21 de marzo de 2015

Mario Livio: " Los caminos de la ciencia llevan a lo desconocido y cuando se investiga se arriesga a perderse, pero también a encontrarse con resultados insospechados y maravillosos"

Según el experto astrónomo Mario Livio (1945), la ciencia se basa en el error. ¿Qué ocurre cuando se comete un error? Las consecuencias pueden afectar negativamente al mundo, pero algunas de ellas pueden llegar a ser más beneficiosas de lo que se pensó en un primer momento. Esta afirmación viene a desmentir el principio según el cual la historia de la ciencia es una concatenación de grandes hallazgos. El camino al éxito científico -opina el astrofísico nacido en Rumania y educado en Israel- está repleto de grandes errores y se avanza conforme se desmontan falsas ideas. El rumbo científico muchas veces elude el camino recto y ascendente hacia la verdad, y marcha en un penoso zigzag. Por eso aconseja planificar pero siempre dejar sitio a lo imprevisto. Livio se licenció en Física y Matemáticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con una maestría en Física Teórica de Partículas en el Instituto Weizmann y un doctorado en Astrofísica Teórica en la Universidad de Tel Aviv. Fue profesor en el Departamento de Física del Technion-Israel Institute of Technology desde 1981 hasta 1991, momento en el que se radicó en Estados Unidos en donde fue profesor de la Universidad Johns Hopkins y posteriormente director de la División de Ciencias del Space Telescope Science Institute (STScI), el instituto que desarrolla el programa científico del telescopio espacial Hubble. Frecuente conferenciante en universidades y otros foros, ha publicado más de cuatrocientos ensayos científicos en medios especializados y es autor de varios libros de divulgación científica, entre ellos, "The accelerating universo" (La aceleración del universo), "The golden ratio. The story of Phi, the world's most astonishing number" (La proporción áurea. La historia de Phi, el número más enigmático del mundo), "Is God a mathematician?" (¿Es Dios un matemático?), "The equation that couldn't be solved" (La ecuación jamás resuelta) y "Brilliant blunders" (Errores geniales que cambiaron el mundo). Suele decirse que el genio es la habilidad para cometer el máximo número de errores en el menor tiempo posible. En esta última obra, Livio muestra como los errores de cinco de los más grandes genios de la historia de la ciencia como lo son Charles Darwin (1809-1882), William Thomson Kelvin (1824-1907), Albert Eisntein (1879-1955), Linus Pauling (1901-1994) y Fred Hoyle (1915-2001) fueron fundamentales en su investigación científica y condujeron hacia algunos de los más importantes hallazgos científicos de la historia de la humanidad. Darwin y su desconocimiento de la genética, Kelvin y su cálculo erróneo de la edad de la Tierra, Einstein y su noción equivocada sobre la estaticidad de las estrellas, Pauling y su modelo fallido de la estructura del ADN, y Hoyle que ridiculizó una teoría emergente sobre el origen del universo a la que peyorativamente catalogó de "Big Bang", todos ellos contribuyeron sin embargo al progreso científico y ayudaron a profundizar en el conocimiento de la evolución de la Tierra, la vida y el universo. El propio Livio inició su carrera con una tesis sobre nuevas estrellas que primero fue desmentida y años después, corregida, fue rehabilitada. En la siguiente entrevista realizada por Lluis Amiguet y publicada en el nº 598 de la revista "Ñ" el 14 de marzo de 2015, le preguntó a su entrevistador: "¿Cómo mediría la altura de un edificio con un barómetro?".


¿Por la presión?

Era la pregunta de un examen de física y la respuesta era fácil: mides la presión atmosférica en el techo y el suelo del edificio y, a partir de la diferencia, calculas su altura. Pero un alumno dio diez soluciones: tirar el barómetro desde la azotea y cronometrar cuánto tarda en bajar para calcular la altura; lanzarlo atado desde el techo y medir la cuerda. Y la última era decirle al conserje que le das un barómetro si te da la altura del edificio.

Ese estudiante era un genio.

Pero no dio la respuesta esperada y fue suspendido... ¿Sabe quién era? El Nobel de Física Niels Bohr. Y tal vez la anécdota no es tan cierta como su moraleja: sólo superarás al profesor si haces más de lo que te pide. Hay que arriesgar más que ellos y aprender a equivocarse mejor que ellos. Lo demuestran los errores de los genios de la ciencia. A menudo, los investigadores avanzan en pos de un objetivo y tropiezan con otro descubrimiento...

Pero no el que buscaban.

¿Y qué? Cualquier camino interesante en ciencia lleva a lo desconocido y cuando investigas te arriesgas a perderte, pero también a encontrarte con resultados insospechados y maravillosos. Darwin descubrió las leyes de la evolución, pero desconocía las de la genética y cometió un grosero error. El creía que los rasgos del padre y la madre que heredamos se mezclan y transmiten un color nuevo. Fleeming Jenkin denunció el error, pero Darwin no supo corregirlo. Ni Jenkin, porque no sabían leyes de Mendel.

Darwin acertó en lo importante.

Igual que lord Kelvin: a mediados del XIX nadie sabía la edad de la Tierra. Unos citaban los 6.000 años por la Biblia y otros decían que era “infinita”. Kelvin pensó en un pavo en el horno en el que lo primero que se calienta es la piel y lo último el corazón... El planeta también está más caliente a medida que profundizas en él, así que pensó que, si medíamos diversas profundidades y temperaturas, podríamos calcular la edad, porque desde su formación ígnea perdía calor. Kelvin calculó que la Tierra tenía menos de 100 millones de años, sabemos que tiene 4.500 millones.

Se equivocó con acierto.

Einstein tampoco aceptó que la gravedad fuera una fuerza misteriosa que nos atraía hacia el Sol. Dedujo que el Sol curvaba el espacio como si fuera un trampolín y que la Tierra, como una pelota, seguía esa curva. Enunció la relatividad universal, pero creyó que las estrellas eran estáticas...

La idea era de un bello equilibrio.

Pero si todo atraía a todo, todo al fin debería colapsarse, así que, para evitarlo, aplicó arbitrariamente en sus ecuaciones una fuerza que contrarrestaba la de la gravedad en cada punto. Y se dio por buena hasta que en 1929 Hubble demostró que el universo no era estático, sino que estaba en expansión y Einstein pensó que esa fuerza expansiva era la que contrarrestaba la de la gravedad y sacó de la ecuación la que había anotado arbitrariamente.

Rectificó, como buen sabio...

¡Error! En 1998 se descubrió que el universo no se expande cada vez más despacio, sino más deprisa, y lo que lo empuja es precisamente la fuerza que Einstein eliminó de su ecuación: la constante cosmológica. ¿Ve? La ciencia no avanza en línea recta, sino con zigzags y marcha atrás.