Efectivamente, ocurrieron en torno al escritor una serie de episodios misteriosos -suicidios, muertes extrañas, ataques de demencia- tanto en las personas que lo rodearon, como en quienes quisieron aproximarse al estudio de su vida y de su obra. Su casa natal en la calle Camacuá de Montevideo fue demolida y muy poco se sabe de su infancia en Uruguay. Los familiares, afirma Pichon Riviére, en privado adjudicaban su temprana muerte no a una enfermedad "sin más información" -según consta en el acta de defunción- sino a un envenenamiento debido a su vinculación con grupos políticos de izquierda. A partir de la muerte del poeta, sus parientes habrían hecho lo imposible por borrar su nombre del mundo, contribuir al olvido de su obra y salvar así el supuesto buen nombre de los Ducasse. Tanto fue así que, recién en 1977, pudo conocerse una fotografía suya.
En 1924 fueron descubiertos en la Catedral de Montevideo datos decisivos sobre el escritor: en el acta de bautismo se hace constar que Isidore Lucien fue bautizado el 15 de noviembre de 1847, que había nacido el 4 de abril de 1846, dos meses después de que sus padres contrajeran matrimonio y que era hijo legítimo de Francois Ducasse y de Jacquette Célestine Davezac, ambos de origen francés. También figuran los datos de sus abuelos paternos y maternos, y un hermano del padre, Bernard Lucien Ducasse, fue el padrino.
El padre de Isidore era el secretario de la alcaldía de Sarniguet, en los Altos Pirineos, pero harto de la quietud y la calma pueblerina, emigró a Uruguay en 1840 y allí permaneció hasta su muerte en 1889. Pichon Riviére lo describe como un hombre elegante, fino, burlón y escéptico, dueño de una gran cultura literaria y poseedor de una de las bibliotecas más completas de Montevideo, ciudad en la que creó una escuela de lengua francesa, donde él mismo dictó cursos de Filosofía inspirados en el pensamiento de Auguste Comte (1798-1857), fundador del positivismo francés. Más tarde, cuando Uruguay y la Argentina estaban en guerra, se convirtió en canciller del consulado de Francia. Mujeriego pertinaz, se jactaba de coleccionar actrices teatrales, cantantes y bailarinas, entre ellas una brasileña que terminó sus días encerrada en una casa de salud mental. La madre, por su parte, falleció a los pocos días del bautismo de su hijo. Fue enterrada sólo con su nombre de pila, sin el apellido, en un osario común tal como sucedería después con el propio Lautréamont. En su acta de defunción dice que falleció de "muerte natural" lo que, en el lenguaje médico de la época, quería significar suicidio.
El futuro poeta fue un niño que sufrió no sólo el abandono por parte de la madre muerta tempranamente rodeada de un incomprensible misterio, sino también por parte de su padre, que se había entregado totalmente a la vida política y social de la capital uruguaya, sobretodo durante el Sitio a Montevideo, que duró desde 1838 a 1852, abarcando parte de su infancia. En 1859, Isidore Ducasse viajó a Francia para continuar sus estudios en el Liceo Imperial de Tarbes donde permaneció tres años, de 1860 a 1862. En el otoño de 1863, cambió de ciudad y de colegio. Fue admitido en la clase de Retórica en el Liceo de Pau, donde estudió hasta fines de agosto de 1865.
De lo que sucedió a continuación no se sabe demasiado. Se supone que regresó brevemente a Montevideo durante el año 1867. Lo cierto es que, a fines de ese año vivía en París en un hotel en el número 23 de la calle Notre Dame des Victoires. Después pasó por el número 32 de la calle Faubourg Montmartre, el número 15 de la calle Vivienne y el número 7 de la calle Faubourg Montmartre. Esta secuencia de mudanzas a distintos hoteles y posadas sugieren una vida llena de privaciones, sin embargo no sufría apuros económicos ya que tenía con qué sobrevivir gracias a una pensión que recibía de su padre.
Por entonces escribía fervorosas cartas para conseguir la publicación o el comentario de su "condenado libraco" como él lo llamaba. Se refería a "Los cantos de Maldoror", cuya primera parte se publicó en 1868, con tres asteriscos en lugar del nombre del autor y fue rápidamente condenado por la moral de la época. No obstante ello, al año siguiente los seis "Cantos" salieron de la editorial de Albert Lacroix con la firma del Conde de Lautréamont, pero no ingresaron al mercado comercial.
