No hay duda de que las novelas de Verne son metáforas de la época, como apunta el semiólogo francés Roland Barthes (1915-1980) en "Nautilus et bateau ivre" (Nautilus y el barco ebrio), uno de los ensayos que forman parte de su libro "Mythologies" (Mitologías): "Verne es el creador de una cosmogonía cerrada sobre sí misma, con sus categorías propias, su tiempo, su espacio, su plenitud, incluso su principio existencial. La consolidación verneana está ligada a las tareas técnicas del siglo industrial: efracción de la tierra, explotación de las minas, apertura de rutas, de las vías férreas. Esta roturación -continúa Barthes- se vincula al desciframiento de la naturaleza, de hacerla rendir, de dotarla de rentabilidad". Y agrega más adelante: "Toda la simbología que recorre sus novelas está unida al industrialismo, a la idea de progreso, a la idea de que la técnica, dominando la Naturaleza, hará de la tierra un edén y al hombre más libre. Pero debajo de esta armadura lógica, de esta apología de la herramienta y de la ciencia, laten significaciones más profundas; un nuevo Verne abstraído como escritor de la infancia va surgiendo, ocupando poco a poco la dimensión de lo adulto; es en este espacio donde se empieza a estudiar desde diversas perspectivas y metodologías -psicología, estructuralismo, sociología- el sentido de sus viajes, de sus inventos, de la mecánica, de los personajes. De tal modo que empezamos a recuperar sus perfiles más legítimos, sus obsesiones, sus esencias más peculiares". Para Michel Foucault (1926-1984) los relatos de Verne "están maravillosamente penetrados de discontinuidades, el texto que narra se rompe a cada instante, cambia de signo, se invierte. Detrás de los personajes positivos reina todo un teatro de sombras con sus rivalidades y luchas nocturnas, como si el subconsciente del autor se viera asaltado de pronto por cierto antipositivismo, por sombras que nublan su visión del mundo". En "Verne. Un révolutionnaire souterrain" (Verne: un revolucionario subterráneo) el filósofo francés, al referirse a la concepción verneana del sabio, afirma: "Para el autor de los "Viajes extraordinarios" el sabio está situado siempre en el lugar de lo imperfecto. En el peor de los casos encarna el mal, o bien es un exiliado, o un suave maniático. Al sabio siempre le falta algo. De ahí un principio general: saber e imperfección están ligados; y una ley de proporcionalidad: cuanto más inteligente es el sabio, más perverso, demente y ajeno al mundo es; en cambio, cuanto más positivo, más se equivoca". "De todos modos -sigue explicando Foucault- el sabio es para Verne un personaje vital, ya que lucha, tanto si es benéfico o maléfico, contra el mundo más tópico -mundo neutro, blanco, homogéneo, anónimo-. El sabio crea el desequilibrio e impele al mundo contra la muerte y la inmovilidad. El mundo, por este desequilibrio, renace y es devuelto a una nueva juventud". El ensayista francés Marcel Brion (1895-1984), otro estudioso de Verne, desvela en "Le voyage initiatique" (El viaje iniciático) una nueva faceta tan interesante como la de Foucault. Centra su análisis en el "viaje". En Verne el viaje es, según Brion, un "viaje iniciático", el héroe atraviesa sus propias aventuras como un ritual, purificándose en el hielo, en el fuego, en el agua, para poder conseguir la metamorfosis. La aventura, que él identificaba con "la verdad" y que da sentido a ese viaje, va perdiendo fuerzas cuanto más avanza el relato, y "va cristalizando una verdad más profunda, más bella o más sombría en el ánimo del personaje que empieza a transfigurarse en otro". Para Brion, el "Viaje al centro de la Tierra" es el más típico de los "viajes iniciáticos" de Verne. Explica que "Axel, el héroe de la novela, es tan poco apto para la aventura que intenta sabotearla hasta que penetra en el cráter del volcán
Sneffels. Axel es el metal pobre que debe ser templado en el fuego de la tierra (el volcán) y endurecido en el mar subterráneo y, finalmente, machacado por los peligros. La iniciación de Axel comienza en una gruta que simboliza la matriz, el seno de la madre, y en cuya concavidad se prepara para su nacimiento el nuevo nombre; las siguientes grutas son otras tantas matrices donde se expande y se refuerza su yo". "Asimismo -concluye Brion-, el centro de la tierra no puede considerarse como un lugar físico, sino como el eje donde Axel encontrará su identidad, el móvil y final del viaje que le purifica". Otro erudito de Verne, el filósofo e historiador de las ciencias francés Michel Serres (1930), lo valora como uno de los pocos escritores franceses que ha conseguido plasmar gran parte de la tradición esotérica y mítica europea. Desde este planteamiento apunta en "Jules Verne, la science et l'homme contemporain" (Julio Verne, la ciencia y el hombre contemporáneo) que Verne ha "enriquecido considerablemente el mito del Minotauro, el del descenso a los infiernos"; que sus viajes son "la encarnación de la Odisea" y que Axel es "un Ulises moderno, vencedor de toda una serie de pruebas de iniciación". En el libro "Aventures de trois russes et de trois anglais dans l'Afrique