Filósofo, dramaturgo y novelista, Alain Badiou (1937) es uno de los nombres más destacados del pensamiento contemporáneo. Su filosofía incluye las teorías matemáticas modernas y las cuatro dimensiones de la existencia: el amor, el arte, la política y la ciencia. Como pensador crítico de la modernidad ha definido los procesos políticos actuales como una "guerra de las democracias contra los pobres", y ha ejercido una férrea crítica a lo que define como "materialismo democrático", es decir, un sistema humano donde todo tiene un valor mercantil. En ese sentido, Badiou no ha renunciado a defender un concepto para muchos obsoleto: el comunismo. Según el filósofo francés, la visión igualitaria del ser humano y de la sociedad, merece ser rescatada. Así, en sus obras defiende la "idea comunista" antes que el sistema comunista en sí y convoca a repensar el mundo, a redefinir el papel del Estado, reinterpretando la idea de República y poniendo en el centro de la evolución social la relegitimización de las luchas sociales. Su obra comprende, por citar sólo algunos títulos, "Théorie du sujet" (Teoría del sujeto), "L'éthique, essai sur la conscience du mal" (La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal), "Eloge de l'amour" (Elogio del amor), "Théorie de la contradiction" (Teoría de la contradicción) y "L'idée de communisme" (La hipótesis comunista). Lo que sigue es una compilación de varias entrevistas relacionadas entre sí realizadas por Rubén Ríos (diario "Página/12", 8 de marzo de 2004), Marina Acosta (revista "Iberoforum" nº 2, julio-diciembre de 2006), Filippo Del Lucchese (diario "Il Manifesto", 14 de agosto de 2008), Analía Hounie (diario "Perfil", 24 de agosto de 2008) y Eduardo Febbro (diario "Página/12", 6 de noviembre de 2010).
¿Qué piensa de las manifestaciones en contra de la globalización?
Protestas como la de Londres y Seattle, esos motines contra la globalización, son más un síntoma que una creación política. Se trata de fenómenos de resistencia, a veces muy violentos, al desarrollo mundial del capitalismo en su forma actual. Este movimiento empezó hace ya unos años, por ejemplo con las grandes huelgas francesas de diciembre del '95: tiene poca capacidad de proponer consignas políticas positivas, ideas nuevas de la política y de la organización social. Son síntomas de debilidad política. Pero las grandes ideas políticas son generalmente extraídas de acontecimientos reales y muchas veces violentos. Los grandes motines y revueltas obreras, sobre todo en Francia, lo que Marx llamaba el movimiento obrero francés, era anterior al "Manifiesto Comunista" y a la formulación de la política marxista. Estamos en un período en que la política de la emancipación debe ser completamente repensada. Reinventada.
¿A partir de qué acontecimientos?
Pienso que, para esta reinvención de la política, hay tres fuentes. Lenin dice que hay tres fuentes en el pensamiento de Marx: la economía política inglesa, la filosofía dialéctica alemana y el movimiento obrero francés. También ahora tenemos tres fuentes, pero bien distintas. En primer lugar, el balance de la política del siglo; eso que podemos llamar el intento comunista, en todas sus formas. En segundo lugar, tentativas políticas reales, o bien a fines del período anterior, como Mayo del '68 o el movimiento obrero polaco, o bien hoy en día, como los zapatistas de Chiapas, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, el movimiento de obreros indocumentados en Francia, algunos aspectos del movimiento obrero en Corea, y cantidades de pequeñas experiencias políticas que se refieren a problemas particulares. Y nuestra tercera fuente es el gran esfuerzo de pensamiento filosófico, teórico y político, que empezó hace ya hace años y que ha presentado obras significativas. Podría citar, un poco al azar, a Toni Negri y, si me permite usted la vanidad, mis propias propuestas. Es un comienzo complicado, todavía débil, pero el movimiento se acelerará.
¿Por qué se aceleraría?
Porque, a la inversa de lo que nos cuenta la propaganda, la gran masa de gente a escala planetaria no tiene nada bueno que esperar del capitalismo salvaje. Durante un tiempo podrán resignarse, pueden considerar que la tentativa comunista fracasó, o que quizá no haya otras perspectivas, pero a medida que pase el tiempo la convicción de que este mundo no es aceptable se incrementará e irá tomando formas cada vez más prácticas. Y esto va a obligar a aquellos que quieran verdaderamente inventar la política, no sólo a tomar en cuenta estas revueltas, sino también a proponer nuevas orientaciones, nuevas prácticas, nuevos modos organizativos.
