22 de marzo de 2015

Martín Kohan: "Quisiera que más lectores accedan a un tipo de literatura que no quepa en términos estrictamente de entretenimiento sino a una literatura exigente, que demande concentración, que es infinitamente placentera pero en términos de destreza en aplicación de literatura"

Martín Kohan (1967) es doctor en Letras y profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Ha publicado ensayos, libros de cuentos y varias novelas, entre ellas "Dos veces junio", "Ciencias morales" y "Bahía Blanca". Lo que sigue en un resumen editado de varias entrevistas que el escritor argentino concedió en los últimos años en las que fija sus puntos de vista sobre su condición de docente, pero también sobre la de lector y, esencialmente, la de escritor. Los extractos reunidos pertenecen a las entrevistas realizadas por Tamym Maulén (página web chilena www.letras.s5.com, septiembre de 2008); por Ana Abramowski e Inés Dussel (revista argentina "El Monitor" nº 16, diciembre de 2009); por Diego Cacciavillani (revista argentina "Confines. Arte y cultura desde la Patagonia", marzo/abril de 2010); por Verónica Dema (diario argentino "La Nación", 26 de abril de 2010); y por Jaime Cabrera Junco (diario peruano "Perú21", 25 de julio del 2012).


¿Cuándo y cómo empezó su formación como lector y escritor?

En la infancia. Lo que yo siento como algo decisivo en el modo en que le tomé el gusto a leer y escribir es que a mí me gustaba mucho estar solo. Porque son actividades muy solitarias. En este sentido, casi todas las situaciones sociales desalientan la lectura. Antes de decir qué conviene leer hay un punto previo que tiene que ver con organizar las actividades de la vida de manera que haya cabida para eso. Porque si no la hay, aunque se cuente con el mejor de los libros, un potencial lector no va a encontrar cuándo ni cómo ni dónde leerlo. No es cierto que haya un estímulo social a la lectura. La vida no está diseñada para leer, la vida está diseñada para interrumpirnos con el teléfono, internet, los amigos, la familia... Entonces en realidad, en el día a día, lo que uno tiene que hacer es enseñar estrategias para desactivar la interrupción. Lo que quiero remarcar es que la formación del lector no es sólo el objeto libro, es ante todo un sujeto. Sin el gusto por ese momento de repliegue donde uno renuncia un poco a los demás y se pone aparte, no se forma un lector ni un escritor. La decisión de seguir la carrera de Letras tuvo que ver con la opción de organizar mi vida de adulto alrededor de la literatura, no como hobby, sino como mi vida misma. Soy escritor porque escribo, pero no tengo esa ambición de figuración social, no fantaseaba con eso. Hoy donde me siento más seguro y estable es en la literatura, ya sea escribiendo o dando clases, pero en el universo literario.

Usted ha sido profesor de literatura en la escuela secundaria, ¿cómo hacía en el aula para que alumnas y alumnos leyeran, para que hubiera cabida para la lectura?

Todas las semanas había un tiempo de lectura. Yo llevaba mi libro y ellos tenían que llevar el suyo. Y nos poníamos a leer, simplemente. Pero no era algo que yo les dijera, sino que era algo que ocurría. Ocurría; estábamos todos juntos en el aula, cada uno en lo suyo.

Cuéntenos un poco más sobre cómo era la experiencia de lectura en clase. Por ejemplo, ¿los alumnos podían leer cualquier libro?

No, de ninguna manera. Yo creo que en un ámbito escolar no puede haber malas lecturas. No estoy de acuerdo con esa idea que dice "no importa qué, pero que lean". Porque también se deforma un lector. Si un texto es un mal texto y está mal escrito y está mal construido, y un personaje está mal trabajado, la escuela no lo tiene que admitir; porque no sólo se trata de formar lectores: se trata de formar buenos lectores. Si no, es como una especie de fetichismo de la lectura por la lectura misma, o de la esperanza de que, aunque lea malos libros, "ya lo hemos traído a la república de la lectura". A mi entender no funciona así, porque no es que el mal libro va a suscitar el deseo del buen libro: el mal libro suscita el deseo de otro mal libro. La escuela tiene que administrar un canon, separar buena literatura de mala literatura sin ningún remordimiento. Sin embargo, esas definiciones son históricas y cambiantes; y quizás algún día, esto que sentimos como mala literatura sea buena literatura. Muy bien, entonces ese día se dará en un colegio. Ahora no, porque todavía la postulamos como mala literatura.

Volvamos a la experiencia de lectura en el aula. Si no admitía "libros malos", ¿cómo elegían los alumnos el libro? ¿Tenían que seleccionar de una lista o programa?

No. Ellos tenían que proponer diez libros que querían leer, y yo les decía: "De esta lista de diez que trajiste, leé este". Es muy raro que alguien proponga diez libros malos. Si se olvidaban el libro el día de lectura, podían ir a Biblioteca y buscar un libro de cuentos. Me parecía necesario que los chicos dedicaran un minuto a pensar: "Si a mí me gustara leer -estoy pensando en los que ofrecían más resistencia-, ¿qué leería?". La acción de ir a una librería y elegir un libro, leer la contratapa, ver quién es el autor y si el librero sabe, lo comenta. Todo eso es parte de la formación como lector. Y si empezaban el libro y no les gustaba, bueno, esa es también una típica experiencia del lector: "te ensartaste" con un libro. Me pasa a mí, que soy escritor y profesor de literatura, ¿por qué no les va a pasar a ellos? Ponerlos en la situación de elegir y llevar adelante la lectura es partir de una especie de ficción de lector, pero que después puede empezar a cobrar forma.