australe" (Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el Africa austral), Serres descubre un interesante desarrollo del mito del Exodo. Se trata de un viaje en el que los personajes atraviesan mil calamidades para llegar, final y felizmente, a un maravilloso "país prometido". Incuestionablemente, todos estos análisis apuntan a desterrar la idea de un Verne "autor de novelas juveniles", de un Verne concebido única y exclusivamente como escritor de formas maravillosas y novelas de anticipación científica. Es evidente que sus narraciones ofrecen una multitud de lecturas y exigen un estudio detenido para sacar a la luz el caudal de riqueza mítica y sombría oculta tras argumentos con apariencia inofensiva. Para el escritor francés Raymond Roussel (1877-1933), quien visitó al escritor en Amiens en 1899, la faceta de anticipación científica de las novelas de Verne está condenada al olvido en virtud del progreso mismo de la ciencia, mientras que sus múltiples lecturas subterráneas, la mítica que subyace en su obra, perdurará para situarlo en el nivel que le corresponde: "Verne es el más grande genio literario de todos los siglos y seguirá existiendo cuando todos los demás autores de nuestra época ya hayan sido olvidados hace mucho tiempo". Y advirtió: "Es monstruoso hacer leer sus novelas a los niños, del mismo modo que hacerles aprender las fábulas de La Fontaine, tan profundas que incluso pocos adultos consiguen apreciarlas". A continuación se ofrece la cuarta y última parte de la compaginación de entrevistas en las que Verne, avejentado y algo desencantado, aunque conservando la cortesía, se limitaba a agitar su cabellera gris y decir: "No cuento para nada en la literatura francesa".
¿Trabaja mucho?
Me despierto todas las mañanas poco antes de las cinco -quizás un poco más tarde en la temporada invernal-, y a las cinco ya me encuentro en mi escritorio y permanezco trabajando hasta las once. Trabajo muy despacio y con gran cuidado, escribiendo y volviendo a escribir hasta que cada oración tome la forma que yo deseo. Siempre tengo, al menos, en mi mente las ideas de hasta diez novelas paralelas, siempre estoy pensando en nuevas historias. De esta forma, si trabajo con perseverancia y si Dios me concede vida, no tendré dificultad en completar las ochenta novelas. Pero es en las correcciones donde invierto la mayor parte del tiempo. Nunca estoy satisfecho cuando he hecho menos de siete u ocho revisiones y las corrijo una y otra vez, hasta que se pueda decir que la última corrección tiene pocos rastros de lo que una vez fue el manuscrito original. Esto significa un gran sacrificio, tanto desde el punto de vista monetario como de tiempo. No obstante, siempre he intentado hacer todo lo que esté a mi alcance para respetar la forma y el estilo, aún cuando las personas nunca me han hecho justicia en lo que respecta a esta consideración.
¿Cuáles son sus métodos de trabajo? Supongo que no tendrá objeción alguna en brindarnos su receta.
Yo no sé cual es el interés que el público puede encontrar en tales cosas. Pero de todos modos lo iniciaré en los secretos de mi labor literaria, aunque no le recomiendo a nadie que proceda con el mismo plan porque pienso que cada uno de nosotros trabaja con su propio estilo e instintivamente conoce cuál es el mejor método. Bien, yo comienzo haciendo un borrador de lo que será mi nueva historia. Nunca empiezo un libro sin saber el principio, el desarrollo y el desenlace del mismo. Hasta el momento siempre he tenido la fortuna de no tener sólo uno, sino media docena de esquemas definidos elaborados en mi mente. Si encuentro que alguna vez el asunto se me torna muy difícil, entonces considero la posibilidad de abandonar esa idea. Después de completar mi borrador preliminar, preparo un plan de los capítulos que pudiera contener la historia y es entonces cuando comienzo a escribir a lápiz la primera copia, dejando un margen de media página para las correcciones. Luego leo todo y escribo todo de nuevo, pero esta vez en tinta. Considero que mi verdadera labor comienza con mi primer juego de copias. Ahí no solamente corrijo algunas oraciones, sino que vuelvo a escribir capítulos enteros. No parezco estar conforme con mi historia hasta que no veo que está impresa. Afortunadamente, mi amable editor me permite que haga tantas correcciones como desee y frecuentemente estas llegan a ser ocho o nueve. Envidio, pero no intento emular el ejemplo de aquellos que, desde el primer capítulo hasta la palabra "Fin", nunca ven razón alguna para alterar o agregar una sola palabra.
¿Este método de composición debe retardar su trabajo grandemente?
No creo que sea así. Gracias a mis hábitos regulares yo produzco invariablemente dos novelas completas al año. Siempre me encuentro también adelantado en mi trabajo; de hecho, en estos momentos, estoy escribiendo una novela que presentaré en el año '97. En otras palabras, tengo cinco manuscritos listos para ser impresos. Por supuesto, esto lo he logrado con mucho sacrificio. Comencé a trabajar fuerte desde temprano y mi trabajo constante y su proporción sostenida han sido incompatibles con los placeres de la sociedad.
