Usted admite que es un consumidor más voraz de textos visuales que de textos literarios. ¿Cuándo empezó a interesarse en las artes visuales y en qué medida eso influyó en la trayectoria de su escritura? ¿Qué opinión tiene del panorama artístico contemporáneo?
31 de enero de 2009
J.G. Ballard: "Un neofascismo insensato y malsano, un racismo hábilmente estetizado, podrían ser las primeras consecuencias de la globalización"
Usted admite que es un consumidor más voraz de textos visuales que de textos literarios. ¿Cuándo empezó a interesarse en las artes visuales y en qué medida eso influyó en la trayectoria de su escritura? ¿Qué opinión tiene del panorama artístico contemporáneo?
Luis Felipe Noé: "Mi forma de entender el mundo es el caos"
30 de enero de 2009
Henning Mankell: "Los libros son mensajeros que nos hablan de mundos que no podemos experimentar de forma directa"
Especialmente sobre la condición humana. Cuando llegué a Africa estaba buscando las diferencias y lo único que he encontrado son similitudes. Hoy sé que todos estamos relacionados, pero con algunas diferencias destacables. En Africa uno se topa con mucha pobreza que lleva a diferencias en las formas de vivir. La experiencia africana me ha convertido en un europeo mejor. La democracia en Europa es el mejor sistema político que existe. Hay todavía muchos problemas en Africa por la falta de democracia. En Europa tenemos una importante falta de comprensión sobre nuestra historia. Las generaciones jóvenes saben muy poco sobre la historia y eso es muy peligroso porque eso nos podría llevar a una repetición de los errores del pasado. En Africa, por el contrario, la gente cuida más de su historia.
Herman Mayr: "La música es un mar en el que uno se puede mojar sólo los pies o nadar kilómetros hacia adentro"
¿Cómo comenzó tu relación con la música?
Mi relación con la música comenzó desde niño. De mi familia más cercana incorporé música de muy diferentes géneros. Recuerdo que a los seis años escuchaba canciones prestando especial atención a diferenciar lo que cada instrumento aportaba dentro de una banda. Más o menos a mis nueve años empecé a tocar guitarra y piano. Cinco años más tarde tocaba el bajo en una banda melódica y la guitarra en una de rock y blues. Por esa época fue que la música acaparó completamente mi vida y sentí, por primera vez, casi con desesperación, la necesidad de expresarme a través de los instrumentos. Fue así que, dinerito que juntaba lo destinaba a comprar instrumentos. En mi habitación tenía varias guitarras, bajo, baby bass, batería, teclado, trompeta, acordeón, charango, quena, tambores, armónicas, etcétera. Y sigo igual; el año pasado compré un violín y hace poco, de gira por Estambul, un baglamá turco.
¿Cuál es la primera canción que recordás?
Más que una canción en especial recuerdo un disco y es de María Elena Walsh.
¿Cuándo te relacionaste con el folclore argentino?
Tomé contacto con el folclore argentino hacia el año '96 cuando decidí estudiar guitarra con el maestro Carlos Sánchez. El me introdujo en el ambiente, y poco tiempo después me presentaría al gran pianista -y ahora también gran amigo- Juan Carlos Cambas, que no sólo me haría conocer el folclore en todo su esplendor, sino que también me permitiría compartir escenario y estudio con los grandes del folclore argentino en la grabación y presentación de su disco "Almas en el viento" en el que participaron, entre otros, Mercedes Sosa, Jaime Torres, Raúl Carnota, Jairo, Abel Pintos, Domingo Cura, China Zorrilla, Eduardo Lagos y Suma Paz.
¿Estás al tanto del movimiento musical folclórico de tu país?
No tanto como quisiera. El hecho de estar viviendo en Grecia me limita a conocer lo nuevo sólo a través de recomendaciones de amigos y colegas con quienes me comunico esporádicamente debido a la distancia que nos separa. No obstante, sí estoy al tanto de que el folclore argentino sigue sumando oyentes.
Viendo por TV los tradicionales festivales de verano que se realizan en distintas localidades de la Argentina, se advierte una gran innovación en lo que respecta a la utilización de instrumentos musicales alejados del folclore tradicional como la guitarra y el bajo eléctricos, la batería, teclados electrónicos y hasta instrumentos de viento. ¿Qué opinión te merece semejante evolución?
Creo que la música folclórica es parte importante de la cultura de un país. Y la cultura está en constante cambio y crecimiento. Esta evolución es dirigida por lo que el público, que siempre es mayoría, aprueba o no. Cuando escucho una melodía de sintetizador en una zamba, analizo primero si me conmueve y, en segundo lugar, si puede denominarse "folclore" o necesita una denominación más específica. Pero bajo ningún punto de vista condeno la innovación.
¿Cómo ves las tendencias, los gustos y las modas musicales de las nuevas generaciones?
Creo que se está llegando al final de una etapa y comenzando otra. Si bien lo que la mayoría de los medios de comunicación difunden es "música chatarra", por otra parte internet da a elegir. Esta opción, cada vez mas común, permite el acceso a música de todas partes del mundo. Y ya es sabido que en la variedad está el gusto.
¿Ha sido la nostalgia una fuente de alimentación para tu música?
Si, por supuesto. Aunque ni más ni menos que la alegría y la tristeza y la aventura y la rutina.
¿Pensás que existe algún tipo de discriminación hacia el artista sudamericano? ¿Cómo fueron recibidos ustedes en cada lugar de Europa en que han tocado?
No, al contrario. Los europeos son gente muy abierta que, en general, respetan el trabajo de los artistas. Cierta vez, participando en un espectáculo de música callejero en Nicosia, capital de Chipre, un espectador nos invitó a comer y dormir en su casa. Esta es sólo una anécdota entre muchas otras de igual o más valor. De los diez países de Europa en los que estuve, sólo en Inglaterra sentí cierta indiferencia para con los artistas. Al menos, esa fue mi impresión.
¿Hacia que público te parece que se orienta la música que vos hacés?