¿Y cómo se hace cuando los chicos no tienen libros para llevar a la escuela?

Bueno, eso es el capitalismo. Para los sectores socialmente desfavorecidos las cosas son más complicadas, como en todos los rubros. Aunque en ese sentido, la literatura tiene sus ventajas: no hay una relación proporcional entre calidad y dinero. Libros de Borges, de Cortázar, de Saer o de Shakespeare, se consiguen más baratos que libros muy vendidos y malos. Los libros están carísimos, pero también hay circulación de libros usados. Borges tiene la suficiente cantidad de ediciones como para que eso que es la mejor literatura que se haya escrito jamás en la Argentina, sea económicamente bastante accesible.

Hablemos un poco de la enseñanza de la escritura, sobre todo en la escuela secundaria. Hoy hay un fuerte predominio de la idea de que la escritura es ante todo expresión y creatividad. ¿Qué opina de eso?

Escribir literatura no es expresarse. Si alguien escribe su diario personal, se expresa, cuenta lo que le pasa; pero con eso no hace literatura. Hay algo que tiene que ver con la percepción de las formas y con cierta sensibilidad con el lenguaje que se adquiere leyendo y pensando lo que estás leyendo: por qué esta oración es distinta, cómo está hecha, cómo son los adjetivos, qué es lo que no se dice en este texto. Los textos muy excepcionalmente brotan y salen. En general, hay que volver, corregir, ver lo que no funciona, y esa parte laboriosa no deja de ser disfrutable. Con la lectura pasa lo mismo. Leer demanda esfuerzo. Hay una concepción social general de la literatura ligada necesariamente con el entretenimiento y con la escasa exigencia. El libro de a ratos te lleva, y de a ratos tenés que remar vos. Y no veo por qué un chico no va a hacer ese esfuerzo con un texto que corresponda a su competencia. Ahí también se forma un lector, cuando se le dice: "El libro te va a dar, pero vos también vas a tener que poner tu parte". Y otra cosa. Me parece necesario que se abandone ese sentimiento tan culposo de la educación, cuando toca corregir. Hay que dejar de pensar que todo aquel que corrige a otro está haciendo una práctica fascista y lo está aplastando. En literatura hay una apertura donde cada uno interpreta, pero si un alumno confundió a este personaje con este otro, cometió un error. Cuando corregís, no estás reprimiendo su ser, no estás coartando su libertad de expresarse, no estás mutilando su creatividad: le estás enseñando. Claro que eso no habilita el sadismo ni la descalificación de los estudiantes. Yo creo que en el fondo a muchos alumnos les gustaría que les enseñaran a escribir bien.

Lectura/escritura. Lector/escritor. Háblenos de estas relaciones, al parecer, necesarias.

Totalmente necesarias. Me llamó la atención, por ejemplo, que al momento de dirigir talleres, aparecían personas muy ansiosas no por escribir sino por ser escritor, y no parecían interesarse mucho por la lectura. Como decíamos, la escritura no es expresión de la personalidad; puedes hacer un diario de vida con eso, pero no estás haciendo literatura. Todos los que adquirimos lecto-escritura podemos escribir, pero si no logras encontrar en el lenguaje cuáles son las formas de la tensión narrativa, no hay nada. Y eso se logra con la lectura, que es el lugar de aprendizaje para escribir. No imagino otro lugar mejor, como no imagino un músico que no escuche música o un cineasta que no vaya al cine. Si existe un tipo que se llamó Borges, que adjetivaba como nadie, ¿dónde vamos a ir a aprender? ¡Vamos a leerlo a él! Si hay alguien como Bolaño, que aprendió a darle una potencia feroz a la narración, donde el relato funciona como una flecha, entonces vamos a leer a Bolaño.

¿Existe la literatura mala o sólo hay "libros para todos los gustos"?

Hay libros para todos los gustos. Pero hay mal gusto, también.

¿Cuáles son sus criterios para diferenciar la literatura mala de la buena?

No existen criterios definitivos y estables, como si fuese un protocolo de medida. Existen luchas de valor, guerras de valor. Bueno es lo que es bueno para aquel que impera, como decía Nietzsche.

¿Cree que la literatura tiene un efecto disuasivo o persuasivo en el lector, cómo lo tuviera en su momento el "Facundo" de Sarmiento?

Debería haber muchos más lectores que los que efectivamente hay para que se pudiera pensar en alguna clase de efecto real por parte de la literatura. La sociedad en la que escribía Sarmiento era diferente. Hoy en día escribimos con la fe de la producción de efectos, pero para que esos efectos cobraran una existencia social significativa los lectores deberían ser muchos más y el lugar social de la literatura debería ser muy otro. La literatura no está entre las cosas que socialmente más importan.