Se conserva una carta que le envió a su editor -Léon Genonceaux- en que dice haber entregado el manuscrito de su obra a Lacroix. En un fragmento de dicha carta se lee: "pero una vez que fue impresa, él se rehusó a hacerla aparecer porque la vida estaba allí pintada con colores muy amargos y él temía al Procurador General". Parece ser que Ducasse inició la tarea de realizar algunas modificaciones en los "Cantos", pero al estallar la guerra las revisiones quedaron inconclusas. La edición por él preparada quedó enterrada en los sótanos de un librero belga quien, en 1874, hizo encuadernar algunos ejemplares con un título y unas indicaciones anónimas.
Este largo poema en prosa con su mundo alucinado, sádico y maldito fundó -junto a "Les fleurs du mal" (Las flores del mal) de Charles Baudelaire (1821-1867) y "Une saison en enfer" (Una temporada en el infierno) de Arthur Rimbaud (1854-1891)- la poesía moderna francesa. En 1870 publicó el volumen de "Poésies" (Poesías) con su verdadero nombre, pero no consiguió ninguna resonancia. En ese momento la gente no se interesaba en leer demasiado. La guerra con Prusia ya estaba instalada en sus mentes.
Isidore Ducasse murió, solitario y desconocido, en una habitación del Faubourg Montmartre, en la mañana del 24 de noviembre de 1870, durante la toma de la capital por el ejército prusiano. Vaya uno a saber qué enfermedad se llevó a este joven misterioso. Su desaparición apenas fue advertida. Era una cosa muy normal morirse en París durante el otoño de ese año. Sólo seis cartas y su obra quedan como testimonio de su paso por esa ciudad y de sus últimos cinco años de vida.
Cuando se lo redescubrió, entre 1885 y 1890, comenzaron a decirse muchas cosas. El novelista y ensayista francés Léon Bloy (1846-1917), por ejemplo, dijo en un artículo que apareció en la revista "La Plume" del 1 de septiembre de 1890, que el autor de los "Cantos de Maldoror" había muerto en un manicomio y que consideraba "como un signo de este tiempo la intromisión en Francia de un libro monstruoso, casi desconocido, una obra totalmente sin analogía y probablemente llamada a tener resonancia". Bloy dudaba que la palabra monstruosa fuese suficiente para calificar la obra. "Recuerda -dice- a un espantoso polimorfo submarino a quien una tempestad sorprendente hubiera arrojado a la ribera después de haber zamarreado el fondo del océano".
Medio siglo después, el poeta surrealista francés Antonin Artaud (1896-1948) escribió en la revista "Les Cahiers du Sud" un artículo en 1946, al recoradar también el centenario del enigmático poeta. En él decía: "Murió una madrugada, en el confín de una noche imposible. Sudando y mirando a su muerte como por un orificio de su ataúd, el pobre Isidore Ducasse frente al rico Lautréamont. Y esto no se llama la rebelión de las cosas contra su dueño sino el libertinaje del siniestro inconsciente de todos contra la conciencia de uno solo. Insisto en que Isidore Ducasse no era un alucinado ni un visionario. Era un genio que en toda su vida no dejó de ver con claridad cuando miraba y removía las brasas del yermo del inconsciente todavía no utilizado. El suyo, y nada más, pues no hay en nuestro cuerpo puntos donde podamos encontrarnos con la conciencia de todos. Y estamos solos en nuestro cuerpo. Pero esto el mundo no lo admitió jamás, mientras que él siempre quiso conservar para sí un medio para indagar de cerca en la conciencia de todos los grandes poetas, y todo el mundo ha deseado poder mirar en todo el mundo para saber lo que todo el mundo hacía".
Medio siglo después, el poeta surrealista francés Antonin Artaud (1896-1948) escribió en la revista "Les Cahiers du Sud" un artículo en 1946, al recoradar también el centenario del enigmático poeta. En él decía: "Murió una madrugada, en el confín de una noche imposible. Sudando y mirando a su muerte como por un orificio de su ataúd, el pobre Isidore Ducasse frente al rico Lautréamont. Y esto no se llama la rebelión de las cosas contra su dueño sino el libertinaje del siniestro inconsciente de todos contra la conciencia de uno solo. Insisto en que Isidore Ducasse no era un alucinado ni un visionario. Era un genio que en toda su vida no dejó de ver con claridad cuando miraba y removía las brasas del yermo del inconsciente todavía no utilizado. El suyo, y nada más, pues no hay en nuestro cuerpo puntos donde podamos encontrarnos con la conciencia de todos. Y estamos solos en nuestro cuerpo. Pero esto el mundo no lo admitió jamás, mientras que él siempre quiso conservar para sí un medio para indagar de cerca en la conciencia de todos los grandes poetas, y todo el mundo ha deseado poder mirar en todo el mundo para saber lo que todo el mundo hacía".