Los músicos que componemos a través de la fusión de diferentes géneros, la mayoría de las veces nos vemos imposibilitados de encasillar el estilo al cual pertenecemos. De igual manera sucede con el publico que yo llamo "descubridores de música". Gente que, por ejemplo, habitualmente no escucha jazz pero sí tres o cuatro CDs que encontró de su agrado. Siento que mis canciones están orientadas a este tipo de oyentes.
¿Qué ha pasado con tu música en los años que abarcan desde tu llegada a Europa hasta hoy?
Realmente no siento que haya influenciado en mi música el hecho de vivir en Europa. Pero sí en mis letras. La necesidad que tenemos de ser entendidos al comunicarnos hizo que adoptara palabras del castellano español, del portugués y del italiano. Tanto al hablar como a la hora de componer, siento que determinada palabra de un idioma vecino describe mejor lo que pretendo expresar.
¿Se podría entender que has tenido una evolución musical sin sobresaltos, con la maduración que da el oficio?
La música, como cualquier otro arte, es un aprendizaje constante e interminable. Es un mar en el que uno se puede mojar sólo los pies o nadar kilómetros hacia adentro. Desde que me siento músico, entré y salí varias veces del agua. Incluso recuerdo haberme quedado meses en la costa tan sólo mirando el horizonte. Hoy por hoy me siento bien flotando mar adentro, donde ya no hay olas. Espero que el próximo sobresalto me lleve para el lado del océano.
¿La música ayuda a recuperar cierta normalidad en el mundo en que vivimos?
Se dice que la música es el lenguaje por el cual todos podemos entendernos. Siendo así, y redundando en la respuesta anterior, escuchando música recibimos una especie de guía que nos propone una actitud a tomar. Bajo esta premisa no recomiendo el punk ni el trash metal... ¡ja, ja, ja!
¿Cuál es la función de un artista?
Si hay una característica que destaca en un artista es su capacidad de transmitir. Transmite información a través de sensaciones. Basándome en esto, tengo la pauta de que un artista debe conocer sus miedos y virtudes y transmitirlos para alertar e instruir.
¿Qué tipo de música escuchás?
Escucho música de prácticamente todos los estilos. Así como un escritor se nutre de leer mucho y variado, creo que un músico se forma conociendo toda la música que esté a su alcance.
¿Cuáles son tus influencias más importantes?
Me siento influenciado principalmente por el folclore sudamericano, tango incluido, el jazz y la bossa nova. Y en mis canciones veo reflejada la fusión de éstos.
¿Quiénes son tus músicos preferidos?
Son muchos. Pero voy a nombrar diez: Astor Piazolla, Michel Camilo, Charly García, Luis Salinas, Silvio Rodriguez, Paco de Lucía, Jorge Drexler, Joao Gilberto, Bobby McFerrin y el Chango Farías Gómez.
¿Qué estás preparando últimamente?
Estoy en plena grabación de lo que será mi primer disco como solista. Este disco es un resumen de veinte años, desde mi primera composición hasta las últimas con letras en griego. Calculo que entre mayo y junio de 2009 estará a la venta a través de internet.
29 de enero de 2009
Entremeses literarios (XXXVI)
Juan Carlos Onetti
Uruguay (1909-1994)
A los pocos días de entrar en la fábrica, cuando pasaba para ir al baño, oyó que algunas compañeras murmuraban y del murmullo le quedó el desprecio:
- La leprosa.
Por su mano enguantada, la que durante años anteriores al guante supo esconder en la espalda o en la falda o en la nuca de algún compañero de baile. No era lepra, no había caído ningún dedo y la intermitente picazón desaparecía pronto con el ungüento recetado. Pero era su mano enferma, a veces roja, otras con escamas blancas, era su mano y ya era costumbre quererla y mimarla como a un hijo débil, desvalido, que exigía un exceso de cariño. Dermatitis, había dicho el médico del Seguro. Era un hombre tranquilo, con anteojos de vidrios muy gruesos.
- Le dirán muchas palabras y le recetarán nombres raros. Pero nadie sabe nada de eso para curarla. Para mí, no es contagioso. Y hasta diría que es psíquico.
Y ella pensó que el viejo tenía razón porque, sin ser enana, su altura no correspondía a su edad; y su cara no llegaba a la fealdad, se detenía en lo vulgar, chata, redonda, ojos tan pequeños que su color desteñido no lograba mostrarse. Así que para el baile de fin de año que ofreció el dueño de la fábrica para que los asalariados olvidaran por un tiempo sus salarios, consiguió comprarse un par de guantes que escondían las manos y trepaban hasta los codos. Pero por miedo o desinterés nadie se acercó a invitarla a bailar y pasó la noche sentada y mirando. Al amanecer, ya en su casa, tiró los largos guantes a un rincón y se desnudó, se lavó una y otra vez la mano enferma y en la cama, antes de apagar la luz, la estuvo sonriendo y besando. Y es posible que dijera en voz baja las ternuras y los apodos cariñosos que estuvo pensando. Se acomodó para el sueño y la mano, obediente y agradecida, fue resbalando por el vientre, acarició el vello y luego avanzó dos dedos para ahuyentar la desgracia y acompañar y provocar la dicha que le estaban dando.
ROBINSON DESAFORTUNADO
Ana María Shua
Argentina (1951)
Corro hacia la playa. Si las olas hubieran dejado sobre la arena un pequeño barril de pólvora, aunque estuviese mojada, una navaja, algunos clavos, incluso una colección de pipas o unas simples tablas de madera, yo podría utilizar esos objetos para construir una novela. Qué hacer en cambio con estos párrafos mojados, con estas metáforas cubiertas de lapas y mejillones, con estos restos de otro triste naufragio literario.