¿Diría usted que ha cambiado, además del sujeto político de la emancipación, también el objetivo? ¿Ya no es el capitalismo como tal, sino el capitalismo salvaje o el capitalismo financiero?
La cuestión de saber cuál es el objetivo político todavía no está clarificada. Hay para ello una razón esencial. El problema está en encontrar una definición positiva de la política, y no una definición que se haga en contra de lo que hay. La idea socialista fue la de reemplazar una estructura por otra, un Estado por otro, una economía por otra. Pero esta visión estructural fracasó. Por supuesto, hay una sensibilidad anticapitalista contra las formas financieras mundializadas, pero lo esencial es la capacidad que tenga una política de proponer de manera afirmativa. Lo esencial es qué idea de la libertad del hombre afirma esta política, qué ideas acerca del pensamiento colectivo, de los modos de organización, de construcción de las relaciones sociales. Ahora, la relación de todo eso con el capitalismo no está en el centro de la discusión. El anticapitalismo no puede definir por sí solo una política. Eso sería volver al viejo esquema: oponer la estructura socialista a la estructura capitalista. El punto está en desarrollar libremente y, al principio, localmente, maneras de pensar y de organizarse por completo independientes del orden político dominante.
Sin embargo, si admitimos que el orden político del capitalismo dominante también produce procesos de subjetivación que lo acompañan, ¿no hay en ello el riesgo de neutralización?
Eso supone que la subjetivación está subordinada a la situación objetiva. Pero se puede tener una visión de la subjetivación que no dependa inmediatamente de la dominación del capitalismo y la democracia parlamentaria. Hay otras fuentes de subjetivación aparte de la estructura de la situación. Hay que abandonar la fórmula determinista de Marx, que dice que el ser social determina la conciencia. Hablamos de sujeto más que de conciencia. Hay fuentes de subjetivación separadas del estado de las cosas y que dependen de invenciones particulares surgidas en el campo colectivo y a partir de las cuales un trayecto subjetivo particular puede definirse.
¿El psicoanálisis puede colaborar en ello?
Hay que mantener separados psicoanálisis y política. El dato fundamental de la política es que se trata de una acción colectiva. Esa subjetivación de la que hablamos es una subjetivación colectiva. Por supuesto la teoría psicoanalítica tiene mucho que decir acerca de la subjetivación, pero la emancipación de la humanidad no se hará arriba de un diván, sino en el espacio público. Chiapas o las huelgas francesas del '95 no tienen vinculación con el psicoanálisis, ni tampoco con su teoría del sujeto. Hay que entender un enunciado simple: la política es la política, y como tal absolutamente irreductible a otra instancia. Pero hay una comparación que me gustaría hacer en relación con esto. Dado cierto estado de la creación artística, no por eso se cierra la posibilidad de nuevas experiencias artísticas poderosas. Lo mismo en la política. Por dominante que sea el capital y su forma política, la democracia representativa, esto de ninguna manera impide la posibilidad de la emergencia de nuevas experiencias, nuevos pensamientos.
De todos modos este movimiento de nuevos acontecimientos políticos que usted menciona, los Sin Tierra o la revuelta de Londres, aparecen tanto débiles como fragmentarios y dispersos.
Ahora hay que aceptar que sean múltiples. No estamos con la idea de la Tercera Internacional, es decir, a favor de una figura única de la política de emancipación y en cuyo centro encontraremos un Estado como la patria del socialismo. Pero que las políticas de la emancipación sean múltiples no significa que sean contradictorias. A partir de que en esas políticas podemos identificar el motivo igualitario como razón principal, a partir de que estas políticas puedan pensarse como formas irreductibles de la idea igualitaria y de su encaminamiento en el mundo contemporáneo, entonces estas experiencias se mostrarán diferentes pero no contradictorias.
¿Habría algún problema en incluir en estas políticas de emancipación a las formas vinculadas con la democracia parlamentaria como un camino más?
No declaro dogmáticamente que este camino se encuentra cerrado, pero tengo la impresión de que para nada es un camino. En países tan importantes como Francia o Inglaterra, fueron gobiernos socialistas los que dieron forma última al ultraliberalismo. Desregularon el mercado financiero, privatizaron más que los gobiernos conservadores y dieron la espalda a toda idea igualitaria. De manera que la crítica a los partidos de izquierda no es una crítica formal, sino al contenido. Ellos no constituyen un camino para las políticas de emancipación porque son gestores del orden establecido.
Pero entonces tendríamos que separar políticas progresistas de políticas de emancipación.