Supongo que recibe muchas comunicaciones de su inmenso club de admiradores ingleses, de amigos y de lectores desconocidos. ¿Alguna vez una de estos remitentes desconocidos han hecho preguntas indiscretas sobre los planes para el futuro del señor Verne?
Muchos son tan amables que ni se muestran interesados en cual será mi próximo libro. Es mi intención completar, antes de que mis días de trabajo terminen, una serie que concluirá en forma de novela mi estudio entero de la superficie del mundo y los cielos. Existen todavía lugares del mundo a los que mis pensamientos no han llegado. Como usted conoce, tengo una novela que trata sobre la Luna, pero la gran historia está por escribirse aún y si la salud y la fuerza me lo permiten, espero terminar el trabajo.
He oído que los ingresos que recibe por sus maravillosos libros están muy por debajo de los que gana un periodista ordinario.
Me gustaría no hablar sobre ese tema. Es cierto que mis primeros libros, incluyendo mis más exitosos, se vendieron por una ínfima parte de su valor, pero después del año 1875, es decir, luego de escribir "Miguel Strogoff", mis ingresos fueron reconsiderados y comencé a ganar una justa porción de las ganancias de mis novelas. No tengo queja alguna. Tanto mejor si mi editor ha ganado dinero también. Ciertamente, yo pudiera recriminarme a mí mismo el hecho de no haber concertado mejores contratos. Para que tenga una idea, "La vuelta al mundo en ochenta días" produjo en Francia una ganancia de diez millones de francos y "Miguel Strogoff" siete millones. He tenido muy poca participación en estas ganancias. Pero yo no soy y nunca he sido un hombre de dinero. Soy un hombre de letras y un artista. Vivo siguiendo un ideal, generando nuevas ideas y mejorando con entusiasmo mi trabajo. Y cuando he hecho mi trabajo aparto todo de mi mente y olvido tantas cosas que, a menudo, me acomodo en mi estudio y comienzo a leer una novela de Julio Verne, y la leo con entusiasmo. Si mis compatriotas hubieran tenido un poco más de justicia conmigo, esto lo habría apreciado un millón de veces más que una ganancia de algunos miles de dólares que viniera de mis libros. Eso es lo que lamento y siempre lamentaré.
¿Por qué vive en Amiens y no en París?
Cuando éramos jóvenes, mi esposa y yo vivíamos en París y disfrutábamos el mundo y sus placeres en su totalidad. Hace doce años que me vine a vivir a Amiens; mi esposa nació en esta ciudad y fue aquí que la conocí hace cincuenta y tres años. Poco a poco todos mis lazos de amistad e intereses se han centrado en este pueblo. Algunos de mis amigos, incluso, le dirán que me siento más orgulloso de ser concejal de la ciudad que de mi reputación literaria. No niego que disfruto a plenitud mi puesto en el gobierno municipal. Las personas me preguntan a menudo, tal y como usted lo ha hecho, por qué resido en Amiens; especialmente yo, que era una persona tan parisino en mis instintos. Como le he dicho, soy de sangre bretona y adoro la calma y la tranquilidad y nunca podría ser más feliz que estando en un claustro. Una vida tranquila, llena de estudio y trabajo, es mi deleite. Hetzel me comentó hace unos días que si yo viviera en París hubiera escrito, al menos, diez novelas menos de las que he hecho. Disfruto mucho mi vida aquí en la ciudad. Ya le he dicho cómo es que trabajo por las mañanas y leo por las tardes. Hago tanto ejercicio como puedo. Ese ha sido el secreto de mi salud y mi fuerza. Continúo siendo aficionado al teatro y siempre que hay una obra en el pequeño teatro de la localidad puede estar seguro que podrá encontrar a la señora Verne y a su esposo en la luneta. Días atrás, nosotros cenamos en el Hotel Continental. Lo hicimos con el propósito de tener un momento de distracción y para darles un descanso a nuestros sirvientes. Nuestro único hijo, Michel, vive en París, donde está casado y tiene hijos. El ha escrito algunos artículos científicos. Tengo sólo una mascota. Usted seguramente habrá visto en mi casa un cuadro de mi estimado y viejo amigo. Es un perro llamado Follet.
Veo en su chaqueta una insignia de color rojo que lo acredita como funcionario de la Legión de Honor...
Sí, es un reconocimiento. Yo fui el último hombre condecorado por el Imperio. Dos horas después de firmado el decreto que me hizo miembro de la Legión de Honor, el Imperio había dejado de existir. Mi promoción a funcionario se firmó en julio del año pasado. Pero no son las condecoraciones lo que yo ansío. Lo que deseo es que las personas reconozcan lo que hecho o lo que he intentado hacer y no lo dejen pasar por alto. Soy un artista.