EL HABILIDOSO
Susana Duré
Argentina (1973)
Famoso fue el caso del futbolista uruguayo Hermes Washington Camacho. Hijo de un corredor de bolsa y una contorsionista profesional, se destacaba en la primera división de Peñarol por su agilidad, su impecable pegada y sus indescifrables gambetas. Con el número "10" en la espalda, era el capitán del equipo y el ídolo del público en general, y de los aurinegros en particular. Todos querían verlo jugar; a los diecinueve años era la mayor promesa del fútbol oriental. En el cuerpo técnico de Peñarol, el club que lo había visto nacer, todos lo adoraban y destacaban su físico privilegiado: flexible como un junco, fuerte como una barra de acero y veloz como el viento. Aquel domingo se jugaba la final de la Copa de Honor, frente a Defensor Sporting. El partido estaba igualado en cero, y faltaban minutos para el pitazo final. Sacó el arquero; Hermes bajó el balón con el pecho, y en una sucesión de rápidos movimientos enganchó, con pelota dominada, de izquierda a derecha, giró, metió una espectacular rabona en la que no midió su fuerza... Y terminó hecho un nudo en el área rival. No hubo manera de desatarlo. Probaron los jugadores, los entrenadores, los utileros... Tampoco pudo su madre, experta en la materia. La cirugía no prosperó, los doctores no se animaron a meter mano. Agotados todos los medios, la única esperanza era Lily Montalvo, la famosa curandera charrúa. Lily se negó por razones poderosas: era fanática de Nacional. Intentaron convencerla por todos los medios, con halagos primero, con amenazas después... Pero no hubo caso, la curandera no quería saber nada con los clásicos rivales. El pobre Hermes no se resignó, y siguió ligado al club de sus amores, aunque ya no como jugador, sino como mascota. Sin embargo, nunca dejaron de insistir con Lily. Tanto le rogaron, que finalmente, dos años después, accedió a concederle un pequeño alivio. Le desanudó el pie derecho. Son muy pocos los que recuerdan a Hermes Washington Camacho por sus goles y sus lujos. "El Nudo", como se lo llamó, quedó en la historia de Peñarol por alegrar los entretiempos haciendo jueguitos con su pie derecho. Y eso que era zurdo...
METAMORFOSIS
Ramon Gómez de la Serna
España (1888-1963)
No era brusco Gazel, pero decía cosas violentas e inesperadas en el idilio silencioso con Esperanza. Aquella tarde había trabajado mucho y estaba nervioso, deseoso de decir alguna frase que cubriese a su mujer, asustándola un poco. Gazel, sin levantar la vista de su trabajo, le dijo de pronto:
- ¡Te voy a clavar con un alfiler, como a una mariposa!
Esperanza no contestó nada, pero cuando Gazel volvió la cabeza, vio cómo por la ventana abierta desaparecía una mariposa que se achicaba a lo lejos, mientras se agrandaba la sombra en el fondo de la habitación.
LA MALA MEMORIA
André Breton
Francia (1896-1966)
Me contaron hace tiempo una historia muy estúpida, sombría y conmovedora. Un señor se presenta un día en un hotel y pide una habitación. Le dan el número 35. Al bajar, minutos después, deja la llave en la administración y dice:
- Excúseme, soy un hombre de muy poca memoria. Si me lo permite, cada vez que regrese le diré mi nombre: El Señor Delouit, y entonces usted me repetirá el número de mi habitación.
- Muy bien, señor.
A poco, el hombre vuelve, abre la puerta de la oficina:
- El señor Delouit.
- Es el número 35.
- Gracias.
Un minuto después, un hombre extraordinariamente agitado, con el traje cubierto de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano, entra en la administración del hotel y dice al empleado:
- El señor Delouit.
- ¿Cómo? ¿El Señor Delouit? A otro con ese cuento. El señor Delouit acaba de subir.
- Perdón, soy yo... Acabo de caer por la ventana. ¿Quiere hacer el favor de decirme el número de mi habitación?
EN EL BORDE DEL BARRANCO
Jorge Accame
Argentina (1956)
La mujer apareció de golpe sobre la ruta y le hizo señas para que se detuviera. El hombre frenó en la banquina unos metros más adelante. Ella se acercó y asomándose hacia adentro por la ventanilla, le dijo:
- ¿Puede ayudarme? Mi auto se desbarrancó.
El hombre miró y descubrió un cartel arrancado y la huella profunda de unas ruedas que terminaban en el vacío.
- Suba -le ofreció.
Pero ella dijo que iría a pie para mostrarle el camino. El hombre la siguió hasta la curva. La vio parada en el borde del barranco, con el brazo extendido, inmóvil por unos segundos. Luego la perdió en la neblina. Bajó de la camioneta y cerró con llave. En el fondo del monte divisó un automóvil rojo atorado en la maleza. Era un atardecer nublado y el verde de las plantas resplandecía.
- Señora -llamó.
Comenzó a descender lentamente porque la barranca era casi vertical. Resbaló dos veces antes de llegar y se rompió el pantalón. Pensó en la mujer. Se preguntó cómo se las había arreglado en una pared tan escarpada.
- Señora -llamó otra vez.
Escuchó un llanto de niño que provenía desde el interior del auto. Se aproximó y a través de los vidrios astillados distinguió en el asiento de atrás un bebé de meses. En el sitio del conductor había un cuerpo doblado sobre el volante. El hombre tanteó las puertas pero estaban trabadas. Con cuidado, terminó de romper el parabrisas. Se retorció hacia adentro, llegó hasta el niño y lo sacó. Lo apoyó en el pasto, envuelto en su campera. Luego volvió por el conductor. Era la mujer que lo había detenido en la ruta. Empujó su cuerpo suavemente hacia el respaldo. En el peso comprendió que estaba muerta. Una muerta serena, sin muecas de dolor ni de miedo. Sólo en los suaves labios morados se alargaba un suspiro de cansancio, porque su instinto de hembra la había forzado a trabajar más allá de las jornadas humanas.
LA VAQUILLA
Choan C. Gálvez
España (1976)
Mi padre, que ante todo es muy español, adora las vaquillas. Hasta tal punto que hace unas semanas trajo una de ellas a casa. Juntos leímos Dostoievski y compartimos salón, tetera y pancartas. El día en que el animal corneó y mató a mi madre salimos en la tele. Fuimos felices.