Nunca hice demasiado uso de la palabra "progresista" por la razón de que la idea de progreso es oscura. Para los ojos de un liberal hay actualmente grandes progresos. Lo que hoy en día se llama modernización no es más que el liberalismo capitalista. Son esas ideas, dominantes hacia 1840, las que nos presentan como el colmo de lo moderno. La emancipación no es una política de progreso, sino una política igualitaria.
¿De la que estarían excluidos los partidos de izquierda?
¿Pero cuándo la izquierda tradicional fue realmente una fuerza emancipatoria? Debo recordar que un gobierno socialdemócrata, en Alemania, hizo asesinar a Rosa Luxemburgo. Fue un gobierno socialista el que en Francia declaró la guerra colonialista contra Argelia. Son los gobiernos socialistas actuales los más firmes apoyos del capitalismo. Estas fuerzas de izquierdas siempre fueron llamadas al poder para resolver, dentro del orden establecido, problemas propios del capitalismo que el conservadurismo no lograba resolver por falta de apoyo popular.
A cuarenta años del Mayo Francés, ¿cuál es, según usted, su legado?
La complejidad de la pregunta consiste en que no hubo un Mayo del '68 sino cuatro. Mayo del '68 fue un acontecimiento, precisamente, porque estuvo compuesto por elementos diferentes. Cuando hablamos entonces de este acontecimiento, debemos precisar siempre de qué Mayo del '68 estamos hablando. Para decirlo brevemente, hay un primer Mayo del '68 que es la rebelión de la juventud; de hecho, no de toda la juventud sino de los estudiantes: es la revuelta de una minoría. Es la parte más visible del Mayo del '68. Debemos decir también que esta parte no fue completamente original porque hacia fin de los sesenta hubo revueltas de los estudiantes prácticamente en todo el mundo: en México, Alemania, Estados Unidos, China… El segundo Mayo del '68 es la huelga más importante de toda la historia de Francia. Es muy diferente del primero pues concierne a los trabajadores, millones de ellos, y no a los estudiantes. El tercer Mayo del '68 es algo así como una revolución cultural. Tiene que ver con la agitación de los teatros y de los cineastas, también con la transformación de las reglas sexuales y con la revuelta feminista. El cuarto Mayo del '68 es, finalmente, el más interesante. Consiste en la búsqueda de una nueva concepción de la política -la búsqueda por crear, por ejemplo, una colectividad entre trabajadores, estudiantes, extranjeros, etcétera-. Creo que aquí yace el legado del Mayo del '68. Porque la revuelta de los estudiantes en sí misma no es una cuestión universal, concierne a las universidades, a la relación entre la educación institucional y la educación pública. La huelga de trabajadores en sí misma es ampliamente controlada por el Partido Comunista y por los sindicatos tradicionales, no es un fenómeno nuevo. La transformación de las modalidades sexuales y la revolución cultural crean una modernidad, pero esta modernidad es compatible con el capitalismo. Hoy somos contemporáneos del Mayo del '68 en la búsqueda de una nueva definición de la política. El problema clave es encontrar una forma de organización política que no se halla en la forma del viejo Partido Comunista (organización jerárquica, participación en las elecciones clásicas, etcétera). Este problema aún no esta resuelto.
"De quoi Sarkozy est-il le nom?" (¿Qué representa el nombre de Sarkozy?), su libro publicado en 2007, va más allá de la figura de Nicolas Sarkozy: propone una teoría de una característica constante de la política francesa en la que Sarkozy es sólo el último en una línea que incluye al Thermidor y al mariscal Petain. ¿Podría, por favor, definir esta constante?
Para describir esta constante, debemos comprender que la historia de Francia no es simple. Hay una primera historia de Francia -la más conocida mundialmente- que comienza con la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII y continúa con las grandes insurrecciones de los trabajadores en 1830 y en 1848, con la comuna de París en 1871, con la Francia popular en 1936, con la fortaleza del Partido Comunista francés, con la resistencia al nazismo y, finalmente, con el Mayo del '68. Es la historia de las insurrecciones, revueltas, revoluciones y demás. Pero hay una segunda historia francesa: la historia de la contrarrevolución, del poder conservador y reaccionario, la historia de la restauración de la monarquía después de la Revolución Francesa, el segundo imperio de Napoleón, la represión de los trabajadores en junio 1848 o después de la Comuna de París, la terrible secuencia de Petain… La burguesía francesa, temerosa de la Francia popular, prefirió el nazismo a la posibilidad de la revolución comunista: ésta es la definición de Petain. Francia puede ser vista como el país de las insurrecciones histéricas pero también como el país de las contrarrevoluciones obsesivas. Nombro el petainismo a esta dimensión de la historia francesa que llega hasta nuestros días. Sarkozy es la expresión de esta tendencia reaccionaria. Es el último petainista.
