracorriente de convivencia y nuevo "descubrimiento" de las experiencias paralelas y lazos comunes con las naciones hermanas de América Latina. Recordemos que el sentimiento de apego a las patrias americanas fue propulsado por los jesuitas desterrados a Europa en la década de 1760. De forma similar, el concepto de América Latina fue una construcción de exiliados radicados en Francia. En el libro, analizo en efecto, cómo la dimensión nacional juega un contrapunto con la dimensión transnacional a lo largo de la historia de los Estados latinoamericanos, tanto en América del Sur como en América Central. El destierro permitió pensar a los países de origen desde lejos como parte de una complementariedad y un ámbito pan-latinoamericano. Así, al colombiano José María Torres Caicedo, exiliado en París a mediados del siglo XIX, se le atribuye la creación del término de América Latina; o bien ya en siglo XX, el nicaragüense Salvador Mendieta, el cubano José Martí, el portorriqueño Ramón Emeterio Betances, el portorriqueño Eugenio María de Hostos y Bonilla, el salvadoreño Agustín Farabundo Martí, o el nicaragüense Augusto César Sandino, para nombrar sólo a algunos exiliados destacados, desenvolvieron banderas de lucha e identidad más amplias que las de su tierra natal al percibir la mancomunidad de intereses y desafíos de los exiliados de las distintas sociedades latinoamericanas.

El Estatuto de Roma de 1998 establece la libertad de elegir dónde vivir como un derecho humano y su violación como un crimen de lesa humanidad, sin embargo miles de migrantes de todo el mundo (africanos, mexicanos, por poner dos ejemplos) mueren a diario por tener que emigrar forzadamente de sus países de origen, ¿en qué estado está en la actualidad esa legislación?

Las normativas de derechos humanos representan un ideal a ser implementado, pero requieren la voluntad de los Estados de llevarlas a la práctica. Los Estados se rigen por una lógica de soberanía nacional que transforma documentos universales en proyectos a largo plazo, a menudo relegados por la "real politik". En tal sentido, el estudio del exilio lleva a tener consciencia de que la suerte de migrantes, aun aquellos forzados por circunstancias políticas a dejar sus tierras natales, seguirá estando supeditada a trágicos intentos de superar fronteras y/o a la buena voluntad de los Estados receptores a servir de refugio a quienes huyen de zonas de extrema pobreza, conflicto o violencia. El libro también destaca que aun sistemas de democracia electoral siguen generando exilio, al no proyectar una cultura de tolerancia a opiniones divergentes. Una verdadera democracia debe generar actitudes de respeto de diversidad, transformando a opositores de enemigos "a muerte" en interlocutores con los cuales se puede dialogar además de competir por el poder político. Ese es tal vez una de las mayores contribuciones de quienes estudiamos el fenómeno del destierro y el exilio en nuestros países.