MIL GRULLAS
Elsa Bornemann
Argentina (1952)
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima. Noami se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo:
- ¿Qué estará haciendo ahora?
Ahora. Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta:
- ¿Qué estará haciendo Noami?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima. En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez el cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad. En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Una docena de chicos canturrea: "Donguiri-Koro Koro-Donguriko…". Por última vez. Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez. Miles de hombres piensan en mañana por última vez. Noami sale para hacer unos mandados. Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente las aguas del río. Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido. Nadie será ya quien era. Hiroshima por un hongo atómico. Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945.
COCODRILOS Y DEMAGOGOS
Petronio Rafael Cevallos
Ecuador (1950)
Los talabarteros y fabricantes de calzado aprecian la piel, gruesa y resistente, de los cocodrilos. Pero debido a que estos se encuentran en peligro de extinción, en su lugar recomendamos la piel de los demagogos.
LA PENA DE MUERTE
María Elena Walsh
Argentina (1930)
Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos. Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado. Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma demoníaco. Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial. Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi señor era el brazo de la Justicia. Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio católico-protestante. Fui enviada a la guillotina porque mis camaradas revolucionarios consideraron aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos del Hombre. Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna de unitarios. Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de federales. Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente. Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno. Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los verdugos. Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo a una fosa común. A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento la Humanidad retrocede en cuatro patas.
Lawrence Durrell: "Alejar el arte de nuestra propia intimidad es la misión del artista"
por "Monsieur", "Livia", "Constance", "Sebastian" y "Quinx", entre 1974 y 1985. Otras novelas suyas son "The black book" (El libro negro), "The dark labyrinth" (El laberinto oscuro) y "White eagles over Serbia" (Aguilas blancas sobre Serbia). También publicó libros de viajes, entre ellos "Bitter lemons" (Limones amargos), "Sicilian carousel" (Carrusel Siciliano) y "The greek islands" (Las islas griegas), un par de volúmenes de poesía, tres obras teatrales y algunos ensayos. Durrell pasó los últimos años de su vida en Sommiéres, un pequeño pueblo al sur de Francia. Allí concedió unas semanas antes de su muerte la entrevista que sigue al periodista norteamericano Robert Mintz, que fuera publicada en la revista anual colombiana "Común Presencia" en su nº 5-6, correspondiente al año 1991. Utilizando un lenguaje alambicado y para nada coloquial, Durrell habló de la literatura, tal como él la entendía.
Para Henry Miller, el arte era una forma de recobrar la inocencia. Un escritor como usted, para quien la literatura es una forma de la reflexión, ¿comparte esa sentencia?
De hecho, cuando asumimos su ceremonial, su carácter de rito, cuando oficiamos en la palabra, hay una conciencia implícita franqueando todo umbral de la inocencia. Cruzarlo implica entonces adentrarnos en un tumulto de intenciones preconcebidas, aunque una vez adentro las mismas se desvanezcan para asumir el rumbo propio de los personajes; y el carácter de los mismos, puede contener múltiples variantes que han dejado ya de pertenecer al autor, al convertirse en creaciones fenomenológicas con espíritu propio, transmutándose en su continuo y polivalente fluir. Creando su espacio, puede aparecer el signo inocente que no dejaría de ser sino una instancia imaginante y por lo tanto temporal. Corresponde entonces al escritor, más no a la literatura, apartarse de esa inocencia y condenarse felizmente a asumir una conciencia de libertad creadora.
Se dice que es imposible mirar de frente a la verdad como al sol, ¿es posible aplicar esta misma relación cuando se trata de un personaje?
La novela moderna muestra nuevos estadios de la psicología, los personajes se han vuelto prismáticos, por lo cual tendríamos que observarlos desde muchos ojos simultáneos, es la metáfora de la perspectiva. Alejar el arte de nuestra propia intimidad, crear el espacio que otorgue movimiento y luz a los personajes, investirlo incluso de una superficie que nos produzca extrañeza, es la misión del artista. Sobre este misterio de la escritura, sobre su cosecha de milagros, con la palabra itinerante tendiendo hacia un múltiple significado, debemos enfrentarnos incesantemente. Los personajes poseen un ropero de rostros y el escritor debe estar atento para delatarlos. Finalmente, sólo puedo asegurarle que he velado con empeño lo que vine a contemplar.
¿Alejandría y Avignon, presencias memorables, representan el latido mítico de Durrell?
Soñamos lo que fue, lo que es, lo que esperamos que sea. Las ciudades, quizá como ningún otro espacio físico del hombre, entrañan la embriaguez transfigurada y mágica de nuestra dispersión interior. La inusitada transformación de los azares y atmósferas, nuestro devenir silencioso, incluso nuestra visión supra-terrestre que mitifica la búsqueda de lo sublime, nace, en mi caso, de la más alta caída en las ciudades. Esa que somos, esa que contiene tanto de nosotros, es posible que confluya en la elegida, es decir en la mítica. ¿Cómo llegar a ella, o por lo menos cómo imaginar que existe si no la obsedemos entre el desgarramiento de un vuelo tembloroso escudriñando sus espacios y presencias? Entonces... sí. Es posible que Alejandría y Avignon sean, en el deseo de mi espíritu, ese conjuro misterioso. En ellas a través de "El cuarteto..." y "El quinteto...", conjugué toda la incoherencia psíquica que entrañan las ciudades del hombre. Encontré las emanaciones de lo perdido y lo recuperado. La prolongación de nuestra extrañeza y estupor, esa suma de deshabitaciones e identidades que pueden resumirse con el asombro; el tránsito por lo desconocido donde se produce el encuentro abismal con el sobresalto, lo representaron ellas. Alejandría como un fantasma evadido del tiempo, me asaltó siempre con sus alucinantes contrastes. Avignon, arraigada en mí con su enigmático y febril destello cátaro, me golpeó como una memoria. Ciudades conocidas y desconocidas (siempre cambiantes), las dos me abatieron con su compendio de voces cruzándose en idiomas diferentes. Nunca quise descifrar la ciudad que me poseía sino encarnarla, tatuarla en mis personajes. En síntesis, Alejandría y Avignon no sólo fueron el ritual que mitificó mi esencia, sino el roce de mis orígenes coexistiendo con el espíritu del lugar.