Más adelante, en el mismo artículo dice Artaud: "Isidore Ducasse murió de rabia por querer conservar su individualidad intrínseca, como Edgar Poe, Nietzsche, Baudelaire y Gérard de Nerval, en vez de convertirse en el embudo del pensamiento de todos, como Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Blaise Pascal o Chateaubriand. En efecto, la operación no consiste en sacrificar su yo de poeta en ese momento alienado frente a todo el mundo, sino en dejarse penetrar y violar por la conciencia de todo el mundo, para ser en su cuerpo sólo el siervo de las ideas y reacciones de todos. Y el nombre de Lautréamont fue sólo un primer medio, del cual Isidore Ducasse tal vez no desconfió lo suficiente, para desviar en favor de la conciencia general las obras archiindividualistas de Isidore Ducasse, poeta furiosamente apasionado por la verdad. Quiero decir que en los limbos de la muerte donde está, otras conciencias y otros yo sin duda se regocijan obscenamente por haber participado en la emulsión creadora de sus poemas y sus gritos, y acumulan delicias sombrías cuando piensan enfurecer a este poeta para sofocarlo y matarlo".
El antes citado Pichon Riviére, en su afán por desenmarañar los misterios que rodearon la vida de Ducasse, afirmó: "Toda investigación sobre la vida del conde de Lautréamont se vio dificultada por factores externos que derivan del prestigio del poeta en el seno de su familia". Y agregó: "Los primeros comentaristas de Lautréamont, desconcertados por una obra tan compleja y sorprendente, eligieron el fácil camino de considerarlo un alienado. Igualmente, nace una actitud reprimida, intencional, que traba el análisis de la obra y la investigación de su autor, reemplazando ese vacío con la leyenda negra; leyenda que lanzan y alimentan pero que tampoco estudian".
Por su parte, el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) había aseverado en "Los raros" de 1893: "No aconsejaré yo a la juventud que se abreve en esas negras aguas por más que en ellas se refleje las maravillas de las constelaciones. No sería prudente a los espíritus jóvenes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarrería literaria o gusto de manjar nuevo. Hay un juicioso consejo de la Cábala: no hay que jugar al espectro porque se llega a serlo; y si existiese un autor peligroso a ese respecto, sin duda es el conde de Lautréamont. ¿Qué infernal cancerbero rabioso mordió a esa alma allá en la región del misterio, antes de que viniese a encarnarse a este mundo? Si yo llevase a mi musa cerca del lugar en donde el loco está enjaulado vociferando al viento, le taparía los oídos".
En el mismo ensayo, Darío dice que "Los cantos de Maldoror" es un breviario satánico impregnado de melancolía y tristeza; "más aún, quien lo ha escrito puede haber sido muy bien un poseso. Recordemos que ciertos casos de locura que hoy la ciencia clasifica con nombres técnicos en el catálogo de las enfermedades nerviosas, eran y son vistos por la Santa Madre Iglesia como casos de posesión para los cuales se hace preciso el exorcismo. El Bajísimo lo poseyó penetrando en su ser por la tristeza. Se dejó caer, aborreció al hombre y detestó a Dios. En las seis partes de su obra sembró una flora enferma, leprosa, envenenada. El suyo es un libro diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso, un libro en que se oyen a un mismo tiempo los gemidos del dolor y los siniestros cascabeles de la locura".
Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautréamont, fue enterrado temporalmente en el Cementerio del Norte el 25 de noviembre de 1870, de donde fue exhumado el 20 de noviembre de 1871 para ser enterrado en otra parcela. Con el crecimiento de la ciudad de París, aquellos terrenos dejaron de pertenecer al cementerio y se desconoce a dónde fueron a parar los restos del poeta. Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), periodista y escritor vanguardista español de notable influencia en la literatura argentina de los años veinte, fue terminante: "Lautréamont es el único hombre que ha sobrepasado la locura. Todos nosotros no estamos locos, pero podemos estarlo. El, con este libro se sustrajo a esa posibilidad, la rebasó".