Además de despertar el interés del público masivo, su último libro desencadenó una nueva ola de acusaciones contra usted como el "filósofo del terror antidemocrático". ¿De qué son síntoma estas acusaciones?
Creo que hay un problema después de todo. No sostengo el sistema democrático contemporáneo porque sé que esta forma del Estado es apropiada al gobierno de los ricos, de los capitalistas. Las elecciones libres son una ficción. Todos los medios de comunicación masivos están controlados por grupos capitalistas. No soy, pues, democrático en este sentido. La democracia es el poder de la gente, no el poder de los partidos, de la oligarquía financiera, del capitalismo. Hay democracia cuando la gente se organiza en movimientos o en huelgas para declarar algo en el campo político. Pero hoy no hay un poder real de la gente. Por ejemplo, sabemos que la armada francesa está comprometida con la guerra de Afganistán. Nadie consultó a la gente sobre este asunto. Fue una decisión consensual tomada por un pequeño grupo de hombres y de mujeres de todos los partidos. El segundo punto concierne al terror. En muchas circunstancias donde la gente está realmente relacionada al poder, presenciamos secuencias de violencia (es el caso de la Revolución Francesa, de la Revolución Bolchevique, etcétera). Cuando sostengo que la intervención popular en el campo político debe ser violenta en algunos casos, no puedo aceptar que esa suerte de gobierno me acuse de terrorista. Después de todo, los Estados democráticos actuales son absolutamente violentos: tenemos una guerra absurda y criminal en Irak, una guerra en Afganistán, intervenciones militares en muchos otros países… Entonces, en ciertas circunstancias, la elección es entre dos tipos de violencia: la elección no es entre violencia y no violencia. Sabemos eso. Acepto la posibilidad de la violencia. La violencia de la acción popular es diferente de la pura violencia de Estado. Nombro terror a la violencia de Estado.
En ese libro usted defiende también la actualidad del comunismo, de la idea comunista. ¿Por qué cree que hoy deberíamos ser fieles a esta palabra?
La idea comunista, a comienzos del siglo XIX, era la idea de la completa emancipación de la humanidad. El comunismo era el nombre de otra posibilidad para la organización de la sociedad. Después surgió la pregunta de los medios políticos para realizar esta nueva posibilidad. El medio más importante era la revolución con la dirección, finalmente, de la clase trabajadora. Esta es la visión clásica, la visión de Marx en el Manifiesto de 1848. Progresivamente, en una segunda etapa, el comunismo se convierte en el nombre no sólo del fin (una nueva sociedad) sino también en el nombre de un medio político específico para alcanzar esta meta: el Partido Comunista. Hay, en esta segunda etapa, algo positivo y algo negativo. Algo positivo: el comunismo se convierte en una realidad más concreta -en la primera etapa era una visión-, en nuevos medios para triunfar en la revolución. "Estamos en una nueva etapa de la historia", dijo Lenin al crear el Partido Comunista: la etapa de la revolución victoriosa. Y era verdad. La victoria ha sido posible con un fuerte Partido Comunista. Con una gran visión pero con una organización débil, ha sido imposible durante el siglo XIX. El lado negativo es que después de eso tenemos una definición estrecha del comunismo: el Partido Comunista y el Estado comunista. Y esta visión estrecha fue, finalmente, un fracaso. Porque el Partido fue bueno para organizar una revolución victoriosa pero no para organizar una nueva sociedad. Resultó algo burocrático, terrorista, violento. Este fracaso puso en peligro la palabra comunismo. Prácticamente desapareció. Creo que sin esta palabra tenemos una carencia en la política de emancipación. Para mantener una política de emancipación debemos tener una gran visión y esta idea, finalmente, es la idea comunista. Sin esta gran visión, somos débiles: nos sumergimos en pequeñas experiencias políticas, en pequeñas luchas cotidianas. No podemos de este modo unificar la lucha política. Planteo abrir una tercera etapa del comunismo después de la primera etapa (la concepción marxista) y después de la segunda (la concepción leninista): una nueva definición de la palabra que retiene el aspecto positivo de la noción, que critica el aspecto negativo de la segunda etapa y que propone una nueva forma del comunismo para hoy.