Persiguen "El cuarteto..." y "El quinteto..." el éxtasis de un legado que perpetúe el tiempo de los amantes?
La estructura del amor está tambaleándose, por eso existe en esas obras una intención de cifrarla, con base en la experiencia desgarradora de lo que ha sido su transcurrir a través de los siglos, y la prolongación de esa experiencia inaugurando espacios de infinitud que conjuguen materia y espíritu, posibilitando su advenir que fracture las formas convencionales de la occidentalización del amor, su desequilibrante agotamiento, su oculto desamparo y su final desgarrador, para convertirlas en prometedor acceso a un tiempo benéfico. Buscarse, es posible que sea agotarse. Pero agotarse en otro, fertilizar nuestra otredad constelando el espíritu de lo desconocido, debe ser una imposición esencial del ser, porque creo que el hombre ‑ya lo dije‑ sólo será feliz cuando sus dioses se perfeccionen.
¿Aún en su forma más silenciosa usted mantiene una permanente latencia del espíritu a lo largo de su obra. ¿Podríamos hablar un poco de ello?
En estos tiempos desmesuradamente equívocos, en estos días sin señales posibles, dónde lo cotidiano es la única grieta sobre el vértigo, ¿cómo no sujetarnos al solitario temblor que nos ha elegido y cómo no acceder con todo nuestro humanismo (en el sentido que la da Miller a esta palabra) a esa intensidad rutilante? Por lo demás, creo haber intercambiado en todos mis libros cada uno de sus inagotables movimientos. Todo cuanto les dio forma a ellos, estaba regido por esa presencia infinita.
¿De Durrell a Durrell, cómo se gesta el tránsito de la memoria?
La literatura, esa suerte de transformación aleatoria de la realidad, no puede ser más que el río del tiempo que nos pasa. Está más allá, pero más acá, y seguirá su curso. Cuando digo esto, invoco a Heráclito porque sé que es uno o todos los hombres. De Durrell a Durrell, no podría existir evasión ni sustracción alguna al culto de la memoria, pues qué otra vislumbre tendremos en la vejez sino ella, para configurar nuestra doliente felicidad? Y este pasar, este creer haber sido, se extiende a través de la memoria, se convierte entonces en abstracción transformada, por la que accedemos enigmática y jubilosamente a la atemporalidad.
¿Si pudiéramos recuperar en su voz la ceremonia de la palabra, ¿qué brújula nos daría?
Siempre creí que la literatura debe investirse del peligro múltiple de lo imaginario. Debe preceder cada palabra, tocada o no por los invisibles hilos de la materia, por los intangibles rumores del espíritu, o por las inasibles trasparencias de la alquimia (para decirlo con un término tan gastado). Cada obsesión que dibuje esa Palabra, cada acto por ella creado, vertiginoso o simple, debe imantarse de la atracción del abismo. Debe necesariamente sitiar al universo.
28 de enero de 2009
Ana María Shua: "En el fondo, lo que la gente quiere es escribir su propia historia, y así perpetuarse"
¿Qué se considera microcuento?
Los críticos para darle un nombre de minificción, minicuento o microcuento, todas las maneras como se lo llama, dicen que debe tener menos de veinticinco líneas. O sea, si tiene más de una página, ya es un cuento breve.
Más allá de la extensión ¿qué rasgos particulares diferencian a los microrrelatos de los cuentos breves?
Más allá de los límites de líneas, no hay otras cosas que los diferencie de los cuentos breves. La extrema brevedad de los microcuentos es la característica que provoca las diferencias con los demás textos. Hace que sea casi imposible desarrollar momentos muy complejos, o la psicología de los personajes. Digo casi porque siempre aparece alguna excepción que demuestra que en realidad si se puede. En la minificción se produce una fuerte concentración del sentido y por eso, por más que sean cortitos, es muy cansador leer muchos textos de minificción, uno detrás de otro. Porque cada uno requiere cierto tiempo para apropiárselo, unos segundos para disfrutar del efecto, porque deja una especie de regusto, que necesita un espacio de tiempo. Son como los bombones, si uno se come una caja de bombones seguramente se empacha.
¿Cuáles son las características más comunes de las microficciones?
En general tienen una tendencia general al humor, a la sorpresa, al golpe de efecto. Y todo eso tiene que ver con la brevedad. Creo que lo que es verdaderamente difícil es emocionar con un cuento brevísimo, es mucho más fácil hacer reír. Y todo lo que puede haber dentro de esas veinticinco líneas, hay un cuento de un autor norteamericano que se llama Robert Haas, que cuenta la relación de un hombre con una mujer grande en una escuela de verano, en el que hay un desarrollo de los personajes extraordinario y una emoción que te deja con un nudo en la garganta. Se llama "Una historia acerca del cuerpo".
¿Cómo encarás la escritura de un libro de microcuentos? ¿Pensás en un tema como hilo conductor desde el principio o es algo que se va organizando en el proceso de escritura?
Generalmente pienso un tema, que no va a dominar todo el libro, sino que me va servir para algunos textos. En "Casa de geishas", por ejemplo, lo que se me cruzó fue "Las ciudades invisibles", de Italo Calvino. Un libro extraordinario. De ahí partió mi idea de elegir un tema y basarme en ese eje. Y después se me ocurrió ese especie de burdel de la imaginación que es "Casa de geishas". En el caso de "La sueñera", sin pensarlo demasiado empezaron a aparecer textos relacionados con el sueño y el insomnio. Partió de una revista mexicana, que se llamaba "El Cuento", de Edmundo Valadés. En esa revista encontré el concurso permanente de cuento brevísimo. Y ahí empecé a escribir mis primeros cuentos brevísimos (los que están en "La sueñera") para mandarlos a ese concurso. Muchos de los grandes escritores de minificciones latinoamericanos, como Alvaro Menéndez Vidal, Brito García, René Andrés Favila, aparecieron por primera vez allí.
