Hay ciudades que irradian cierto eros como Venecia, Río de Janeiro, Florencia y, para mí, París se ubica antes que todas las demás. Los recuerdos personales y los recuerdos históricos se unen y se exaltan unos a otros.
Usted escribió varias novelas pero, comparadas con la totalidad de su obra, representan solamente una pequeña parte.
Sí. No considero, además, que sea la parte más importante. Todo el mundo escribe novelas. En ellas puse algunos hechos en relación con la época, pero diría que prefiero el ensayo, las máximas, los aforismos y en mi último libro "Die schere" (Las tijeras), me ubico más bien del lado de Montaigne. A partir de unas cien máximas, se puede componer toda una serie de sistemas, mientras que el pensamiento sistemático es de una rigidez tal que la imaginación se queda sin margen suficiente de maniobra. Me ubico más cerca de Nietzsche que de Kant, más cerca de Demócrito, Montaigne, Lichtenberg... Uno no elige, ya está preprogramado en los genes, como se dice actualmente.
En uno de los libros que vuelven a salir actualmente, "Über die linie" (Sobre la línea), escrito en 1950, hablaba de la barbarie y el nihilismo.
Creo que el nihilismo se acabó. La acción ha pasado a ser tan fuerte que ya no queda tiempo para el nihilismo. Es un estado mental que se adopta cuando uno se aburre, como Oblomov -el personaje de Goncharov- por ejemplo, que es para mí un nihilista típico, o Raskolnikov, que está acostado en su cama y rumia sus pensamientos para saber si es Napoleón o qué sé yo quién. Cuando uno está atrapado en la acción, no tiene tiempo para eso. Cuando a alguien le apuntan, deja de ser nihilista: o responde, o sale corriendo a toda velocidad. El nihilismo es una cuestión de aburrimiento, válido para los ricos.
¿Qué piensa de los hechos políticos de los dos o tres últimos años, ya sea la reunificación alemana o lo que ocurre en la ex Yugoslavia, con la purificación étnica?
Estamos ante dos grandes hechos que tienen muchos puntos comunes, la reunificación y la caída del comunismo -solo los serbios y los chinos se aferran a él actualmente-. Apruebo la reunifícación alemana, en la medida que considero que se trata de un primer paso hacia el Estado universal. Lo que sucede en los Balcanes, en Rusia, la reunificación alemana, todo forma parte de una misma totalidad, y pienso que nos encontramos ya en el Estado universal, desde el punto de vista puramente técnico -el marco técnico se da, la conquista del espacio, el átomo, las ciencias-. En la antigüedad, ocurrió de la misma forma, el marco ya se daba con Alejandro Magno y, tres siglos más tarde, los romanos instauraron verdaderamente un "Imperium mundi", los romanos dominaban el mundo; hoy en día se trata del planeta. Todo esto no quiere decir obviamente que con el Estado universal vaya a cesar la violencia. Significa simplemente que las guerras entre naciones pasan a ser guerras civiles, que no habrá mas ejército, sino una policía mundial. El problema se plantea ahora con los Balcanes. Pero, obviamente, la comunidad de las naciones no es todavía capaz de enviar una policía. La gente de allí está atrapada entre el comunismo, el fascismo, el nacionalismo, todo se mezcla y se da ese aspecto muy primario de la purificación étnica, un concepto singular. El hecho de que resurja está cargado de consecuencias.
Usted escribió: "La era de los dioses pasó, ingresamos en la era de los titanes".
No quiero decir que la era de los dioses pasó, sino simplemente que hay una pequeñísima pausa. Siempre ha habido dioses y siempre los habrá. Se produce el gran remplazo entre los dioses y los titanes y actualmente, es evidente que los titanes toman la delantera. Yo lo denomino el interinato. En la gran elegía "Brot und wein" (Pan y vino) Holderlin ve también la era de los titanes, los llama los que son de hierro; pero los dioses volverán. Nietzsche es típicamente uno de esos titanes, para los cuales el tiempo desempeña un papel importantísimo, de ahí esa predilección por la medición del tiempo, los segundos y las distancias inauditas, pero no salen de eso. El eterno retorno de Nietzsche es un esfuerzo titánico y desesperado, considero que el eterno retorno es algo muy desagradable. Me alegraría mucho que la historia terminara de una vez por todas.
También podemos considerar el eterno retorno como una espiral que nos lleva cada vez un poco más arriba.
Es verdad. Pero es necesario que haya una intemporalidad. Para mí, los dioses habitan lo intemporal, mientras que los titanes son los amos del tiempo. Por eso, lo que ocurre ahora con la naturaleza desempeña un papel muy importante.
La técnica moderna pone al mundo en peligro. ¿Siente alguna simpatía por los movimientos ecológicos?
Sí. Pero para mí, la técnica no tiene significado técnico propiamente dicho, es un signo de que pasa otra cosa, un lenguaje universal. El trabajador no tiene para mí una dimensión social, nacional, económica, sino una dimensión mítica, y la figura del Trabajador es para mí la de uno de los grandes titanes. En cuanto a la naturaleza -para mí, como zoólogo-, la desaparición de un gran número de especies es naturalmente una catástrofe, pero estamos en un período de muda. La época de los saurios fue quizá la más larga de la historia de la Tierra, y desaparecieron, innumerables especies desaparecen. Cuando llegué a Wilflingen, el mundo de los insectos era mucho más rico; ahora, mi colección tiene un carácter casi paleontológico. Es triste, pero no podemos hacer nada.