¿Cree que el escritor tiene una responsabilidad social? ¿En ese caso cuál sería?

Queda en parte respondida en la pregunta anterior. Habría que preguntarse ahora por la responsabilidad social de los lectores respecto de la literatura. Si no leen, o leen poco, o leen banalidades, que dejen al escritor en paz.

¿Cree que el mercado, de alguna forma, influye en la construcción del canon por parte de la academia?

No, y es una de las cosas que vuelven más interesante el régimen de lectura que se propone, se discute y se dirime en ese lugar de trabajo en la enseñanza que vos llamás la "academia".

Gran parte de la academia posiciona como los estandartes de la literatura argentina del siglo XX a Borges, Arlt, Cortázar, Saer y Puig. ¿A quién dejaría y a quién sacaría? ¿Por qué?

Creo que la eficacia de lo que denominás la "academia” se debe en gran parte a que sostiene esos posicionamientos con el fundamento de un fuerte sistema de lectura. Es decir, es siempre más que una votación de preferencias o una lista de elegidos. Las inclusiones y las exclusiones responden a una concepción bien asentada de la literatura, y por ende de una manera consistente de leer. Por lo tanto, no se trata de que por caso yo tache aquí algún que otro nombre o agregue alguno en su lugar. Se trata de la manera en que leemos y hacemos funcionar esas lecturas; cuando damos clase, cuando escribimos crítica.

¿Cuál es el rol de los escritores en la sociedad? ¿Son escuchados?

Hay un rol deseado y una situación real para ellos. La literatura tiene un lugar muy menor, muy postergado, muy relegado y muy marginal. Sobre todo si uno piensa que el discurso que un escritor pueda tener, la voz que pueda encarnar, cobra sentido fundamentalmente si tiene el correlato de los libros que escribimos. No tendría mucho sentido desligar esto, y en la cultura argentina hay una cierta tendencia a desligar y poder ir detrás del escritor como figura, o haciendo declaraciones, del escritor profiriendo opiniones y, que entre eso y una lectura de su obra, pueda no haber ninguna conexión. El caso mayor, sin dudas, es el de Borges: estando vivo, no había una proporción entre la atención que se le podía prestar mediáticamente y la situación concreta de leer "Ficciones", "El Aleph" o incluso sus ensayos.

¿Puede surgir un nuevo Borges?

No y no habría por qué; me parece muy saludable que así sea, no lo veo como un déficit. Creo que hay figuraciones específicas que ocuparon un lugar que inventó él mismo y desde allí escribió. Entonces, ya nadie puede ser eso que hizo él. Igual que con su literatura: escribir a lo Borges sería lo peor que se pueda hacer si alguien quiere estar cerca de él. Ser borgiano es lo contrario de ser Borges.

¿La literatura realmente no le importa a mucha gente?

Es muy fácil remitirse a una constatación empírica. ¿Cuál es la irradiación de un libro promedio al que le vaya razonablemente bien? ¿Cinco, ocho, quince mil ejemplares?

Y con quince mil ya es un best seller…

Claro, y si no veamos: ¿cuántas personas caben en un estadio de fútbol? Cincuenta mil o más. No lo digo peyorativamente que yo también voy al estadio. Quiero decir que si la tasa de éxito promedio de la literatura es de quince mil, por no hablar de lo que puede ser una media razonable de buenos libros, de buena literatura, estamos hablando de cuatro o cinco mil y eso es claramente minoritario.

¿Y en estos tiempos de Internet esto se ha agudizado? Por ejemplo, en el siglo XIX la literatura era una de las formas más inmediatas de entretenimiento.

En parte es probable. Tampoco hay que mitificar las épocas pasadas en donde, efectivamente, la lectura cumplía una función de entretenimiento con una mayor eficacia. Lo cierto es que más que añorar un pasado, lo que estoy pensando es en la posibilidad de que más lectores accedan a un tipo de literatura que no quepa en términos estrictamente de entretenimiento porque la literatura de entretenimiento sigue consiguiendo récords de cifras cuantiosas. Estoy pensando en esa clase de literatura que me interesa, que es la que tiendo a enseñar cuando trabajo en la universidad, que es una literatura exigente, que demanda concentración, que es infinitamente placentera, pero en términos de destreza en aplicación de literatura. Si pensamos en ese tipo de literatura el universo evidentemente se restringe.

Sus novelas siempre intentan evitar el realismo, ¿por qué?

Me interesa una literatura que quiera tocar los materiales de la realidad, pero que no por eso tenga que acatar los parámetros de esa misma realidad, sus proporciones o su lógica de sentido. Me interesa más la idea de abordar esa clase de materiales, pero para decirlos y percibirlos de una manera distinta, y a veces incluso opuesta, a la que la propia realidad propone o exige.

¿Considera, como algunos, que el oficio del crítico debe necesariamente estar escindido de la tarea del escritor?

La tarea del escritor, a mi entender, no debería escindirse nunca de un tipo de relación singular con el lenguaje, con las palabras. Más allá de eso, puede escindirse o dejar de escindirse de lo que sea.