¿Y en Argentina cuándo empieza a tener importancia el microcuento?
Acá todo empezó en 1953 con los "Cuentos breves y extraordinarios", de Borges y Bioy Casares. Fue la primera antología de microcuentos que se publicó en América Latina, y después continuó en México con Arreola. En realidad acá todos los maestros del cuento han escrito cuentos brevísimos. En Argentina el cuento breve tiene una gran tradición, porque han escrito minificción Borges, Casares, Cortázar, Marco Denevi, Isidoro Blaisten, Enrique Anderson Imbert. La gente en realidad no debería sorprenderse de la existencia del minicuento. Hace unos diez o quince años el cuento brevísimo fue descubierto por la crítica. Entonces empezaron a aparecer muchos artículos al respecto, se empezó a difundir en las universidades, se encontró un nicho donde ponerlo, se establecieron sus límites y a partir de eso empezó a tener más difusión.
¿Creés que hoy hay una especie de boom de la microficción?
Ahora está un poco de moda la lectura en general. La sociedad está tratando de promover la lectura, cosa que me parece fantástica. Yo lo noto porque todo el tiempo me están preguntando acerca de mis lecturas. Dónde leo, cuándo leo, cómo leo.
¿Cómo pensás que se puede generar el gusto por la lectura en los chicos?
Si uno siente la pasión de la lectura, no resulta imposible transmitirla. El que realmente goza leyendo es una especie de adicto, y promover la lectura le resulta tan fácil como a un adicto la droga. Simplemente yo creo que el lector compulsivo, contagia a la gente que tiene alrededor. Yo soy una lectora muy ecléctica, por eso también escribo un poco de todo. Me encanta el minicuento, el cuento y la novela. Todo lo que sea narrativa de ficción me apasiona. Por otra parte también hay que ver hasta qué punto un docente tiene alcance en su clase porque no todos los chicos que tenga van a ser buenos lectores, no todos van a gozar muchísimo de la lectura. Como tampoco a todo el mundo le interesa el deporte; yo cuando llego a la parte deportiva del diario, lo cierro.
Y si tuvieses que organizar un concurso de escritura para chicos, por ejemplo, ¿qué es mejor para estimularlos a escribir: una consigna determinada o darles libertad absoluta?
En un concurso de escritura para chicos yo les daría tema libre, ¿porqué limitarlos por el tema? O sino, algún título vago y sugestivo, que deje el campo libre. Lo que si es verdad es que cuando uno tiene límites, la imaginación funciona mucho mejor y más afiladamente. Por eso el tema recurrente de la página en blanco, la página en blanco es eso: la imaginación librada a sí misma, sin ningún marco. Yo trabajé quince años en publicidad, y me acuerdo cuando me decían: "Hay que hacer un aviso para unos jeans", entonces yo me empezaba a preguntar desesperadamente: "Qué diferencia tiene con los de la competencia, qué es lo que están publicitando las otras marcas".
¿Qué te encontrás cuando vas a los colegios a leer o a dar charlas?
En las escuelas, aunque las maestras piensen que sus chicos han preguntado cosas interesantísimas, los chicos me hace una y otra vez las mismas preguntas. Un chico me pregunta: "¿Por qué escribís?". Y le digo: "Porque cuando era chica era lo que mejor me salía". Después otro me pregunta: "¿Por qué escribís?". Entonces le digo: "Para ganar el aplauso y los elogios de la gente". Y otros me preguntan: "¿Por qué escribís?". Entonces me obligan a profundizar, y hasta yo me pregunto por qué corno escribo.
¿Escribías cuando eras chica?
De chica cuando escribía "composición, tema", me salían muy bien, tenía siempre "excelente". Cuando no los vendía, porque como los hacía muy rápido… Soy mercenaria desde chiquita. Yo empecé a vender mis cuentos a eso de los siete años, y más tarde cambiaba las composiciones por figuritas brillantes. Las composiciones más que nada eran ensayos. Nunca nos pedían que escribiéramos historias, casi siempre descripciones. También era la poetisa oficial de la escuela, más que nada escribía poesía porque no sabía narrar. Yo escribía poesía, y rápidamente me convertí en la poetisa más reconocida de la Escuela Nº 15 del Consejo Escolar 7º, y las maestras me pedían que escribiera versitos para las fechas patrias.
¿Cómo empezaste a escribir narrativa?
A la narración la tuve que conquistar muy lentamente, en un momento pensé que nunca iba a llegar. Porque a los ocho años sentía que podía escribir poesía de una manera muy aceptable para mi edad, pero me resultaba imposible contar. En realidad muchos años después descubrí que la narración necesita muchísima más madurez que la poesía. Un chico puede crear imágenes poéticas valiosas, pero muy difícilmente pueda narrar una historia que sea interesante y atractiva para otros. Yo leía "Bomba, el niño de la selva", pero cuando trataba de escribir las aventuras de una niña perdida en la selva, aparecían vampiros y pozos de serpientes, y no había manera de que pudiera ordenar eso en una narración coherente. Me resultaba desesperante, no se me ocurría qué podía ser, pensaba que no era para mí. Más tarde, de adolescente, entre los quince y los veintipico, empecé a escribir mis primeros cuentos pasando por todo un proceso de prosa poética.
¿Cómo empezaste tu carrera de escritora?
Cuando terminé el secundario quería trabajar como periodista, entonces empecé a recorrer redacciones, pero no había trabajo para mí. En esa época trabajaban muy pocas mujeres en periodismo. Todos me mandaban para el lado de las revistas femeninas, así fue como llegué a "Nocturno". Ahí me pidieron cuentitos románticos. Yo tenía veinte años, y eso me ayudó muchísimo; yo sabía que lo que me estaban pidiendo no era arte con mayúscula, pero me ayudó a largarme, a desarrollar y aprender la técnica del cuento. Escribí algunos cuentitos que firmaba como "Diana de Monte Mayor". Esos cuentos los guardé y se me perdieron.