Usted nació a fines del siglo XIX, participó en las dos guerras mundiales, escribió que en los casos difíciles siempre encontró gente que lo ayudó; lo leen y respetan. ¿Tiene la impresión de ser una persona bendecida por los dioses, de gozar de una conjunción cósmica favorable?
Obviamente, uno puede equivocarse mucho en ese tipo de cosas, pero tengo la impresión de que, en esto también, había algo programado de antemano. Usted hablaba del siglo XIX y de mi fecha de nacimiento. Para mí, el siglo comienza en el medio. La Revolución Francesa, por ejemplo, empieza con Voltaire y Rousseau, o sea, cincuenta años antes. Salimos realmente del siglo XIX recién con la bomba atómica. La Primera Guerra Mundial fue todavía una cuestión caballeresca, si se puede decir; no ocurrió lo mismo con la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima, el átomo. Nietzsche dijo: "El rocío se posa en la hierba en lo más sereno y profundo de la noche". Para mí, el año 1895 es también muy significativo. Hay cosas, preparativos que tal vez pasen inadvertidos para los contemporáneos. Pienso en la invención de los rayos X. En 1895, Röntgen los mostró por primera vez. Se podía ver un hueso. Pero era imposible prever que Laue utilizaría los rayos X para descubrir los átomos. Ahora, lo mismo se repite con los genes; comparada con esta aventura, la cosa política tal vez desaparezca. Las cuestiones científicas dominan todo. No sabemos cómo funcionan los genes, cómo tiene lugar la fecundación "in vitro", pero cambia la sociedad cien veces más que toda la Revolución Francesa. También eso lo atribuyo a la era de los titanes. Y es también algo que habrá que superar.
En un ensayo de 1984, "Über den stand der dinge" (Información sobre el estado de cosas), Wolfgang Hildesheimer estimaba que el escritor era incapaz ahora de comprender la complejidad del mundo.
Tenía razón. Habrá élites muy pequeñas que desarrollarán medios de poder que no hará falta emplear. Yo presentaré una fórmula y el otro dirá "me retiro", como en el ajedrez. Las masas pasan a ser muy importantes, las élites tendrán que volverse poderosas, pequeñas y poderosas. Naturalmente, eso cambia todo el hecho político.
¿El arte también debe quedar reservado a una élite?
Puedo decirle en todo caso que debe ser teológico. Tiene que haber una relación con la divinidad, de otro modo, no es nada; y en un poema pequeño, esa relación puede ser más grande que en la obra completa de un gran hombre. Mi cultura hace que no sienta ninguna preferencia por Léon Bloy, pero es una figura. Dejo de lado su persona y su moral -era un hombre capaz de un gran odio-, pero pienso que, en ese punto, debo estimarlo. Rimbaud también logró acercarse. ¿De dónde surge, si no, el gran respeto que sienten por él los jóvenes? En líneas generales, actualmente se ha vuelto más difícil escribir poemas que sean realmente poemas. Pero siempre es posible un renacimiento de la lengua. Después de la guerra de los Treinta años, estábamos en el punto más bajo, después llegaron personas como Opitz, Grimmelshausen y bruscamente la lengua recuperó su fuerza. Nunca debemos olvidar que todo comienza con la grandeza de la lengua.
Sin volver al eterno debate sobre el fondo y la forma, que tal vez no sean más que las dos caras de un mismo problema, ¿usted es más un pensador y escritor de escritura clásica que un autor preocupado por experimentaciones formales?
Para mí, lo que más cuenta es la intuición. Se pueden hacer experimentos, pero ante todo, es necesario que esté presente la intuición. Un muchacho o un niño posee primero ciertas disposiciones, luego puede experimentarlas, pero es necesario que las disposiciones estén presentes en los genes.
Si no, ¿las experimentaciones son sólo procedimientos?
Exactamente. Creo que uno hace experimentos cuando ya no tiene nada que decir.
Usted habla poco de teatro.
Todos hacemos tentativas en ese terreno. Yo también probé. Creo que quemé todo. Tal vez haya que ser más social que yo para armar buenos diálogos. Cuando todavía existía la RDA, Heiner Müller me visitó en muchas oportunidades, tenía pasaporte y podía salir. No leí nada de él, pero tuvimos charlas muy interesantes.
¿Ha visto alguna obra de Müller?
No. ¿Usted sí? ¿Se pueden montar? Tienen tantas ideas. Cuando venía a verme, Heiner Müller pensaba que yo les tenía miedo a las mujeres, y le dije que convenía que remplazara esa palabra por "respeto". Actualmente, si uno es cortés con una mujer, la gente piensa que le tiene miedo, cuando es algo totalmente distinto. Realmente, es más bien gracioso.
Usted tradujo a autores franceses como Rivarol y Chamfort. ¿Dónde radica para usted la diferencia entre el francés y el alemán?
Cuando leo traducciones mías al francés, me da la impresión de que ganaron y perdieron en igual proporción. Riviere decía que el alemán es intelectualmente el hombre de lo uno y lo otro mientras que el francés es el hombre de lo uno o lo otro. El francés es capaz de aportar más claridad a un texto, mientras que el alemán es capaz de una mayor profundidad. En este sentido, cuando leo una buena traducción, tengo la impresión de que mi texto ganó en racionalidad. Me leo como quien lee a un autor nuevo, pero perdió en profundidad, ese famoso aspecto de lo uno y lo otro. De todos modos es un placer, ¡no sabía que podía ser tan ocurrente!