¿Y tu primer libro? Ahí está el cuento "El otro yo", que es uno de tu relatos más fuertes…
Ya casi me había olvidado de la existencia de ese cuento, porque se publicó en "Días de pesca", y nunca se volvió a publicar. En general ese libro está bastante bien, y tiene creo el mejor cuento que tengo escrito que es el que le da nombre al libro. Nunca me volvió a salir un cuento tan bueno. Yo aprecio mucho ese libro.
Con tantos libros publicados ¿Te cuesta mucho empezar un nuevo libro?
Uno quisiera cada vez escribir algo original, único y distinto, pero con los años se va volviendo más y más difícil. Cuanto más libros tiene uno sobre el lomo se dificulta aún más encontrar una nueva voz, una forma de decir diferente. Yo no soy una escritora tan popular como para preocuparme en el gusto del público, mis novelas no se han vendido tanto como las de García Márquez, por lo tanto me siento libre de probar nuevas variantes. Pero con los años, naturalmente uno se va anquilosando y va descubriendo que ese mundo que cuando uno se largó a escribir parecía infinito, en realidad es bastante limitado. Cada uno tiene el suyo y no es fácil salir de ahí.
¿Cómo definirías "tu mundo"?
Cuando yo escribí mi primera novela, "Soy Paciente" -que era sobre un tipo que era internado a la fuerza en un hospital, que trataba de salir pero quedaba atrapado en una maraña burocrática-, no pensaba que en realidad ese tema era tan central en mi vida. La historia era un caso que le había sucedido a un conocido en la realidad, y yo pensaba que lo había elegido con total libertad. Y en realidad, años más tarde me di cuenta que el tema de la enfermedad, así como la rebelión contra la autoridad, la burocracia, la gente metida en una situación de la que le resulta difícil salir eran constantes que iban a aparecer una y otra vez en mi obra.
¿Qué estás escribiendo ahora?
Ahora estoy escribiendo para chicos pre-lectores. Nada para adultos. Es muy divertido porque son libritos muy breves que se estructuran en función de una idea fuerte, así que hay que esperar a la idea, y después sale. Es un poco misterioso saber de donde sale la idea; lo único que puedo decir es que cuando no se me ocurre nada, acudo a algún cuento popular. Es para que se lo lean los padres, con los dibujos. Es un trabajo sencillo y encantador, muy apropiado para recuperarme después de una novela.
¿Por qué "recuperarte" de una novela? ¿Es tan traumático?
Escribir una novela para mi es agotador, es un trabajo que tiene algunos momentos placenteros, también otros muy sufridos. Sobre todo el momento en el que no se sabe para dónde dispara. Además, uno va escribiendo y lo que queda atrás es un material informe, confuso y desagradable. Mi técnica para poder avanzar en una novela es no corregir, entonces en el trayecto van cambiando los nombres de los personajes, cosas de la novela que en el momento en que estoy escribiendo ya se que voy a tener que volver atrás para cambiar y justificar. Pero trato de llegar hasta el final, aunque sea en esa calidad de material desagradable, sino sé que nunca voy a poder terminar de escribirla.
Terminar una novela para vos entonces debe ser un gran alivio…
Cuando uno llega al punto final, al principio no se queda con una sensación placentera porque una novela es un texto que te ha tenido concentrado durante mucho tiempo, y uno ha estado viviendo durante ese tiempo en el doble mundo de la realidad y la novela. Uno camina por la calle y habla en su fantasía con sus personajes; tal vez la gente me cruza y me ve hablando sola por la calle y en realidad estoy armando un diálogo entre personajes. Y de repente, uno de esos donde mundos en los que vive se apaga, y uno siente una sensación de vacío por un tiempo. Además, todo lo que uno tenía trató de ponerlo en la novela. Hay un vaciamiento real.
¿Cómo te llevás con la crítica?
Acá los críticos y los escritores se conocen personalmente. Es un circuito muy chiquito y todos somos conocidos, amigos, enemigos. Y eso limita la tarea de los críticos. Yo me alegro muchísimo de no haber tenido que escribir nunca sobre otros escritores argentinos, porque es un compromiso muy grande. Los autores se quejan mucho de que los críticos no elogian ni critican con entusiasmo, dicen que todos los libros argentinos se comentan con una especia de medianía poco fervorosa. Pero es muy difícil.
¿Hay algún comentario sobre tus textos que te hayan hecho y que vos no tenías idea que se podía interpretar así?
Muchas veces, pero cosas muy elementales, por ejemplo en "Los amores de Laurita", alguien me dijo que los personajes todo el tiempo o comen o vomitan. Y yo no me había dado cuenta de que era así. Me preguntaron si yo vomitaba mucho, pero yo desde que soy grande y no me mareo en el auto que no vomito más. Tampoco el escritor tiene las claves de su propia producción. Todas las lecturas me parecen aceptables, puede tener mucha razón un crítico en descubrir cosas que el propio autor no vio. Aunque hay muchas cosas que son fantasías de los críticos. Todo lo que escribe un escritor de ficción es deliberado y no lo es. Uno sabe lo que escribe, no es inocente, y al mismo tiempo aunque domina los recursos no domina todo, no controla con toda precisión cuáles son los temas sobre los que va a escribir. Las decisiones las hace sobre un "corpus" predeterminado dictado sobre su inconsciente. Yo como lectora no trato de descifrar qué es lo que quiso decir, sino que leo lo que está en el texto.
Pero, por ejemplo, hay un énfasis en muchos de tus libros sobre el mundo femenino. ¿Hay una intención determinada de trabajar específicamente con ese universo?
"Los amores de Laurita" es especialmente muy femenino y fue, de algún modo deliberado, para contrarrestar el efecto de la novela anterior, "Soy paciente", en la cual escribí en primera persona desde la mirada de un hombre. A un hombre no le preguntan por qué describe el mundo masculino. Me parece que es una cosa natural escribir desde el lugar de la mujer, siendo mujer. Somos mucho más parecidos de lo que creemos.
¿Cómo es enseñar a escribir minificciones? ¿Se puede enseñar a alguien que nunca escribió nada, por ejemplo?
Se puede escribir minificción, sin haber producido otra cosa antes. Yo empecé escribiendo minificción, y el taller fue de minificción. La minificción tiene muchas ventajas, y más todavía con lo que concierne a un taller: la minificción se puede escribir en el momento. Y es muy fácil dar ejercicios que sirvan de disparador. Nunca dejé de darle a la gente que escriba sobre un animal imaginario. Siempre salen cosas muy lindas y divertidas. Otro ejercicio que daba, por ejemplo, era escribir telegramas. Un ejercicio que di en un taller en Estados Unidos, era decirle que escribieran un aviso que iba a salir en el "New York Times", que por lo tanto va a salir carísimo y ellos deben cuidar el precio de cada palabra. Y les pido que ofrezcan una máquina imaginaria. Y así me encontré con el texto de una chica que dice: "Vendo una máquina para adivinar el futuro. Sé que la comprará". Lindísimo.
¿Cúanto tiene que ver el ingenio en la escritura de mini cuentos?
En la minificción hay un juego de ingenio, que cuando uno se mete en el género trata de eludir. Es un peligro también el ingenio. En términos generales, todo lo que a un escritor le sale fácil, es un peligro. Para llegar a obtener lo mejor de sí mismo, tiene que trabajar a contrapelo, lejos de su facilidad, o al contrario, llevar su facilidad al extremo. Pasarse del otro lado.
¿Se puede enseñar a ser ingenioso?
No se puede enseñar a ser ingenioso, eso se tiene o no se tiene. Uno puede ayudar a la gente a descubrir algo que tienen escondido, pero hasta ahí. Con ciertos ejercicios se puede hacer que la gente saque sus mejores posibilidades creativas. Todos tenemos una posibilidad, eso es inherente al ser humano, pero no para todos es igual. Hay mucha gente que tiene habilidades en otras cosas, y sin embargo, por lo menos acá en Argentina, todo el mundo tiene esa fantasía de ser escritor. Hay una cantidad de gente inverosímil que tiene originales escondidos en algún cajoncito. En el fondo, lo que la gente quiere es escribir su propia historia, y así perpetuarse. Quiere dar a conocer su visión del mundo.
¿La gente te acerca sus originales?
A mi me acercan muchísimos textos. Y más de lo que quisiera. Porque cuando era chica si un hombre me invitaba a tomar un café, era porque estaba interesado en mí, en cambio ahora si un hombre me invita a tomar un café, se que tarde o temprano va a sacar los originales. Ahora con el correo electrónico recibo muchísimos textos de personas desconocidas, y cada uno de ellos es una persona, pero yo también soy una persona y no puedo responderle a todos. Leer un original es una tarea larga y penosa, y dar una respuesta a veces es difícil. Cuando no me convence lo que leo, les digo que vayan a taller.
¿Qué talleres de escritura recomendarías?
Yo de los talleres, a mi hija la mandé al de Liliana Hecker, pero está Guillermo Saccomano, Pablo Ramos, Alicia Steimberg, Leopoldo Brizuela.
¿Qué consejos les darías a la gente que está empezando a escribir?
Hay que ser un lector apasionado, si uno no es un lector que le apasiona leer literatura de ficción, no tiene porqué intentar escribir. Porque hoy hay mucha gente que quiere escribir y no quieren leer. Si ya es un gran lector y quiere empezar a escribir, tiene que haber un equilibrio entre subestimarse y sobreestimarse. Porque si uno está en la situación de que todo lo que escribe le parece abominable, mediocre o estúpido, se paraliza. Y si a uno le parece que todo lo que escribe es un aporte a la literatura universal, empieza a creerse un genio incomprendido, no acepta críticas, se frustra, y consigue el mismo resultado que la subestimación, la parálisis. Hay que encontrar un equilibrio. Hay que ser severamente autocrítico. Yo noto que mucha gente escribe maravillosamente bien y también escribe muy mal, y ellos no se dan cuenta del contraste de unas partes con las otras. Se enamoran de todas las palabras, entonces no progresan, y el conjunto de sus textos no tienen valor. Todos, los grandes escritores, los buenos y los mediocres, escribimos cosas que no tienen valor, que no tienen sentido. Por algo dice el refrán: "Hasta Homero duerme a veces". Algunas veces la diferencia entre un buen escritor y uno mediocre, es la autocrítica, el darse cuenta que no todo lo que uno escribe es bueno. No hay que desanimarse ante los rechazos editoriales. Los argentinos tenemos una muy fuerte tradición de cuentistas; los escritores generalmente comienzan escribiendo cuentos, que son muy difíciles de publicar. Cuando yo era chica, había varias revistas que publicaban cuentitos. Las revistas femeninas traían cuentos y novelas por entregas, estaban "Leo Plan", "Vea y Lea". Los suplementos culturales también publicaban cuentos. Hoy no hay bocas de expendio para los cuentos, no existen casi revistas que publiquen cuentos, salvo "La Mujer de mi Vida", y alguna revista literaria muy especial. Las editoriales rechazan los libros de cuentos porque está de moda la novela, la gente lee novelas y los libros de cuentos no los quiere nadie. Entonces no hay que desanimarse porque uno se encuentre con un montón de rechazos editoriales. Mis primeros libros fueron rechazados en todas las editoriales, y la edición de los "Días de pesca" se la pagué a Corregidor. Para publicar hay que presentarse a concursos, no hay que pensar que todos están arreglados, tal vez lo estén en los que hay mucho dinero en juego. La mayor parte de los concursos son lícitos, los jurados son otros escritores y les encanta descubrir nuevos autores. En la literatura hay altas cumbres, pero que forman parte de una cordillera. No hay que achicarse, sino, uno no va a poder escribir nunca. Uno se puede conformar con ser una montañita de esa cordillera. Una lomita, una estribación de la precordillera.